“Noches de bohemia y de ilusión…”

Cada vez que vuelvo a escuchar este primer verso del evocador y nostálgico tema de Navajita Plateá, siempre espero al segundo,

yo no me doy a la razón

para (pese a mi opinión) convencerme una vez más de una realidad: lo que de verdad en este mundo interesa son los sentimientos y sobre todo aquellos que vienen por penas de amor, tal y como adivina el tercero,

tú como te olvidaste de eso

componiendo entre los tres el estribillo triste más preciso y precioso que se haya escrito nunca sobre el desengaño amoroso y que en algún otro momento de la canción es acariciado por un lírico …el aire me trae aromas de tu recuerdo

Creo que quien no se ha desenamorado alguna vez no sabe lo que verdaderamente vale el amor (…llevo tu imagen grabada en mi pensamiento…), pues comenzarlo siempre es más fácil que terminarlo (…me has hecho una herida en mi sentimiento…), sobre todo cuando este último no ha sido nuestro deseo.

Racionalista de nacimiento y de adopción, aquí y hoy reconozco que hasta mi relojero corazón en más de una ocasión… no se ha dado a la razón… por aquellos amores que alguna vez en mi vida fueron y hoy ya no lo son.

Yo también he vivido noches de bohemia y de ilusión

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡En defensa de lo individual!

Camino sosegado… solo, hablo mucho… solo, leo el periódico de atrás adelante… solo, oigo con atención la radio… solo, trabajo ilusionado… solo, conduzco con prudencia… solo, imparto clases… solo, como mucho pero ligero… solo, escribo lo mejor que puedo… solo, voy de compras resignado… solo, comparto amistades… solo, asisto esperanzado a conciertos… solo, pregunto siempre… solo, entreno entregado… solo, me emociono ya no a diario… solo, aprendo un inglés cada vez más alejado…  solo, pertenezco a clubes sociales… solo, tengo familia… solo, escucho a alguien… solo, enfermo… solo, amo… solo, vivo… solo…

Por todo esto y por mucho más… sólo, soy una persona muy sociable.

Soy sociable porque todo lo anteriormente mencionado siempre lo hago solo, aunque me encuentre casi siempre acompañado. Soy sociable porque en mi singularidad siempre me veo rodeado.

Sólo con el desarrollo de lo individual es posible el enriquecimiento de lo colectivo, tal y como le ha ocurrido a la humanidad desde su principio, cuyo avance ha sido constantemente protagonizado por el impulso propio y particular de hombres y mujeres que, conociendo aquello que los demás aportaron en el pasado, han sido capaces de regalar sus innovaciones al futuro.

La mejor garantía de libertad y prosperidad colectiva en una sociedad se asienta en el desarrollo del pensamiento individual, a diferencia de la doctrina única que buscan las dictaduras para la colectividad.

Cuidar nuestra individualidad no sólo nos hace más libres, sino que también mucho mejores para los demás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Coaching y Avatar

Una de las definiciones que más me gustan para entender la verdadera naturaleza del Coaching es esa que orienta su principal objetivo hacia la consecución y exteriorización de la mejor de las versiones posibles que el participante (“Coachee”) atesora dentro.

Llegar a lo mejor de lo que cada uno podemos dar de nosotros mismos es la aspiración de todo aquel con ambición de crecimiento y compromiso con su propia vida y las de los demás.

En el año 2154, Jake Sully, un marine veterano norteamericano que ha quedado parapléjico en combate y no cuenta con recursos económicos suficientes para costearse una operación que le permita nuevamente andar, opta por el ofrecimiento del ejército para participar en un singular programa de desdoblamiento de su persona en un avatar.

Yo pienso que “Avatar”, el exitoso filme de James Cameron, es la gran metáfora que lleva al extremo el objetivo antes mencionado del Coaching, planteando el ideal de alcanzar lo mejor de uno mismo a través de las posibilidades que ofrece el futurista desarrollo de una ciencia que facilita la transmutación en un nuevo y perfeccionado cuerpo.

Otra vez mas “Avatar” nos plantea una nueva versión del sueño americano al hacer de un simple soldado que es elegido casualmente por tener genes iguales a los de su hermano fallecido, el héroe del clan de los longilíneos y azulados ecologistas Omaticaya en el desbordante planeta verde de Pandora.

Quizás, el motor impulsor del gran dinamismo del pueblo americano es este mismo que, película tras película y desde hace 8 décadas, nos muestra la industria de Hollywood: “el éxito está al alcance de todos”. Sentencia en la que creo firmemente pese a la incuestionable dificultad que entraña y que es motivo del resignado abandono de muchos por alcanzar aquello que desean, es decir, su éxito personal.

Jake Sully quiere caminar nuevamente y la escena que mejor nos lo muestra es cuando por primera vez toma consciencia de su otro yo (avatar) y baja de la camilla para probar sus piernas corriendo velozmente por un campo sembrado, constituyendo la revelación más concluyente de que los retos están puestos para alcanzarlos, incluso en las películas…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Callejeros, viajeros y otros comandos de actualidad

No hay mayor fenómeno televiso en las últimas décadas que los programas que, en un desenfadado y coloquial formato reporteril, nos muestran las vidas comunes de personajes anónimos que habitan nuestro país o los del extranjero más lejano.

Tanta es la aceptación de estos espacios que prácticamente es posible cruzar la semana laboral, noche tras noche, conociendo las interioridades de la vida de los demás pues la mayoría de las cadenas generalistas y autonómicas los han incluido con evidente descaro replicante en el “Prime Time” de su parrilla.

La drástica reducción de los presupuestos televisivos ha desembocado en una serie de soluciones baratas, entre las que se encuentra lo de echar a patear la calle a un par de reporteros con su cámara, sin más.

Pero, ¿como una fórmula tan simple y espontánea ha tenido tanto éxito en horarios de máxima audiencia, compitiendo sin desmayo desde hace muchos meses con todo lo que se les ponga por delante?

En mi opinión, la causa principal que justifica todo esto no es otra que esa irresistible y desaforada fuerza que todos sentimos desde que nacemos: compararnos con los demás.

Vivimos en un permanente estado de alerta febril en la contrastación de características y singularidades con nuestros semejantes, chequeando en cada momento mil y un datos de quien aparece frente a nuestros ojos en un festival cibernético de información velozmente procesada y al tanto comparada con nuestra mismidad.

Y… ¿por qué? No hay otra explicación que la que se refiere a la necesidad que todos tenemos de reafirmación personal y que nos lleva a un persistente reseteo del “yo” frente al “ello”, todo para tranquilizar a nuestra conciencia que siempre nos pregunta cual es nuestro lugar.

Conocer para aprender de los demás es aconsejable pero ver el mundo desde nuestro sofá nunca será lo mismo que viajar callejeando para comandar nuestra propia actualidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro