¡Fracasa rápido!

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Quien dijo que los mensajes de afirmación personal siempre debían expresarse en positivo olvidó que lo supuestamente negativo en ocasiones se constituye como el peaje necesario que, para alcanzar lo deseado, debemos pagar.

Si bien es cierto que el éxito es lo opuesto al fracaso, esto no significa que aquel no pueda contener a este, tal y como la evolución del conocimiento humano históricamente nos ha llegado a demostrar al configurar la prueba y error como método científico de probada efectividad.

Fracasar tiene un sentido negativo que solo se justifica cuando los fracasos no derivan en nuevos intentos de éxito modificando, eso sí, cada vez algo del procedimiento a desarrollar. Fracasar es un error cuando no incorpora el aleccionamiento de lo que no hay que volver a practicar. Fracasar se constituye en nuestro peor consejero cuando llega a condicionarnos mentalmente hasta el punto de cercenarnos toda la confianza en nuestra posibilidad. Fracasar es vergonzoso cuando no somos capaces de entender la vida como una oportunidad de aprendizaje sin solución de continuidad. Fracasar es un fracaso cuando decidimos excluir para siempre esta palabra de nuestro vocabulario por temor a errar.

Pero el fracaso no es malo de suyo cuando se enmarca en un plan de objetivos que predeterminadamente lo contempla como algo posible y en ocasiones necesario para avanzar. El no llegar a asumir convencidamente que la probabilidad de acertar a la primera es muy menor nos lleva a restringir nuestras intentonas de éxito solo a aquellas en las que este está casi asegurado, lo que sin duda es el mejor camino para nunca nada importante lograr (por ejemplo, en España un 64% de los emprendedores no vuelve a intentarlo después de fracasar).

No hay éxito sin fracaso. Y esto es tan así que, en los albores del mercado de la industria informática, los directivos más valorados eran aquellos que provenían de empresas fracasadas pues, en un mundo sin reglas de juego todavía conocidas, saber lo que no se debía volver a hacer ya era toda una garantía de efectividad.

En definitiva, si admitimos que en la mayoría de las ocasiones para tener éxito hay que fracasar primero, lo que convendrá entonces es minimizar el tiempo que nos lleven los fracasos. En un mundo en donde el tiempo es el valor más codiciado, la eficiencia en el éxito requerirá también abaratar los fracasos, por lo que sin más esperar…

¡Fracasa rápido!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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