¡El gran poder de la Costumbre y Dios!

Cuando era pequeño, en cierta ocasión mi padre me advirtió que el ser humano es un “animal de costumbres” y a mí me impresionó mucho más eso de que era un “animal”, que lo otro de las “costumbres”.

Ahora ya no me sorprendo de ello y asumo resignadamente mi/nuestra condición de animales, en muchas ocasiones no necesariamente racionales y por tanto equívocos. De aquí que lo que cada vez más me apasiona es el estudio sobre las leyes que marcan el intrincado comportamiento humano y quieren explicarlo con el mayor acierto. La Costumbre es una de ellas y en mi opinión, la más condicionante del actuar de las personas “humanas” (especifico lo de humanas pues considero que los otros animales también son “personas”, pues deberían tener todos los derechos y obligaciones que son acordes con la idiosincrasia de su especie).

La Costumbre se configura en las personas como el modo habitual de hacer las cosas de tal forma que su arraigo en ellas y en la sociedad es hasta considerado como fuente del Derecho (Consuetudinario), derivando en leyes y decretos de obligado cumplimiento. Por tanto no estamos ante un tema menor, sino de gran trascendencia en nuestra vida por cuanto nos condiciona, tácita o expresamente, en los actos que queremos practicar.

Cuando una costumbre se instala en nosotros o en la sociedad donde habitamos no hay quien la mueva, generando un mismo sentimiento de continuidad e inmovilismo que además suele ser incuestionable y que paraliza todo intento de cambio hacia la mejora.

El pasado Jueves Santo viaje a Cuenca para escuchar una “Pasión según San Mateo” que los prestigiosos King´s Consort interpretaban en la noche grande de la 49ª Semana de Música Religiosa de esa localidad. Hoy no hablaré de hasta dónde me elevé emocionalmente, otra vez más, frente a la que quizás pueda ser la obra más honda, sentida y humana de toda la historia de la música universal.

Finalizado el concierto, hacia las 0:30 h. ya del Viernes Santo, me dirigí presto al hotel para descansar lo que pudiese pues nunca había asistido a la procesión de “Las Turbas”, que comienza a las 5:30 h. de esa madrugada y me había sido insistentemente recomendada por tirios y troyanos.

“Las Turbas” es uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar sobre la irresistible fuerza de la Costumbre. Quien haya asistido a esta peculiar procesión ya sabrá que su singularidad parte de un hecho insólito y en cierta manera formalmente cuestionable: unos 2.000 nazarenos, caminando de espaldas, preceden la imagen del Cristo con la Cruz tocando un monocorde soniquete de tambor, soplando desacompasadamente cornetas desafinadas y profiriendo toda suerte de insultos y silbidos hacia el protagonista del cortejo, imitando lo que la historiografía cuenta que le ocurrió a Jesucristo en su camino del calvario.

Desde mi estupefacto asombro alejado de toda vinculación religiosa, no podía dar crédito a lo que veía y lo que es más, no acertaba a explicarme cual sería la verdadera postura del clero conquense ante tamaña demostración anual de “hooligansmanía” hebrea.

¿Cuál es la explicación?. Pues sí: la Costumbre, que ha convertido en tradición inquebrantable una procesión de tan dudoso gusto religioso pero generadora de juerga alcohólica juvenil y pingües beneficios económicos en forma de turismo primaveral a una localidad que no anda nunca sobrada de ellos.

Sin duda, es el gran poder de la Costumbre que ni Dios ha podido cambiar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

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