“15 días en Agosto”

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Otro año más, en el esperado y dulce umbral de mis moto-musicales vacaciones “F-estivales” (en esta ocasión, 6.000 kms. que me llevarán a los de Lucerna, Bayreuth y Venecia), este habitual artículo de despedida del curso laboral lo cederé con todo merecimiento al ya popular corto de Edu Glez… “15 días en agosto”, una infantil pero aplastante y lógica declaración de principios, de finales y de todo lo demás.

Hasta un nuevo y renovado septiembre de “Coach-tiones” (continuarán las “Re-flexiones”)… nunca olvidar que, asimismo en agosto, lo único que justifica nuestra vida es lograr vivirla con buscada y serena emoción, dentro de lo que es cabal… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Triunfar después de la Crisis

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Vaya por delante que si supiera el camino que nos conduce a la Plaza del Triunfo en esta o cualquier otra crisis, el presente artículo quizás se estuviera publicando ahora en “The Economist” pero, desafortunadamente, yo no soy un genio y este no es el caso.

Por tanto, me toca humildemente realizar un sincero ejercicio de modestia profesional y dedicarme a reflexionar sobre algo aparentemente menos complicado y es el cómo triunfar después de la crisis, pues estoy convencido de que esta deseada situación, aun no sabiendo cuándo y por cuanto, algún día nos llegará.

¿He escrito, “menos complicado”…?

Si aceptamos que la vida transcurre como el cimbreante y sorpresivo perfil de una montaña rusa, identificar un camino válido para triunfar después de la crisis no nos serviría de mucho de no ser transitable también para cuando nuevamente nos vuelva esta. Mantener sólidas propuestas personales de largo recorrido normalmente asegura mucho más el éxito que instalarse en un frenesí aventurero y “anti-identitario” por pretender desorientadamente explorarlo todo para finalmente no llegar a nada.

Si partimos de la evidencia comúnmente aceptada de que toda tensión económica viene alimentada fundamentalmente por la desestabilización que provoca la naturaleza ambiciosa de las personas y de las organizaciones, podríamos minimizar aquella si somos capaces de saber definir y regularnos esta.

Siempre he defendido que el espíritu de superación total en el hombre es el motor de avance de sí mismo y de los pueblos. Pero superación no entendida como la cada vez más universal y ya “A-De-eNe-ada” en el ser humano apropiación de bienes materiales que, por su necesaria escasez, obligará por muchos años aun a una dura y en muchas ocasiones deshonesta pugna social.

Basar las propuestas de una vida en el insaciable y muy practicado coleccionismo material obliga a un servilismo tal que condiciona seriamente la capacidad de elección vital en todo y para todo momento, limitando tanto nuestras posibilidades de opción futura que en muchas ocasiones prácticamente quedan ya condicionadas para siempre desde el primer tercio de nuestra vida, precisamente cuando asumimos los principales compromisos hipotecarios de pago.

En este contexto y de forma cíclica, la olla de la economía mundial estalla al no ser capaz de regular los desajustes provocados por la inmensa presión conjunta que ejerce la ambición material de las personas y las organizaciones (normalmente en tiempos de bonanza), en su afán de aprovechar las coyunturas favorables para acaparar al máximo patrimonio y fortuna.

Entonces… ¿cuál es el camino para triunfar después de la crisis?

Instalados desde hace décadas en la cultura del consumo compulsivo y contumaz, vivimos para gastar y no gastamos para vivir, profesando casi todos la religión de la “Adición” cuyo principal mandamiento predica que cuanto más tienes más eres, siendo solo de los ricos el reino de los cielos. Ello supone que muchos (obviamente no me refiero a quienes no llegan a los mínimos vitales) nos creamos desgraciados en tiempos de crisis solo por no poder consumir tanto como lo hacíamos antes, lo que constituye la gran paradoja existencial de los tiempos contemporáneos.

Por tanto, en esta esquizofrénica situación deberíamos considerar todos si no es más apropiado…

¡¡¡CULTIVAR EL PODER DE LA SUSTRACCIÓN!!!

No siempre “menos es más” pero si es cierto que “más no siempre es mejor”, pues la cantidad en exceso abruma la percepción de los sentidos y desvirtúa lo conseguido en una espiral de valoración decreciente sin fin. Sumar incrementará siempre el peso, mientras que restar puede aliviar la carga para caminar mejor y más lejos.

