
…Nadie… excepto un resucitado Sigfrido que, fantasmal, un día apareció en el figón y a quien serví cordero asado sin que nuestras mudas palabras delatasen alguna afiliación. Solo dos pares de abdicados ojos hablaron el olvidado idioma de nuestro primer amor. Al marcharse, nos despedimos sin hacerlo, convencidos de que ni una ni otro tendríamos más ocasión…
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