
…En esta distópica situación, aterrizaron en mi entendimiento muchas incertidumbres, pero todavía no fueron suficientes para doblegar aquello que se encontraba anclado en el fondo de mi emoción. Era algo ingobernable, que me abocaba una vez más a considerar la culpabilidad ancestral del varón, desoyendo lo que una y otra vez demostraba el ejercicio de mi profesión. Y es que al prejuicio no hay objetividad que le afecte, erigiéndose en el mejor embajador de la arbitrariedad y en la peor fuente de vana discusión…
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