Dentro de algún tiempo, de nuevo sanarán los índices económicos y todos nos olvidaremos del estricto régimen consumista al que nos obligó la crisis pasada, volviendo a la frívola desmesura acaparadora de productos y servicios que confundiremos equivocadamente con nuestro triunfo profesional y personal, cuando no será otra cosa más que el renovado fracaso que precederá a una nueva y telegrafiada crisis mundial… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La trampa de la Amabilidad

Los Equipos Amables llegan los últimos, libro publicado por Brian Cole Miller en 2010, defiende una teoría políticamente incorrecta que comparto sin dudar pues, al margen de su lógica intrínseca, trasciende el conservadurismo seudo-hipócrita de quienes siempre suelen decir solo lo que quieren oír los demás.

Admitida universalmente la Amabilidad como una de las herramientas probadamente más efectivas de relación social, es también cierto que su inapropiado uso puede degenerar en prácticas desnaturalizadas (ver aquí La Amabilidad y el Amabilismo), cuyo resultado arruine los buenos propósitos que a ella la vienen a justificar.

En resumen, la idea de B. C. Miller se centra en asegurar que los Equipos de Trabajo de cualquier organización son menos eficientes si lo que se pretende es que, prioritariamente y en todo momento, reine en su seno la Amabilidad. Cuando un Equipo se encuentra demasiado concentrado en ser a toda costa Amable pierde capacidad de discrepancia interna en la búsqueda de soluciones a los problemas, pues sus miembros temen agraviar con sus inconformidades y desacuerdos a los demás.

Si para evitar la confrontación actúa el Amabilismo (muchas veces en forma de silencio defensivo) las ideas no vuelan y la apatía resignada se instala en un almibarado y rutinario proceder que solo consigue que el progreso en el trabajo se llegue a estancar. Gana la paz y pierde la eficacia cuando, es un hecho evidente, nos encontramos en tiempos económicos de altisima competitividad.

Sin lugar a dudas, todos podremos encontrar múltiples ejemplos propios que dibujan situaciones en las que hemos preferido ignorar cierto problema con algún compañero de trabajo para salvar el supuestamente necesario buen ambiente laboral que, sin quererlo, se verá perjudicado con seguridad en cuanto el desencuentro inicial crezca y genere una verdadera incompatibilidad interpersonal.

Eludir el compromiso (cuando este si proceda) de la búsqueda del contraste de ideas y pareceres escondiéndonos en el silencio reactivo y terapéutico es la mejor manera de ejercitar la dejación de nuestro compromiso profesional, minimizando la personal aportación de valor a los objetivos comunes de la organización, sea cual sea el nivel y alcance de nuestra responsabilidad.

Brian Cole Miller define nueve tipologías profesionales que recogen la diversidad de comportamientos positivos que pueden observarse individualmente en los miembros de un Equipo de Trabajo, cuya naturaleza innata se suele distorsionar cuando se busca instalar la Amabilidad por concepto y a golpe de obligatoriedad:

  1. El Pacifista, que media para que todos se lleven bien: asume una armonía artificial para evitar conflictos.
  2. El Campeón, que lidera de forma natural: acepta las cosas como son para no perder apoyo.
  3. El Perfeccionista, que busca en todo la excelencia: se resigna a la mediocridad.
  4. El Enérgico, que fomenta el dinamismo y la actividad: tolera la ralentización de las tareas.
  5. El Guardián, que cuida y protege a los demás: se inhibe para no crear agravios comparativos.
  6. El Observador, que analiza y entiende los problemas: se abstrae para evitar conflictos.
  7. El Individualista, que explora caminos por sí mismo: se retrae para evitar un exceso de protagonismo que moleste a los demás.
  8. El Triunfador, que consigue lo que se propone: minimiza los objetivos para no presionar al Equipo.
  9. El Solidario, que ayuda siempre a los demás: teme no estar al nivel exigido.

Ser amable es generalmente conveniente pero no puede ser convenido por decreto. Quien transita de la Amabilidad al Amabilismo desconoce que, para el rendimiento de un motor, un exceso de aceite lubricante no siempre lo mejorará. Una vez más, todo deberá ajustarse a su punto de equilibrio y el proceder de las personas en las empresas todavía más…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Alberto de Mónaco y la “Autorregulación”


Por lo que las imágenes de televisión nos han podido ofrecer del enlace matrimonial del Príncipe Alberto de Mónaco con la Srta. Charlene Wittstock, parece obvio que el evento nupcial tuvo mucho más de negocio que de ocio, arruinando así las ilusiones de tantos telespectadores ávidos de rememorar la más que cinematográfica emoción de una Grace Kelly al convertirse, hace medio siglo, en una princesa monegasca de cuento.

Las bodas reales siempre han sido, más que otra cosa, una “Cuestión de Estado” que subsidiaria y raramente ha concedido algún rincón de su justificación al corazón de los contrayentes, como parece que efectivamente así ha ocurrido en los recientes esponsales de William, el nieto de Isabel II de Inglaterra o los ya más lejanos en el tiempo de algunos miembros de la Familia Real española.

Casarse, si vas a ser o eres Rey, es una obligación más que personal sin duda profesional pues garantiza la preservación dinástico-familiar de un privilegio institucional de muy dudosa legitimidad democrática, aunque esta ahora es otra cuestión. Por tanto, en esos casos suele ocurrir que la obligación no necesariamente suele venir acompañada por la devoción aunque esta circunstancia, que acontece muy a menudo, todos sabemos conviene disimularla en beneficio de las “reales” apariencias.

Alberto de Mónaco trabaja para una empresa que es su propio Estado. Estado que vive, nunca mejor dicho, de las apariencias pues su PIB lo genera la venta del supuesto glamur que destila la familia Grimaldi, sea para bien o para mal. Lo que de su actuación y comportamiento públicamente quede manifestado se traducirá en el peso de las arcas de un país que se alimenta del papel cuché y cuya bondad fiscal no es argumento suficiente para compensar unas limitaciones geográficas que no le permiten aspirar a más.

Sin duda, el cuestionable espectáculo nupcial que nos ofreció el hijo de los ahora añorados consortes Rainiero y Grace constituyó una desafortunada gestión de lo que es su responsabilidad profesional y una valiosa oportunidad perdida, que minorará significativamente las expectativas de retorno de la inversión de una boda que tardará varias décadas en volverse a proponer en el pequeño principado europeo.

¿Profesionalmente, en qué falló Alberto de Mónaco…?

Una de las competencias esenciales de todo aquel profesional que interactúe en entornos relacionales es la adecuada gestión de su emocionalidad, ya sea por un exceso que le obligue a la contención o por su defecto que le aconseje su dinamización. Tan pernicioso puede ser el dejarse llevar incontroladamente por los sentimientos como el no ser capaz de generarlos y mostrarlos cuando se debe y es oportuno. Por desgracia, a menudo los extremos se suelen tocar siempre en el punto más inconveniente.

Si todos aceptamos que contener la emocionalidad en determinadas ocasiones es lo apropiado y hasta lo necesario, también deberemos considerar que no lo es menos el propiciarla y demostrarla en otras, aunque esto mismo pueda resultar a veces un tanto embarazoso por la ausencia de práctica habitual.

A lo largo de mi carrera profesional me he cruzado con algunos triunfadores que, entre sus principales virtudes, atesoraban la de saber manejar con tino de relojero helvético la manija del nivel de exteriorización de su comportamiento emocional y siempre con independencia de su “procesión interna”. Tenían lo que en palabras de Daniel Goleman se llama la Autorregulación, uno de los anclajes básicos de la Inteligencia Emocional (IE) que les permitía ajustar milimétricamente su actuación personal a lo demandado por las situaciones que vivían. Y todo ello por supuesto sin traicionar a la verdad, pues los predicamentos de la IE no fomentan el falseamiento de los sentimientos sino simplemente su adecuado manejo social.

La Autorregulación también es una de las virtudes de todo buen actor profesional, siempre en búsqueda de la verdad interpretativa a partir de su honesta capacidad para generar sentimientos a demanda, eso que tan bien supo hacer la Princesa Americana, madre del hierático e insulso Príncipe no azul de la cosmopolita Costa Azul mediterránea… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro