Líder-tiones… 20

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 19)… Decantada por primera vez la balanza hacia la defensa de la duda razonable como criterio de prudencia y de responsabilidad, era el momento de volver a consultar, por lo que solicité otra votación. Nº12 y nº1 cambiaron su opinión y con ellos ya éramos nueve los que al muchacho le brindábamos otra oportunidad.

Tras esta votación, fue el carácter irascible de nº10 quien resquebrajó la paciencia de los demás cuando, contrariado por el resultado y llevado por sus aireados prejuicios condicionantes, vino a explotar con lacerantes improperios hacia la clase social del inculpado en un torrente de cruel e inaceptable descalificación, que finalizaría con su definitiva inhabilitación por parte de todos los que ya no queríamos escuchar más (hasta nº 4 tuvo que mandarle callar). Por mi parte no podía dejar que, aunque desacreditadas por los demás, las palabras de nº10 pudieran quedar libres de una enmienda que las hiciera del todo silenciar. Y así lo hice para recordar que, en este y en cualquier Jurado, solo el convencimiento total debía llevar a culpar. Convencimiento que todavía parecían albergar tres individuos y de ellos, a nº3 y nº4 invité a hablar, pues era claro que nº10 había quedado ya fuera de lugar.

A mi petición, nº4 respondió secundado por nº3, cuyo respeto subsidiario hacia él durante todo el juicio me incomodó hasta el punto de llegar a dudar de la independencia de su personalidad. El principal argumento en el que nº4 amparaba su decisión de no votar por la absolución se sustanciaba en el testimonio de la mujer que declaró ver el asesinato desde su ventana (al otro lado de las vías, mientras cruzaba un tren) y reconocer al acusado clavando una navaja en el pecho de su padre, tras lo cual la luz de la habitación se vino a apagar. No quise contestar por temor a errar, circunstancia de ventaja que aprovechó nº4 para presionar a nº12 preguntándole por su opinión. Opinión que cambió a culpable, lo que a muchos nos sorprendió y alarmó, pues suponía una involución que podía llegar a más de ser otros quienes transitasen también por ese indefinido camino de doble dirección al que les podía llevar su falta de seguridad. Ocho a cuatro y tocaba volver a remontar… (finalizará en Líder-tiones… 21).

Líder-tiones… 19

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 18)… Sin solución de continuidad, propuse a nº4 examinar la única coartada presentada por el inculpado y que todos pretendían desautorizar. Al ser interrogado después del crimen por la policía en la cocina de su piso, dijo estar en el cine cuando todo ocurrió pero no recordó ni el titulo ni los protagonistas de la película, que luego si citaría en la vista oral. A ese olvido circunstancial la acusación dio una importancia capital. En aquel momento, preguntando a nº4, logré averiguar que cuatro días atrás había acudido con su esposa a un programa doble y tampoco recordaba bien el título ni la protagonista de una de las películas y ello sin soportar la tensión emocional que el muchacho seguro sufrió durante el interrogatorio policial. Era claro que el olvido del muchacho no era suficiente como para que su coartada se debiera invalidar.

Más tarde, nº2 formuló una duda sobre la manera en que había sido apuñalada la víctima, pues en la vista se informó que fue en ángulo descendente, algo antinatural para un procesado que medía 15 centímetros menos que su padre. Sin embargo a nº3 le pareció este proceder normal y propuso recrear el momento del delito, interpretando él a un agresor de altura menor y yo a la víctima virtual. Me acuerdo que en el momento en que alzó la navaja sobre mi pecho los demás se levantaron alarmados por lo que pudiera pasar, pero yo mantuve una deliberada calma amparada en la seguridad de que nº3 no era un asesino, como tampoco el muchacho a quien teníamos que juzgar. Fue nº5 quien, llevado por sus vivencias juveniles, al instante nos vino a explicar que las navajas automáticas se clavan siempre hacia arriba por aquellos que las manejan con práctica y asiduidad, como era el caso del imputado, lo que le hacía dudar de que pudiera ser el autor material.

A esas alturas de la deliberación, yo era conocedor de que cada minuto de más para nº7 acrecentaba la posibilidad de renunciar al partido de beisbol que tanto ansiaba presenciar y por tanto me dirigí a él con la intención de volverle a preguntar. Sin pestañear me dijo que estaba “harto”, por lo que cambiaba su voto para desempatar y acabar. Yo, que  fui consciente al instante de esta aberrante inmoralidad, me abstuve de censurárselo poniendo por delante algo que entendía valía más y es la vida de una persona a la que, sin ninguna prueba evidente ya, se pretendía condenar. No obstante recuerdo la valentía de nº11, el relojero suizo, al reprobar la conducta de nº7 quien, en otra demostración de prejuicio racial, no le permitió un trato de igualdad y no quiso o no fue capaz de llegársela a justificar… (continuará en Líder-tiones… 20).