¡Algo pequeñito…!

Televisión Española concursa hoy sábado 29 de Mayo en Eurovisión 2010 con una muy original canción titulada “Algo pequeñito” que, independientemente del resultado final que consiga, en mi opinión es el mejor de los 49 temas hasta la fecha presentados por España en toda su historia de participación en el veterano y europeo Festival de la Canción.

Elegante y pegadizo ritmo de vals en crescendo al estilo raveliano de su famoso Bolero, está interpretado por la juvenil y bien modulada voz de un rizado y simpático Daniel Diges que protagoniza esa nostálgica puesta en escena alegórica a los evocadores mundos del circo tradicional y la Comedia dell´Arte.

Pero de todos los aciertos de “Algo pequeñito”, quizás el mayor esta en el mensaje que contiene su letra y cuyos sencillos primeros versos son…

– Algo pequeñito, algo chiquitito. Una rosa blanca. Una caricia, un beso dulce y un perdón.

– Algo pequeñito. Algo chiquitito. Un gesto tierno, una mirada. Un abrazo, una flor.

– Algo pequeñito. Algo chiquitito. Un simple te quiero. Con dulzura, con cariño y con pasión.

…versos que proclaman la grandeza de la pequeñez, la importancia de la parte frente al todo, la evidencia de que solo son las piedras las que construyen las catedrales.

Siempre he sido un fiel defensor de la conveniencia del cuidado de los pequeños detalles en cualquier orden de la vida, pues su práctica reiterada suele ser la mejor garantía para trasladar con éxito nuestras intenciones y voluntades a los demás. Confundir su carácter diminuto con la intrascendencia de su uso es uno de los mayores errores que podemos cometer y que habitualmente no solemos entender por más que nos lo señalen.

El sentimental mensaje de “Algo pequeñito” también tiene buen acomodo en los entornos profesionales, ahora tan crispados y ásperos que andan urgentemente necesitados del esfuerzo solidario de todos por cuidar más las prácticas y los ambientes laborales.

Una maquinaria funciona a pleno rendimiento cuando las pérdidas de energía por fricción se minimizan y es por ello que se utilizan los aceites lubricantes. Sin duda, el mejor para construir fluidas relaciones profesionales en equipos de trabajo de alto rendimiento son los pequeños detalles, como lo es una cariñosa palabra de ánimo en el momento adecuado o el gesto de escuchar pacientemente y con atención las correrías de fin de semana del hijo de nuestro compañero de trabajo…

…algo pequeñito que no requiere de gran esfuerzo personal pero que sumado al de todos los demás puede conseguir un enorme resultado final…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La relatividad vital

¿Cuántas veces en nuestra vida nos hemos ahogado en un simple vaso de agua al convertirse engañosamente en el escenario de la tormenta oceánica más aterradora? y ¿cuántas veces nos hemos dado cuenta a la postre de que la presunta dificultad vivida no tenia tanta entidad?

La percepción de la realidad condiciona en gran modo su adecuada gestión. Tanto el apreciar más dificultades de las que realmente son como lo contrario suele ser un mal punto de partida en los procesos de actuación personal.

Vivimos presos de un provincianismo mental que quiere reducir todo lo que nos acontece a un puñado de reglas tradicionalmente bien sabidas y aplicadas  por la colectividad de la que somos uno más. Perseguimos la comodidad infinita y conforme la vamos ganando en la vida, cualquier atentado a ella nos parece el mayor de los terremotos en nuestro ganado remanso de engañosa paz.

Buscamos lo absoluto (nuestra verdad), cuando lo práctico es caminar hacia lo relativo (las verdades). Usamos siempre las mismas gafas, cuando deberíamos acostumbrarnos a ponernos frecuentemente las de los demás.

La vida, por definición, es como una carretera de montaña que alterna unos tramos de subida con otros de bajada sin solución de continuidad. Empeñarse en que las cuestas sean siempre descendentes es tanto como olvidar la escarpada orografía vital. Debe haber momentos de esfuerzo para que luego los haya de bondad. El contraste es parte de la esencia de nuestra vida, por lo que relativizar es la mejor receta para entender el sistema cíclico existencial…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Me pagan por preguntar

Me pagan por preguntar

Dicen mis amigos que no comprenden bien la profesión que vengo desempeñando desde 2002 porque, a diferencia de casi todas las demás, a mí me pagan por preguntar cuando lo habitual es que fuera por responder. Y esto, no dedicándome al periodismo, es muy poco frecuente y ciertamente singular.

Soy Business Coach (o entrenador en empresas y negocios) y me gano la vida preguntando. Si, preguntando. Hago lo contrario a aquello que ofrecen los Consultores: respuestas y soluciones a los problemas.

¿Y por qué me pagan por ello…?

Llega un coche averiado a un taller de reparación y el mecánico, al abrir el capó, coge una llave inglesa con la que aprieta una tuerca:

– Señor, ya está arreglado su vehículo, son 300 €.

– ¿Cómo? ¿Usted es un ladrón? ¿300 € por apretar una tuerca…?

– Perdone caballero, yo le he cobrado 5 € por apretar la tuerca y 295 € por saber cual de todas ellas es la que soluciona la avería de su coche.

Preguntar puede ser muy fácil o muy difícil, todo depende de lo que se pretenda conseguir. En mi caso y en el de quienes nos dedicamos al Business Coaching, el objetivo que perseguimos es el de maximizar los resultados de las organizaciones en donde intervenimos a partir de la puesta en valor de todos sus Agentes y muy especialmente, de su Capital Humano. Y para ello hay que preguntar, sabiendo lo que preguntar.

Me gustan las preguntas mucho más que las respuestas y es por ello que prefiero la música de Beethoven a la de Mozart pues, en mi opinión, el primero se debate constantemente alrededor de la duda enriquecedora mientras que el segundo compone plácidamente instalado en su insultante perfección musical.

El Capital Humano y en especial su talento, hoy en día, es el principal factor crítico de éxito de toda empresa por cuanto es lo único que no se puede comprar con dinero (el resto de factores productivos, sí). Contratar a un directivo brillante de otra empresa no asegura que lo vaya a ser en esta. Las organizaciones que cuentan con equipos de trabajo de alto rendimiento profesional son las que se distinguen positivamente de las de su competencia y por tanto, las que triunfan en sus mercados adelantandose a las demás.

Mejorar el rendimiento profesional de los directivos de las empresas es mi trabajo y nunca lo podría conseguir trasladándolos respuestas. ¿Por qué? Pues porque no las tengo, al faltarme toda la información que ellos si tienen sobre su mercado, empresa y responsabilidad profesional.

¿Quién sabe más que uno mismo sobre su realidad? Nadie. Por tanto, nadie nos puede decir acertadamente lo que tenemos que hacer. De aquí que la Consultoría y también la Formación tradicional estén llamadas al fracaso continuo y reiterado en todo aquello que suponga la mejora de las competencias profesionales de los miembros de equipos de trabajo, a partir de esas milagrosas soluciones y recetas mil veces oídas. No valen las fórmulas externas, sino únicamente las que los propios afectados sean capaces de identificar.

Pero ver individualmente las soluciones tiene su complejidad. Muchos impedimentos nos suelen bloquear la percepción más objetiva de nuestra realidad y casi todos ellos están vinculados a esa obsesión que continuadamente demostramos por permanecer en nuestra zona de comodidad. Ese reducto de hábitos y costumbres que, por conocidas y dominadas, nos instalan en la más aburrida repetición vital.

El cambio es la única herramienta válida para el progreso personal y profesional (Si hacemos siempre lo mismo, conseguiremos siempre lo mismo) y dada su evidente dificultad, a mí me pagan por facilitarlo y propiciarlo en los profesionales y en sus organizaciones. Y para ello, siempre debo preguntar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Lecciones de Ternura

El lunes pasado, en pleno mayo, amaneció un día fresco y lluvioso en Valencia. De esos que parecen se han equivocado de estación para recordarnos un invierno recién finalizado que todos queremos olvidar pero que, sin pedirlo, en menos de un año nos volverá a visitar.

Es en este tipo de días cuando me resulta más fácil el poder analizar emocionalmente lo que me pasa y rodea, ganando en sentido y sensibilidad (¡Jane Austen solo podía ser británica!).

Caminando bajo la lluvia, recordaba la sesión de Coaching recién finalizada en donde el Gerente de una compañía de servicios me había trasladado su preocupación por el progresivo deterioro que estaba notando en la relación laboral con su esposa (trabajan juntos) debido, según él, a la crispación que estos tiempos problemáticos de dificultad económica genera en quienes tienen responsabilidad en las empresas de liderar.

Instalado en el metro y ya de vuelta a casa, seguía absorto en mis tribulaciones sobre las verdaderas razones que podrían explicar la situación de mi cliente cuando en la parada de una estación entraron dos jóvenes con rasgos físicos de síndrome de Down. Tendrían veintipocos años y no les acompañaba nadie, lo que evidenciaba su autonomía personal. Vestían a la moda y permanecían callados, ajenos a un mundo que no les considera igual.

A hora punta, el vagón lleno no ofrecía muchas posibilidades de asiento y la única plaza a la vista fue cedida galantemente por el muchacho a su acompañante, muy rubia y algo más alta que él. Como no llevaban paraguas, sus ropas y pelos mojados me informaron de un largo trayecto a pié hasta esa estación.

Sin pretender mirar más allá de lo que el decoro impone, me costaba apartar mis ojos de esos jóvenes, distintos sí, pero a la vez tan normales en su comportamiento que todavía me intrigaban más. Y de repente, pasó…

Tuve el privilegio de contemplar una de las escenas más verdaderas y tiernas que en mucho tiempo he podido presenciar y que transcurrió desapercibida para el resto del pasaje, tan ausentes como ignorantes de aquel regalo emocional.

El muchacho, con un delicadísimo cuidado y esa minuciosidad titubeante que solo los síndrome de Down son capaces de mostrar (lo conozco muy bien, pues tengo una adorable primita que nació así), le estaba retirando primorosamente del rostro los despeinados mechones mojados que cubrían sus ojos, dibujando nuevamente ese flequillo perdido, pelo a pelo, ante la dulce y plenamente azul mirada de la joven. ¡No pude contener mi emoción!

Al pronto comprendí que las lecciones no las dan los que quieren sino los que pueden y que mi cliente, de haber estado allí, hubiera descubierto sin más ayuda mía la verdadera razón de su preocupación….

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Paradoja del Trabajo

Mafalda y ganarse la vida

Hoy es 1º de Mayo y festivo: celebramos el Día del Trabajo.

Normalmente las festividades en el calendario vienen a santificar (religiosa o laicamente) a mitos, personas, instituciones o acontecimientos de gran relevancia, conservándolos anualmente en su memoria histórica dada su significación para toda la colectividad, .

Sin duda el Trabajo lo es. Pero, ¿por qué…? ¿Es el Trabajo un bien deseado…? o ¿se trata más bien de una necesidad impuesta…? ¿Qué nos lleva a trabajar…?

Parece evidente que si el Trabajo fuese un bien deseado nadie jugaría a la lotería. Es de sentir popular que a todos nos gustaría vivir sin la obligatoriedad de tener que trabajar para ganarnos la vida y así poder destinar nuestro tiempo a lo que nos apeteciese (incluido el Trabajo, de ser esta nuestra elección vital). Como ya he comentado en otras ocasiones, el Trabajo siempre ha ejercido como condicionante de esa parte de la libertad del hombre referida al uso y disfrute de su tiempo, que solo la puede alcanzar comprándola con dinero y para tenerlo hay que trabajar. Y de aquí nadie sale de no mediar un acontecimiento fuera de lo normal.

El Trabajo no es inherente ni consustancial al ser humano, más bien es una circunstancia coyuntural en la joven historia de la humanidad y la consecuencia del estado actual del paulatino proceso de desarrollo del hombre en la Tierra: lo que precisamos para vivir lo tenemos que producir y en tanto no lleguemos (que llegaremos) a un nivel de desarrollo que permita que las máquinas nos sustituyan, nosotros deberemos trabajar.

¿Alguien se imagina nuestra sociedad en el año 3000 donde las personas repartan paquetes, arreglen coches o tengan que sembrar? ¡Qué penosa expectativa de desarrollo esta que nos sigue esclavizando a la productividad!

La cultura idiosincrática que en cada época ha definido a los pueblos es tan poderosa que llega a programar las mentes de sus miembros, restándoles posibilidad de analizar y reflexionar. Admitir que el Trabajo es un derecho es darle la vuelta a una realidad que más bien lo posiciona como un deber del que no es posible escapar. Los derechos los ejercemos o no a voluntad, pero sobre los deberes no tenemos ninguna capacidad.

Aun es más, el Trabajo cuando lo tenemos, lo odiamos y cuando lo perdemos, lo añoramos, por lo que… ¡no hay mayor paradoja que defina nuestra cotidianeidad!

No obstante, la obligatoriedad del Trabajo no significa que, bien gestionado racional y emocionalmente en nuestra vida, pueda ser fuente de satisfacción y enriquecimiento personal (y no solo material).

El Trabajo, por tanto, tiene fecha segura de caducidad y cuando ello les acontezca a nuestros descendientes con certeza no les preocupará que desaparezca una festividad en su calendario, pues entonces ya todas lo serán…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro