¿Es la Navidad el mejor Coach…?

Coaching y Navidad2
Sin duda, nuestra existencia no es más que la repetición sin falta de un largo rosario de costumbres y hábitos que, incorporados desde la primera infancia, ya quedan marcados a fuego en nuestro devenir vital.

No hay que negarlo: ¡nos gustan las tradiciones! Nos sentimos muy cómodos instalados en eso que conocemos y hemos hecho siempre, pues tendemos a minimizar lo que tanto nos turba y acongoja como es la indefinición de lo desconocido, aquello que todavía no hemos llegado a controlar.

Por todo, somos cumplidores fieles de estos rituales anuales que repentinamente nos sobrevienen sin haberlos decidido previamente, simplemente porque ahí están.

La Navidad es quizás el mejor ejemplo de ello: todos los años nos sorprende pese a la obstinación con la que la publicidad se empeña en recordárnoslo, cada vez con mayor anterioridad. Además, de entre todas las tradiciones más señaladas del año, la Navidad es la que presenta una curiosa singularidad pues, al margen del disfrute de la festividad en sí, nos exige incorporar a nuestra idiosincrasia un elemento homogeneizador, obligatorio y poco usual: los buenos sentimientos. Los buenos sentimientos pertenecen a ese gran capítulo de nuestra vida que son las emociones y las emociones constituyen una de las autopistas principales de trabajo en el Coaching.

Los que nos dedicamos profesionalmente a esta disciplina sabemos de la gran dificultad para manejar adecuadamente las emociones y de los enconados esfuerzos que debemos practicar para facilitar la mejora de algunas competencias emocionales en nuestros clientes. El mundo de los sentimientos es tan amplio, inconcreto y personal que parece difícil que exista un razonamiento o teoría que pueda determinar medicinas generalistas para conseguir el control efectivo de los mismos, por lo que la solución siempre será de cada cual.

No obstante y de forma milagrosa, la Navidad si parece conocer esa oculta clave y por unos días constituirse en el mejor Coach del mundo mundial, al conseguir que todos centrifuguemos nuestros corazones y nos transmutemos, de la noche a la mañana, en pura mermelada emocional.

¿Será de verdad…?

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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