El tenis, el trabajo y nuestra equivocación

El tenis, el trabajo y nuestra equivocación

Quien haya empuñado una raqueta en alguna ocasión conoce del insondable misterio por el que unos días casi todas las bolas entran y otros no… aun cuando pueda parecer que siempre las golpeamos con la misma intención.

Quien vive su trabajo con la aspiración de cada día ser mejor también encuentra difícil explicación a esa pertinaz ambivalencia que sucesivamente determina los buenos y malos resultados de los que parece no encontrar fin nunca la voluntad y el tesón.

Entonces… ¿dónde está la explicación?

Pues simplemente en solo considerar del orteguiano… yo soy yo y mis circunstancias, las segundas sin apenas reparar en el primero. No es más, pero tampoco menos, como veremos a continuación.

Es evidente que un día de viento puede condicionar negativamente en la cancha el resultado de nuestros golpes, así como una crisis económica elevar alpinamente el camino de nuestras ansias de progreso profesional o empresarial. Esto es indudable aunque no determinante, pues hay otro factor en juego: YO.

Si ante los repetidos fallos cometidos por la molesta y sorpresiva injerencia de un viento racheado no somos capaces de entender que el mismo también forma parte del partido de tenis al igual que las bolas, la red y nuestro contrincante, entonces caeremos por el peligroso tobogán del balsámico reproche justificativo, cuyas consecuencias siempre adversas apuntarán directamente a nuestra autoconfianza y motivación.

Si los muchas veces infructuosos esfuerzos por mejorar nuestra situación laboral no nos trasladan el retorno esperado llevándonos frecuentemente al desanimo y hasta la inacción, entonces seremos nosotros mismos quienes estemos contribuyendo significativamente al alimento de esa decepción por no entender que lo que de nuestra parte hay que poner nunca (pero nunca) deberá faltar, escapándonos así irresponsablemente de esa necesaria contribución.

Las personas de éxito se distinguen, entre otros méritos, por saber siempre cuál es su responsabilidad en aquello que no están consiguiendo, para entonces acometer sin ambages su resolución, olvidándose de ese viento molesto que al fin y al cabo solo es aire en movimiento de ajena resolución…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La mayordomía empresarial

Mayordomía empresarial

No es un secreto que yo descubra ahora el que la realidad de las relaciones entre líderes y sus equipos todavía sigue definiéndose muy en términos feudalistas, en donde el sometimiento total y aceptado de los segundos a los primeros podríamos definirlo como de mayordomía empresarial.

Por más que así lo parezca, no toda la responsabilidad del liderazgo efectivo la tiene siempre el Líder en una organización, pues son sus colaboradores quienes deben asumir decididamente la parte de protagonismo que también les corresponde en la mejora constante de los resultados empresariales y que en muchas ocasiones, acomodaticiamente eluden, descargando en sus superiores toda la responsabilidad.

En mis cientos de procesos de actuación como Business Coach he llegado a la conclusión de que muchos responsables de equipos de trabajo viven instalados (por supuesto, erróneamente) en su virreinato particular, que además desgraciadamente es alentado por quienes lo conforman en un intento constante de agradar, aun cuando se encuentren en permanente desacuerdo con sus criterios (el jefe siempre tiene la razón, incluso cuando no la tiene) y lo vengan a callar.

Por supuesto, no seré yo quien aliente la rebeldía y el desacato pues esto no lleva nunca a ningún lugar conveniente, pero tampoco apoyaré a quien se instale en la injustificable dejación de su responsabilidad para con la empresa en la que trabaja. Responsabilidad que siempre le exigirá la defensa adecuada y educada de aquello que considere como mejor, a pesar de quien le tenga que pesar.

Repetir un rendido señor, sí señor sin solución de continuidad es la peor contribución que pueda hacerse a las organizaciones para las que trabajamos y a esos líderes tóxicos que solo buscan en sus colaboradores… mayordomos de su incompetencia empresarial.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La TV y la Inteligencia Emocional

Gran Hermano

Si hay un ejemplo universal de utilización torticera de los postulados de la Inteligencia Emocional, sin duda ese es el protagonizado por la televisión de hoy, que se ha convertido en el mayor generador de analfabetos emocionales a mayor gloria de los llamados Reality Shows o Telerrealidad.

De siempre, una de las estrellas de la programación televisiva han sido los concursos en sus más variadas manifestaciones, cuyo modelo inicial se asentaba en la competición del saber y la habilidad o lo que es lo mismo, de competencias personales o profesionales que eran la envidia de espectador normal. Es evidente que ahora todo esto ha cambiado, pues ya son desgraciada mayoría los programas de telerrealidad que embarcan a los inocentes concursantes en absurdos sinsentidos al servicio de su triunfal demostración de inestabilidad y descontrol emocional. Ahora quienes vencen son los que menos Inteligencia Emocional demuestran, pues precisamente es lo que premia el espectador actual, siempre ávido por presenciar anónimamente desde su sillón como los demás pierden los papeles, incapaces de poderse autocontrolar.

Ejemplos como “Supervivientes”, “La casa de tu vida”, “Esta cocina es un infierno”, “Operación triunfo”, “El factor X”, “La voz”, “Fama ¡a bailar!”, “Tu cara me suena”, “Tu sí que vales”, “Mujeres, hombres y viceversa”, “Granjero busca esposa”, “¿Quién quiere casarse con mi hijo?”, “Supermodelo”, “Splash”, “Famosos al agua” o sobre todo “Gran Hermano” representan la quintaesencia de la telerrealidad. Concursos cuyos premios siempre se obtienen por dejarse llevar más por el corazón que por la razón, en una demostración palmaria de inmadurez personal.

No lo podré nunca demostrar, pero estoy convencido de que en los cástines de “Gran Hermano”, el criterio de selección principal de participantes es el de su volubilidad emocional (que en algunos casos llega hasta la inestabilidad mental). Es lo que da juego y vende, pues parece ser que nos gusta ver (con la bendición de la caja tonta) a quien nos supera en errores y debilidades a modo de ejercicio de exorcización colectiva de nuestro mal particular. Hemos cambiado a los ganadores por ser mejores que nosotros, por los ganadores por ser peores que nosotros, curioso referente de idoneidad que fatalmente deriva en un equivocado camino de progreso social.

Los concursos televisivos ya no se ganan por excelencia sino por normalidad, lo que nos permite creer que también podríamos llegar a ganarlos nosotros. Aquí está su socializante éxito. El éxito de la ganada mediocridad.

No hace mucho escribía La moda de la Inteligencia Emocional cuyo contenido es también válido para lo aquí tratado, pues de moda están en las TV de todo el mundo las emociones con gestión irregular. Quienes defienden el mundo de las emociones como gobernador plenipotenciario del ser humano, en ocasiones no distinguen el que no todo vale, añadiendo ellos mismos share a una telebasura que quizá por ello nos merezcamos y debamos pagar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El austericidio personal

Austericidio

Que no hay que gastar más allá de lo razonablemente disponible, nunca lo cuestionaré. Pero convertir todo el gasto en ahorro y no parte de él en inversión, siempre lo condenaré y precisamente ahora no me faltarán argumentos para ello.

No es mi propósito opinar sobre las políticas macroeconómicas que rigen la actualidad al no tener por costumbre tratar sobre lo que no puedo cambiar (incluso cuando ello me afecta). La vida es tan corta que merece la pena actuarla en lugar de contemplarla.

No obstante, no puedo esconder que lo que en grande ocurre acaba por acontecer también en pequeño y así las políticas de austeridad gubernamental que hoy presiden muchos consejos de ministros del mundo desarrollado (aunque arruinado) se cuelan aun sin quererlo en nuestras empresas y familias. Y todo por lo que en ciencia económica se llama Expectativas Racionales o esa tendencia a proyectar hacia el futuro lo actual, sobredimensionándolo y entendiéndolo como invariante. Sin duda, la epidemia más viral que exista y cuyo caldo de cultivo ideal se llama miedo colectivo.

Creo en la prudencia como consejera ante el disparate gastador compulsivo, pero nunca como un paralizante de la inversión razonada y rentable. Aun hoy, todavía existen empresas y familias con capacidad de inversión que duerme el sueño de los justos en cómodos depósitos bancarios a la espera de un tiempo mejor. No hay mayor equivocación, pues sin duda es este el mejor tiempo para el encuentro de oportunidades a precios de conveniencia. Cuando todo cambie, todo se encarecerá y el retorno de cada inversión caerá.

¿Por qué negarlo?. Somos conservadores por naturaleza. Sobre todo si tenemos algo que conservar, lo que explicaría el transito vital de la mayoría desde el progresismo juvenil al conservadurismo maduro. Cuando no tengo nada lo comparto y cuando lo tengo, lo defiendo y guardo.

El futuro es incierto, eso es cierto. Por tanto, no debiéramos pensar ciertamente que la crisis económica actual permanecerá sino más bien que transitará hacia otro arco del ciclo pendular que por necesidad deberá ser paulatinamente mejor. Quien esto sea capaz de entenderlo, ganará.

Dicen que la austeridad es práctica de sabios que, por serlo, siempre saben hasta donde llegar en su contenido gastar para así evitar desembocar en un absurdo y trágico austericidio personal…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las excusas son siempre causas cómplices

Complice y conciencia

El hombre es el único ser vivo capaz de auto-justificarse en casi todo lo que hace, sea bueno o malo y con razones que siempre llegan a convencerle por más que algunas no resistan la objetividad. Así de hábiles somos y así de engañados vivimos bajo nuestra responsabilidad.

¿Alguien recuerda aquella canción de Lola Flores que decía eso de… ¿cómo me la maravillaría yo? Pues eso, que somos maestros de la maravillación o el arte de reinterpretar sesgadamente las causas pasadas para luego justificar equivocadamente las consecuencias presentes y lo que es peor, así de convencidos llegarlo a firmar.

En la vida de cada cual no todo lo que hace es adecuado o digamos, lo mejor que podría hacer. Identificar esa conveniencia es primordial si lo que pretendemos es mejorar el resultado de nuestras actuaciones futuras. Evidentemente, no tendremos nada que mejorar si todo lo hecho queda suficientemente justificado como lo mejor en cada momento, siendo este precisamente uno de los orígenes del estancamiento personal y profesional que en muchas ocasiones solemos percibir en la vida y en el que no solemos reparar.

Pero, ¿qué explica nuestra obcecación por barrer siempre hacia nuestro hogar? Pues principalmente el auto-aprecio genético con que nacemos, que luego continuadamente nos tenemos y que, por mal entendido, busca una nota siempre superior a la merecida. Aprobar sin saber, tarde o temprano nos llevará al bochorno de ser descubiertos en la incompetencia, lo cual es obvio que nos generará más problemas que los que inicialmente intentábamos tapar.

En otras ocasiones he traído a mis artículos la dualidad existente entre Cómplice y Conciencia como principal determinante de nuestra capacidad para juzgar los actos propios. Ambos consejeros vitales, celosos moradores de nuestro cerebro en lo menos material, pugnan cada cual por abarcar más espacio que el otro y en el resultado de esta contienda territorial el vencedor es quien determinará cuál es el color habitual de nuestras justificaciones. Si es la Conciencia, estaremos más cerca de la huidiza objetividad manejándonos en el mundo de las razones. Pero si es el Cómplice, nadie nos librará de barajar tantas excusas como causas justificativas precisemos en un alarde de habilidad en conseguir decirnos lo que mejor queremos escuchar.

Confieso que en algunas ocasiones yo también pueda ser un ejemplo de esto último, aunque sospecho que solo en esto no debo estar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El liderazgo también es cosa de… números

Liderazgo y numeros

Dicen que los números 1 se juntan con los números 1 y los números 2 con los números 3, 4 o… 27. La elección de los compañeros de viaje en cualquier área de la vida es un fiel reflejo de nuestra personalidad y supone uno de los determinantes críticos para alcanzar los propósitos buscados en nuestro trayecto vital.

Pero la mayoría de nuestros objetivos vitales requieren para su realización de la colaboración (directa o indirecta) de los demás. Buscar asociaciones personales enriquecedoras es evidente que siempre nos beneficiará, a excepción de aquellos casos en que el fin buscado sea solo el de destacar.

En el ámbito profesional está probado que el único camino de avance válido para las empresas es el que pasa por el trabajo coordinado en equipo. Cualquier organización requiere de la contribución efectiva de todos sus integrantes para afrontar los exigentes retos que en las economías desarrolladas hoy se vienen a plantear. Por tanto, parece lógico concluir que cuanto más eficientes sean los equipos de trabajo mayores serán las posibilidades de triunfar.

El liderazgo tiene como una de sus grandes responsabilidades la construcción de equipos eficientes de trabajo, asunto nada fácil de resolver y por el que son reconocidos y remunerados los mejores directivos del mundo. Conseguir hacer… hacer y además hacerlo bien es el principal cometido de todo responsable comprometido con los retos que le demanda su ámbito de actuación profesional.

Además, un equipo eficiente de trabajo se construye a partir de dos condicionantes insustituibles: la calidad intrínseca de sus integrantes y el continuado desarrollo de sus saberes y competencias. Contar con la primera sin fomentar los segundos lleva al estancamiento y la desmotivación, pero propiciar los segundos sin tener la primera es claramente malgastar el dinero, convirtiendo en gasto improductivo la inversión salarial.

No es la primera vez que en la definición del perfil profesional para la selección de un puesto de trabajo, el responsable del futuro empleado me ha tratado de convencer torpemente de la conveniencia de rebajar el nivel de exigencia curricular por debajo de lo que las funciones que ese puesto requería. Esto solo tiene una explicación y se llama miedo a la competencia interna o lo que es lo mismo, miedo a la propia incompetencia personal.

El líder que es capaz de buscar y reconocer en los demás el talento, aun por encima del suyo, lejos de oscurecerse brillará más al reflejar la luz de quienes le acompañan y a quienes les deberá en gran parte su éxito. El éxito de haberse sabido rodear de números por encima de su capacidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La compensación de riesgos en la vida

Riesgo

Si la mejora exige el cambio y este la asunción del riesgo para abandonar la comodidad, solo quienes lo acepten contarán con oportunidades de progreso y consecuentemente del éxito a que aspiren llegar. Por tanto, éxito y riesgo caminan de la mano en una asociación que tiene vigencia desde el comienzo de la humanidad… aunque su práctica efectiva se reduzca al saber hacer de solo unos pocos: los que entienden el juego de la probabilidad.

En esta ocasión vengo a tratar un asunto que por su relevancia me encuentro frecuentemente en mis sesiones de Coaching: el deseo de mejora integral y rápida de nuestra vida. Deseo que normalmente no suele acordarse de la dificultad que ello comporta y consecuentemente viene a derivar en muchas frustraciones que finalmente llevan a la claudicante desmotivación vivencial.

En 1981, John Adams, profesor de la Universidad College de Londres publicó un estudio que explicaba como las personas se enfrentan al riesgo. Las conclusiones finales afirmaban que todos tenemos un particular volumen vital de riesgo asumido que nos caracteriza y que repartimos entre todas las áreas de nuestra vida de forma homeostática. Por ejemplo, quien goza de estabilidad y seguridad en su trabajo puede tender a buscar en su vida personal actividades excitantes que lleguen a cubrir su tasa de riesgo vital… y viceversa, porque de todo hay.

A estas conclusiones llegó el profesor Adams comenzando con experimentos tales como la comprobación de los diferentes estilos de conducir de una persona en vehículos con ABS y sin este mecanismo de seguridad. La mayoría conducía más rápidamente cuando lo hacía con ABS al objeto de compensar esta ventaja y así mantener un mismo nivel de riesgo asumido y todo esto sin  llegarlo a reflexionar.

Así, podríamos concluir que el umbral de riesgo total que cada persona está dispuesta a asumir en su vida es el que marca su techo de concesión al cambio y por tanto al progreso. Como quiera que ese umbral es aproximadamente fijo o constante en cada cual, la solución estará en quitar riesgo de allí para ponerlo allá. Es decir, compensar riesgos hacia donde mejor contribuyan a lo que para nosotros sea más principal.

La forma práctica de instrumentarlo no es complicada procedimentalmente (si lo es en la práctica efectiva) y comenzará definiendo que áreas de nuestra vida precisan de mayor mejora y cuáles no tanto, concentrándonos en las primeras y olvidándonos de las últimas para dejarlas como están. Después, identificando objetivos de mejora (divididos en tareas más sencillas a realizar) que impliquen cambios significativos para las áreas prioritarias, asumiendo siempre el riesgo de no acertar (riesgo que debe ser descontado previamente al comienzo de cada tarea). Finalmente poniéndose en acción, para lo cual es imprescindible el seguimiento constante de las tareas comprometidas utilizando el recomendable método del cumplimiento de la fecha límite que previamente les habremos tenido que asignar.

El poeta y dramaturgo francés Pierre Corneille (1606-1684), contemporáneo de Molière y Racine, dijo…

“Conquistar sin riesgo es triunfar sin gloria”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Solo querer no es poder

Cadena

En mi querencia, llevo muchos años defendiendo la honestidad como principio amparador de las relaciones humanas, aunque soy consciente de que por decreto no se puede implantar. No obstante, hago por conseguirlo y el presente artículo es una prueba más.

En Documentos TV, el programa de La 2 de TVE, he podido disfrutar recientemente el reportaje La industria de los expertos, todo un alegato contra esta inflación de seudoexpertos de cualquier tipo que nos inunda y que se ha convertido en una profesión para muchos avezados en el cuestionable arte del… parecer sin ser, es decir, del engaño total.

Es indudable que no existirían tantos expertos como hoy pueblan nuestro alrededor sin la necesidad que parece tenemos todos de ellos. El experto vive de la demanda social de su magisterio, aunque este frecuentemente sea un misterio que nadie alcanza a desentrañar. Vender gato por liebre no parece ser honesto y todavía menos cuando de lo que se trata es de ilusionar al personal garantizando su felicidad sin más coste que el de la gratuidad.

El mundo del Coaching y del desarrollo personal y profesional está rebosante de aspirantes a expertos que se imaginan poblando las estanterías de las librerías de los grandes almacenes de medio mundo o dictando conferencias internacionales ante auditorios multitudinarios con gran ovación final. En su sueño nace el engaño para los demás, pues alcanzarlo es tan difícil que para intentar llegar buscan el camino más fácil, que no es otro que decir lo que los otros quieren escuchar… pese a su manifiesta falsedad.

De todas, quizás la encomienda que más asiduamente manejan estos expertos en sus intervenciones es la del éxito, destino por todos buscado y que solo algunos logran alcanzar. Pues bien, no hay recomendación experta para el éxito que se precie que no integre lo del… querer es poder, claro está, aderezado de los más variados juegos de artificio que suelen convertir la realidad en un disneyano mundo de fantasía irreal. La simple reducción de la consecución de nuestros deseos al hecho de tenerlos vende tanto en la actualidad por cuanto desear es gratuito y lo regalado no tiene competidor en este contemporáneo mercado de la permanente indolencia vacacional.

Cualquiera puede llegar a triunfar como experto ante los más variados foros si el centro de su discurso se sustenta en el bálsamo de fierabrás que contiene la mágica fórmula del tener sin hacer, pues precisamente el hacer es lo que a todos nos cuesta… hacer y en esto se encuentra la dificultad.

El poder no es solo una cuestión del querer dado que la voluntad, sin estar acompañada del tercer eslabón de la cadena que es la factibilidad (el hacer y su posibilidad), siempre derivará en ilusoria esperanza en un destino que seguro nos será por alguien escrito de no conseguir hacerlo nosotros con anterioridad.

Y a quien probablemente no le hayan gustado mis palabras, solo tiene que pensar que yo en esto no soy un experto como son los demás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La sonrisa de los patinadores

Patinadora sonriendo

Siempre me ha fascinado presenciar las pruebas de patinaje artístico sobre hielo, que a su artística plasticidad unen el concepto deportivo del alto esfuerzo en la competición y aun otro muy singular: la sonrisa de los patinadores. Algo poco habitual.

Una de las características esenciales del deporte en general es la exigencia física que supone su práctica y que, aun variando de unos a otros, casi siempre deviene en cansancio y hasta agotamiento total. Debido a ello, es habitual encontrarnos con variados gestos y expresiones corporales de fatiga entre sus practicantes, quienes nos regalan las más variadas colecciones de muecas y ademanes que en ocasiones son tan acusados que nos informan claramente del grado de extenuación al que han podido llegar.

Pero estas manifestaciones de dolor no son enteramente inevitables y en ocasiones responden también a la idiosincrasia que cada deportista viene a demostrar. Recordemos el caso de la campeona corredora de fondo Paula Ratcliffe en los primeros años del presente siglo, quien acostumbraba a marcar el ritmo de sus zancadas con los más angustiosos rictus de dolor mientras sus contrincantes se mostraban mucho más relajadas, aunque verdaderamente no lo estuviesen pues en aquellos tiempos casi siempre era la brava atleta británica quien solía ganar.

Solo unos pocos deportes cuentan entre sus reglas (quizás no escritas) la conveniencia e incluso obligatoriedad de no exteriorizar muestras de esfuerzo, como significación máxima de control físico y también mental. El patinaje artístico está entre ellos (también las gimnasias rítmica y deportiva o la natación sincronizada), lo que me lleva a admirar todavía aun más a esos deportistas del hielo que son capaces de… al mal tiempo poner buena cara en forma de sonrisa, representando así lo tremendamente difícil como naturalmente sencillo en un alarde de control emocional.

Pero los entornos de dificultad no son privativos del deporte como bien sabe cualquier profesional que todos los días se enfrenta al duro reto de contribuir a la generación de valor para su empresa asumiendo su responsabilidad.

Mi actividad profesional como Business Coach me lleva a conocer de primera mano cual es el comportamiento de las personas en sus trabajos ahora que la cuesta está siendo muy empinada y es más difícil avanzar, pudiendo decir que solo unos pocos son capaces de practicar la sonrisa profesional.

No descubriré nada nuevo si recuerdo aquí que la tendencia natural que todos demostramos en los momentos de complejidad laboral es la de desmadejarnos y perder el control de muchas de nuestras competencias habituales para focalizarnos miopemente en un alocado devolver pelotas tal y como nos vienen a llegar. Abandonar nuestra planificación de las tareas en el tiempo o descuidar el trato con nuestros colaboradores internos o externos son solo algunos ejemplos de tantos otros en los cuales cada cual podrá reconocerse en mayor e menor cantidad.

Así las cosas, apelar a la dificultad de cada situación para no esforzarnos lo necesario en conseguir exteriorizar nuestra mejor versión profesional, nunca compondrá argumentario justificante por más que infantilmente nos lo creamos, pues en entornos complejos es cuando más se precisan todas las destrezas personales para combatir las contrariedades que nos acontecen y así llegar a contar con algunas oportunidades de triunfar.

¿Qué le diríamos a un patinador que quiere ganar si fuéramos su entrenador y nos pidiera permiso para dejar de sonreír en la próxima competición porque el esfuerzo de su compleja actuación se lo viene a dificultar…?

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La medicina prodigiosa

Autonomos

De las muchas cuestiones que al hombre le llegan a importar y estima como esenciales de su vida, la primera sin duda es la salud como condición necesaria para disfrutar de todas las demás.

Dado que habitualmente nuestra capacidad de valoración de las cosas suele venir propiciada más por su ausencia que por su tenencia, es claro que difícilmente solemos ser conscientes de la verdadera trascendencia de algo hasta que lo perdemos de manera total. Este procedimiento de evaluación no parece ser el más eficiente, pero desgraciadamente si es el más extendido dada nuestra propensión a olvidar todo aquello que perternece a nuestra cotidianeidad.

Pero la salud nunca se tiene toda o nada (excepto al fallecer), sino que su disfrute conlleva muchos grados de prestaciones que son inversamente proporcionales a la valoración que le queramos otorgar. Por ello, no todos la apreciamos de igual manera y quizás de ello se derive el diferente cuidado que le llegamos a prestar.

La consecuencia más evidente de la perdida de salud es el efecto invalidante que provoca y que en muchas ocasiones impide el desarrollo, transitoria o permanentemente, de una vida normal. En asuntos de trabajo esto se suele traducir en absentismo laboral, cuya justificación personal cada cual debería ser el responsable de valorar de la forma más honesta posible. Las fronteras que delimitan la posibilidad de asistir o no al trabajo cuando estamos afectados por alguna dolencia, en ocasiones son tan indefinidas que viene a ser la actitud y el grado de compromiso con nuestras obligaciones quienes suelen dictar como obrar.

Hace unos días y sin motivo aparente me quedé enganchado por la espalda, a partir de lo cual todo lo que antes cotidianamente era fácil de hacer se me complicó en tal grado que lograr ponerme unos calcetines me hacia merecedor de la más dorada de las medallas de un mundial. Privado de gran parte de mi movilidad habitual, los intentos por alcanzarla eran agradecidos por mi cuerpo con eléctricas descargas de punzante dolor, sin duda el mejor invento disuasorio que la naturaleza ha creado para quienes quieren obviar lo que todavía se encuentra mal.

En esta desfavorable situación y buscando el amparo de un facultativo que me aliviase la dolencia al objeto de no perjudicar mi responsabilidad profesional, me dirigí a la omnicomprensiva Seguridad Social y al exponer mi problema recibí la mejor de las medicinas posibles. Quien me atendió no era médico, pero su destreza paliativa doy fe que fue proverbial. Solo tuvo que consultar mi número de la seguridad social y comprobar que correspondía a la de un autónomo, para recordarme acto seguido lo mucho que perdería al estar de baja laboral. En su opinión, que también fue al momento la mía, mi asunto de salud quedaba solucionado sin otro particular.

Soy un autónomo y proclamo el gran descubrimiento administrativo que para la humanidad ha supuesto esta medicina prodigiosa que al instante te capacita para continuar en el trabajo, sin más dolor que aquel que provoca el remordimiento por la tentación de haber querido coger la baja laboral…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro