Ramón Esteve: La Emoción de la Razón

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Escribir opinando es la mejor forma de mirar hacia el exterior y a su vez, sentirse observado. Las palabras que llevan el sello de lo personal siempre se alejan de la anodina neutralidad para mostrarse generosamente desnudas ante la opinión de los demás.

Recientemente escribí “La moda de la Inteligencia Emocional”, cuyo contenido ha incendiado las redes sociales de enervadas batallas emocional-racionalistas a las que no me sumé en su momento, no por desdén ni desconsideración alguna, sino por entender que mi opinión no podía mejorarla con respecto a la manifestada en el citado artículo.

Transcurridas unas semanas desde entonces, ahora quiero extender aquel planteamiento que solo pretendía contribuir a nivelar el cuestionable desequilibrio instalado desde hace varios años en los discursos más mediáticos entre la Emoción y la Razón, sin duda los dos pilares que sustentan nuestra singularidad como especie y que últimamente parece solo tener de lo primero y nada de lo segundo.

Y para que nadie me acuse de partidista, no voy a volver a “razonar” sobre el caso sino que precisamente traeré un “caso” que sin la necesidad de la argumentación paramétrica explica sensorialmente por sí mismo el éxito de la complementariedad de nuestros hemisferios cerebrales.

Siempre he defendido que si hay un arte que por definición del mismo precisa del equilibrio entre la cabeza y el corazón ese es la Arquitectura, que en su búsqueda de la belleza cortando los espacios con el tiralíneas de la pasión no puede ignorar su compromiso con la realidad de una fuerza gravitacional que la obliga a calcular.

Ser Arquitecto por tanto es conjugar dos mundos que en la práctica son tan difícilmente miscibles como lo pueda ser el escribir poesía con métrica, precisamente lo que consigue todos los días Ramón Esteve.

Quien se acerque a su trabajo como Arquitecto y Diseñador nunca más dudará de que un cruce de líneas rectas puede hacernos crepitar más que mil arabescos de recargada artifiosidad. Que los espacios solo se justifican si no roban el aire que ocupan y sirven a quienes los ocupan. Que la luz de una lámpara es algo más que la que nos ofrece su bombilla. Que la combinación de colores más rica nunca podrá igualar al blanco que a todos contiene. Que una escalera puede ser el mejor soneto vertical cuando sus escalones son los versos sincopados que nos elevan hacia una experiencia mejor. Que nuestra realidad la dibujan siempre los muros que nos acogen en un abrazo protector. Que “La Vida en 3D” solo se alcanza si somos capaces de amar nuestro alrededor.

Ramón Esteve es mi amigo y su obra me merecería la misma consideración de no conocerle o quizás aun más, pues casi siempre lo anónimo paradójicamente nos es más cercano que lo próximo. Quien es capaz de explicar con belleza la difícil conjunción de la Emoción con la Razón, sin duda siempre será motivo de mi rendida admiración.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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