La paradoja musical de la “Mascletá”

En plena semana grande de Fallas, trasladar una opinión distinta al sentir popular sobre las “Mascletaes” no parece una buena idea, a menos que la pueda argumentar. Pero ni esto, pues es bien conocido que las tradiciones y los sentimientos son inmunes a los datos y su carga de objetividad. Me juego el cuello, pero qué sería esta vida sin opinar.

La “Mascletá” o ese disparo pirotécnico que caracteriza a la Comunidad Valenciana y a la ciudad de Valencia en particular, se encuentra arraigada hasta tal punto que, junto a los satíricos monumentos que nacen para quemar, configura lo más típico de las Fallas, aunque su naturaleza contradiga el otro signo distintivo de esta sociedad: su carácter musical.

En 2018, la secular tradición de la Comunidad Valenciana fue declarada “Bien de Interés Cultural”, con sus más de 500 sociedades musicales (la mitad de todas las españolas) y unos 40.000 instrumentistas en ejercicio, es decir, un caso tan insólito que es una barbaridad. Esto podría significar que el pueblo valenciano entiende de música como el que más, pero yo lo dudo a tenor del éxito que durante diecinueve días de marzo al año cosecha en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia cada “Mascletá”.

Junto a la melodía y la armonía, el otro de los tres componentes básicos de la música es el ritmo, que define su parte dinámica y organizativa, siendo el origen de cualquier manifestación festiva desde los orígenes de la humanidad. El ritmo es algo tan primitivo que es entendido por todos y a todos les emociona por igual. Un bebé de cualquier nacionalidad no necesita aprendizaje para bailar con cualquier ritmo y su unidad de medida, el compás.

La manera más sencilla de interpretar el ritmo es mediante la percusión. Casi todos los utensilios son susceptibles de generar sonido rítmico, pues solo es necesario golpear con algún criterio musical. Sin duda, la “Mascletá” también puede ser un vehículo más de expresión musical cuando los sonidos de los petardos se suceden con ritmo y compás. Pero en realidad, la mayoría de ellas solo evidencian barullo sonoro y nada más, incluso en esta actualidad presidida por una electrónica que facilita la precisión relojera al disparar. El ritmo incita a seguirlo a la manera de cada cual, algo imposible en la “Mascletá”.

Estos días en Valencia, el público aplaude enfervorizado al “Senyor Pirotêcnic” tras cada “Mascletá”, aun no atendiendo a ningún criterio musical, pues lo único que espera se lo dan: el estruendo creciente en decibelios hasta llegar al ensordecedor “Terratremol” final. Una demostración de bravura, pero inesperadamente en esta Comunidad, no de musicalidad.

Ayer por la tarde, paseando en Fallas por mi ciudad, encontré por casualidad a un grupo de percusión que animaba la calle de un casal, cuyo arrebatado ritmo, encadenado y atronador, sin yo querer me obligaba a bailar, emocionándome hasta hacerme llorar. Paradójicamente, se llamaba “Tro de Bac”…

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