¿Poder o querer cambiar…?

Confundir querer con poder es la peor manera de engañar a uno mismo y a los demás. En… Las excusas son siempre causas cómplices así lo quise explicar. No hay nada peor que vivir parapetado en la disculpa y alejado de la realidad. Cambiar siempre es posible y no tiene situación ni edad.

Esto lo han demostrado unos estudios de la Universidad de Edimburgo y del Centro de Investigación de Oregón en donde, tras analizar amplias muestras poblacionales a lo largo de decenios, concluyen que las personas podemos cambiar muchos rasgos de nuestra identidad y de hecho así ocurre normalmente en nuestra vida, aunque de ello no seamos muchas veces conscientes porque lo más habitual es cambiar dejándonos llevar por las circunstancias y no a partir de la proactiva decisión personal.

Efectivamente, la clave se encuentra en la manera de cambiar: a favor o en contra de la corriente. Cambiar por efecto o cambiar por causa. Cambiar por reacción o cambiar por decisión. Que nuestra vida nos cambie o que nosotros la queramos cambiar.

Ante las dificultades de la realidad es muy común trasladar ese crepuscular discurso que finaliza diciendo… yo soy así y no puedo cambiar, toda una declaración de punto y final ante cualquier actuación nuestra que no es del agrado propio o de quienes nos tienen que aguantar. Y a partir de aquí, la liberación de toda responsabilidad: la patata en el tejado de lo imposible o de los demás. El mirar a otra parte en donde nunca se encuentra el camino del desarrollo personal. La resignación vestida de falsa incapacidad.

Y… ¿cómo cambiar? Si yo lo supiera no estaría escribiendo aquí sino en el New York Times. Cada quien es cada cual y resulta imposible recetar algo que a todos pueda encajar. Es como buscar una aguja en un pajar. Ahora bien, de lo que no hay duda es que para cambiar hay que querer primero de verdad y luego, si se puede o no, ya se verá…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La disrupción… ya no es una elección

Hace ya más de una década que finalizaron los tiempos en los que el santo y seña de la estrategia empresarial se centraba en el viejo mantra de satisfacer al consumidor, entendiendo por tal la atención de sus necesidades como motor de arrastre en los negocios de cualquier decisión.

Hoy, las necesidades ya no son patrimonio del demandante/consumidor sino del ofertante/productor, quien está obligado a crear nuevos mercados (y en consecuencia… necesidades) para tratar de huir de la imposible competición que exigen los sectores y canales tradicionales de comercialización.

Un ejemplo anticipado de ello ha sido y es Zara, que pronto entendió que al cliente había que cambiarle la necesidad al comprar ropa, modificando su proceso de decisión desde las prendas para durar (de precio mayor) hasta las de usar y tirar (de precio menor), lo cual le permitió bajar los costes muy por debajo de cualquier otro competidor. El éxito de Zara es el de su apuesta por transformar los gustos del consumidor y no adecuarse a ellos, guiando el carro en lugar de seguirlo resignadamente hacia un destino que para esta compañía nunca hubiera sido el mejor. Otros ejemplos como NetflyxBlablacar o Amazon nos indican que solo rompiendo las reglas del juego (disrupción) es posible un éxito, en estos casos tan arrollador.

La disrupción ya no es una elección, pues deviene en obligación para cualquier tipo de propuesta de negocio que se pretenda impulsar, en cualquier sector, de cualquier tamaño y hasta incluso en cualquier situación (cuando Dick Fosbury saltó de espaldas ante un listón para proclamarse oro olímpico en México-68 ya nos anticipó que solo la disrupción le podía hacer campeón). No tiene sentido abordar ninguna competición mercantil con las mismas armas que los demás, sobre todo cuando estos cuentan con más y además ya tienen ganada la posición.

Quien pretenda inaugurar una gestoría, un bar, una zapatería o una clínica dental, que se lo piense mejor…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Los Fallos y las Fallas

Hace justo ocho años, el 18 de marzo de 2009, publicaba en este Blog… Las Fallas y los Fallos y hoy de nuevo me animo a escribir jugando también con las letras y las palabras de aquel título pero cuyo orden voy a cambiar, tanto como lo acontecido durante este tiempo transcurrido en nuestra sociedad.

Si entonces convencidamente venia a proclamar que en los pequeños cambios de comportamiento se esconde el secreto para triunfar y que esto no debía suponer por necesidad un cambio de personalidad, hoy en algo debo rectificar: aquello solo es válido para escenarios de continuidad, pero no tanto para los de severa ruptura como el que todos estamos viviendo y quedará por siempre en nuestro recuerdo para poderlo contar.

Durante estos largos años de crisis global en tantos ámbitos además del económico-social, confieso que he cometido muchos fallos en mi pensar y en mi obrar que me han llevado a resultados muy alejados de los esperados, que no quiero achacar a la situación sino a mi responsabilidad. En algunos casos no he tomado buenas decisiones y en otros he dejado de actuar, pero en todos hay un componente común y es el de la insuficiencia en la incuestionable necesidad de cambiar.

Este año Valencia celebra para sus Fallas el recientemente estrenado galardón de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, algo que ha tardado muchos decenios en alcanzar cuando no hay ninguna ciudad grande en el mundo cuyas fiestas patronales impliquen a casi toda su población a la par de ser tan conocidas a nivel internacional (quizás Río de Janeiro y su Carnaval). ¿Hay algo que lo pueda explicar?

Las Fallas son una fiesta, aunque también la denominación de los monumentos satíricos que se plantan en marzo durante menos de una semana en cada calle de esta ciudad, para terminar quemándose en un exorcismo que pretende alejar todo mal de nuestra realidad. Pero además de este componente esotérico-cultural, las Fallas son estética y hasta arte según algunos. Arte que lleva los mismos decenios, a los que me refería antes, sin casi evolucionar. Las Fallas son siempre igual. Compuestas de grotescas figuras llamadas ninots cuyos intentos de avance hacia una imagen de actual modernidad han quedado siempre silenciados por el ninguneo de unos jurados que a lo novedoso nunca han llegado a premiar. Y de todos es sabido que en cualquier tipo de fiesta popular, la competencia de los clanes (casales, peñas, comparsas, murgas, etc.) por ser más que los demás es asunto principal. Así, nadie se atreve a innovar.

Los Fallos de las Fallas están en no evolucionar, como yo mismo si no quiero quedarme atrás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro