La Embriaguez Mental

Todos nos hemos emborrachado alguna vez un poco (algunos más y más veces que otros…) y sabemos cuáles son las consecuencias que provoca semejante estado.

Una de las más habituales es el optimismo y la mejora temporal de nuestro carácter que, entre otros aspectos, suele tender a disculpar los comportamientos propios y los ajenos en busca de un estado positivista de bienestar (”buen-rollista”) del que solemos carecer en nuestra cotidianidad.

Pues bien, en la mayoría de las ocasiones, no necesitamos injerir alcohol para experimentar los mismos síntomas, si somos capaces de generar ese mismo espíritu en nuestra vida.

¿Qué me impide mirar hacia delante con positivismo? Solo el miedo. El miedo a que algo me salga mal e incumpla las expectativas que había inicialmente depositado en esa actuación y que me lleven a la frustración.

Tener miedo ante lo desconocido es tan incoherente como no tenerlo, pues lo desconocido nunca es predecible. La vida es un estado de prueba permanente que invita a descubrir lo que podemos conseguir y lo que no, pero siempre tras intentarlo.

Sin probar nunca podremos saber cuan largo es el alcance de nuestras posibilidades, autolimitándonos en nuestros logros y lo que es peor, macerando la sensación de que la resignación vital es el mejor remedio ante el fracaso.

Embriagarse de positivismo mental, siempre desde la factibilidad, es la mejor vacuna para afrontar los retos de la vida propia y también de las de los demás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Cómo tratar a los demás…

Simplificando y al final, el ejercicio de nuestra vida se reduce al desarrollo de un par de tipos de diálogos: uno interior de cada cual consigo mismo y otro exterior con los demás. Del primero ya vengo hablando en muchas de las entradas de este Blog, pero es el segundo quien centrará mi reflexión actual.

Dos de las características más evidentes del ser humano son, tanto su tendencia irrefrenable a establecer relaciones con sus congéneres como el gran desarrollo conseguido en el lenguaje comunicacional. Cuando nos relacionamos con los demás, el estilo de comunicación que adoptemos es tan importante que puede condicionar severamente los resultados obtenidos (por ejemplo, todos sabemos por experiencia propia que la amabilidad abre las puertas que la antipatía suele cerrar).

Una de las circunstancias más habituales que se dan en la comunicación entre personas es la del prejuicio o valoración personal de los demás, que nos condiciona en lo que les decimos y como se lo decimos. No habalmos igual a quienes tenemos etiquetados como inteligentes que a aquellos que suponemos con inferior capacidad.

Esto mismo es lo que ocurre muy habitualmente en los entornos laborales y especialmente en los equipos de trabajo, cuando los directivos no son capaces de obtener lo mejor de sus colaboradores pues anticipan sus resultados sin ofrecerles la oportunidad de demostrar que no son como se les llega a prejuzgar.

Y todo ello porque no son conscientes de esta gran verdad…

Trata a los demás como te gustaría que fuesen y posiblemente así serán. Trata a los demás como crees que son y lo serán

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Del querer Tener al querer Ser

A mis 48 años ya he comprendido algunas cosas de la vida, aunque todavía me faltan muchas, muchas más por averiguar. Este camino no se terminará nunca, afortunadamente para mi declarada aversión al aburrimiento que genera la falta de curiosidad.

En mi opinión, el tránsito hacia la equilibrada madurez que toda persona debiera recorrer viene caracterizado por el progresivo abandono de la necesidad del Tener para centrarse en el Ser, en un viaje de vuelta hacia la esencia de la propia personalidad.

Si nacemos siendo, al punto se inicia un camino que viene caracterizado por un ingobernable instinto por Tener: nacemos llorando pues es la forma de exigirlo todo, en la consideración de que ese todo nos pertenece por el mismo hecho de nacer. Pero pronto este espejismo irá difuminándose paulatinamente pues lo que nos encontraremos después nos recordará que vivimos en un mundo transaccional en donde para Tener siempre deberemos compensar, pagando con nuestro dinero o con nuestro tiempo, ambas monedas del comercio vital.

Si Tener exige siempre un pago, Tener mucho implicará pagar mucho más, lo que nos obligará a utilizar mucho dinero que, de no tenerlo, deberemos conseguir destinando mucho tiempo a trabajar. Utilizar mucho tiempo para obtener mucho dinero determinará que aquello que podamos conseguir con él no lo podamos disfrutar, por no contar con el tiempo suficiente para poderlo usar.

A este disparatado bucle sin fin en el que se ha convertido la vida de los habitantes de los países desarrollados y que a todos nos tiene secuestrados, solo le veo una única solución: cambiar nuestra natural orientación vital del Tener por otra que no nos obligue al mencionado pago transaccional.

¿Qué es lo único que no necesitamos comprar pues ya lo tenemos y en lo que nos merece mucho la pena invertir para mejorar? Pues a nosotros mismos. Todos nacemos con un único patrimonio existencial que es nuestra propia identidad personal, que deberemos configurar para llegar a convertirnos en aquel o aquella que deseamos Ser y no en quien impone la sociedad.

Querer Ser no necesita de ningún pago dinerario pues se ampara en el deseo de crecimiento y desarrollo personal, algo sin duda mucho mas recompensador que todos los bienes materiales que podamos coleccionar a lo largo de una vida y que nunca verdaderamente nos pertenecerán…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La De-Formación y la Re-Formación

La De-Formacion

Cuanto tiempo invertido y cuanto desperdiciado en las empresas españolas a la hora de mejorar el rendimiento profesional de sus directivos. Y aun hoy, esto sigue ocurriendo.

Instalada la Formación desde hace decenios en la cultura empresarial española como único vehículo de desarrollo directivo (al margen de la experiencia, claro está), no hay mayor error que pueda haberse cometido para impulsar el capital humano de aquellos que lideran nuestras organizaciones.

Por su misma definición, la Formación tiene por objeto el enseñar y lo que siempre hemos conocido por el apelativo genérico de “Fomento de las Habilidades Directivas” no se enseña. ¿Por qué?. Pues porque a nadie se le puede decir cómo y qué debe hacer en el desempeño de su actuación profesional. No hay reglas comunes y de aplicación universal que puedan asignarse por igual a todos los casos en orden a conseguir maximizar los resultados del esfuerzo laboral. Cuando en el empeño por mejorar el rendimiento profesional de los directivos nos orientamos hacia la “normatización”, estamos perdiendo el tiempo y haciéndoselo perder a quienes nos escuchan.

En mis clases sobre Alto Rendimiento Profesional y Liderazgo en las Escuelas de Negocios donde colaboro como profesor, lo primero que declaro a mis alumnos es que no pretendo enseñarles nada, generando claro está la extrañeza de los asistentes siempre ávidos de escuchar recetas mágicas, muy solucionadoras y poco esforzadas.

El único camino que garantiza la posibilidad de mejorar los resultados de los directivos no es la Formación sino el Entrenamiento (Coaching), al tratarse de un proceso que guiado por el entrenador (Coach) asume el alumno (Coachee) como personal e intransferible y se ajusta como un traje a medida a su situación vivencial. El Coaching comienza donde termina la Formación, invitando siempre a pasar de los preceptos teóricos a la realidad de cada cual, por lo que se constituye como único método compatible con la diversidad de situaciones vivenciales con la que se encuentran los profesionales de hoy en día.

La Formación en Habilidades Directivas y Desarrollo Profesional “De-Forma” pues impone, mientras que el Coaching “Re-Forma” pues invita…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro