La vida no consolida derechos

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A las puertas del 2013, toda la desesperación que ahora nos embarga tras cinco años de recurrentes malas noticias económicas (que desgraciadamente vamos a proyectar hacia el año entrante), no está plenamente justificada desde un punto de vista objetivo y si desde la infantil consideración del… “Santa Rita, Rita; lo que se da no se quita”.

Por todos es conocido que una de las palancas de actuación más usadas por el movimiento sindical es la de los “derechos consolidados” o esa ley muchas veces no escrita que dice que lo laboralmente conseguido en cada momento no puede ser perdido. No es mi intención abrir ahora un ya gastado debate sobre esta cuestión reivindicativa, pero si el compararla con las reglas del juego de la vida que, por supuesto, no garantizan nada para siempre.

Desde aquí siempre he defendido la ambición por la mejora como uno de los motores del ser humano y ahora no me voy a desdecir. No obstante, se equivocará quien aspire a estar siempre y en todo momento mejor que en el anterior pues, como todos sabemos, la vida es una montaña rusa donde lo importante es que el final del trayecto se encuentre algo más alto que lo estaba el principio.

Excepto los dolorosos y cada vez más numerosos casos de desgracia sobrevenida, la mayoría de quienes pertenecemos a la gran colectividad que configura un territorio o país hemos perdido disponibilidades económicas en los últimos cinco años, lo cual no se traduce en que ahora nos encontremos peor que hace diez.

Contemplar la vida con una perspectiva algo mayor de la del corto plazo es esencial para conservar nuestra motivación en pos del avance, entendiendo que este se configura como la suma de muchos pasos hacia adelante y algunos inevitables hacia atrás que, medidos en una escala amplia de tiempo, normalmente siempre nos harán progresar.

¿Quien eramos hace diez años y quien somos hoy? Si consideramos que en el trayecto hemos ganado algo, por poco que esto sea, no tenemos derecho a quejarnos y si a congratularnos de nuestro progreso, el que la vida no nos garantiza consolidadamente y respecto del cual solo nosotros somos los exitosos responsable de su consecución…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Casualidad no existe… ¡ni aun hoy!

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Hoy es 22 de Diciembre de 2012, fecha en que cada año comienzan oficiosamente las fiestas navideñas en España y que viene popularmente identificada por el evento que mejor representa el reactivo concepto de “esperanza” como deseo gratuito de algo mejor : La lotería de Navidad.

Hace muchos años que vengo repitiendo en mis clases y conferencias una aseveración que no suele dejar indiferente a quienes con estupor me escuchan:

“Vivo mi vida sin esperanza”

Efectivamente es así por triste que pueda parecer porque, no pudiendo renunciar a mis convicciones, deberé contemplar mi futuro ajeno a toda esperanza que me lleve a “esperar…” algo mejor sin propiciarlo yo.

Renuncio a ser como Penélope, la desdichada protagonista de la nostálgica canción de Juan Manuel Serrat , quien esperó cada día de su vida en el banco de un andén a que llegase su amor y cuando este apareció, ya no lo reconoció.

Vivo sin esperanza porque quiero vivir con decisión y para ello deberé hacer para obtener, porque todo lo que tengo ahora en mi vida y le doy valor no me ha sido regalado y menos todavía me ha llegado por esa casualidad a la que siempre aspiramos sin el más mínimo rigor.

Creo firmemente que la casualidad no existe, ni aun hoy, pues quien haya comprado un decimo de lotería tendrá 1/100.000 probabilidades de que le toque una parte del premio gordo y quien sea capaz de comprar los 100.000 números, seguro le tocará…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Ramón Esteve: La Emoción de la Razón

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Escribir opinando es la mejor forma de mirar hacia el exterior y a su vez, sentirse observado. Las palabras que llevan el sello de lo personal siempre se alejan de la anodina neutralidad para mostrarse generosamente desnudas ante la opinión de los demás.

Recientemente escribí “La moda de la Inteligencia Emocional”, cuyo contenido ha incendiado las redes sociales de enervadas batallas emocional-racionalistas a las que no me sumé en su momento, no por desdén ni desconsideración alguna, sino por entender que mi opinión no podía mejorarla con respecto a la manifestada en el citado artículo.

Transcurridas unas semanas desde entonces, ahora quiero extender aquel planteamiento que solo pretendía contribuir a nivelar el cuestionable desequilibrio instalado desde hace varios años en los discursos más mediáticos entre la Emoción y la Razón, sin duda los dos pilares que sustentan nuestra singularidad como especie y que últimamente parece solo tener de lo primero y nada de lo segundo.

Y para que nadie me acuse de partidista, no voy a volver a “razonar” sobre el caso sino que precisamente traeré un “caso” que sin la necesidad de la argumentación paramétrica explica sensorialmente por sí mismo el éxito de la complementariedad de nuestros hemisferios cerebrales.

Siempre he defendido que si hay un arte que por definición del mismo precisa del equilibrio entre la cabeza y el corazón ese es la Arquitectura, que en su búsqueda de la belleza cortando los espacios con el tiralíneas de la pasión no puede ignorar su compromiso con la realidad de una fuerza gravitacional que la obliga a calcular.

Ser Arquitecto por tanto es conjugar dos mundos que en la práctica son tan difícilmente miscibles como lo pueda ser el escribir poesía con métrica, precisamente lo que consigue todos los días Ramón Esteve.

Quien se acerque a su trabajo como Arquitecto y Diseñador nunca más dudará de que un cruce de líneas rectas puede hacernos crepitar más que mil arabescos de recargada artifiosidad. Que los espacios solo se justifican si no roban el aire que ocupan y sirven a quienes los ocupan. Que la luz de una lámpara es algo más que la que nos ofrece su bombilla. Que la combinación de colores más rica nunca podrá igualar al blanco que a todos contiene. Que una escalera puede ser el mejor soneto vertical cuando sus escalones son los versos sincopados que nos elevan hacia una experiencia mejor. Que nuestra realidad la dibujan siempre los muros que nos acogen en un abrazo protector. Que “La Vida en 3D” solo se alcanza si somos capaces de amar nuestro alrededor.

Ramón Esteve es mi amigo y su obra me merecería la misma consideración de no conocerle o quizás aun más, pues casi siempre lo anónimo paradójicamente nos es más cercano que lo próximo. Quien es capaz de explicar con belleza la difícil conjunción de la Emoción con la Razón, sin duda siempre será motivo de mi rendida admiración.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Más de 100.000 gracias!

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Según definen los diccionarios, la palabra “gracias” es el término más usado en nuestro idioma para expresarle a alguien agradecimiento por algo. Si esto es así, me voy a valer de ello para repartir tantas como deudas tengo con mis lectores.

Desgraciadamente las normas de convivencia y educación social que rigen nuestro comportamiento habitual, por tan mecánicamente repetidas y en ocasiones sin ninguna reflexión, suelen perder su verdadero significado en nuestra actuación, convirtiéndose en meros formulismos “bienquedantes” a los que ya ni el emisor ni el receptor otorgan ningún valor.

Por esta vez yo no quiero que esto me ocurra ahora que festejo un inesperado regalo que nunca soñé alcanzar y que Noviembre generosamente me ha anticipado a las Navidades: 128.504 visitantes únicos mensuales.

Desde que un 17 de Febrero de 2009 quise poner voz escrita a mis pensamientos y a los de otros autores que han sido mis maestros, casi 700 entradas han llenado de ilusionado contenido un rústico continente que calladamente se ha ganado el aprecio de anónimos seguidores a quienes nunca conoceré pero siempre agradeceré.

No es la primera vez que aquí me remito a lo escrito en aquella que fue mi primera entrada, agradecida por anticipado…

“Gracias a todos aquellos que quieran leerme y también a los que no lo hagan. Esto demuestra que en este mundo todavía tenemos capacidad de elección”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Constructor que vendió su Ferrari

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Siempre me gustaron los coches deportivos. Antes por su uso y por su estética y ahora solo por lo segundo, pues su uso está en desuso so pena de cárcel por exceso de velocidad.

Esto me lleva a pensar que comprase (quien lo pueda) un vehículo deportivo ya no tiene mucho sentido utilitario excepto el de ser reconocido como exclusivo propietario de lo inútil (lo que no tiene uso).

Los dorados años centrales de la primera década de este siglo generaron muchos propietarios de lo inútil, pues su afán fue siempre más el de aparentar que el de verdaderamente utilizar. De entre ellos, una subespecie destacó con luz propia: el constructor inmobiliario arribista, arquetipo del negociante exponencial y del empresario banal.

Ayer monte por primera vez en mi vida en un Ferrari (599 GTB de doce cilindros y rojo, por supuesto) que en 2007 fue adquirido nuevo por un desconocido constructor para venderlo ahora a un conocido mío por menos de una tercera parte de su valor.

Y todo porque, sin poderle ya dar uso, tampoco puede alardear de su rampante imagen, que ahora es la de un triste perdedor…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Mi reconocimiento al “¿por qué?” de unos pocos

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A la pregunta de si la sociedad condiciona a las personas o son estas quienes configuran a la sociedad, lamentablemente debo responder que la ausencia habitual de una fuerte singularidad en la mayoría de los individuos determina que normalmente guie sus pasos la colectividad.

A partir de aquí soy consciente de que cada lector del párrafo anterior se reconozca como una excepción del mismo (lo que, de ser cierto, obviamente invalidaría mi teoría), considerando que su propia idiosincrasia y personalidad son lo suficientemente fuertes y definidas como para significarse incólumemente al margen de la influencia social.

Lo siento pero, mayoritariamente, nada más lejos de la realidad. Somos hijos del tiempo en que vivimos y de la región en la que habitamos, por lo que muchas de nuestras decisiones vitales están pintadas con las tonalidades propias de la tribu a la que pertenecemos y frente a la que usualmente no nos rebelamos, por más que nos consideremos de carácter especial.

Pero instalarse en esa comodidad que comporta la mansa aceptación de los planteamientos mayoritarios es una opción vital que no todos han elegido como forma de leer su presente y escribir su futuro, es decir, de gobernar su expectativa vital.

Algunos personajes señalados por la historia (o anónimos, que también los hay), han sido capaces de caminar por sendas no transitadas por los demás, aun a riesgo de su inquietante soledad. Ellos sin duda son quienes, siendo creadores de tendencias y opiniones, han contribuido al redireccionamiento de la brújula social hacia un norte de evolución y progreso que el resto del colectivo gregariamente se conforma en seguir, bien antes o bien después, pero siempre sin rechistar.

Ser miembro de ese selecto grupo de líderes es un distinguido honor que todos quisiéramos obtener y para tratar de conseguirlo solo hay que transitar por la vida siguiendo la orientación que les vino a caracterizar…

¡Nunca aceptar sin el ¿por qué? preguntar!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La berlanguiana “USA-filia” en España

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”Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar”… decía el bueno de Pepe Isbert encaramado al balcón del Ayuntamiento de Villar del Rio (Guadalix de la Sierra-Madrid) en la parodia cinematográfica dirigida en 1953 por Luis García Berlanga, “Bienvenido Míster Marshall”.

Casi sesenta años después, desgraciadamente los españoles seguimos evidenciando todo lo que en la película es motivo de chanza y ridiculización, pareciendo no haber pasado el tiempo por nuestra dignidad personal.

Llevo muchos años defendiendo la constatable efectividad económica de los USA (otros aspectos los podría condenar), basada en un pragmatismo empresarial y profesional profundamente asentado en su idiosincrasia nacional y cuyos incuestionables resultados cuantitativos puede que no resistiesen un análisis socialmente cualitativo, pero este sería otro asunto. Aun así, ese país se encuentra a la cabeza económica del mundo, lo que muy posiblemente y sin más ambages les gustaría protagonizar a la mayoría de los españoles.

Una de las circunstancias que hacen la vida atractiva es que no todos somos iguales (ni las personas ni los pueblos), lo que supone que normalmente haya algunos por encima y otros por debajo en cualesquiera de las escalas que queramos utilizar.

Tener por modelo a quienes son más competentes que nosotros es una recomendable fuente de inspiración que nunca debería confundir la admiración ante un mejor desempeño con la subsidiariedad por una supuesta superioridad. Nadie es superior a nadie pues, hasta la fecha, todavía no hay medida que holísticamente lo pueda comprobar.

Y hablando de medidas, si hay alguna que certifica el título de este artículo esa no es otra que la tácita aunque no por ello descarada orientación de los medios de comunicación españoles (quizás los de otros países también) en la apabullante cobertura de cualquier noticia que provenga de los Estados Unidos de América.

Los recientes acontecimientos del huracán “Sandy” (lo vivimos incluso en directo) o las mismas elecciones presidenciales (posiblemente superan en horas de emisión a cualquiera de las españolas) así lo atestiguan, aunque podríamos citar otros muchos ejemplos cuya trascendencia es menor y aun así encabezan portadas de prensa, radio y televisión. También los “Callejeros Viajeros” y otros “Comandos de Actualidad” se empeñan en trasladarnos las excelencias y curiosidades (que son siempre simpáticas) de un pueblo que sin más ayuda y con la sola repercusión de su poderosa industria cinematográfica ya tendría asegurado el protagonismo mediático mundial.

Todo ello nos ha llevado a un fenómeno curioso y es el del profundo conocimiento que tenemos de la realidad norteamericana, en muchas ocasiones aun mayor que el que podamos albergar sobre ciertas zonas de España (otras evidentemente no), que llevan años apagadas comunicacionalmente (¿existen…?) para resignación de sus habitantes, que paradójicamente son los mismos que atienden con fruición a lo que pasa cada día en la bolsa de Nueva York.

Debo reconocer que personalmente me abochorna esta situación que, sin querer significar trasnochados patriotismos, nos ha desmemoriado nuestro relevante pasado en la historia mundial de los últimos cinco siglos, convirtiéndonos en una moderna réplica de la más genuina Gracita Morales y sus venerados “señoriiitos”.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La “moda” de la Inteligencia Emocional

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Titular este artículo a contracorriente de lo que hoy es actualidad puede que me lleve inmediatamente al patíbulo de los blasfemos por las huestes de los emocionalistas que, siendo apabullante mayoría, proclamo no me llegan a asustar en mi defensa de lo racional. Por tanto, estoy dispuesto a batallar.

A partir de aquí y ante todo, debo confesar mi admiración por quienes trataron y todavía tratan de explicar sensata y científicamente aquello que de las personas es más difícil de comprender: la parte del comportamiento humano enraizada en el componente emocional, que seguramente nos distingue como especie singular en el mundo conocido por el particular desarrollo de nuestro sistema límbico y del neocortex cerebral.

Hasta la fecha, todos los estudios sobre las emociones han ido transitando progresivamente desde la determinación de su localización cerebral (Mils-1912 y MacLean-1970, entre los más relevantes) hasta su catalogación básica (Ekman-1983) para llegar finalmente al juego combinatorio intrapersonal e interpersonal que propuso Goleman-1995 en su archifamosa La Inteligencia Emocional.

Asimismo, acepto convencidamente que el plano emocional es el que, de todos, más pueda condicionar el resultado de nuestras acciones llegando a ensombrecer muchas de nuestras potencialidades personales y profesionales de no ser gestionado con la adecuada oportunidad.

Aclarado todo esto, también diré que la importancia de una Inteligencia (la Emocional) no puede anular la otra (la Racional), silenciándola hasta llegarla a ningunear. Parece como si, en las dos últimas décadas, la especie humana hubiese perdido de su ADN la capacidad de razonar por un azar evolutivo ultraacelerado que nos hubiera llevado a ser entes de exclusiva fabricación emocional.

No nos engañemos, lo emocional siempre ha vendido, sigue y seguirá vendiendo y no hay mucho que buscar para toparnos con mil ejemplos en la Literatura (Cumbres Borrascosas), la Poesía (Veinte poemas de amor y una canción desesperada), el Teatro (La gata sobre el tejado de zinc caliente), el Musical (Sonrisas y lágrimas), la Danza (El lago de los cisnes), la Opera (La Boheme), la cinematografía (Lo que el viento se llevó), la Radio (Elena Francis) y últimamente la Televisión (Corazón/es y otros de luxe, además de lo demás).

Pues bien, partiendo de esta incuestionable realidad intercontemporánea, en los últimos tiempos se han hecho famosos una pléyade de avispados conferenciantes y articulistas muy marketineados que han visto un filón promocional en eso de hablarle a la gente de lo que precisamente (ahora, en tiempos difíciles) más quiere escuchar, aunque desgraciadamente en la mayoría de los casos desde un engañoso plano seudoterapéutico de salón que no lleva a ningún lugar.

Reducir el complejo mundo del Desarrollo Personal a la omnicomprensiva gestión de las emociones es uno de los errores que más daño pueden causar a quien eso se crea, pues toda mejora por necesidad siempre requerirá del cambio y este no es posible sin tenerse que esforzar. Esfuerzo que evidentemente no es una emoción sino el resultado del convencimiento razonado que, tras un análisis del retorno de la inversión, nos lleva a actuar.

La moda (en términos estadísticos se define como lo que más se da) de la Inteligencia Emocional con seguridad pasará y quedará su verdadera esencia que no es otra que la de compartir honestamente protagonismo con su complementaria, la Inteligencia Racional, pues solo juntas podrán generar las claves de eso que todos perseguimos y se llama Felicidad

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Hablamos…!

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No hace mucho tiempo, caminando por la calle, escuché el final de una conversación telefónica en donde un trajeado ejecutivo con el que me cruzaba la concluía proclamando un animoso ¡Hablamos…! y sin esperar contestación.

Sin duda es muy habitual el terminar muchas de nuestras comunicaciones profesionales (telefónicas o incluso presenciales) con esta expresión que, con la mejor pretensión de cortesía, representa uno de los mayores atentados a las normas de comunicación efectiva, a la vez que una evidente desconsideración hacia nuestro interlocutor al tratarle de iluso creyente de cualquier proposición.

Toda conversación telefónica cuyo final pretenda derivar realmente en la concertación de otra en un momento posterior, deberá identificar claramente este y de quien partirá la iniciativa para el nuevo contacto. Lo contrario, es decir, la indefinición, representa la hipocresía comúnmente aceptada de eso que llamamos quedar bien, pero que todos sabemos no sirve absolutamente para nada pues ambos interlocutores están pensando lo mismo del otro: no me llamará. Y lo que es peor: ni tampoco yo…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Hay trabajo en España…?

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Frecuentemente me pregunto si hemos llegado a ese peligroso extremo en donde todos puedan pensar que en España ya no hay trabajo. Si ello fuera así, solo puedo decir que entonces todos viven en un fatal engaño.

Aunque no representa el centro de mi actuación profesional, en ocasiones realizo procesos de selección de personal para mis clientes bajo su petición y cuando la situación lo precisa. En todos indefectiblemente vengo descubriendo que, cada vez más, la valía media de los candidatos excede a los requerimientos de las ofertas de empleo.

La primera explicación a esto podría basarse en la economicista ley de la oferta y demanda: menos ofertas de empleo para más demandantes implica que estos mejoren en sus competencias profesionales. Pues sí, es evidente que hay menos ofertas de empleo y también que la precariedad laboral ha generado legiones tanto de desempleados como de empleados descontentos con su situación profesional.

Por tanto, podemos decir que en España hay más talento que el que pueden absorber las empresas contratantes lo cual, en mi opinión, no debería ser un problema para quien “lo tiene” (el talento) sino todo lo contrario: una oportunidad.

Hace casi dos décadas, trabajando yo por cuenta ajena en diversas entidades financieras, me inquietaban las manifestaciones de algunos de mis clientes que aseguraban que una de las mejores decisiones de su vida había sido la de cambiar el trabajo asalariado por el de cuenta propia. Es evidente que mi perplejidad derivaba tanto por el desconocimiento que tenia de la figura del profesional autónomo como por mi entonces aversión al riesgo laboral. Tras una década de ejercicio libre profesional, ahora yo también me manifiesto en los mismos términos que aquellos clientes “inquietantes”.

Si en la actualidad hay una realidad innegable en España es que no cabemos todos en sus empresas, lo cual no quiere decir que no quepamos todos en su economía, por mas adelgazada que ahora pueda estar. Aceptar esto supone un cambio de paradigma imprescindible para todos aquellos que busquen una mejor solución a su situación profesional.

El último siglo nos ha demostrado que el crecimiento de las economías viene determinado fundamentalmente por el de sus empresas y empresa también es la generada por la actuación profesional de un emprendedor individual. Sin duda, cuantas más iniciativas autónomas recalen en una economía más valor aportarán a esta en forma de generación de nuevas demandas que retroalimenten las nuevas ofertas y así en un bucle sin fin.

Y si todo esto es simplemente así, ¿qué falla…? Pues lo mismo que entonces me falló a mí: la consideración restrictiva y timorata de que el único trabajo que había en España era el que ofertaban sus empresas…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro