Jugando fuera de casa…

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Un verano más y ya tras él, mil sensaciones vividas en otro de mis ruteados viajes en moto por las carreteras grises y serpenteantes, esta vez, de nuestra Península Ibérica. En semicircunferencia casi perfecta quise recorrer la costa sur de una piel de toro que, desde Oporto hasta Valencia, me llevaría por las sugerentes etapas intermedias de Lisboa, Albufeira, Cádiz, Málaga y Mojacar.

En total unos 3.000 kilómetros en diez días distribuidos equitativamente entre Portugal y España que, aunque países hermanos, para el visitante si presentan signos de distinción evidentes. De entre ellos, quizás el más obvio es el del idioma.

Si hay un hecho incontestable que en todos mis viajes se reproduce es, debo confesarlo con rubor, mi diferente actitud ante las personas dependiendo de si me encuentro en España o en el extranjero, lo cual posiblemente me identifique como un mal viajero a la par que un mal residente.

Y todo ello porque en España, seguro conocedor de su idioma y sus costumbres, suelo comportarme como dueño (aun no siéndolo) de un algo que no se bien definir pero que me instala en un sentimiento de pertenencia en cualquiera de sus regiones y me lleva a una suerte de actuación “sobresegura” que, inevitablemente, me suele provocar una especie de síndrome de independencia relacional.

En cambio mis visitas al, por más transitado, siempre novedoso extranjero me convierten necesariamente en más dependiente, obligándome a “ser mejor” ante los demás pues de ellos suelo necesitar habitualmente más que en España. Yo mismo frecuentemente me asombro de hasta dónde pueden llegar mi paciencia y comprensión de lo foráneo aun en aquellas situaciones que podrían ser más censurables.

Viajar al extranjero ejerce en mí una suerte de catarsis personal que me convierte en ese que normalmente no soy, mejorándome por supuesto. La pena de ello es que los efectos no son permanentes, durando solo el tiempo que media hasta cruzar las fronteras patrias.

En conclusión y por extensión podría decir que cuanto más fácil se me presenta la vida, menos me empeño en mejorarla. Justo al contrario de lo que me ocurre en los momentos de dificultad.

Al final, siempre me pregunto si yo seré como esos equipos de fútbol que solo saben sacar lo mejor de sí mismos jugando fuera de casa…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro