La “moda” de la Inteligencia Emocional

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Titular este artículo a contracorriente de lo que hoy es actualidad puede que me lleve inmediatamente al patíbulo de los blasfemos por las huestes de los emocionalistas que, siendo apabullante mayoría, proclamo no me llegan a asustar en mi defensa de lo racional. Por tanto, estoy dispuesto a batallar.

A partir de aquí y ante todo, debo confesar mi admiración por quienes trataron y todavía tratan de explicar sensata y científicamente aquello que de las personas es más difícil de comprender: la parte del comportamiento humano enraizada en el componente emocional, que seguramente nos distingue como especie singular en el mundo conocido por el particular desarrollo de nuestro sistema límbico y del neocortex cerebral.

Hasta la fecha, todos los estudios sobre las emociones han ido transitando progresivamente desde la determinación de su localización cerebral (Mils-1912 y MacLean-1970, entre los más relevantes) hasta su catalogación básica (Ekman-1983) para llegar finalmente al juego combinatorio intrapersonal e interpersonal que propuso Goleman-1995 en su archifamosa La Inteligencia Emocional.

Asimismo, acepto convencidamente que el plano emocional es el que, de todos, más pueda condicionar el resultado de nuestras acciones llegando a ensombrecer muchas de nuestras potencialidades personales y profesionales de no ser gestionado con la adecuada oportunidad.

Aclarado todo esto, también diré que la importancia de una Inteligencia (la Emocional) no puede anular la otra (la Racional), silenciándola hasta llegarla a ningunear. Parece como si, en las dos últimas décadas, la especie humana hubiese perdido de su ADN la capacidad de razonar por un azar evolutivo ultraacelerado que nos hubiera llevado a ser entes de exclusiva fabricación emocional.

No nos engañemos, lo emocional siempre ha vendido, sigue y seguirá vendiendo y no hay mucho que buscar para toparnos con mil ejemplos en la Literatura (Cumbres Borrascosas), la Poesía (Veinte poemas de amor y una canción desesperada), el Teatro (La gata sobre el tejado de zinc caliente), el Musical (Sonrisas y lágrimas), la Danza (El lago de los cisnes), la Opera (La Boheme), la cinematografía (Lo que el viento se llevó), la Radio (Elena Francis) y últimamente la Televisión (Corazón/es y otros de luxe, además de lo demás).

Pues bien, partiendo de esta incuestionable realidad intercontemporánea, en los últimos tiempos se han hecho famosos una pléyade de avispados conferenciantes y articulistas muy marketineados que han visto un filón promocional en eso de hablarle a la gente de lo que precisamente (ahora, en tiempos difíciles) más quiere escuchar, aunque desgraciadamente en la mayoría de los casos desde un engañoso plano seudoterapéutico de salón que no lleva a ningún lugar.

Reducir el complejo mundo del Desarrollo Personal a la omnicomprensiva gestión de las emociones es uno de los errores que más daño pueden causar a quien eso se crea, pues toda mejora por necesidad siempre requerirá del cambio y este no es posible sin tenerse que esforzar. Esfuerzo que evidentemente no es una emoción sino el resultado del convencimiento razonado que, tras un análisis del retorno de la inversión, nos lleva a actuar.

La moda (en términos estadísticos se define como lo que más se da) de la Inteligencia Emocional con seguridad pasará y quedará su verdadera esencia que no es otra que la de compartir honestamente protagonismo con su complementaria, la Inteligencia Racional, pues solo juntas podrán generar las claves de eso que todos perseguimos y se llama Felicidad

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro