El Buenismo o cómo dejarnos engañar

El sustantivo Buenismo, aunque no figura en el DRAE, no ha de entrecomillarse según la Fundéu dado que lo considera como bien construido y de uso ya popular. Su significado principal tiene una orientación socio-política que ahora se encuentra de plena actualidad y yo aquí no voy a tratar, pues prefiero relacionarlo con todo aquello que hoy está vinculado con una engañosa orientación del Coaching y en general del Desarrollo Personal.

Una de las mentiras más longevas en la historia de la humanidad es la que asegura que el ser bueno tiene un retorno siempre mayor que el esfuerzo que ello nos debe emplear. Es decir, que invertir en ser bueno es un gran negocio porque hay mucho que ganar. Desde las religiones milenarias hasta los actuales profetas de la tele-tienda de la felicidad, todos nos engañan con una supuesta transacción que nunca se da. Porque no hay ninguna relación entre ser bueno y por ello, de alguna forma u otra, cobrar. Pero además, ser bueno tiene su dificultad y por tanto parece que, sin premio, pocos están dispuestos a adoptar una conducta tan esforzadamente altruista en estos tiempos de interesada individualidad. El palo y la zanahoria de siempre, por siempre nos los hacen durar.

Ser bueno o quizás mejor dicho, actuar favorablemente hacia los demás, es una postura ética y moral, un valor que como todos no se incorpora a partir de un análisis de rentabilidad. Se es bueno con independencia de lo que ello nos lleve a lograr. Los valores no pueden ser sujeto ni objeto a mercantilizar a diferencia de las actuaciones que si suelen buscar aquello que las viene a compensar (“¿Qué nos mueve a actuar?“).

Sin embargo, quien todavía crea eso de que para recoger hay que sembrar yo le aconsejo un buen seguro agrario ante las consecuencias de cualquier sequía o tempestad.

Yo intento ser bueno aunque no me vean los demás. Ser bueno por defecto y en la intimidad. De esta manera defiendo la verdadera generosidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La disrupción… ya no es una elección

Hace ya más de una década que finalizaron los tiempos en los que el santo y seña de la estrategia empresarial se centraba en el viejo mantra de satisfacer al consumidor, entendiendo por tal la atención de sus necesidades como motor de arrastre en los negocios de cualquier decisión.

Hoy, las necesidades ya no son patrimonio del demandante/consumidor sino del ofertante/productor, quien está obligado a crear nuevos mercados (y en consecuencia… necesidades) para tratar de huir de la imposible competición que exigen los sectores y canales tradicionales de comercialización.

Un ejemplo anticipado de ello ha sido y es Zara, que pronto entendió que al cliente había que cambiarle la necesidad al comprar ropa, modificando su proceso de decisión desde las prendas para durar (de precio mayor) hasta las de usar y tirar (de precio menor), lo cual le permitió bajar los costes muy por debajo de cualquier otro competidor. El éxito de Zara es el de su apuesta por transformar los gustos del consumidor y no adecuarse a ellos, guiando el carro en lugar de seguirlo resignadamente hacia un destino que para esta compañía nunca hubiera sido el mejor. Otros ejemplos como NetflyxBlablacar o Amazon nos indican que solo rompiendo las reglas del juego (disrupción) es posible un éxito, en estos casos tan arrollador.

La disrupción ya no es una elección, pues deviene en obligación para cualquier tipo de propuesta de negocio que se pretenda impulsar, en cualquier sector, de cualquier tamaño y hasta incluso en cualquier situación (cuando Dick Fosbury saltó de espaldas ante un listón para proclamarse oro olímpico en México-68 ya nos anticipó que solo la disrupción le podía hacer campeón). No tiene sentido abordar ninguna competición mercantil con las mismas armas que los demás, sobre todo cuando estos cuentan con más y además ya tienen ganada la posición.

Quien pretenda inaugurar una gestoría, un bar, una zapatería o una clínica dental, que se lo piense mejor…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los Fallos y las Fallas

Hace justo ocho años, el 18 de marzo de 2009, publicaba en este Blog… Las Fallas y los Fallos y hoy de nuevo me animo a escribir jugando también con las letras y las palabras de aquel título pero cuyo orden voy a cambiar, tanto como lo acontecido durante este tiempo transcurrido en nuestra sociedad.

Si entonces convencidamente venia a proclamar que en los pequeños cambios de comportamiento se esconde el secreto para triunfar y que esto no debía suponer por necesidad un cambio de personalidad, hoy en algo debo rectificar: aquello solo es válido para escenarios de continuidad, pero no tanto para los de severa ruptura como el que todos estamos viviendo y quedará por siempre en nuestro recuerdo para poderlo contar.

Durante estos largos años de crisis global en tantos ámbitos además del económico-social, confieso que he cometido muchos fallos en mi pensar y en mi obrar que me han llevado a resultados muy alejados de los esperados, que no quiero achacar a la situación sino a mi responsabilidad. En algunos casos no he tomado buenas decisiones y en otros he dejado de actuar, pero en todos hay un componente común y es el de la insuficiencia en la incuestionable necesidad de cambiar.

Este año Valencia celebra para sus Fallas el recientemente estrenado galardón de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, algo que ha tardado muchos decenios en alcanzar cuando no hay ninguna ciudad grande en el mundo cuyas fiestas patronales impliquen a casi toda su población a la par de ser tan conocidas a nivel internacional (quizás Río de Janeiro y su Carnaval). ¿Hay algo que lo pueda explicar?

Las Fallas son una fiesta, aunque también la denominación de los monumentos satíricos que se plantan en marzo durante menos de una semana en cada calle de esta ciudad, para terminar quemándose en un exorcismo que pretende alejar todo mal de nuestra realidad. Pero además de este componente esotérico-cultural, las Fallas son estética y hasta arte según algunos. Arte que lleva los mismos decenios, a los que me refería antes, sin casi evolucionar. Las Fallas son siempre igual. Compuestas de grotescas figuras llamadas ninots cuyos intentos de avance hacia una imagen de actual modernidad han quedado siempre silenciados por el ninguneo de unos jurados que a lo novedoso nunca han llegado a premiar. Y de todos es sabido que en cualquier tipo de fiesta popular, la competencia de los clanes (casales, peñas, comparsas, murgas, etc.) por ser más que los demás es asunto principal. Así, nadie se atreve a innovar.

Los Fallos de las Fallas están en no evolucionar, como yo mismo si no quiero quedarme atrás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Puede un ordenador llorar…?

No hace mucho escribía… Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros, en donde abordaba la cuestión de la introducción de la ética en la inteligencia artificial. Pero algo tan genuinamente humano como es la moral no es lo único que se pretende trasladar a los sistemas de computación, pues parece que pronto la interpretación y gestión de nuestras emociones será algo usual al tratar con cualquier ordenador normal.

El que mi portátil pueda llegar a descifrar mis estados de ánimo y de esta manera adecuar su actividad para supuestamente poderme ayudar es algo que me inquieta pues me recuerda a Hal 9000, la computadora que aparece en la película… 2001: Una odisea del espacio de S. Kubrick (1968), cuyos devaneos con el estado emocional de los astronautas de la nave espacial Discovery llevan a un resultado fatal.

En mi cruzada por intentar equilibrar en importancia lo racional con lo emocional ante la exagerada preeminencia de lo segundo en los gustos que ahora dictan la moda de todo lo relacionado con el desarrollo personal, nunca imaginé que además a ello se uniría la computación afectiva, el colmo de la sinrazón pues ordenador y emoción son tan poco amigos como el aceite y el agua intentando mezclarse en un bidón. ¿Qué tipo de programación puede lograr que un ordenador pueda llorar…?

Definitivamente, el que un computador llegase a interactuar con nosotros en función de nuestro estado de ánimo ayudándonos así en su gestión sería una malísima noticia para Daniel Goleman (y para la humanidad), pues en su libro Inteligencia Emocional debería borrar eso del Auto-Control como necesario para ser una persona cabal. Al final, ejercer de persona llegará a ser algo sin dificultad, siempre que aceptemos convertirnos en marionetas de lo simple e insustancial.

¡A donde vamos a llegar…!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿Todas las vidas valen igual…?

Aunque pueda parecer un asunto medieval, todavía hoy, en el año 2017, parece que siguen valiendo distinto las vidas de los individuos en función de unos criterios muy subjetivos que están reñidos con la ecuanimidad, por lo que eso de la igualdad de las personas aún queda muy lejos de ser una realidad incluso en el momento de su fallecimiento, cuando objetivamente todos somos igual.

Vaya por delante que en cuestión de asesinatos y homicidios, cualesquiera sea su variedad, soy tan acusador como el que más. Arrebatar la vida a una persona me parece el acto más condenable que hay, sea quien sea y por los motivos que fueran y que nunca en la historia de la humanidad nadie podrá justificar. Así las cosas, yo me pregunto… ¿vale más la vida de una mujer estrangulada por su marido que la de un varón acuchillado por un ladrón, la de un joven asesinado en una reyerta vecinal o la de un homosexual muerto a golpes por su pareja sentimental…? Pues parece ser que sí, a tenor de la significación especial que les dan los medios de comunicación, cada día sin faltar, a los asesinatos de género (femenino) respecto de todos los demás.

En 2016 se cometieron en España 292 homicidios de los que 44 (15%) fueron atribuidos a violencia de género, los únicos que salen reiteradamente mencionados en las portadas de los periódicos, la radio, la televisión y hasta en la publicidad. ¿Quién se acuerda de las otras 248 personas (85%) también fallecidas a manos de verdugos de lo irracional…? ¿Son de un valor menor y por ello se les debe ningunear…? ¿Qué intereses se esconden en esta discriminación informativa que no trata a todas las víctimas de la violencia asesina por igual…? ¿Alguien me podría argumentar porqué la vida de una esposa o novia vale más que cualquiera otra de las que desgraciadamente se pierden por la absurda demencia de un criminal…?

Nada hay que me pueda molestar más que el agravio comparativo, esa desviación de la imparcialidad que otorga privilegios a quienes son igual que los demás. Porque ninguna vida puede valer, ni vale más…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La TV o la parálisis del sillón

Un aparato de televisión apagado vale tanto como el tiempo que nos ahorra en su visualización o lo que es mejor, vale lo que nuestra inteligencia es capaz de generar libre de toda sedación.

Hay muchos relatos y películas de ciencia-ficción que plantean un mundo donde las personas son gobernadas por un ente superior que, en un alarde de capacidad colectiva de hipnotización, consigue que piensen y actúen todas de una misma manera, anulando su capacidad de decisión. Hoy esto ya no es ciencia y mucho menos ficción. La televisión ejerce de dios barrenador de cualquier intento de actividad neuronal que no sea la de la aceptación zómbica de su visión. La televisión centrifuga la razón y amordaza la actuación, por lo que tiene un coste mucho mayor que el de su mero consumo y es el de la desactivación de nuestra proactividad tras apagar el televisor. La televisión nos manda aun cuando no estamos sentados en el sillón.

Dos horas al día de televisión son 7,5 años de una vida gastados sin que valga ninguna explicación. Totalmente perdidos y no por alguna obligación, sino por nuestra libre decisión. Más de un 8% de nuestra existencia tirado al contenedor de una basura llena de lo único que no se puede comprar ni vender, porque el tiempo es un tesoro sin posibilidad de enajenación.

¿Qué hace a la televisión ser plenipotenciaria gobernadora de nuestro salón? Pues… la parálisis de unas mentes que prefieren ser espectadoras de otras biografías en lugar de escribir su propio guión, la costumbre de finalizar el día eludiendo el compromiso con la propia superación, la resignación a que lleva un mundo que está perdiendo su ilusión en un futuro mejor y en fin, el estar leyendo este artículo y no tomar ya una decisión…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Estos son mis principio. Sino le gustan, tengo otros”

En la historia de la humanidad, la capital discusión filosófica sobre qué principios deben regir la conducta de las personas parece multiplicada en su importancia y trascendencia ahora que se nos plantea la oportunidad de trasladarlos a las máquinas, en su imparable evolución hacia la inteligencia artificial.

