Valle-Inclán, Calderón de la Barca y Raffaella Carrà

La costumbre no torna aburrida la vida si lo acostumbrado no es impuesto sino elegido y por tanto disfrutado. Así me lo planteo en cada visita navideña a Madrid, donde la música y las artes escénicas suelen acaparar mi atención cultural. Pero este año, un despiste personal y una enfermedad familiar adelgazaron lo que en otros había sido un sin parar.

Algo de lo que hace mucho tiempo ya no es susceptible de mi arrepentimiento es el no poder asistir a un espectáculo por falta de entradas, o lo que es lo mismo, por decidirme a comprarlas al final. Así, acudo cada Navidad a Madrid con las localidades adquiridas en Septiembre y nunca, hasta este año, he desaprovechado la inversión por esos mal llamados imprevistos, que de habitual suelen ser provocados por inconfesables faltas de organización personal. Pero la edad trae sus servidumbres y en esta ocasión la memoria me falló al seleccionar el billete de ida del AVE para una fecha posterior a mi primer compromiso, equivocación que me privó de disfrutar del “Oratorio de Navidad” (J.S. Bach-1734) interpretado por el prestigioso “Collegium Vocale Gent” en el Auditorio Nacional. Equivocación de la que se benefició una lejana amistad, que también visita a su familia madrileña por estas fechas y curiosamente trabaja en Bruselas, muy cerca de la sede de esta formación barroca y que con no poca sorna así me lo vino a significar.

Por otra parte, la enfermedad de un familiar me aconsejó restringir mi atención a solo dos espectáculos (tres, contando el anterior) y como siempre buscados en el Centro Dramático Nacional y la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Del primero presencié el montaje que José Carlos Plaza ha realizado de “Divinas Palabras” (R.M. Valle-Inclán-1919) en el centenario de su estreno. El mismo Director la califica como… “una de las dos o tres obras más universales de nuestra historia literaria” lo cual y sin ánimo de quitar mérito a ese particular texto, me parece que es exagerar. En mi opinión, el teatro de hace cien años ha envejecido peor que el de cuatro siglos atrás, sobretodo si falta novedad en su tratamiento tal y como luego tendré la oportunidad de comentar. No obstante y pese a todo, quiero destacar las admirables interpretaciones de María Adánez en el papel de Mari Gaila y Ana Marzoa como Rosa de Tatula, ambas dueñas plenipotenciarias de la escena en cada ocasión que les tocaba hablar. Como curiosidad, significar que toda la activación de la tramoya (un gran telón que adquiría múltiples formas) tenía lugar desde unos resortes con forma de perchas, a la vista del público y por los mismos actores a excepción de un solo operador un poco perdido y fuera de lugar. Esta singularidad y su relación con la obra todavía es para mí un misterio que no he acertado a despejar.

Al comprar la entrada, me extrañó que “La señora y la criada “, una obra poco conocida de Pedro Calderón de la Barca e interpretada por “La Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico” (la segunda unidad de la institución), estuviera a punto de agotar la venta a tres meses vista de la función. La explicación la encontré al presenciar la maravilla que Miguel del Arco ha logrado montar. Pese al ingenio sin igual de los autores del Siglo de Oro español al diseñar tramas de relojera precisión y textos rimados de extrema dificultad que radiografían el alma humana con un acierto proverbial, los tiempos actuales no les favorecen al exigir al espectador esfuerzo y atención, algo que nadie está ya dispuesto a dar. Pero… ¿y si convertimos “La señora y la criada” en una opereta musical?. Quizás entonces pueda gustar, sobretodo si la música (no la letra) pertenece a lo más conocido del repertorio de la imparable Raffaella Carrà, santo y seña de una recordada época tan desinhibida como jovial. La Carrà sí, que tan señora como criada nos parecía por su atractiva naturalidad. El teatro a reventar y los encendidos aplausos al finalizar (curiosamente también del público con más edad) prueban que, con creatividad, todavía hay margen para hacer triunfar algo que ya cautivaba 400 años atrás.

Al igual que siempre, al finalizar mi participación en la San Silvestre Vallecana, una vez más confirmé que en esta vida la salud como prioridad no tiene igual…

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