El viaje más triste…

Algunos de nuestros viajes comienzan cuando los de otros ya han terminado.

La rueda delantera de mi motocicleta serpenteaba por la angosta y descascarillada carretera que subía hacia aquella perdida población de la serranía leridana, en una de esas serenas tardes de Enero en las que la tenue luz del sol calladamente anuncia su despedida hasta el día siguiente. En el horizonte, señalándome la llegada, se recortaban algunas cruces oxidadas que emergían de las tapias de un solitario y luctuoso cementerio, lugar de destino del viaje más triste que nunca haya realizado en mi fiel amiga de dos ruedas. Atrás, más de 350 kilómetros de afligida reflexión sobre la futilidad de la condición humana.

Las despedidas sin la esperanza del reencuentro duelen más y nunca hay palabras que las justifiquen ni las reparen. Nos ha dejado para siempre Dolores, la dulce Dolores, quien hasta el final deseó con toda su fe vivir esa media vida que todavía le quedaba como esposa, madre y profesional y que ha sido truncada por una cruel enfermedad que acampa y se extiende en los cuerpos, minándolos sin aviso previo de su maldad. Pepe, su querido marido, ha sido, es y será mi amigo toda nuestra vida. Nos abrazamos fuertemente en un denso y cómplice silencio, el único que puede decirlo todo en esos momentos de dolor y obligada emoción contenida.

Veinte minutos después, oscurecido el día y enfriado el cielo, emprendía la vuelta con la sensación de que lo ocurrido forma parte de la vida, aunque la protagonista fuera la muerte. Varias horas por delante de negra y larga carretera que hice absorto en mis pensamientos, de un tirón y sin reparar en la necesidad de un descanso que mi cuerpo no solicitó por respeto a lo acontecido.

Si la muerte es lo opuesto a la vida y la muerte es negación, la vida solo puede y debe ser afirmación. La vida se opone a la muerte como lo positivo a lo negativo, como lo blanco a lo negro. Por esto mismo la vida, si no es vivida intensamente desde el compromiso personal de la búsqueda de todas sus posibilidades, se convierte en la anticipación de una muerte asumida por decisión propia: sin lugar a dudas, la peor elección que uno pueda tomar.

Escuchando, mientras esto escribo, la inmortal misa de Réquiem de Mozart me pregunto cuánto de bello me queda aun descubrir en las cosas y en las personas que me rodean y cuánto debo hacer sin ninguna tardanza por encontrarlo, no resignándome a aceptar con pasiva indolencia lo mucho o poco que el destino desee ofrecerme, pues entonces quizás pueda llegarme ya tarde y yo mismo sea el difunto protagonista del viaje más triste de aquellos que algún día me quisieron…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro