Gracias a… “Españoles en el Mundo”

Españoles en el Mundo

Confieso que, hasta hace poco tiempo, no he logrado aclarar del todo un enigma en forma de paradoja territorial y cuya evidente simplicidad encierra algo más de lo que pueda aparentar.

Desde pequeño y durante muchos años no he oído otra afirmación por parte de personas y medios de comunicación que aquella que asegura que como en España no se vive en ningún otro lugar del mundo, llegando incluso a manejar en este sentido algunas discutibles estadísticas que lo parecen corroborar. Si a esto le unimos que yo comencé a viajar al extranjero a mediana edad, es fácil entender que también fuera preso de esta provinciana creencia, más propia de anticuadas veleidades autárquicas cuyo sabor endogámico no resiste un riguroso análisis geográfico y social.

Es evidente que lo que los medios dan los medios quitan y gracias al éxito de programas al estilo… Españoles en el Mundo ahora sabemos que, a la pregunta de si volverán a España, los felices expatriados entrevistados coinciden con una espontánea unanimidad más que elocuente: todos están encantados de vivir en el extranjero y quizás algún día se lo lleguen a plantear. Por aclarar las cosas diré que estos programas comenzaron a emitirse con anterioridad a los años de crisis económica, por lo que cualquier explicación relacionada exclusivamente con asuntos de necesidad laboral no sería del todo real.

Algo similar ocurre también con ese sentimiento muy mayoritario y tan arraigado por el cual cada lugar de nacimiento se constituye en el paraje más bonito de España que hay, lo cual parece harto difícil a poco que utilicemos el sentido común y la estadística más elemental.

Ahora, más viajado y estudiado, diré que España no necesariamente es el mejor lugar del mundo para habitar (aunque no podría precisar con exactitud cuál es) y además debo reconocer que nací en una población que nunca será merecedora de participar en un concurso de belleza urbana de esos que premian la imagen de postal. Estas manifestaciones mías pueden parecer el mejor ejemplo de desarraigo territorial, aunque yo prefiero pensar que obedecen más a una deliberada obsesión por cuestionármelo todo para así contar con la oportunidad de decidir por mí mismo, en lugar de tener que aceptar ajenos estereotipos de los demás.

¿Qué nos lleva a considerar nuestro territorio como el más bello y mejor de los posibles que hay?. Sin duda no es la razón (según algunas de las argumentaciones anteriormente comentadas, aunque hay muchas más), por lo que me inclino a apuntar a la emoción como responsable de esta falsedad. El análisis emocionado de la territorialidad incorpora aspectos relacionados con la tribalidad o sentimiento de pertenencia que, a poco se extremen, es evidente son fuente de graves conflictos como así lo demuestra la historia de la humanidad y más cercanamente nuestro más preocupante presente nacional e internacional .

El concepto de planeta Tierra como nave espacial que viaja por el universo y en la que debemos acomodarnos todos es la mejor metáfora antiterritorialista para aquellos que son capaces de entender que el todo solo lo es cuando las partes no buscan la exclusividad. Partes que todos debemos compartir y respetar como ciudadanos de un mundo que no es propiedad de nadie y que, aunque ahora no lo parezca, está condenado a borrar las fronteras en un futuro seguro pero aun lejano, cuando el interés de lo económico sea sustituido por el interés de lo humano en una suerte de avance social por esa pirámide que Abraham Maslow ideó como individual.

Para ello será imprescindible alcanzar un nivel tecnológico que, garantizando la sobreproducción, asegure a todos bienes y servicios para eliminar los beneficios actuales de la especulación vinculada a la escasez o lo que es lo mismo, la tentación de acumular. Esto será tan posible como imposible parecía volar o que dos personas lograran comunicarse instantáneamente y a más distancia que la del volumen de sus gritos les permitiese escuchar. El progreso, aunque zigzagueante y a regañadientes, al final siempre es progresivamente unidireccional.

Yo soy español y cuando viajo por el mundo aprendo más de la vida. Así, no encuentro mejor razón que justifique el que mi interés nunca deba limitarse solo a mi cotidiano domicilio local…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro