¿Es la Ópera un bien de primera necesidad…?

Desgraciadamente, solo cuando cambiamos de lugar aparecen motivos para dudar. La continuidad no propicia la discusión, lo que lleva a la inmovilidad.

Una de las preguntas que me asaltan en estos corona-momentos en los que la vida parece estar centrifugando su cotidianidad, se refiere a si la Ópera es un bien de primera necesidad (esos que son imprescindibles para la vida normal). A tenor de lo que está aconteciendo parece ser que sí lo sea pues, junto a otras manifestaciones de la cultura popular, se nos brinda gratuita al objeto de preservar la buena salud mental. No tengo objeciones a esto, si bien también me pregunto la razón por la que los supermercados no ofrecen los alimentos y el jabón sin pagar.

Como tantos otros teatros de Ópera del mundo, el Palau de Les Arts nos presenta en estas fechas de virulenta mortalidad algunas de sus más celebradas representaciones en ventanas abiertas que, tras un par de días, se vuelven a cerrar. Pese a contar con el álbum en DVD desde la fecha de su comercialización, estos días he visionado en la web de Les Arts “El Anillo del Nibelungo” que dirigió Zubin Mehta, para homenajear a la producción más ambiciosa (no mejor) de todas cuantas hasta la fecha allí hemos podido presenciar. Pero debo confesar que mis DVD están como los compré: sin desplastificar.

Me confunde ver ópera en el cine o el televisor y no por ninguna vanagloria purista de esas que se adoptan para epatar, sino porque el cinematográfico es un lenguaje incompatible con el espíritu teatral con que fue concebida cada obra, que busca su razón artística en el plano general que determina una cuarta pared: la del público lejano sentado en su localidad. Así lo entienden las escenografías, todas creadas bajo esta especificidad y no la de una planificación fílmica que cambia puntos de vista aquí y allá. Por poner un ejemplo de esto, es sabido que la mayoría de los aficionados al televisionado de las óperas defienden como una de sus ventajas el poder visualizar los primeros planos de los cantantes, algo que viene a arruinar cualquier obra que no cuente con actores de verdad (en la que nos ocupa, solo el gran Matti Salminen se podría salvar). Pero además, los errores de realización lo pueden agravar, como el más que evidente del segundo acto de “El ocaso de los dioses”, en ese momento tan especial cuando Gunther anuncia a la valquiria Brünnhilde que su héroe Siegfried se casa con Gutrune y la cámara la ignora, distrayéndose en mostrarnos otro insustancial lugar (es la realización quien nos manda a donde mirar).

Por todo ello y mucho más, según mi percepción emocional, “El anillo del Nibelungo” televisado por Les Arts no es el mismo que presencié en su estreno, cuando entonces si lo percibí como un bien de primera necesidad…

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