Querer… querer

Mirando al éxito personal desde la originalidad que el juego de palabras puede trasladar, de las 3 C que orbitan su universo (compromiso, constancia y coherencia), hoy comenzaré reflexionando sobre un satélite de la constancia como lo es la voluntad.

La voluntad es la facultad que le mueve a una persona para hacer o no alguna actividad, por lo que su desempeño deriva siempre en el actuar. Cuando ejercemos nuestra voluntad es para hacer algo y nada hecemos sin voluntad.

Esta indisoluble relación entre voluntad y acción determina que usualmente la mejor forma de explicar con palabras aquello que vamos a hacer siempre sea utilizando los verbos y de todos, uno de los más usados, deseados, solicitados y cantados es querer. Del querer hay tantas manifestaciones como personas pueblan la Tierra, pero de todas quiero tratar la más universal: el querer de la pareja en su acepción sentimental.

Es incuestionable que la pareja, tras el fulgor siempre pasajero del enamoramiento y de continuar su unión, suele caminar hacia un nuevo estado más sereno y hondo protagonizado por el cariño, cuyo combustible insustituible es el quererQuerer durante el periodo del enamoramiento es fácil, pues no requiere de la voluntad al ocuparse el fuego de la pasión de alimentar cualquier necesidad. Pero cuando el combustible se agota, la continuidad del querer comienza a solicitar de la participación activa de los emparejados, es decir, de su voluntad.

Por esto, el secreto para mantener en el tiempo el cariño en una pareja es simplemente una cuestión de ejercicio mutuo de voluntad para conseguir activar permanentemente el querer, o lo que es lo mismo: querer… querer, sin más.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Del querer Tener al querer Ser

A mis 48 años ya he comprendido algunas cosas de la vida, aunque todavía me faltan muchas, muchas más por averiguar. Este camino no se terminará nunca, afortunadamente para mi declarada aversión al aburrimiento que genera la falta de curiosidad.

En mi opinión, el tránsito hacia la equilibrada madurez que toda persona debiera recorrer viene caracterizado por el progresivo abandono de la necesidad del Tener para centrarse en el Ser, en un viaje de vuelta hacia la esencia de la propia personalidad.

Si nacemos siendo, al punto se inicia un camino que viene caracterizado por un ingobernable instinto por Tener: nacemos llorando pues es la forma de exigirlo todo, en la consideración de que ese todo nos pertenece por el mismo hecho de nacer. Pero pronto este espejismo irá difuminándose paulatinamente pues lo que nos encontraremos después nos recordará que vivimos en un mundo transaccional en donde para Tener siempre deberemos compensar, pagando con nuestro dinero o con nuestro tiempo, ambas monedas del comercio vital.

Si Tener exige siempre un pago, Tener mucho implicará pagar mucho más, lo que nos obligará a utilizar mucho dinero que, de no tenerlo, deberemos conseguir destinando mucho tiempo a trabajar. Utilizar mucho tiempo para obtener mucho dinero determinará que aquello que podamos conseguir con él no lo podamos disfrutar, por no contar con el tiempo suficiente para poderlo usar.

A este disparatado bucle sin fin en el que se ha convertido la vida de los habitantes de los países desarrollados y que a todos nos tiene secuestrados, solo le veo una única solución: cambiar nuestra natural orientación vital del Tener por otra que no nos obligue al mencionado pago transaccional.

¿Qué es lo único que no necesitamos comprar pues ya lo tenemos y en lo que nos merece mucho la pena invertir para mejorar? Pues a nosotros mismos. Todos nacemos con un único patrimonio existencial que es nuestra propia identidad personal, que deberemos configurar para llegar a convertirnos en aquel o aquella que deseamos Ser y no en quien impone la sociedad.

Querer Ser no necesita de ningún pago dinerario pues se ampara en el deseo de crecimiento y desarrollo personal, algo sin duda mucho mas recompensador que todos los bienes materiales que podamos coleccionar a lo largo de una vida y que nunca verdaderamente nos pertenecerán…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Sobrevivir no es vivir!

Pasan los segundos, los minutos, los días, las semanas, los meses, los años… pasa la vida. ¿Pasa o nos sobrepasa?

La vida es solo tiempo y el tiempo aquello que más vale de la vida pues es lo primero que usamos al nacer y lo último que gastamos al morir. Dicen que nacer y morir son los dos hitos más relevantes de nuestra existencia pero no estoy de acuerdo, pues lo importante es lo que transcurre entre ellos: aquello que puede usarse.

La única diferencia entre el hombre y el resto de especies de la Tierra es que este sabe que su vida es finita, sabe que se va a morir. Esta certidumbre, al margen de creencias religiosas, nos posiciona ante un compromiso con nuestra propia existencia: el aprovechamiento de la vida. Un hombre vale el cómo use lo que le queda por vivir, sin mirar al pasado y considerando que el futuro es lo único que ofrece oportunidades para mejorar. Lo hecho, hecho está y a partir de aquí todo está por hacer.

Aprovechar la vida no es lo mismo para todos pues el concepto, aunque universal, permite la libre elección de actos por cada cual, que usa su vida de manera diferente. Por tanto, de esta manera parecería difícil definir cuál sería el mejor criterio para aprovechar la vida, pero no lo es tanto:

“Lo único que garantiza el aprovechamiento de la vida es la capacidad de decisión sobre ella, sin miedo al fracaso y con independencia del resultado, que nunca podrá ser considerado negativo al ser siempre elegido”

¡Sobrevivir no es vivir, porque para vivir es imprescindible decidir…!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Ser más Causa que Efecto!

Ser mas causa que efecto

Cuantas veces nos empeñamos en explicar el secreto de la felicidad con inacabables ensayos, procelosos estudios e insufribles volúmenes que mas que aclarar siempre terminan despistando, cuando una simple frase puede encerrar toda la sabiduría de una gran verdad.

La felicidad, ese secreto que todos buscamos y nadie sabe quien encuentra, no es tan difícil de comprender aunque sí de alcanzar. La felicidad no es más que la consecución de nuestros deseos. Ni menos, ni más. Ser feliz se consigue al hacer realidad lo que deseamos para nosotros (y los nuestros) y aquello que cada uno quiere es patrimonio de su propio libre albedrío y las normas de convivencia social.

Por tanto, podemos decir que la felicidad indefectiblemente se conjuga con los verbos conseguir, alcanzar, lograr y como todos sabemos los verbos expresan acción. No hay felicidad sin actuar. La inacción siempre nos llevará a ese limbo del desencanto marcado por el verbo resignar.

Al actuar provocamos que las cosas ocurran, convirtiendo la acción en causa de los resultados buscados. Pero sin acción todo nos sobreviene convirtiéndonos, como una hoja mecida por el viento, en efecto pasivo de algo que casi siempre no hemos querido alcanzar.

Si somos capaces de entender que la felicidad es el efecto que determina la causa, que mejor causa que nosotros mismos para ser felices para lo que hay que…

¡Sér más Causa que Efecto!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro