Dos “Palaus” para Bruckner y Strauss

En días consecutivos (viernes y sábado pasados) mis esperanzados pasos me llevaron a dos “Palaus” cuya fisonomía parecía muy relacionada con la música que iba a escuchar: la de Anton Bruckner en la Lonja de Valencia y la de Richard Strauss en Les Arts. Esperanza de comprobar cómo sonaría la catedralicia obra sinfónica del maestro austriaco en un continente medieval y la distópica ópera del compositor alemán en las frías formas de un recinto con aspiración de eterna modernidad. A priori, cada obra se correspondía con su lugar y así, a posteriori, todo vino a encajar.

El Palau de la Música de Valencia nos regaló un concierto en la Lonja interpretado por su Orquesta titular, que esta vez fue dirigida por Josep Caballé y cuyo atractivo especial se centraba en la “Sinfonía número 6” de Anton Bruckner (1881), además del lugar donde se venía a celebrar. Hace años que llevo preguntándome por la razón que pueda explicar el que la mayoría de los edificios contemporáneos solo se preocupen de la función olvidando la belleza formal. La Lonja de la Seda de Valencia o Lonja de Mercaderes se construyó en 1548 como recinto mercantil (en especial su Sala de Contratación) y para ello hoy hubiera bastado un blanco recinto cuadrangular, pero entonces se defendía que todo espacio debía dignificar a sus ocupantes con el certificado que otorga ese tipo de belleza que no está reñida con la practicidad. De esa manera La Lonja, desde 1996, es Patrimonio de la Humanidad, algo que desconozco si en algún momento se concederá a Les Arts.

El concierto estaba programado a las 19:30 h. y la apertura de puertas una hora atrás, momento en el que una inmensa cola de personas de procedencia muy dispar esperaba ya, inquieta y en formación militar, para asombro de comerciantes aledaños que en su vida habían visto tanto personal desfilando por las estrechas calles que se encuentran tras la fachada principal. Desconozco si la razón de tan espectacular interés del público se debía a la calidad de la obra, los municipales intérpretes, la augusta sala o a su gratuidad, pero por muy poco no consigo entrar. Del concierto quiero destacar sin duda el lugar. Pese al frío y la humedad, escuchar al Bruckner más imperial bajo el calcáreo palmeral que recrean las ocho columnas helicoidales con esa portentosa sonoridad tan habitual en los edificios antiguos, ha sido una experiencia inigualable que me lleva a olvidar una interpretación voluntariosa pero muy irregular (¡cómo le cuesta a la Orquesta de Valencia sonar bien el los “Tutti”!). Estoy muy de acuerdo con un crítico contemporáneo del autor al comparar las sinfonías de A. Bruckner con una gran avenida urbana en donde los semáforos siempre te los encuentras en rojo, obligándote a parar y volver a arrancar (algo que en el tráfico es un engorro pero que en la música genera una expectación suspensiva que obliga a reflexionar). En mi opinión, pese a beber en las dos grandes corrientes musicales imperantes en la segunda mitad del XIX, la continuista de Brahms y la progresista de Wagner, Bruckner prefirió innovar dejando un monumental legado sinfónico tan personal como intemporal.

El Palau de Les Arts no puede ser más afín a la estética musical de la “Elektra” de R. Strauss (1909). Tanto que, sacada del escenario, todas sus instalaciones constituirían la mejor escenografía para la videograbación de esta ópera, tan hostil al oído más convencional como lo es a la vista la gélida arquitectura del Calatrava más espacial. Desconozco si dentro de un siglo este teatro valenciano gustará, pero si puedo afirmar que ya han pasado más de cien años desde que la música se distanció de las leyes de la armonía clásica y la tonalidad y al gran público sigue sin agradar. ¿Cuántos más tienen que transcurrir para constatar el definitivo fracaso popular de una música que solo unos pocos defienden tras el amparo de su pretendida superioridad? No se puede dudar que “Elektra” (junto con “Salomé”) se constituye como uno de los paradigmas de la evolución de la Ópera moderna en su expresión musical, pero su aceptación no traspasa las fronteras de la erudición técnica o del postureo falaz de quienes quieren pertenecer a ese selecto Club de los que saben más. En la historia de Les Arts nunca se había propuesto una precampaña comunicacional (pública y privada) como la realizada para el estreno de esta obra que, debo reconocer, ha logrado llenar la sala de espectadores, muchos de los cuales posiblemente ahora deben estar preguntándose con pesar el porqué de su incapacidad musical ante lo que otros parecen percibir con absoluta claridad.

Como en toda manifestación artística, la música es percibida a través de dos grandes receptores: la razón y la emoción. El primero, más intelectual, parte de la educación musical aprendida y de la experiencia auditiva vivida mientras que el segundo es puramente natural y como tal, cada cual destila menos o más. La mayoría de los aficionados a la llamada “Música Clásica” (término equívoco donde los haya) lo son por su capacidad instintiva de emocionarse sin más, por lo que todo aquello que implique la necesaria contribución de la intelectualidad para disfrutar no les resulta fácil de aceptar.

Además, en la Ópera se da otra circunstancia muy especial y es el determinante protagonismo de la voz, cuya percepción fuera de toda consideración melódica resulta ininteligible y hasta molesta para quien principalmente la escucha desde su receptor de la espontánea sensibilidad. Para ilustrar esto no hay que salirse del mismo Richard Strauss, cuyos innovadores poemas sinfónicos (“Don Quijote”, “Don Juan”, “Así habló Zaratustra”, “Muerte y transfiguración”, “Una vida de héroe”, etc.) atraen mientras que sus óperas (excepto “El caballero de la rosa”) causan perplejidad. Y todavía más: en “Salomé” (1905), la “Danza de los siete velos” es un pasaje instrumental muy afín con el espíritu disonante de toda la obra pero que se programa con éxito en muchos conciertos por su gran popularidad, mientras que ningún fragmento cantado de esta ópera ha logrado hacerse notar. Y es que el ser humano, tras siglos acostumbrado a escuchar y cantar melodías, todo lo demás le viene a sonar mal. De natural, nos resulta muy difícil admitir que una voz no lleve el compás, quedando Wagner en el límite de lo que muchos están dispuestos a aceptar. Sobre esto mismo parece que Strauss recapacitó y tras estas dos primeras óperas tan disgresoras, compuso con mayor amabilidad tonal (véase su evolución desde “El caballero de la rosa” en 1910 hasta las “Cuatro últimas canciones” en 1948, lirismo puro en estado de máxima emocionalidad).

Pese a que esta producción de “Elektra” programada por Les Arts se encuentra, por su indiscutible calidad (orquesta, cantantes, escenografía y dirección musical), a la altura de cualquier teatro de primera fila mundial, quienes hayan acudido a su estreno en busca del Santo Grial llevados por la presión mediática y hayan salido decepcionados consigo mismos por no percibir las maravillas que algunos pocos dicen escuchar, que no se preocupen pues en el Arte no hay ningún sacramento que guardar. El Arte es lo que cada cual quiera disfrutar y así, al abrir el cajón de sus CD´s, recomiendo que elijan el que más les agrade sin pensar en las doctrinas de los demás…

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Georg Solti grabó con la Orquesta Filarmónica de Viena y la gran Birgitt Nilson para DECCA dos magníficas versiones de Salomé (1962) y Elektra (1968), cuyo productor fue John Culshaw, el mismo de su famoso “Anillo”, por lo que los efectos especiales no podían faltar.

También en los años sesenta (1962) Otto Klemperer registró para EMI, junto a la inspiradísima Orquesta Philharmonia, una “Sexta” de Bruckner sensacional.

2 respuestas a «Dos “Palaus” para Bruckner y Strauss»

  1. Es cierto que la mayor parte de críticos abonan la idea de que ésta es una gran OPERA.
    Discutirlo es inútil porque queda dicho que el arte es percibido por cada cual de forma diferente y, es cierto también, que las sensibilidades son distintas en cada ser humano, así como la capacidad de discernir sin influencias exteriores lo que nos gusta o no.
    Pero también, y hay que decirlo, nos cuesta mucho desproveernos de la pasión del momento y del ambiente para mostrar decididamente nuestros gustos con absoluta libertad, sin coacciones ambientales que influyeran en una decisión íntima y personal. Si todo el mundo aplaude, solemos aplaudir, y nos cuesta mucho ser sinceros en nuestra respuesta cuando la mayoría la tiene diferente.
    Personalmente, a unos amigos que estaban en mi entorno, cuando terminó Elektra les dije: “aplaudiría con gusto a la Orquesta, a los cantantes y figurantes de la obra, al director de escena, etc. pero no quiero que nadie piense que esta obra me ha gustado”
    Y emplazo a quien quiera a que escuche emocionado cosas como “Gelida manina”, Mío bambino caro” “Nesum Norma” o cualquier aria de cualquier ópera del Belcantismo o del Romanticismo hasta un poco más allá de Puccini, y a continuación emocionarse con Elektra o ser capaz de reproducir algún pequeño motivo de esta obra ni en su mente ni en su voz. Y quizás me equivoque y algún virtuoso lo pueda conseguir, pero para mí la música es una caricia para la mente, el estado de ánimo que es capaz de crear en nuestra alma y, sobre todo, para el sentimiento.

    22.01.2020
    J.V.C.

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