¡Hola guapa…!

Ciego

El otro día me encontraba en una acera de Valencia guardando el casco en mi moto allí aparcada cuando a mis espaldas escuche un efusivo y galanteador… ¡Hola guapa…! Debo confesar que una hormonal curiosidad por contrastar la veracidad del piropo me obligo a girarme con presteza para observar a su afortunada receptora quien, pude atestiguar según mi gusto personal, lo merecía pero en algún grado inferior. La halagada señorita, apostada en el escaparate de un comercio de moda donde seguramente trabajaba, no cabía de gozo y satisfacción por el cumplido percibido, regalando mohines y carantoñas al caballero lisonjeador mientras este entraba a la tienda con determinada intención. Caballero que al instante pude constatar con gran estupefacción por mi parte era un ciego de aspecto reglamentario: con sus gafas negras, su bastón blanco y alzado el mentón.

Que nadie se sonría tras leer lo anterior pues… ¿alguien puede negar que ante un dudoso cumplido recibido no lo ha gustosamente aceptado y sin pararse a mayor comprobación? Yo no.

Casualmente esa misma semana, facilitando una sesión de Business Coaching, tuve un conflicto dialéctico con un cliente quien, instalado en una impuntualidad constante y demostrada por mis mediciones, no la aceptaba obcecándose en justificarla obstinadamente con todo tipo de disculpas peregrinas basadas en las socorridas circunstancias externas que, en su opinión, le excusaban en cualquier situación.

Es evidente que, con independencia de su verosimilitud, todos afrontamos de diferente manera las opiniones de los demás según sea su orientación, lo que nos lleva normalmente a atender y cargar de credibilidad más a las positivas que a las negativas, con la consiguiente pérdida de perspectiva real. La indulgencia en la frontera de entrada del halago combinada con la severidad en la de aceptación de la crítica nos instala en una suerte de atracción de feria donde los espejos combados distorsionan nuestra imagen con asumida aceptación .

Todo proceso de mejora profesional y personal parte del intento de objetivizar a la mayor medida posible el auto-reconocimiento de las deudas que tenemos con nosotros mismos, pues sin ello nada sería necesario cambiar y por lo tanto todo nos seguirá igual. No hay efecto sin causa y por consiguiente no habrá motivo que nos lleve a la acción (Motiva-acción) de creernos convencidamente que nos encontrarnos cercanos a nuestra mejor situación.

Escuchar a los demás, ofreciendo igualdad de oportunidades y crédito a todas las opiniones sensatas, es el único camino para asegurarse la posibilidad de un destino mejor. Cualquier discriminación interesada nos reafirmará en nuestras fortalezas pero desgraciadamente nos ocultará nuestras debilidades que, siendo muchas o pocas, todos tenemos la responsabilidad y obligación de reparar para construir una vida en constante recalificación.

Al final, de toda esta historia me asalta una duda que nunca podré despejar respecto de la idoneidad de la ropa que pudo haberse comprado el mencionado caballero invidente, al confiar ciegamente en la halagadora opinión de su muy deudora por piropeada dependienta tras el mostrador…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro