EL APRENDIZAJE POR CURIOSIDAD

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Se aprende para saber, pero se sabe para usar. Una enciclopedia nada vale guardada en el desván.

Para las personas, aprender sin aplicar convierte lo sabido en una inutilidad, por lo que no tiene sentido aprender más si no somos capaces de llegarlo a utilizar. Esto, que fácilmente se sustenta de puro racional, difícilmente se entiende en el mundo empresarial y así las compañías gastan en formación lo que mejor invertirían en conseguir que lo ya sabido por sus empleados fuera objeto de actividad en lugar de dormir el sueño de la incapacidad. Pasar de la teoría del formar a la práctica del actuar es lo que convierte un gasto en inversión, algo tan obvio que parece un contrasentido que en la España de hoy esto todavía no tenga lugar.

Cuando algo se sabe y no se llega a aplicar con idoneidad no hay otra fórmula para intentarlo remediar que tenerlo que entrenar. El entrenamiento profesional (Coaching) es lo que comienza tras la formación para facilitar su implementación y finaliza con la medición exitosa de los resultados obtenidos tras un proceso de prueba y error en el que solo se busca mejorar.

Todo lo anterior, en su dificultad, es consecuencia de un concepto equivocado del aprendizaje que viene de lejos en el tiempo, cuando se cambió la noción del saber de la Ilustración basado en la curiosidad por ese otro utilitarista iniciado en la Revolución Industrial, que obliga a la necesidad de acreditar unos conocimientos diplomados para trabajar. En “El aprendizaje por curiosidad”, la Crónica 17 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”, explico este concepto que parece ya olvidado por la humanidad…

Aprender por necesidad siempre será mejor que no aprender, pero sin duda peor que hacerlo por curiosidad. Aprender por necesidad es aprender a remolque de lo que precisamos para resolver lo que queremos solucionar y esto nos condena a saber solo lo que es de obligación pero no lo demás, que precisamente es lo que puede generar un mayor desarrollo personal. Aprender por curiosidad distingue a quien renuncia a finalizar su formación tras pasar por el colegio o la universidad, a quien le devora la inquietud por conocer más, a quien entiende la vida como una oportunidad de descubrir lo que responde a todo aquello que se quiere preguntar.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Rita Barberá y la sinceridad de los demás

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Una vez más, España hace gala de su proverbial habilidad para beatificar con desmedidos halagos a todo aquel que fallece y ya no los puede escuchar. Condenamos en vida y adoramos a los que vamos a enterrar, todo sin solución de continuidad. No se me ocurre mejor antónimo para la sinceridad.

La semana pasada nos falleció un amigo muy cercano al que le quisimos rendir homenaje en una cena especial. Allí, me pidieron que pronunciara algunas palabras y lo primero que quise significar es que no le iba a alabar pues eso es lo que siempre hacen quienes nunca en vida hablan bien de los demás, en un ejercicio de hipocresía que por habitual no nos asombra porque ya se ha incorporado al recetario social. Yo lo hice en vida (“y Jorge… acertó” y “Mi amigo y la adversidad”), que es cuando las palabras adquieren utilidad y se convierten en el mejor presente que podamos regalar.

En estos días asisto perplejo a otra manifestación de la falsedad más burda que se pueda dar y que casi todos aceptamos resignadamente sin rechistar. En solo 24 horas, Rita Barberá (a quien este artículo no pretende juzgar) ha pasado de la condena más brutal a la loa rendida y excesivamente sentimental. Y todo ello por las mismas personas, las de su partido político, que tras la muerte y el consecuente sobreseimiento de su imputación judicial saben que ahora lo que digan no se les volverá en contra y no les dañará. ¿Puede haber mayor cobardía unida a una configuración facial tan dura como el pedernal…? Solo por ejemplificar, leo en la portada de un diario nacional que el Presidente del Gobierno Español, durante el funeral, dijo… “Fue un honor ser amigo de una persona excelente”. No hay más que comentar de quien su… “Luis, sé fuerte” le enseñó por siempre a callar, guardando una ropa que aun sin nadar no parece digno de llevar.

En “La sinceridad”, la Crónica 80 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL” escribo…

“Si hay una cualidad que por escasa y valorada en la personalidad se hace imprescindible en las pretensiones de todo aquel que aspire a desarrollar su vida y progresar, esa es la sinceridad, lo que se opone a la hipocresía, sin duda la falta que menos se hace perdonar y resulta más difícil de olvidar. La sinceridad, como expresión que manifiesta sin doblez nuestra personalidad, transita por el camino más sencillo que hay y es el de la correspondencia total entre el pensar, el decir y el actuar. Camino que también es de la franqueza y la naturalidad, ahorrando el uso de la memoria que tan necesaria es para quien acostumbra a vestir disfraz al presentarse en sociedad.

Por todo ello, solo quien ejerce de sincero es quien se suele ganar la confianza de los demás en forma de fidelidad personal, aquella de la que no goza el que por engreimiento siempre se obstina en cambiar su realidad…”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La religión y la humildad de todo lo demás

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En mis artículos no suelo hablar de política o de religión por una cuestión de economía mental: lo que no tiene remedio no me debe preocupar. Es decir, nada se puede argumentar en torno a estos asuntos que pueda convencer a los demás. Son temas articulados por la fe impermeable a la razón, la esperanza infinita en algo mejor y la caridad que siempre viene tras el propio yo .

No obstante, un artículo publicado el pasado 27/10/2016 en el diario “El País” (“Las ventajas de tener muchos dioses” de Maurizio Bettini) me invita a tomar la religión como motivo para hablar de la humildad. En dicho escrito se considera a la teología o las teologías como productos culturales y esto no ofenderá a nadie pues una de las acepciones de “cultura” se refiere a… “el conjunto de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social”. A partir de aquí, entre otras tesis, el autor del interesante texto defiende que la mayoritaria característica pluriteísta de la antigüedad (antes de la aparición del cristianismo) evitó las disputas religiosas pues los pueblos no entendían de apostasía, admitiendo de buen grado los dioses de los demás, añadiéndolos o cambiándolos por los suyos sin más cuestionar. Una de las razones de ello quizás sea porque creían en los conceptos divinos más que en su representación verbal y así que Zeus pasase a llamarse Júpiter a nadie incomodaba si ambos personificaban al padre de los dioses y creador de la humanidad. Además, toda inclusión que aportase protección y nuevos favores era bien recibida pues en aquel entonces… “más era más”. Luego, con Cristo y Alá todo esto cambió y a nadie se le permitió abjurar. Las guerras de religión para evangelizar pronto se convirtieron en patente de corso para conquistar reinos y buscar el enriquecimiento personal. Hoy en día todavía se mata por defender a un solo dios verdadero que, paradójicamente y en cualquiera de sus manifestaciones, siempre predica la fraternidad.

En fin, que la soberbia de lo único contrasta con la humildad de lo plural, tanto en la religión como en cualquier otra de las manifestaciones de nuestra vida con los demás. “La humildad” es la Crónica 104 de “Marathon-15%: 115 CRÓNICAS DE SUPERACIÓN PERSONAL”, en donde intento escribir sobre esto sin apocamiento ni vanidad…

Cometer el habitual pecado “pre-galileico” de considerar que el universo gira a nuestro alrededor y de ello derivar que todo lo que nos afecta debe ser lo principal, es la mejor manera de construir una vida vestida de arrogancia cuyo devenir es seguro que a nadie interesará. De las personas nos agrada más lo que podamos descubrir y no lo que nos quieran contar, que siempre suele estar más cerca de la presunción que de la sencilla realidad. Las personas humildes dejan que sus pasos definan su caminar a diferencia de los soberbios, quienes presumen de estar antes de llegar.

Pero la humildad sabemos no tiene un sistema de medición general que marque por abajo cuando se convierte en apocamiento y por arriba en vanidad. Por ello es tan importante elegir bien la escala que nos ubica en nuestra relación con los demás…   

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Coaching en España y su desaparición

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Cuando a comienzos de siglo me embarqué ilusionadamente en hacer del Coaching mi profesión, nadie podría haberme convencido entonces de que en menos de dos décadas asistiría, tal como nació, a su más que probable desaparición. Hoy todavía no se ha cumplido este plazo pero, de no cambiar significativamente la situación, los años veinte nos llegarán con el recuerdo de un fracaso que, aunque anunciado, ninguno de los que estamos en esto sentirá que remedió.

Lo que comenzó siendo el Coaching ya es otra cuestión y no porque lo diga yo, sino porque a todo aquel a quien ahora le pregunto su opinión sobre lo que representa esta profesión contesta algo así como que se trata de una especie de formación basada en cursos y conferencias divertidas para ser feliz y alcanzar el éxito a partir de la auto-confianza (“eres… el mejor”) y la motivación (“si quieres… puedes”). No hay duda de que, al margen de su primitiva y legítima definición, lamentablemente esto es hoy el Coaching en España porque es lo que considera la población, el cliente potencial que en una economía de mercado es quien paga y por tanto siempre tiene “su razón”.

Así pues, lo que en sus inicios se determinó como una interacción entre dos personas basada en el milenario método socrático (el Coach, utilizando la pregunta como herramienta de trabajo, facilita en el Coachee los procesos de cambio hacia su mejor versión), en la actualidad aparece representada en el imaginario popular como una especie de circo mediático de la formación sobre los fabulosos secretos escondidos que llevan sin esfuerzo y al instante a una vida más fácil y mejor.

Hace unos días me llegó un correo electrónico remitido por Expocoaching (“la feria referente del sector del Coaching”, según se puede leer en su Web) en cuyo asunto se indicaba… “¿Alguna vez has querido escribir un libro?” y que contenía otro ejemplo palmario y desolador de esta situación. Promocionaba sin ningún tipo de pudor el curso de un “Coach” cuyo entrenamiento asegura a cada uno de los asistentes la escritura y publicación de un libro en el plazo récord de sus dos únicos días de duración (hay otro “Coach” menos ambicioso que propone 30 días, lo cual me sigue pareciendo el colmo de la prestidigitación).

Tras año y medio de mi vida dedicado en cuerpo y alma a escribir y publicar “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”, no puedo por menos que significar su Crónica 53 titulada “El esfuerzo”, que en uno de sus pasajes justifica el porqué del apocalíptico título de este artículo y mi desconsolada desesperación…

Desde que en sus orígenes el hombre se constituyó como tal, el esfuerzo le ha ido acompañado como una carga necesaria, cuya naturaleza permanece invariante a lo largo de una historia que transcurre desde la lucha por la supervivencia de los comienzos hasta la necesidad de autoafirmación personal en la actualidad. Distintos propósitos pero un mismo mecanismo que los lleva a conquistar: el esfuerzo constantemente presente en nuestra realidad.

Cierto es que por siempre se ha buscado esa piedra filosofal que ahorrase trabajo o mejor todavía, lograse todo sin trabajar. El relato de la humanidad se llena de predicadores de la solución milagrosa que convierte los propósitos en realidad sin mediar otra aplicación que no sea la del simple hecho de querer y desear. Nadie lo ha logrado y por de pronto yo afirmo que nadie lo logrará. Por eso sigo esforzándome, desde luego sin esperar a que nadie me lo venga a solucionar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

MARATHON-15% Y EL ÉXITO PROFESIONAL

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“Cada gran éxito se construye por otros menores que son los que hay que saber alcanzar”

Con este aforismo concluye “El éxito”, la Crónica 18 del libro “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL” y comienza “El camino del éxito profesional: 115 CLAVES BASADAS EN UN RÉCORD MUNDIAL”, la conferencia que recientemente pronuncié en el Colegio de Economistas de Valencia (COEV) y que en la fotografía enlazada siguiente se encuentra disponible en su integridad…

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Cuando me preguntan sobre cuánto tiempo dediqué a prepararme para alcanzar, el 13 de junio de 2015, la mejor marca mundial de desnivel positivo en maratón (6.232,86 m.), siempre respondo la verdad: “9 meses… tras 40 años sin dejar de entrenar”. En todo este tiempo y por mi empeño en querer siempre más, he tenido la oportunidad de conseguir algunos logros deportivos menores cuya progresión hacia otros mayores me llevó finalmente a considerar la posibilidad de tentar y conquistar este récord, que comparto editorialmente con todos aunque lo lleve muy guardado en mi intimidad. Hoy siento que me lo he ganado porque su construcción viene de muy atrás.

En la vida profesional ocurre lo mismo: el éxito no se puede improvisar y quien esto pretenda con seguridad terminará por los caminos del fracaso o de la ilegalidad. También en la vida personal ocurre igual y así lo escribo en la Crónica antes mencionada, en otro párrafo que lo viene a constatar…

“Los grandes éxitos nunca se construyen de una sola pieza, pues no hay molde suficiente para contenerlos en su integridad. Nadie es capaz de cruzar un rio de un solo paso como tampoco parece viable alcanzar la cima de una montaña sin tenerla que escalar. El éxito siempre se viene a formular como suma de otros menores que secuencialmente llevan hasta el principal, aportando cada uno además una satisfacción puntual que ejerce del mejor apoyo motivacional. La palabra éxito no existiría sin la unión de sus cinco letras, cada una tan importante como las demás. Pero además, la palabra éxito contiene en su significado tantas acepciones semejantes que debería ser siempre escrita en plural…”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

EL HONOR O “LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ”

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Siempre acudo a las artes para descubrir qué apasionó a nuestros antepasados y lo que para ellos constituyó las bases más sólidas de su civilización. El amor, la codicia, el valor, la muerte, la libertad, la familia, la religión y tantos otros temas han sido fuente de inspiración de esas películas que no se olvidan, esos libros que nos fascinan, esas las músicas que nos conmueven o esas pinturas que no precisan de más explicación.

Entre todos estos referentes de lo que el hombre siempre ha considerado esencial para su definición se encuentra el honor, esa cualidad moral que obliga a quien lo quiere tener y mantener a conducirse por los rectos caminos del respeto a sí mismo y a los demás, sin más obligación que la del seguimiento de un código ético no escrito pero sabido por todos y cuyo uso es entendido como la mejor garantía de general consideración.

Pero desgraciadamente el honor ya no tiene cabida en este mundo actual que parece ha olvidado su condición. En este mundo que ha reducido la extensa y secular relación de sus valores a uno solo: la ambición. Un mundo que se representa a si mismo cada día en los informativos de la televisión, cuya imbatible noticia de portada es la corrupción. Hoy parece que solo hay derecho jurídico al honor pero ninguna personal obligación. El honor ya no es el de aquel Rhett Buttler redimido que nos fascinó al final de “Lo que el viento se llevó”.

Desaparecido ya el honor como valor general de vida, solo nos quedaría la honestidad (como bien menor con respecto al anterior) al objeto de no perder lo que tantos siglos nos costó ganar y nos identificó como seres con un concepto ético en la actuación. Es en “La honestidad”, la Crónica 44 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”, en donde sobre esto escribo mi opinión…

“La honestidad es el signo distintivo de quien entiende la vida como un pacto inexcusable entre sus actuaciones y la verdad, comprometiendo ante cualquier circunstancia la unicidad de un criterio que mantiene firme a pesar de las tentaciones por llegarlo a falsear. La honestidad define tan bien a la persona que para conocerla no es necesario más. Quien es honesto es de fiar y la fiabilidad constituye la puerta de entrada a la confianza y a la credibilidad. Ser honesto es el mejor aval para transitar por una sociedad que, tristemente acostumbrada a las personas con doble faz, pide a gritos integridad. Hoy la honestidad es, por escasa, la cualidad a mejor valorar y con ese tesoro la fortuna nunca puede faltar…”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

HABLAR MENOS… PERO ESCRIBIR MÁS

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Solo hace unos 200 años que se descubrió la Piedra de Rosetta (traducción de Rashid, la ciudad donde se halló), lo que permitió descifrar los ideográficos jeroglíficos egipcios que hasta esas fechas fueron todo un misterio para los sesudos investigadores de la comunicación. Escribir con símbolos fue uno de los hechos distintivos de una faraónica civilización que nos legó tantos grandes avances, pero parece que ese no. ¿O sí…?

Desde entonces, el desarrollo de la comunicación escrita ha tendido en su evolución a enriquecer paulatinamente los lenguajes (sobre todo con la aparición de la escritura silábica) para convertirlos en herramientas suficientes para explicar con detalle casi todo lo que queremos expresar de la razón y de la emoción. Y ello hasta el punto de llegar a ser considerada un arte por su capacidad de contener y embellecer todo nuestro mundo interior y exterior.

No obstante parece que, tras varios milenios de desarrollo, vivimos tiempos de involución pues ahora lo que vale es reformular la expresión escrita utilizando abreviaturas, emojis y emoticonos o cualquier signo que ahorre el esfuerzo de la explicación. Todo un homenaje a la civilización egipcia, aquella a la que tendremos que imitar con la elaboración de nuestra propia Piedra de Rosetta que nos permita descifrar al leer lo que muchos ya no comprendemos cada vez que recibimos una moderna comunicación.

Es curiosa la paradoja que define esta situación: En un mundo donde la escritura ya no tiene coste al prescindir de los soportes materiales que condicionaban su extensión (papel, lápiz, etc.), ahora nos hemos arrodillado ante un vehículo social de relación que impone una aberración como es la de limitar a 140 caracteres lo que queremos expresar por escrito a nuestro interlocutor. Esto para mí no tiene explicación cabal ni menos aún perdón.

Pero lo que con la escritura condeno con el habla lo aplaudo sin excepción. Hablar lo justo para expresarnos mejor es un signo de inteligencia en la exposición y así lo defiendo en… “El hablar menos para decir más” (la Crónica 37 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL“), alguno de cuyos párrafos reproduzco a continuación:

Quizás en pasadas épocas, cuando el tiempo para todos gozaba de otra disponibilidad, hablar se constituía como una práctica profusa en generosidad que el paso de los años ha adelgazado pasando a ser tan escueta como frugal. Hablar fue un ejercicio de resistencia y hoy lo es de velocidad. La palabra es un bien caro de expresar y derrocharla solo conduce a que nos la quieran arrebatar, interrumpiendo nuestro discurso por el de quienes también desean llenar el tiempo con el discurso de su pensar. Los diálogos en las películas clásicas nos enseñaron aquello que debía ser al comunicar y mucho me temo que nunca será. En definitiva, que no es cuestión de sacrificar nuestra opinión y callar, sino de abreviar. De manifestar nuestras ideas procurando dejar siempre el último minuto por llenar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Lo que no son cuentas… son cuentos

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Aunque la frase que titula este artículo no es mía, me siento tan identificado con su sentido que le voy a dedicar algunas líneas de reflexión, no sin antes advertir que “cuentas” y “cuentos” pueden ser antónimos dependiendo de cómo se contemple la vida, si como una realidad o como una ficción.

Decían los románticos del siglo XIX que la existencia no es lo que nos ocurre sino aquello que nos gustaría vivir, es decir, una ensoñación de lo deseado en contraposición a la realidad de lo soportado (que por lo general suele ser menos amable que cualquier especulación). Nótese que el término “Romanticismo” deriva de “roman” o novela en francés, toda una declaración de intenciones para convertir la realidad en una fabulación como reacción a la hasta entonces imperante racional Ilustración. Los románticos suelen atraer nuestro favor por defender unos ideales libertarios, hedonistas y buscadores de la emoción, aunque así su vida se les complicó al ser la cotidianeidad lo que finalmente “cuenta” y no el “cuento” lo que tiene razón. Y que conste que no condeno al Romanticismo por esta digresión, siquiera por todo lo mucho que de bello en el arte nos aportó.

Cierto es que todo propósito de vida comienza desde el anhelo y la visualización de un horizonte mejor, pero también lo es que su efectiva materialización deberá huir de la ingenua ensoñación para discurrir por el camino práctico del orden y la concreción.

En la Clave 111 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”, titulada “El concretar”, lo vengo a explicar…

Si hay una causa que pueda explicar muchos de los fracasos en todo aquello que nos gustaría alcanzar es nuestra dificultad para concretar, dejándonos llevar por vientos de aspiraciones imprecisas cuya definición y consecución se ocultan entre velos traslúcidos de generalidad. Todo se torna más difícil cuando no somos capaces de llegarlo a especificar, favoreciendo así nuestra confusión respecto de cuál es nuestro objetivo final. El qué, cuándo y cómo de cualquier proyecto personal y profesional ha de ser concreto, cuanto menos para poderlo gestionar, pues de otra manera nos sumergiremos en un bucle de vaguedad del que será imposible escapar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Mi amigo y la adversidad

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Hace unos meses, de repente y sin avisar, a mi amigo le comunicaron que su vida ya no iba a ser igual. Que el presente se teñiría de marrón y el futuro de gris incógnita, alargándose lo que la cruzada que entonces comenzaba quisiera durar. Un horizonte indefinido que viene a cuestionar eso de “seguridad” social, porque todavía nos encontramos tan lejos de dominar a la Naturaleza en mucho de aquello en lo que nos quiere atacar. Y por si esto fuera poco, además todo es fruto de un azar que frecuentemente apunta a alguien sin más criterio que el de fastidiar. Esa extraña lotería de la cruel enfermedad que no precisa de comprar sus números para que te pueda tocar.

Mi amigo nunca ha sido un superman, quizás como tampoco lo somos los demás. Y así mi opinión sobre él siempre fue la de ser un hombre normal, alguien con sus peculiaridades pero sin nada especial a destacar que no fuera un valencianismo militante y a prueba del mayor huracán. Un tipo que vivía corrientemente en su particular cotidianeidad. Pero hoy ya no pienso igual y le considero especial. Especial por afrontar su malestar con una entereza que a mí y al resto de sus amistades nos ha llegado a conmover y a asombrar, tanto que en él ahora vemos alguien diferente que nunca lo habríamos podido sospechar. Sin desviar su mirada puesta al frente, ese frente de batalla cuyas balas se cuentan por cientos de grageas multicolores ingeridas que al final nadie sabe muy bien a donde apuntan y dan. Batalla química pero irremediablemente también mental. Alguien enfrentado sin cuartel a su adversidad.

Y una vez más ha tenido que llegar la Adversidad para aflorar lo mejor que una persona puede dar. Así le ocurre a la mayoría de la humanidad, pues en una vida normal parece que no hay razón para buscar en todos los rincones de nuestra personalidad eso que desconocemos valer y que nos puede acercar a la excelencia de un superman. Sin dudar, hoy mi amigo lo es y yo debo reconocer que no lo soy ni me puedo comparar… pese a tener un récord mundial.

Récord mundial que me quiso llevar a escribir “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL“, en donde la Crónica 70 (“El probarse ante la adversidad”) viene a manifestar…

Hay algo que invariantemente ha sucedido desde la antigüedad y es que los mayores logros de la humanidad han germinado en momentos y situaciones enmarcados por la adversidad. Parece que solo lo mejor de nosotros mismos somos capaces de exteriorizar cuando las cosas van mal o en todo caso cuando nos cuestan más de lo que es normal. Y es entonces cuando nos solemos asombrar al comprobar cuál es nuestra medida y hasta donde podemos llegar, que siempre es mucho más allá...

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¿DEDICACIÓN O ADICCIÓN…?

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Uno de los signos que mejor definen nuestra contemporaneidad es la creciente dificultad para destacar en cualquier ámbito de la vida (personal, profesional, empresarial, político, social, etc.), lo que determina una creciente competitividad que demanda cada vez más la dedicación en todo aquello en lo se pretenda despuntar. Inmersos en esta actualidad, no deberíamos confundir las dedicaciones deliberadas con las otras que nos sobrellevan la voluntad y que toman forma de adicción o todo eso que en nuestra conducta no podemos gobernar (ver artículo en El País).

Entre una dedicación y una adicción no suele haber una clara línea de distinción por más que el juez decisor sea la libre voluntad, pues en muchas ocasiones esta se encuentra secuestrada por auto-justificaciones que la aleja de la realidad. Cualquier actividad se puede auto-excusar como no adictiva sin mucho pensar, solo es necesario dejarse llevar.

Una de las actividades que en nuestra sociedad goza de mayor popularidad y además genera controversias entre si es adictiva o vocacional es la práctica deportiva, base sin duda de la salud física y mental. Pero… ¿hasta dónde es beneficiosa y cuando se torna en perjudicial? Quien sea capaz de contestar fácilmente a esta pregunta se equivocará pues, como es habitual en la vida, todo depende de cada cual y no hay una regla común que pueda ajustar sin margen de error a la colectividad.

En mi caso particular creo poder controlar lo que en mi vida es uno de los pilares que sustenta mi satisfacción personal y al que me acerco más cuando las otras cosas pintan mal. Entrenar todos los días sin solución de continuidad ya forma parte de mi idiosincrasia como el comer, dormir o evacuar. No descanso porque no lo necesito y esta libertad es la que me aleja de una dependencia que no es adicción, sino dedicación para mejorar. Además, ello me garantiza el no perder la continuidad, ese tesoro que hace más fácil lo que ya de por sí tiene gran dificultad.

En la Crónica 55 de “Marathon-15%: 115 CLAVES DE SUPERACIÓN PERSONAL”, titulada “El descanso”, escribía en 2014…

En mi persona, yo siempre he sido partidario del descanso pero de una manera un tanto especial, la que considera a la pausa activa como suficiente y no perjudicial. Pausa esta que, sin abandonar el desarrollo de nuestros propósitos, los enfoca desde el simple cambio de actividad. Por eso, en mi vida deportiva, no he dejado nunca de (variadamente) entrenar por descansar y a mis 53 años evidencio como prueba de idoneidad que por saturación nunca me he llegado a lesionar. No pretendo poner como ejemplo único este mío que pueda ser muy particular, si bien tampoco animaré a lo que es contrario y que puede conducir a la tentación de holgazanear.

Es cierto que en todos los órdenes de la vida descansar lleva a reactivar las fuerzas y por tanto a mejorar el rendimiento, aunque cabe también la posibilidad de que un descanso inadecuado conduzca a una pérdida de continuidad que luego obligue a un coste mayor para recuperar. Ausentarse más de lo conveniente de aquello que nos ocupa lleva a una peligrosa intermitencia que puede convertir eso de “desconectar” en el peor enemigo de la productividad personal…

Saludos de Antonio J. Alonso