Ser como James Bond


Escribir en un Blog de Coaching que trata sobre desarrollo personal y profesional y titular un artículo como el que encabeza el presente, puede parecer la mejor forma de meterse en un callejón sin salida del que no poder escapar sin perder para siempre la credibilidad autoral.

A estas alturas no parece muy necesario presentar a Bond, James Bond. Paradigma del eterno agente secreto cuya refinada y seductora heroicidad se alimenta de un frívolo e inagotable talento testicular que vale tanto para coleccionar conquistas y amores imposibles como cadáveres de inefables enemigos, eso sí, con licencia de Su Graciosa Majestad.

No hay personaje cinematográfico de carne y hueso que, aparentemente, pueda alejarse más de la realidad y desde hace décadas e intérpretes sea imbatible en las preferencias de un público con marcado carácter intergeneracional. A ellos, porque les gustaría ser como él y a ellas, porque les gustaría estar con él (aunque obviamente también caben otras combinaciones según los gustos sentimentales de cada cual).

Para ser fan de una persona o de un personaje solo debe cumplirse un sencillo principio de carácter general: que haga algo que nos guste y nosotros no hagamos o lo hagamos mucho peor (aunque a veces no sea verdad).

Pues bien, públicamente yo me confieso que también soy fan de James Bond. ¿Por qué será…?

Dejando a un lado lo que liga, lo que conduce, lo que viste, lo que bebe, lo que juega o a los que puede…, el personaje creado en 1953 por Ian Fleming atesora otra serie de competencias menos cinematográficas que sí son muy a considerar para caminar seguro por este inquietante mundo actual.

Las más evidentes son las de su eterno Compromiso con una causa (la del bando de los supuestamente buenos) que le lleva a plantear una Unicidad de Comportamiento, consiguiendo así la Fiabilidad que resulta imprescindible para contar con la Confianza de los demás y especialmente de M, quien siempre le perdona sus coqueteos con lo fuera de la ley, de Q que hace lo propio cuando escacharra cualquiera de sus gadgetianos inventos o de la eternamente enamorada Miss Moneypenny quien, resignada a aceptar que nunca podrá sentarse en la primera fila de su corazón, sueña con estar solo unas filas atrás.

Transitar por la vida comprometidos con nuestras causas y actuando sin doblez es la mejor forma de ganar credibilidad ante quienes nos queremos relacionar. Por el contrario, la hipocresía es la peor compañera de viaje que podamos elegir pues, estoy convencido, es el defecto que menos perdonan y olvidan los demás.

Por naturaleza, también destaca del comportamiento de nuestro británico agente su fino Sentido del Humor (magistralmente introducido por Roger Moore en los ´70, retomado por Pierce Brosnan en los ´90 y ahora algo olvidado por el actual, Daniel Craig). Si hace casi dos décadas la irrupción golemaniana del concepto de Inteligencia Emocional supuso la consideración de un escalón superior al de la Inteligencia Racional, últimamente comienza a hablarse de otro nivel más completo para la valoración de las capacidades humanas: la Inteligencia Humorística. Así, algunos piensan que quien atesora Inteligencia Humorística tiene asimismo la Emocional y por supuesto la Racional. Sin poderlo aquí demostrar, dado que desconozco que parámetros de valoración se vienen a utilizar, de forma intuitiva yo comparto también esta hipótesis pues, en mi vida, a ninguna persona de éxito que haya conocido le faltaban grandísimas dosis de ese Sentido del Humor que minimiza cualquier pesar.

Finalmente y desde hace casi 50 años (Agente 007 contra el Dr. No se estrenó en 1962), James Bond demuestra cumplidamente en todas sus aventuras la que siempre he defendido como la cualidad primera y principal para la consecución de buenos resultados en la vida: la Perseverancia (que en su caso se traduce como un no rendirse jamás). Solo baste un sencillo ejercicio de recapitulación de los pequeños o grandes fracasos que han importunado nuestra vida para concluir que, posiblemente, la mayoría de estos están motivados por el abandono del esfuerzo necesario para la consecución de lo buscado (nos rendimos), independientemente de la justificación de las razones que nos llevaron a claudicar. Es obvio que la vida es una carrera de larga distancia y no la sucesión de agotadores y alocados esprines que, en muchas ocasiones, carecen del necesario orden y conexión para hacernos progresar.

Por todo lo dicho concluyo que me gustaría Ser como James Bond pues, aunque algunos digan que Solo se vive dos veces (1967), estoy convencido de que El mañana nunca muere (1997) si somos capaces de vivir con Alta tensión (1987) y aceptar el ambicioso reto de que El mundo nunca es suficiente (1999) para poder soñar con esos Diamantes para la eternidad (1971) que ofrecer a alguien y… Solo para sus Ojos (1981)…

 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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