La Real Academia de la Lengua Española, en una de sus acepciones, define principio como… norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta. Desde luego, lo de pensamiento es algo muy privado que no afecta a nadie más que al propio pensador, pero la conducta ya es otra cosa, al interferir en su aplicación con los demás. Es por ello que nuestros principios son tan importantes pues, al determinar nuestra conducta, definen nuestra relación social. Hasta tal punto puede ser esto condicionador que, en función de sus principios, alguien pueda regalar o robar, salvar vidas o asesinar.

Ahora que la evolución de las máquinas llama a la puerta de su autonomía decisional, el dilema de establecer cuáles son los principios que deberán regir su comportamiento lleva a trascender nuestra responsabilidad desde el ámbito personal de cada cual al general de la sociedad. Establecer que elección tendrá que seleccionar un vehículo autónomo en caso de posible accidente con riesgo vital, es uno de los muchos ejemplos que podemos encontrar en este momento crucial de la filosofía como investigadora de lo que define a la persona como ser racional y espiritual.

Así las cosas, es indudable que el desarrollo tecnológico se ha adelantado desgraciadamente al moral, por cuanto no hay un modelo de comportamiento ético aceptado y seguido como general (ver cada día las noticias de actualidad) que podamos trasladar a las máquinas con garantías éticas de ecuanimidad. Si las máquinas tienen que adoptar los principios que caracterizan nuestra realidad, mucho me temo que pronto peligrará la humanidad como ya anticipó Groucho Marx al esperpentizar la facilidad de muchos para cambiar su moral en favor del gusto de cada cual…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

En defensa de… “las rutinas”

No podemos negar que la rutina vital nunca será el tema preferido para las novelas, las canciones y las películas (excepto, claro está, en Atrapado en el tiempo/Harold Ramis-1993), pues son los personajes que navegan en la variedad existencial los que suelen ser más atractivos para los demás, aunque luego estos en su propia vida prefieran la seguridad que ofrece la repetición de ciertos actos y comportamientos, lo cual… es claro que por algo será.

Para explicarlo voy a seguir por el camino del ejemplo cinematográfico. No puede haber mayor variedad vital que la representada por Robert Redford en la maravillosa y adelantadamente ecológica película Las aventuras de Jeremiah Johnson (Sydney Pollack-1972), en donde su indomable protagonista vive en las Montañas Rocosas una vida libre y sin reglas que le lleguen a condicionar, sin más predictibilidad que la que el destino le quiera deparar. A todos nos encanta verlo deambular, barbado y vestido de pieles, en su atractivo periplo de aventuras guiadas solo por sus ansias de independencia y novedad. Pero nadie estaría dispuesto a tenerlo que imitar. He aquí la gran paradoja que divorcia los sueños de la realidad.

¿Qué hace que optemos por la rutina (o mejor… las rutinas) en lugar de la variedad cuando esta última parece ser la forma de vida que admiramos más? Pues nada más sencillo que un asunto de eficiencia y practicidad. Las rutinas (ya he dicho antes… en ciertos actos y comportamientos) nos aseguran el poder realizar aprovechadamente y sin tanto esfuerzo muchos de los quehaceres que conforman el modo de vida propio de nuestra sociedad, tan exigente como luego generosa por el nivel de vida que nos permite disfrutar. Nadie quiere renunciar a esto y por ello nadie se arriesga a vivir el capricho de una vida azarosa al margen de las reglas de la colectividad.

¡Ah! y que a nadie le confundan esas frases libertarias y pseudopoéticas que asocian rutina con inmovilidad, pues aquella en lo micro se refiere a las tareas a realizar mientras que esta en lo macro a la elección del horizonte al que aspirar. Ambas compatibles por necesidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los cursos sobre… “cómo triunfar”

Hace tantos años que no asistía a uno de esos cursos sobre cómo triunfar que cuando recientemente lo hice, obligado por un compromiso personal, nuevamente me asaltaron las mismas dudas que entonces me aconsejaron tomar la decisión de no participar nunca más. En este caso se trataba de una master class (término hoy desnaturalizado donde los haya) impartida por un Coach que trataba de aleccionar sobre lo que hacer para triunfar en el Coaching a nivel profesional.

Es una realidad que, ante la patente dificultad para desarrollar en España una estable carrera como Coach por falta de un mercado específico como tal, desde hace años han proliferado este tipo de propuestas formativas que suelen llenar sus aulas de tantos ávidos aspirantes a vivir del Coaching, que buscan la fórmula magistral que les lleve a triunfar como Coaches y ser un referente en su especialidad.

Pues bien, imaginemos que vamos a una conferencia sobre como no perder el cabello y el conferenciante es calvo. O a otra sobre cómo hablar en público y el ponente es tartamudo. O bien a una sobre la imagen personal y quien la imparte viste de forma tan descuidada como despeinado está. En fin, que yo creo que poca credibilidad otorgaríamos a quien respecto de aquello de lo que habla no es capaz de acompañar su ejemplo personal.

Resistí pacientemente las dos horas de duración de la master class para al final, una vez más, volverme a preguntar si alguien que conoce realmente el secreto para triunfar y no lo ha hecho ya puede merecer mi atención y la de los demás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Saber idiomas pronto no será una necesidad

Sin dudar, lo práctico sería que el mundo se comunicase en un solo idioma para no tener que perder tiempo y dinero en costosos aprendizajes que nunca llegan a ser del todo una realidad. No obstante, es evidente que esto es una entelequia pues ningún pueblo está dispuesto a renunciar a su lengua por la razón de que forma parte de su tradición y acervo cultural. Pero la solución definitiva a esta milenaria situación está muy próxima a llegar.

Parece que ya vienen siendo operativos los sistemas electrónicos de traducción simultánea autónoma que, acoplados en el oído, permiten llegar a entender las palabras de nuestro interlocutor con un desfase (ahora de unos dos segundos) que pronto se minimizará y una calidad de transcripción que también pronto llegará a ser literal. Para los que quieran alardear de saber idiomas es una mala noticia, al igual que lo fue hace décadas la aparición de la calculadora electrónica para quienes se vanagloriaban de calcular velozmente operaciones de cabeza o a lo sumo con lápiz, papel y sin más. Siempre he pensado que saber idiomas no es más que una obligada necesidad y la prueba está en la baja proporción de angloparlantes que estudian otro idioma con la pretensión de llegarlo a hablar.

No nos equivoquemos: pronto el saber no estará en el conocer sino en el pensar. El concepto renacentista de la sabiduría que ha imperado hasta nuestros días ya no tiene sentido ante la imparable irrupción de los sistemas electrónicos de almacenamiento y gestión de datos, herramientas que puestas a nuestro servicio nos liberan de esa histórica obligación de convertir nuestra cabeza en una sucursal de la biblioteca nacional. Por ello, la educación deberá transitar hacia modelos en los que memorizar pierda protagonismo para ganarlo los procesos de razonamiento y de interpretación de una realidad que, ya en la vida de la próxima generación, presentará cambios tan desconocidamente acelerados que solo las mentes ágiles los podrán soportar sin riesgo de explotar. Por desgracia esta verdad aun no es percibida por quien debe legislar y mucho me temo que dentro de diez años los niños seguirán aprendiéndose las tablas de multiplicar y para opositar a Juez, Notario, Registrador o Fiscal todavía habrá que empollar textos en lugar de demostrar capacidad para analizar, reflexionar y gestionar.

Antes de lo que podamos imaginar, entre los requerimientos habituales de los anuncios de empleo, ya no aparecerán los idiomas como factor imprescindible y diferencial, sino que se precisará la experiencia en el ágil manejo del auto-traductor simultáneo para desesperación de tantas academias cuyo futuro lo veo yo como servicio oficial de venta y reparación de esos mismos dispositivos que les robaron los alumnos en un plis plas

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro