50 años desde Kennedy hasta los Indignados


Lo primero que quiero escribir hoy es que (tal y como es mi costumbre)… no quiero escribir sobre política, o al menos sobre el componente político que pueda caracterizar al recientemente nacido en la Puerta del Sol de Madrid y ya internacional, movimiento de los “Indignados” (o del 15-M).

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la Indignación (del latín indignatĭo) como…

“Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”

…lo cual nos indica que este comportamiento suele manifestarse en las personas y siempre apunta contra otras personas.

De ser así (que lo es), la Indignación forma parte de ese tan singular grupo de manifestaciones humanas que se caracterizan por la identificación de los errores en los demás sin detenerse a observar los propios. La realidad nos certifica a menudo nuestra ancestral maestría por identificar la paja en el ojo ajeno sin percatarnos de la viga que obstruye el nuestro. Y aunque etimológicamente no sea así, el término Indignación debería contener una acepción (”Auto-Indignación”) que también lo vinculase a uno mismo, definiendo el saludable ejercicio de la humildad en el reconocimiento de los propios errores y áreas de mejora personal.

Los Indignados representan en la actualidad a una tipología de colectivo “anarco-laico-protestante” que no es nueva y que, de todas sus múltiples versiones, fue su estandarte la del Mayo Francés del ´68. Su característica más definitoria es la búsqueda de un mundo mejor desde la Utopía (del griego ο, no y τπος   o lugar que no existe)  y que la R.A.E. asimismo define como…

“Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”

Soy consciente de lo mucho que es necesario cambiar para mejorar nuestra sociedad y de que los cambios en ocasiones precisan de sonoros y decididos impulsos que desgraciada y frecuentemente suelen fracasar, tanto por la errónea elección de las vías reivindicativas como por la confusión en la comprensión de su verdadera factibilidad.

Es indudable que toda organización humana de índole política, empresarial, religiosa, deportiva, etc. para su eficiente desarrollo y perfeccionamiento requiere de la clara identificación de sus problemas y de la consecuente aportación de soluciones. Pero de soluciones posibles en su realidad circundante, de soluciones y objetivos S.M.A.R.T. (Específicos-Medibles-Alcanzables-Realistas-Temporalmente fijados) que ciertamente puedan aportar contribuciones aplicables y válidas a situaciones que siempre suelen ser mucho más complejas de lo que epidérmicamente puedan aparentar. Para avanzar eficazmente hacia la mejora siempre será imprescindible realizar un esfuerzo por concretar ”smartinamente”.

Creo sinceramente que la Indignación debería convivir con la Auto-Indignación pues no suele ser frecuente que al identificar problemas socio-económicos nos preguntemos sobre como nosotros mismos podríamos contribuir personalmente a su resolución, dado que hacer descansar la responsabilidad de encontrar las respuestas en los demás sin duda es mucho más cómodo y sencillo que la única formulación de las preguntas.

En este sentido, quiero recordar aquellas ya cincuentenarias pero todavía hoy vigentes palabras de J.F. Kennedy en su famoso discurso de investidura en 1961, cuando afirmó…

“Pregúntense, no lo que su país puede hacer por ustedes, sino lo que ustedes pueden hacer por su país” 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Reflexiones sobre el Talento


Puede que el famoso Ser o no Ser… del dubitativo príncipe Hamlet no se refiriese al Talento, aunque muchos afirman categóricamente convencidos que su posesión es una cuestión de nacimiento, lo cual yo vengo a dudar.

Y tampoco pensaba así el talentoso y aclamado actor español José Mª Rodero (1922/1991) al afirmar…

El Talento no es un don celestial, sino el fruto del desarrollo sistemático de unas cualidades especiales

En efecto, el Talento nunca lo es o lo será desde el recreo inmovilista de las propias capacidades innatas pues precisa de un necesario desarrollo o progreso enriquecedor, cuyo carácter no puede ser aleatorio sino que requerirá de la insistencia paulatina y regular, tal y como nos propone el periodista y escritor Francisco Umbral (1935/2007)…

El Talento, en buen medida, es una cuestión de insistencia

Por tanto, sería conveniente desmitificar el Talento al tratarse de una cualidad (en lugar de un don) que puede ser bastante más corriente de lo supuesto y que necesita de la constancia para manifestarse y perfeccionar, según nos indica la británica Premio Nobel de Literatura Doris Lessing (1919/-)…

El Talento es algo bastante corriente, pues no escasea la inteligencia sino la constancia

Será otro escritor, el francés Honoré Balzac (1799/1850) quien avanzó por esta orientación al relacionar la constancia con el único motor capaz de activarla: la voluntad…

No existe gran Talento sin gran voluntad

Claro está que sin menospreciar al Talento, este no lo podemos confundir con el Genio, ahora sí, eso verdaderamente infrecuente tal y como el filósofo suizo Henry F. Amiel (1821/1881) nos lo viene a ilustrar…

Hacer con soltura lo que es difícil a los demás, he ahí la señal del Talento; hacer lo que es imposible al Talento, he ahí el signo del Genio

El Talento es condición necesaria para el Genio, aunque solo fuera por lo que nos revela el también Nobel de Literatura, André Gide (1859/1951) con ganas de ironizar…

Se necesita mucho Talento para hacer soportable un poco de Genio

Una de las manifestaciones más evidentes del tener Talento es la que viene asociada con el concepto de contención (de actos, gestos y palabras) que, en el aspecto verbal es si cabe más evidente, segúnel escritor romántico Mariano José de Larra (1809/1837) nos viene a apuntar…

El Talento no ha de servir para saberlo y decirlo todo, sino para saber lo que se ha de decir de lo que se sabe

Contención verbal que también deberá servir para disimular en algunas ocasiones la impericia oratoria, como el moralista francés Jean de la Bruyere (1645/1696) así nos lo viene a explicar…

Es una enorme desgracia no tener Talento para hablar bien, ni tenerlo para saber cerrar bien a boca

Pero volviendo al planteamiento hamletiano inicial, el Talento es evidente que nada tiene que ver con la supuesta rifa del destino, por más que muchos no talentosos atribuyan interesadamente siempre a la suerte el privilegio de poseerlo. El dramaturgo Jacinto Benavente (1866/1954) lo pensaba así al hilvanar los dos conceptos de manera magistral…

Muchos creen que tener Talento es una suerte. Pocos que la suerte pueda ser cuestión de tener Talento

Al final, podríamos concluir que desarrollar nuestro Talento nos puede permitir vivir mucho más de lo que nos toca, según ya dijo hace dos mil años el poeta romano Publio Siro apelando a la eternidad…

Así como el ignorante está muerto antes de morir, el hombre de Talento vive aun después de muerto

Sin duda, escribir como lo hicieron los autores antes citados parece que también es una cuestión de eso que llamaron Talento, que ellos mismos fueron capaces de cultivar y que les perpetuará por el valioso hecho de haberse esforzado en querer y conseguir hacer algo mejor que los demás… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los 7+1 Hábitos de Covey

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Stephen R. Covey es uno de esos idolatrados personajes que tanto predicamento tienen en USA pues se dedican a “facilitar” el éxito a la gente, sin duda el primer mandamiento que a todo estadounidense le enseñan al nacer.

Como él, solo unos pocos han logrado tener presencia en los lugares de honor de las estanterías de las librerías de medio mundo, convirtiéndose en escritores récord en ventas y superando incluso a las estrellas más “bestsellerizadas” de la narrativa internacional. Es evidente que los tiempos cambian y el pragmatismo vital parece haber vencido al decimonónico concepto del Romanticismo, entendido este como el desprecio a la siempre cruda realidad en favor de una vida no materialista dedicada al espíritu, el arte y la belleza.

No obstante Covey, con ser hijo de su patria y de su tiempo, es uno de los pocos autores americanos que, alejado del estereotipo tan frecuente del tele-predicador “flower-power”, podemos leer sin sospechas de superficialidad ”yankee” en la mayoría de sus reflexiones.

De todas, sin duda su principal aportación a la explicación de los mecanismos que rigen el que podríamos definir como comportamiento práctico para desenvolverse exitosamente en la sociedad del siglo XXI, es la contenida en sus libros “Los 7 Hábitos de la gente altamente efectiva” y “El 8º Hábito”. Obras (sobre todo la primera) que van más allá de la mera fabulación, anclándose en investigaciones y estudios académicos que prestigian sus reveladoras conclusiones sobre el autoliderazgo.

Según el autor, “Los 7 Hábitos de la gente altamente efectiva” son:

1º- Sea proactivo: Actúe o los demás lo harán por usted.

2º- Comience con un fin en su mente: Busque sus destinos identificando su misión personal.

3º- Establezca primero lo primero: La vida es una cuestión de prioridad, no de tiempo.

4º- Pensar en ganar/ganar: El ganar/perder nunca ofrecerá continuidad, agotándose en sí mismo.

5º- Primero comprender y luego ser comprendido: Escuchar antes que hablar es la fórmula de la comunicación empática.

6º- Fomentar la sinergia: La cooperación creativa logra que, uno más uno sean tres.

7º- Afilar la sierra: Solo la mejora continua garantiza hacer lo mismo con menor esfuerzo.

“El 8º Hábito” nos habla de cómo interrelacionar adecuadamente el cuerpo, el corazón, la mente y el espíritu a partir de las necesidades, las pasiones, el talento y la consciencia.

Ni que decir tiene que las propuestas del Dr. Covey no son nuevas pues tampoco lo es el Hombre como tal, objeto de intensa reflexión filosófica a lo largo de los últimos milenios. Como todas, la riqueza de sus aportaciones se encuentra en la particular combinación que nos propone de actitudes y conductas ya conocidas y su adecuación a la tipología de sociedad actual.

Buscar respuestas absolutas a las preguntas absolutas que se plantea el Ser Humano siempre será un error por cuanto el conocimiento solo avanza cuando las preguntas nos quieren llevar a otras preguntas para conformar un largo camino, el de la sabiduría, cuyo final siempre será indeterminado.

Recomiendo positivamente la lectura de estas dos obras, aunque advierto que por más que busquemos nunca encontraremos en ellas (ni en ninguna otra más) esa soñada y constantemente anhelada “varita mágica” que nos resuelva sin esfuerzo el eterno problema de vivir felizmente nuestra propia vida… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Jerarquía, Redarquía y Política


Jerarquía, en su acepción social, podríamos definirla como el orden que se establece entre las personas a partir de una única línea de cadena de mando. El ejemplo más evidente es el que define y caracteriza a la estructura militar.

El neologismo Redarquía todavía no aparece con normalidad en los diccionarios aunque, buscando un paralelismo con el vocablo anterior, podríamos decir que atiende al orden que se establece entre las personas a partir de varias líneas de cadena de mando entrelazadas de forma cruzada entre sí (a la manera de un arte de pesca). Por ejemplo, la configuración de trabajo participativo en la creación y desarrollo de los programas informáticos de código abierto lo definiría perfectamente.

Por su parte, la Política es la actividad humana que trata del gobierno de la sociedad a partir de la acción del Estado, entendido este en sus múltiples versiones geográfico-administrativas (nación, región, municipio, etc.). Por tanto, es evidente que la Política deberá organizar y organizarse a partir de algún sistema de distribución de mando y competencias.

Es un hecho contrastado que históricamente los colectivos sociales, en cualquiera de sus manifestaciones, han estado estructurados de forma jerárquica, asumiendo esa herencia primitiva de la ley del más fuerte que ha reinado secularmente en la Naturaleza y ya protagonizaba la vida de nuestros primitivos ancestros. El paso de los siglos no ha logrado cambiar mucho esta situación, pues la Jerarquía va indisolublemente asociada al Poder y este a los deseos más profundos del ser humano por conseguirlo y perpetuarlo (¡…mi tesoooro…!).

redarquia1.jpgPues bien, la aparición de un nuevo concepto de interacción organizativa social (también puede ser empresarial, deportiva, etc.) que descentralice el Poder jerárquico se ha comenzado a demostrar como posiblemente más eficiente, pues así ha ocurrido en aquellos pocos reductos donde se ha logrado practicar y no ha sido limitada por el mismo Poder (casos de éxito como Google o el F.C. Barcelona lo atestiguan).

De todo ello seguramente no deben ser conocedores aún los partidos políticos cuya propia estructura organizativa es tan férrea y endogámicamente jerárquica que genera tales despropósitos como que la actual campaña electoral para la elección de gobiernos autonómicos y municipales en España está siendo, una vez más, protagonizada mediáticamente por sus primeros directivos nacionales cuyo discurso de ámbito nacional, tan alejado de los temas domésticos que nos ocupan y preocupan, bien podría servir exactamente para las elecciones generales del próximo año, aunque estas no lo sean.

Un sistema redárquico de regulación interna en los partidos políticos propiciaría que fueran principalmente los candidatos locales aquellos quienes tomasen el protagonismo de la presente campaña (la suya), trasladando sus propuestas programáticas locales y específicas de mejora a sus electores. Precisamente lo que se vota en estos comicios.

Al final, no puede haber mayor paradoja que la propiciada por quienes se nos muestran repetida y cansinamente en los espacios electorales de todos los telediarios nacionales y que finalmente nunca son los que aparecen en las listas electorales locales y a quienes finalmente solemos elegir sin apenas conocer, precisamente por que todos sabemos que ellos solo son peones en una estructura jerárquica que siempre les dictará lo que deben y pueden hacer… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Osabama” bin Laden y la Hipocresía Social


Transcurridos escasos días (mientras esto escribo) desde el anuncio de la noticia de la muerte de Osama bin Laden y todavía con más sombras que luces respecto de lo realmente sucedido, una vez más ha quedado demostrado que la Justicia Universal hace mucho tiempo que solo es una cuestión de Hipocresía Social.

Nadie y nunca, ni el hombre más poderoso de la Tierra, debería actuar fuera de la ley sin la obligación de responder personalmente por ello ante un tribunal. Tribunal que en ningún país humanizado (y los hay que, pese a su protagonismo mundial, no lo son) bendecirían la muerte deliberada e interesada de alguien por más atrocidades que este hubiera podido y pudiera realizar (véase los G.A.L.).

La discusión sobre esta cuestión es tan sencilla como la eterna división dialéctico-filosófica entre los partidarios y los denunciantes de la milenaria Ley del Talión o la que se refiere a eso de que… los fines justifican los medios. Sin más.

En mi Taller 12 Hombres sin Piedad: Las Claves del Liderazgo, en donde el análisis integral de la famosa película del recientemente desaparecido Sydney Lumet nos lleva a identificar muchos de los comportamientos humanos que acontecen en entornos de fuerte tensión y constante dificultad (tal como la vida misma), hay un pasaje que incorpora una sutil trampa que lleva a caer en la Hipocresía Social si no se es capaz de mantener una férrea conciencia independiente y crítica respecto de nuestra emoción más visceral.

Se trata de la escena en donde uno de los personajes se desacredita por las formas al mandar callar a otro (al que todos los espectadores repudiamos por su reiterado comportamiento ofensivo, especialmente con los más débiles) amenazándole con partirle la cara de no hacerlo.

La reacción habitual de mis alumnos es automática y unánime: sonrisas de satisfacción, entre calladas unas y sonoras las más, al comprobar que, al fin, alguien hace justicia enfrentándose al individuo más odiado de la película. Es evidente que en ese momento, normalmente nadie realiza el necesario esfuerzo de imparcialidad que le lleve a ser consciente de que el personaje en cuestión, al emplear la amenaza física contra el otro, está perdiendo una razón que en el fondo tiene aunque la inadecuada forma se la venga a retirar.

La vida se llena cotidianamente de ejemplos en los que las personas ignoramos la imprescindible coherencia que nuestras opiniones y actos deben a nuestros valores, olvidando frecuentemente la capacidad de discernir entre lo que nos enciende el corazón y lo que aconseja nuestra razón (precisamente el hecho diferencial con el resto del reino animal).

Aceptar ciega y resignadamente los comportamientos de quienes dicen ser los buenos (por defender un orden que finalmente siga preservando su poder) sin cuestionar la legitimidad de los mismos, para luego si recriminar actuaciones similares protagonizadas por aquellos que carecen de ese mismo poder, no deja de ser injusto y sin duda la peor y más triste manifestación humana de Hipocresía Social.

obama-osama.jpgPor todo, no estaría de más que la Academia Sueca revisase honestamente sus discutibles criterios en el reparto de Premios Nobel de la Paz que, en alguna reciente ocasión, parecen haber confundido la única letra que a Osama de Obama pueda separar… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El ejemplo de “Circo del Sol”


Desde hace años, uno de los casos más utilizados por las Escuelas de Negocios para ejemplificar el éxito empresarial en mercados maduros es el de Circo del Sol, marca canadiense conocida y disfrutada por medio mundo desde 1984, tanto por su lograda proyección internacional como por la gran amplitud del rango de edades de sus clientes.

Esta pasada Semana Santa viajé a Madrid por asuntos familiares y tuve la oportunidad de asistir a una función de “Corteo”, uno de sus actualmente 22 espectáculos en representación que, justamente, presumen de lleno diario allí donde se presentan.

Como ya viene siendo habitual cada vez que acudo a una de sus funciones salí muy satisfecho pues, al margen del esmerado cuidado y la bella factura conjunta del espectáculo, en cada producción siempre hay algo que es absolutamente excepcional y fuera de toda categoría. En este caso fue “Paraíso”, un número de trapecistas sin trapecio móvil (con marcos coreanos) donde las jóvenes y ágiles artistas revolotean ingrávidamente por los aires lanzadas literalmente por los brazos de unos fornidos y necesariamente precisos portores (hay un momento excepcional en el que una trapecista es lanzada hacia atrás y por debajo de las piernas de un portor, describiendo una inverosímil parábola ascendente hasta ser recibida por el que se encuentra a sus espaldas: absolutamente antológico y ajeno a toda lógica newtoniana).

En definitiva, la fórmula de este incuestionable éxito mundial sigue repitiendo unas constantes que han sido y son habituales en el circo de siempre: números de habilidad y riesgo aderezados con música y humor (solo excluyen los tradicionales animales amaestrados). No obstante, Circo del Sol triunfa frente a todas las demás ofertas circenses (incluso algunas mucho más veteranas y arraigadas en nuestra cultura popular) y todo ello sin traicionar ni transgredir en nada la herencia de un espectáculo más que centenario. ¿Cuál es la razón…?

De todas las variables que determinan el éxito de una propuesta empresarial o profesional (precio, producto, distribución, publicidad, etc.) hay una, quizás la más complicada de perfeccionar, pero que invariablemente siempre se ha revelado como la más eficaz con independencia de las circunstancias acontecidas en cada momento (crisis o bonanza económica, inestabilidad política o social, etc.). Se trata sin duda de la Calidad.

La Calidad entendida como un conjunto de atributos que trasladan al consumidor una atractiva y profunda sensación de conveniencia en el retorno de la inversión esperado. Aquello que atesora Calidad se explicará siempre por si mismo ahorrando muchos de los esfuerzos habituales en su comercialización, pues serán los propios usuarios quienes se encargarán inconsciente y gratuitamente de ello.

Hoy en día, en un escenario económico presidido por la madurez de la mayoría de los mercados y en donde es imposible pretender su sustitución inmediata por otros nuevos, la única receta que nunca fallará en aquellos es proponer Calidad en todo eso que pretendamos ofrecer (productos, servicios o incluso nuestra propia fuerza de trabajo laboral).

Además, la Calidad es la única cualidad que tiene la peculiaridad de ejercer calladamente una invisible e irresistible atracción en todos nosotros, combatiendo y difuminando esa tendencia universal a la priorización del Precio en las decisiones de compra (precio que fácilmente se olvida cuando lo que consumimos nos satisface realmente de verdad). Por esto mismo, sinceramente hoy solo conservo el recuerdo de un bello espectáculo por el que ya no me acuerdo lo que pagué o volveré a pagar en la próxima ocasión que se me presente para volver a ver al Circo del Sol…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Más allá de la Comunicación


Todos se comunican, pocos se conectan” es el último libro de John C. Maxwell, el célebre autor de más de 50 títulos sobre management entre los que destaca su éxito de ventas mundial “Las 21 leyes irrefutables del liderazgo”.

El Dr. Maxwell en esta ocasión desarrolla una atractiva teoría que apunta directamente a uno de los pilares actuales de la sociedad del siglo XXI: la comunicación. Su teoría defiende la existencia de un nivel superior y más eficiente a la comunicación que denomina “conexión”, diferenciándose esta de aquella por un sencillo paradigma: Mientras que la comunicación se establece pensando en uno mismo, la conexión solo tiene lugar cuando se piensa en el interlocutor. Es decir, la interlocución conectiva entre las personas solo es posible desde la empatía mientras que la comunicativa no necesariamente, lo que posiciona a la primera en un ámbito más elevado de efectividad.

Por tanto la conexión podríamos definirla como “comunicación + empatía”, combinación de cualidades que solo acontecerá si un mensaje cumple estos tres requisitos:

      1. Que incorpore confiabilidad en el emisor: nada es creíble si no es confiable.
      2. Que denote preocupación por el interlocutor: el interés por los demás, además de sentirse, debe explicitarse.
      3. Que traslade ayuda potencial: siempre el… “para lo que haga falta” sincero y predispuesto.

Para todo ello y además, será imprescindible no caer en ninguno de los siguientes peligros en la relación interpersonal:

      • Prejuicio: ya sé lo que saben, sienten y quieren los demás.
      • Arrogancia: no necesito saber lo que saben, sienten y quieren los demás.
      • Indiferencia: no me interesa saber lo que saben, sienten y quieren los demás.
      • Control: no quiero que los demás sepan lo que yo sé, siento y quiero.

Además habría que hacer notar que la conexión es un asunto que excede a lo que decimos, pues la palabra no es lo suficientemente poderosa y omnicomprensiva para contemplar “fotográficamente” todo lo que pretendemos expresar. Generalmente es a partir de todas nuestras manifestaciones conductuales como nos interrelacionamos, siendo las responsables del mayor o menor grado de proximidad o lejanía que finalmente consigamos establecer con los demás.

Esto mismo lo sintetiza y estructura Maxwell, definiendo los cuatro componentes básicos de la conexión:

      1. Conexión Verbal: es necesario expresarse con propiedad, tal y como aseguraba Mark Twain al decir que… “La diferencia entre la palabra correcta y la casi correcta es la misma que la existente entre la luciérnaga y el relámpago”.
      2. Conexión Visual: la mayor parte de lo que se interpreta de nuestro mensaje viene determinado por nuestra expresión gestual que, además de todos los movimientos corporales (incluida la mirada), también contempla la imagen personal.
      3. Conexión Intelectual: adecuar siempre nuestro mensaje al nivel de nuestro interlocutor lo hará más comprensible e interesante para él.
      4. Conexión Emocional: mostrar una actitud ambivalente (receptiva / proactiva) según la ocasión, facilita los canales de encuentro sensorial con los demás al eliminar las habituales barreras de precaución relacional.

Sin duda, puede realmente haber un más allá de la comunicación llamado conexión que, a la par de trasladar el mensaje, es capaz de acercar emocionalmente a las personas a pesar de las virtuales distancias electrónicas que hoy parece todo lo dominan en nuestra relación… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las Piedras de la Vida


Últimamente me pregunto mucho sobre cuál es la justificación que explica los diferentes estados de ánimo por los que solemos atravesar. ¿Porqué un día percibimos la botella medio vacía cuando el anterior la veíamos a medio llenar? ¿Que nos lleva desde la ilusión al desencanto sin solución de continuidad?

En definitiva, ¿qué razón determina qué nuestra actitud ante la vida se asemeje más a una alocada veleta en la playa de Tarifa que al brazo impasible de la estatua catalana de Colón frente al mar?

La respuesta más común y generalista seria afirmar que es nuestra misma condición de persona, con toda su carga emocional, la que determina esa volubilidad. No obstante, yo no puedo conformarme con este golemaniano recurso explicativo que, de tanto utilizar, hemos llegado a desnaturalizar. Las emociones no se pueden configurar como explicación recurrente de todo lo que nos viene a pasar.

Siempre he defendido que la cara que le ponemos cada día a la vida viene muy condicionada por las expectativas de futuro que seamos capaces de crear, siendo tanto más risueña cuanto más ilusiones alberguemos de fijación y consecución de objetivos, pues sin horizontes que contemplar no necesitaremos ojos para soñar.

Establecer destinos vitales es imprescindible para salvaguardar nuestra motivación de los peligros del desencanto y el aburrimiento, aunque ello se deba acompañar de la deficición de los caminos para llegarlos a alcanzar. Desarrollar y acometer planes de acción que nos acerquen a nuestros deseos se ha constituido en la mejor vacuna antidepresiva que nadie haya podido inventar.

Pero la identificación del a dónde y el por dónde debemos caminar en nuestra vida también deberá ser necesariamente acompañada por la determinación del cómo conseguirlo, para lo que no hay mejor herramienta que priorizar, aplicando nuestros esfuerzos hacia aquello que realmente más nos interese lograr.

El secreto de la vida no es más que el de ser capaces de llenar nuestro recipiente existencial del contenido que más nos importe y por su orden de interés, dejando fuera todo lo accesorio, tal y como Stephen Covey nos sugiere en esta ilustrativa parábola pedregal…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Diversión en el Trabajo



Desde hace una década y sin que muchos nos hayamos enterado, parece ser que los 1º de abril se celebra el Día Internacional de la Diversión en el Trabajo, festividad paradójica donde las haya si analizamos detenida y pormenorizadamente ese título tan peculiar:

        • Día: ya empezamos mal, cuando de los 365 anuales, menos los de las vacaciones, solo nos acordamos de uno de ellos.
        • Internacional: desconozco qué pensarán los garimpeiros brasileños o muchos de los resignados chinos que todavía realizan trabajos de ídem.
        • Diversión: lo primero que deberemos acordar es lo que realmente se entiende por eso tan particular que podemos llamar… divertirse en el Trabajo.
        • Trabajo: su definición inequívocamente nos señala que es aquello que implica un esfuerzo al que con normalidad se le asigna una contraprestación económica.

Así las cosas es hora ya de desmitificar a tantos consultores de salón y gurús de pacotilla, quienes pertrechados de una ilusionista brocha chorreante de pintura rosa se afanan en colorear siempre del tono equivocado la realidad. Jugar con los sueños de las personas prometiendo baldías entelequias es la peor traición que se pueda cometer a la honestidad profesional. Aclaremos las cosas: trabajar difícilmente podrá ser realmente divertido mientras sea económicamente necesario para desarrollar una vida normal, pues la devoción constantemente colisionará con la obligación, tal y como le ocurre a la mayoría de la sociedad.

Además, trabajar es como montar en bicicleta, actividad a la que no podemos pedir siempre que divertidamente se desarrolle cuesta abajo, si lo que pretendemos es a casa retornar. Solo encuentran divertido practicar el ciclismo aquellos que son conscientes de que para bajar hay que subir primero y que tras todo esfuerzo se esconde un placer particular.

El Trabajo, en definitiva, no es una cuestión de adolescente diversión que generosamente debe propiciar nuestra empresa o demás compañeros, sino esa oportunidad que tiene cada cual para demostrarse su valía sin más estímulo externo que el sincero y recompensador autocompromiso de la realización personal… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Nadie hoy es un Don Nadie


Ser un Don Nadie o persona sin importancia era y es uno de los peores insultos que a alguien hoy le puedan vocear, pues es patente que en la actualidad prima el protagonismo social, a la escala que sea y por el motivo que se pueda dar.

Ser conocido es hoy una aspiración real de muchos, cuando antes solo podía serlo de unos muy pocos privilegiados, residentes en ciudades principales y cercanos a los centros de poder político, financiero y de comunicación social. Nacer y vivir en un pequeño pueblo de la Castilla mesetaria era el mejor seguro para conservar un remansado anonimato vitalicio, allende los escasos vecinos de la municipalidad.

La importancia social de alguien, en cualquier etapa de su vida, siempre ha estado y está marcada por el número de personas que lo conocen, siendo el fiel termómetro de su popularidad desde la temprana edad de la pandillera adolescencia hasta cuando en la madurez se busca el éxito profesional. Y más que nunca, esto en la actualidad es así con independencia del verdadero valor aportado a la sociedad, bien por ser científico o por ser maestro del escándalo conyugal.

Yo, que he vivido en primera persona la transición desde el mundo del bolígrafo al del teclado electrónico, puedo constatar que las puertas de la universalidad personal han sido abiertas de par en par para quizás ya nunca volverse a cerrar. Conocer y ser conocido por otros hoy se encuentra al alcance de todos y a tiro de un sencillo clic de algo que, sin serlo, tiene nombre de roedor y no descansa de buscar.

Quien le diría al músico brasileño Roberto Carlos que el imposible reto que asumió cuando compuso su famosa canción… Un millón de amigos, hoy estaría mucho más cerca de lograr.

Como ocurre casi siempre con las innovaciones y sin ser plenamente conscientes de ellas, hemos caído en las redes de la sociedad del publicanismo, la nueva religión del siglo XXI que salvará a algunos, pero a otros condenará. Religión que ya tiene entronizado un mayestático papa llamado Facebook y a varios de sus reverendos obispos como Twiter, Linkedin o Instagram.

El fenómeno de las redes sociales, que cabalga desbocado por los caminos virtuales de la electrónica familiar, conecta a las personas entre sí para propiciar muy eficientemente su interrelación informativa, pero desgraciadamente no la emocional. Y es que Internet, aun buscándolo, todavía no ha incorporado a su canal de comunicación la tierna caricia de una mano, el olor de la piel de un bebé o la profunda mirada de unos ojos que se quieren enamorar.

Es cierto, nadie hoy es un Don Nadie, aunque en un mundo tan virtual que a mí me hace sospechar… 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro