Por cuestiones personales de calendario, el Concierto extraordinario que el Palau de la Música de Valencia programaba para el 10/10/24 no entró en mi elección de compra de la Temporada, pero una confusión de la operadora telefónica que hace unos días me vendió todas las entradas, propició mi asistencia ayer a lo nunca visto y muy pocas veces oído, como explicaré a continuación…
En enero del 2017, la Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinski de San Petesburgo con su director artístico y general, Valery Gergiev, visitó el Palau de la Música de Valencia para interpretar, entre otras piezas, la Sinfonía nº5 de D. Shostakóvich (1937). Entonces escribí: “…Por más que la perfección sea el fin de toda grabación, nunca se acercará a la profunda conmoción que transmite una interpretación en vivo y más si esta llega a la absoluta excelencia, lo que ayer felizmente ocurrió. Fueron 47 minutos antológicos que, hasta que la memoria me acompañe, no olvidaré y guardaré en mi docena de tesoros musicales, esos que justifican una vida buscando lo que no tiene dueño y se llama emoción…” (https://www.facebook.com/groups/foroperavalencia/posts/1465725136772926/).
Pues bien, lo que en el Palau de la Música de Valencia nos ofreció Teodor Currentzis con su “Orquesta Musicaeterna” (rusa y de solo 20 años de existencia), supera aquello que entonces y en este mismo lugar me pareció sublime, demostrando que la interpretación musical nunca tiene techo por más que uno crea que en ocasiones lo ha llegado a tocar, ingenuo desconocedor de los límites de una existencia que pugna por sorprendernos en cada ocasión. Tras más de cuarenta años de asistencia a conciertos y representaciones de ópera, cada vez me resulta más difícil emocionarme, por esa suerte de ley vital que penaliza lo muy conocido frente a la novedad que despierta lo ignoto en nuestro instinto de ilustración. Ayer, por sorpresa, volví a sentir aquello que no es posible explicar con palabras sin abaratar su valor.
El concierto comenzó con la galopante Obertura de “La forza del destino” [10] (G. Verdi-1862) y solo bastaron esos escasos ocho minutos de duración para que el público estallara en una apasionada ovación de las solo reservadas para el final de las grandes ocasiones, cuando el agradecimiento ya no atiende a medida y todo es rendido fervor. Luego vendría las “Variaciones sobre un tema rococó” [9] (P. Chaikovski-1876) con la violoncelista Miriam Prandi, cuyo carácter más intimista desentonó algo con el resto del flamígero programa, incluidos los bises de celebración (en especial, “Capuletos y Montescos” [10] del “Romeo y Julieta” de S. Prokófiev-1940, en una arrebatadora versión).
En la segunda parte, la Quinta de Shostakóvich hizo el milagro en un jueves (como diría Berlanga) de puente valenciano y merecida expectación. Y es que, cuando una orquesta y su director dejan de ser esclavos de la técnica para interpretar, sin olvidarla, con el intenso pulso del corazón, franquean ese límite que separa lo excepcional de la perfección. Sí, porque la perfección no es solo la ausencia de fallo, sino eso llevado al cielo de la emoción. Emoción en un Director cuya gestualidad no reprimía el arrobamiento que hervía en su interior. Emoción que se percibía en los cómplices músicos durante su concentrada e implicada interpretación (violines y violas de pie para atacar las cuerdas sin remisión). Emoción de todos ellos, felicitándose al término como futbolistas al marcar un gol, sabedores de que serán recordados por quienes tuvimos el privilegio de escuchar lo que no tiene parangón. Emoción la mía, al ver al primer violín de la segunda sección abrazar a cada uno de sus miembros mientras Currentzis saludaba a un desatado público que no se marchó, aplaudiendo y vitoreando en pie y sin ninguna excepción, algo nunca visto por mí en una Sala Iturbi que ayer habló ruso olvidando cualquier agresión y vivió uno de sus más grandes días de éxito y esplendor.
Mi rendido agradecimiento a la operadora telefónica que se confundió…



