“La Rueda de la Vida”

Aunque nadie se percate muy bien de ello es muy cierto que, en el mismo momento de nacer, todos recibimos un misterioso regalo de cuyo origen sabemos poco y menos todavía sobre cuál será el uso que le daremos a lo largo de nuestra vida.

Se trata de una invisible bicicleta cuya presumible intangibilidad no desacredita la vital función para la que nos es entregada, pero si nos lleva a pedir indefectiblemente una “de verdad” a los siempre generosos Reyes Magos en algún momento de nuestra primera infancia.

La esotérica y misteriosa bicicleta en cuestión tiene como función el que, montados permanentemente en ella, recorramos el máximo trayecto posible en el largo camino de nuestra vida. Siempre considerando que al recibirla, esta se encuentra en perfecto estado de utilización, pero que con su uso o mal uso normalmente la deterioraremos paulatinamente (unos más que otros, dado que no será cuidada con igual interés por todos).

Pues bien, de todas, la pieza que más va a sufrir con nuestro descuido será la rueda trasera cuya redondez y concentricidad inicial se tornará, a poco que nos despistemos, en la imagen fiel del más chulo “ocho”, dificultando nuestro avance y ralentizando el viaje apasiónate de la vida.

Una de las herramientas más poderosas que solemos utilizar los que nos dedicamos profesionalmente al Coaching es “La Rueda de la Vida”, pues permite a nuestro interlocutor (Coachee) descubrir su estado de equilibrio/desequilibrio vital y por tanto allí donde más y mejor debería enfocar sus esfuerzos para alcanzar la tan deseada armonía existencial.

¿Cómo funciona? Pues muy fácil: consideremos una rueda con tantos ejes como áreas de la vida quieran contemplarse (normalmente de seis a ocho) y dividamos esos radios en diez segmentos cada uno para poder valorarlos (de 0 a 10) según nuestro nivel de satisfacción actual en cada una de esas áreas de la vida. Uniendo los puntos resultantes obtendremos la figura de nuestra Rueda de Vida, que tanto será más armónica cuanto más se acerque a la forma redonda de una circunferencia.

Lo más importante quizás del resultado obtenido es que parte de la valoración que cada persona hace de sí misma y todos sabemos que, para cada cual, no hay voz más autorizada que la propia.

Lo que queda tras esto es bien sencillo y difícil a la par: identificar aquellas actuaciones (metas, acciones, hábitos, tareas, etc.) concretas que deberemos acometer para volver a redondear nuestra Rueda de La Vida y así continuar recorriendo con mayor fluidez y dinamismo el largo y apasionante camino vital que nos tiene reservado nuestro siempre esperado y deseado futuro…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Para no ser infeliz en el trabajo…!

Una vez más, Miguel de Cervantes (1547-1616) nos demuestra su fino y acertado conocimiento de la condición humana que, cuatrocientos años después, sigue inalterable en dichos y hechos.

En el capítulo 49º de la segunda parte del Quijote se cuenta que Sancho, siendo gobernador de la Ínsula Barataria, toma preso a un joven a quien “le condena a dormir en la cárcel”. Este, demostrando gran ingenio, reta al inexperto gobernador al cumplimento de su pena argumentando lo siguiente:

”Prosuponga vuesa merced que me manda llevar a la cárcel y que en ella me echan grillos y cadenas y que me meten en un calabozo y se le ponen al alcaide graves penas si me deja salir, y que él lo cumple como se le manda; con todo esto, si yo no quiero dormir y estarme despierto toda la noche sin pegar pestaña, ¿será vuesa merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?”

Como al mismo protagonista de esta aleccionadora historia, a todos nosotros se nos presentan habitualmente en nuestra vida situaciones de obligado cumplimiento, cuyo desempeño no necesariamente tiene un solo camino de andadura.

Sin duda el trabajo es la ocupación vivencial que, por obligatoria y duradera, es más condicionante en la existencia de la mayoría de los que habitamos este mundo que nos ha tocado vivir. Debemos y tenemos que trabajar para ganarnos el sustento y además no poco, sino ocho o más horas al día, tarea que para muchos puede convertirse en una pena de cárcel difícil de sobrellevar. Efectivamente, tener que pasar un tercio del día en nuestra cárcel laboral y de por vida puede ser la peor condena a asumir, aunque aquí hoy no hablaré de lo terrible que pueda ser lo contrario: no tener trabajo. Ambas situaciones suelen devenir en infelicidad, aunque por motivos bien diferentes.

Trabajar no debería ser sinónimo de condena, pese a que la constatada realidad de la vida nos demuestre que trabajar en lo soñado y deseado es casi siempre una utopía, por mucho que se empeñen equivocadamente esos aprovechados gurús visionarios del “si quieres, siempre puedes”.

Sólo a partir de la asunción consciente de nuestra realidad laboral actual daremos el primer paso en el camino a recorrer para no convertir nuestra actividad profesional en una cárcel que derive en fuente inagotable de infelicidad. Pero entiéndase siempre asunción, nunca como resignación sino como el reconocimiento de una situación presencial que hay que afrontar con compromiso y responsabilidad y que puede ser en el futuro, algo o mucho modificable según nuestros propósitos y esfuerzos.

La asunción serena de nuestra realidad es la primera condición para no ser infeliz en el trabajo, tal y como demostraba el protagonista de aquella historia que, solo aceptando su obligada condena, supo encontrar esa parcela de libertad y autonomía personal que dio sentido a su pena…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Azuloscurocasinegro”

En 2006, Daniel Sánchez Arévalo ganó el Goya a la mejor dirección novel por su película “Azuloscurocasinegro”, que también se llevó otros dos galardones (de los seis a los que optaba) de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas Españolas.

El título del film pretende reflejar el estado anímico del protagonista (Jorge) y su visión de la vida, sin duda no muy alejada de la que tienen muchos españoles en la actualidad.

El color con el que observamos nuestra existencia siempre es una elección propia, tal y como escribía Ramón de Campoamor (1817-1901) en sus Humoradas…

“Busqué la ciencia, y me enseñó el vacío.
Logré el amor, y conquisté el hastío.
¡Quién de su pecho desterrar pudiera,
la duda, nuestra eterna compañera!.
¿Qué es preciso tener en la existencia?.
Fuerza en el alma y paz en la conciencia.
No tengáis duda alguna:
felicidad suprema no hay ninguna.
Aunque tú por modestia no lo creas,
las flores en tu sien parecen feas.
Te pintaré en un cantar
la rueda de la existencia:
Pecar, hacer penitencia
y, luego, vuelta a empezar.
En este mundo traidor,
nada es verdad, ni mentira,
todo es según el color
del cristal con que se mira.”

Elegir el cristal con el que ver la vida es potestad de cada cual y de ello dependerá la actitud que exhibamos luego frente a los obstáculos que aparecen en nuestro camino. Optar por mirar a través de colores oscuros dificulta la visión en la marcha, pero escoger la claridad es apostar por facilitar el avance rápido por el camino de la vida.

Ya lo he dicho otras veces con anterioridad y ahora lo vuelvo a repetir: la situación de crisis económica que estamos atravesando se ampara en causas objetivas (reducción drástica del crédito, caída del sector de la construcción, contracción de la actividad exterior, etc.), pero también en otras subjetivas muy relacionadas con el ánimo y las expectativas de los consumidores que, anticipando una especie de apocalipsis económico (”Azuloscurocasinegro”), se han negado drásticamente a invertir/consumir frenando sin ABS su habitual dinámica vivencial, pese a que muchos sigan manteniendo su mismo poder adquisitivo. Al igual que “Estolocausamosentretodos” yo también considero que, de pensar en positivo, “Estoloarreglamosentretodos”.

Debo reconocer que, si bien no me distingo por ser un gran aventurero vital, si es verdad que cuando he impregnado de blanca ilusión mi futuro este me ha correspondido generosamente con muchas más satisfacciones que decepciones, demostrándome a mí mismo que el optimismo siempre es la versión más práctica de la mejor ensoñación.

Y si no, podemos consultar a Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) en “La Vida es Sueño”, cuando puso en boca de Segismundo aquello de…

“¿Qué es la vida?. Un frenesí.
¿Qué es la vida?. Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡El gran poder de la Costumbre y Dios!

Cuando era pequeño, en cierta ocasión mi padre me advirtió que el ser humano es un “animal de costumbres” y a mí me impresionó mucho más eso de que era un “animal”, que lo otro de las “costumbres”.

Ahora ya no me sorprendo de ello y asumo resignadamente mi/nuestra condición de animales, en muchas ocasiones no necesariamente racionales y por tanto equívocos. De aquí que lo que cada vez más me apasiona es el estudio sobre las leyes que marcan el intrincado comportamiento humano y quieren explicarlo con el mayor acierto. La Costumbre es una de ellas y en mi opinión, la más condicionante del actuar de las personas “humanas” (especifico lo de humanas pues considero que los otros animales también son “personas”, pues deberían tener todos los derechos y obligaciones que son acordes con la idiosincrasia de su especie).

La Costumbre se configura en las personas como el modo habitual de hacer las cosas de tal forma que su arraigo en ellas y en la sociedad es hasta considerado como fuente del Derecho (Consuetudinario), derivando en leyes y decretos de obligado cumplimiento. Por tanto no estamos ante un tema menor, sino de gran trascendencia en nuestra vida por cuanto nos condiciona, tácita o expresamente, en los actos que queremos practicar.

Cuando una costumbre se instala en nosotros o en la sociedad donde habitamos no hay quien la mueva, generando un mismo sentimiento de continuidad e inmovilismo que además suele ser incuestionable y que paraliza todo intento de cambio hacia la mejora.

El pasado Jueves Santo viaje a Cuenca para escuchar una “Pasión según San Mateo” que los prestigiosos King´s Consort interpretaban en la noche grande de la 49ª Semana de Música Religiosa de esa localidad. Hoy no hablaré de hasta dónde me elevé emocionalmente, otra vez más, frente a la que quizás pueda ser la obra más honda, sentida y humana de toda la historia de la música universal.

Finalizado el concierto, hacia las 0:30 h. ya del Viernes Santo, me dirigí presto al hotel para descansar lo que pudiese pues nunca había asistido a la procesión de “Las Turbas”, que comienza a las 5:30 h. de esa madrugada y me había sido insistentemente recomendada por tirios y troyanos.

“Las Turbas” es uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar sobre la irresistible fuerza de la Costumbre. Quien haya asistido a esta peculiar procesión ya sabrá que su singularidad parte de un hecho insólito y en cierta manera formalmente cuestionable: unos 2.000 nazarenos, caminando de espaldas, preceden la imagen del Cristo con la Cruz tocando un monocorde soniquete de tambor, soplando desacompasadamente cornetas desafinadas y profiriendo toda suerte de insultos y silbidos hacia el protagonista del cortejo, imitando lo que la historiografía cuenta que le ocurrió a Jesucristo en su camino del calvario.

Desde mi estupefacto asombro alejado de toda vinculación religiosa, no podía dar crédito a lo que veía y lo que es más, no acertaba a explicarme cual sería la verdadera postura del clero conquense ante tamaña demostración anual de “hooligansmanía” hebrea.

¿Cuál es la explicación?. Pues sí: la Costumbre, que ha convertido en tradición inquebrantable una procesión de tan dudoso gusto religioso pero generadora de juerga alcohólica juvenil y pingües beneficios económicos en forma de turismo primaveral a una localidad que no anda nunca sobrada de ellos.

Sin duda, es el gran poder de la Costumbre que ni Dios ha podido cambiar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro