La Formalidad, una costumbre de otra época y otra edad

La formalidad

Ser formal no está de moda porque “la moda” es lo que más se da y ya casi nadie da garantías de formalidad. Hoy, el formal es observado como anormal y sus usos incomodan tanto a los demás que se le hace difícil continuar defendiendo su responsabilidad, tentado en todo momento por dejarse llevar y convertirse en uno más.

Ser informal es pertenecer a la gran colectividad, actuando, por tanto, con impunidad en una suerte de río revuelto en donde la ley del compromiso personal vale tanto como el papel de usar y tirar. Lo mismo da que no a contestar correos, mensajes o cualquier requerimiento de los demás, como cumplir fechas de plazos acordados o ser puntual al llegar. Posiblemente, nada se cumplirá y poco de ello se recriminará. Lo que ya es mala costumbre y propio de mayoría, se acepta sin rechistar.

¿A qué nos lleva la informalidad? Por de pronto a que todo funcione mal, pues es imposible que las reglas de cada cual hagan coherente el actuar general, que más bien precisa de un camino igual para no descarrilar. Si vale no contestar a quien nos lo solicita, lo que este pueda interpretar es posible diste de la realidad y le lleve a tomar decisiones erróneas que fácilmente se podrían haber evitado solo con replicar. Si se dejan de cumplir los plazos acordados, se pierde credibilidad ante los demás. Si vale ser impuntual, nadie sabe a qué hora llegar y eso retrasa tanto al que espera como al que se hace esperar. En fin, que queda abierta la competición para premiar a quien todo esto lo pueda justificar.

Confieso que no puedo negar mi admiración por esos tiempos perdidos y desgraciadamente por mí no vividos en los que la talla de las personas se medía por el cumplimiento de su palabra, pues esta ejercía como suficiente garantía de fiar. Tiempos de educación y cortesía que anteponían al interés personal el respeto a unas normas que distinguían a quienes las honraban con su observancia, pues entonces comportarse así era cosa de admirar. Por encima de todo existía un honor personal que guardar y que por suma de las partes configuraba una sociedad con principios y sin final. Final que nos amenaza ahora de seguir con este “todo vale” en beneficio propio y a costa de los demás.

Ser formal no debería ser una cuestión de esfuerzo para nadie, sino de costumbre para todos, instalada por la educación recibida, practicada a diario en un entorno de confianza y seguridad y consolidada por el ejemplo del actuar general. Ser formal debería ser una credencial de credibilidad total y no una patente para dejarse engañar, pues de la formalidad se aprovechan quienes ven en ella un hueco para medrar. Los informales se alimentan de quienes se esfuerzan por ser formal.

No puedo negar que el desarrollo de mi proyecto Marathon-15% tropieza con muchos obstáculos de informalidad que me obligan a un sobreesfuerzo añadido al ya de por sí exigente de escribir y entrenar. Estar detrás de todo el mundo cuando este solo se deja llevar agota, disuade y tienta a abandonar. ¿Qué dificultad hay en contestar a un correo, cumplir un plazo acordado o llegar puntual…? Parece que ninguna o quizás sea mucha, si es que esto hoy no es lo normal, que evidentemente no lo es, pues ya es una costumbre de otra época y otra edad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Cuidado con el Optimismo… hasta en la Constitución

Optimismo

Una vez más me propongo hablar de lo que no gusta escuchar por ser incómodo y desasosegador. De aquello que falsea la realidad lluviosa pintándola siempre de un azul cielo arrebatador. De lo que no vende por ser poco amable con los deseos que parece todos tenemos de un remedio o una solución que no implique mucha dedicación. Eso es optimismo pues lo contrario, que llamamos pesimismo, nos lleva al esfuerzo y esto parece que no, que no.

El vocablo Optimismo viene del latín “optimun” que significa “lo mejor” y fue utilizado por primera vez para definir la teoría del filósofo alemán G. W. Leibniz que, en 1.710, consideraba que el mundo en que vivimos siempre es el mejor (evidente ingenuidad que fue inmediatamente caricaturizada por Voltaire en su obra “Candide”). Desde entonces hasta hoy el término reúne a muchos adeptos de la confianza ciega en el futuro, sin más razón que su esperanza e ilusión.

El gran problema del optimismo es que se suele definir por oposición al pesimismo y viceversa, lo que genera una trampa de interpretación. Cuando la única posible elección está en identificar el vaso como medio lleno o medio vacío, cualquiera de las dos alternativas estará lejos de la realidad dado que incluye un juicio de valor y ello nos podrá llevar a error pues lo cierto es que el vaso objetivamente contiene hasta su mitad, lo que difícilmente admite discusión. Si nadie hace nada el recipiente no se llenará (lo que esperan quienes lo ven como medio lleno) ni se vaciará (lo que aguardan los que lo ven como medio vacío). El optimismo y el pesimismo analizan la realidad, no como es sino como será, lo cual incorpora el concepto dinámico de predicción, todo un reto para la razón. Pero además, la predicción implica un cierto grado de compromiso con el futuro, lo cual ya es peor.

En este día de aniversario y celebración cabría decir que optimistas fueron aquellos padres de la patria española quienes en 1.978 idearon nuestra Constitución pues, sin asumir más compromiso que el de su redacción, en ella escribieron que todos tendríamos derecho a la vivienda, al trabajo, a la salud, a la cultura y a la educación. Y por si esto no fuera suficiente y sonase a poco también apostaron por que la riqueza debería tender a su redistribución, en un colmo de positiva alucinación que hoy a tantos desheredados suena a traición. Su intención fue buena, como no, pero llevada por un optimismo que fue más cercano a lo utópico que a lo posibilitador y esto ahora para muchos caídos en desgracia no les merece ningún perdón.

Seamos sensatos, el optimismo no incorpora garantía alguna de consecución. Es más bien una actitud simpática y con buena prensa que en su moderación no perjudica, pero extremada puede llevarnos a la desorientación que luego normalmente se convierte en frustración. Pero… ¿dónde está la moderación?. Lamentablemente no contamos con ningún sistema de medición que nos indique cuando el optimismo se convierte en fantasía o alucinación, por lo que la prudencia manejada por el sentido común deberá ser para cada cual la mejor opción.

Antes de comprometerme personal y públicamente con mi reto Marathon-15% dejé a un lado cualquier tentación optimista de valoración de mis posibilidades de éxito a fin de ahorrarme todo el tiempo y el dinero que el proyecto requiere y cuya inversión mal se justifica por un golpe de corazón. Desde el comienzo hasta aun hoy desconozco si seré capaz de conseguirlo, pero lo que me anima a seguir es el progreso semanal de mis resultados amparados en mi esfuerzo y dedicación y no la esperanza de un milagro salvador. Afortunadamente para mí, la Constitución no dice nada de cómo escalar en un Maratón…

Saludos de Antonio J. Alonso

La insoportable levedad de ser el “Pequeño Nicolás”

El Pequeño Nicolás

Que en España alguien consiga medrar desde la levedad de un meritoriaje de celofán hasta convertirse en una figura nacional habla mal tanto de nuestro país como del propio “Pequeño Nicolás”. Tan culpable es esta moderna versión de pícaro embaucador como lo es una sociedad tentada siempre de dejarse engañar con tal de oler a beneficio oculto y a prosperidad.

Tal y como lo conocemos, el “Pequeño Nicolás” es un producto de su tiempo y su lugar que antes o después tenía que llegar. Que nadie le culpe más allá de lo que condenaría a un chaval que se cuela en el metro sin pagar porque las puertas estaban abiertas de par en par invitándole a entrar. Está mal, muy mal, pero su mal se ampara y confunde con otros muchos cometidos por quienes escondidamente le han facilitado esa maldad.

Aun con toda esta supuesta facilidad, algo tendrá el “Pequeño Nicolás” para adelantar a tantos otros que, de haber sabido cómo, con seguridad hubieran hecho algo similar. ¿Será algún tipo de inteligencia especial?. Yo creo que no y que precisamente es todo lo contrario lo que le ha llevado a supuestamente triunfar. Su discutido éxito está en su levedad. Pero levedad entendida como la definen sus sinónimos: delicadeza, ligereza, trivialidad, frivolidad, nimiedad, suavidad o venialidad. En fin, todo lo que representa no aparentar supuestamente un peligro a primera vista para quien le trata y en conjunto para la sociedad.

Es por ello que nadie ha sospechado al ver y conocer al “Pequeño Nicolás”, un trasunto veinteañero de querubín atemporal que semeja encontrarse en todo momento acabado de despertar, momento en el que parece no haber maldad. En fin, que todo en él se reduce a no demostrar nada que pueda hacer recelar, un antiguo antídoto para bajar la guardia de cuantos incautos juzgan a las personas solo por las apariencias y nada más.

Particularmente confieso que siempre me han generado dudas quienes, de incógnito y disfrazados de una supuesta falta de interés personal, parece que siempre actúan en favor de causas nobles que benefician a los demás. Con ello no pretenderé ignorar el altruismo que evidentemente existe, es necesario y es de elogiar, pero considero que su manifestación real en las personas es puntual y no se extiende a todo su actuar. Hay momentos que miramos por nosotros mismos y otros que atendemos a los demás, aunque cierto es que no todos lo hacemos en una proporción igual.

Actualmente, yo mismo podría ser ejemplo de todo ello al abordar mi proyecto Marathon-15% caracterizado por esa dualidad, pues pretendo conseguir un récord para mi satisfacción personal además de la publicación de un libro de superación personal, parte de cuyos ingresos donaré a la Fundación Novaterra como deseo y compromiso de solidaridad.

Para finalizar este breve paseo por los caminos de la dignidad, podríamos decir que no hay nada más viejo, insoportable y falaz en la definición de una personalidad que la combinación impostada entre altruismo y levedad, dos de las características naturales de la hoy extinta santidad. Ahora que se acerca la Navidad parece propio recordar a Santa Claus en la figura de nuestro inefable protagonista, a quien mal podríamos llamar el “Pequeño San Nicolás”…

Saludos de Antonio J. Alonso

¡O programas o serás programado!

O programas o seras programado

Pese a su aparente modernidad, el título de este artículo es intemporal pues define el componente director de la existencia de todo aquel que tiene que elegir como vivir, si escribiendo o leyendo su porvenir.

Douglas Rushkoff publicó en 2.010 “Progam or be Programmed” donde trasladaba una brillante reflexión sobre la evolución asimétrica en la comunicación: Contrariamente a lo esperado, la aparición del alfabeto no creó una sociedad de lectores sino de oyentes que escuchaban lo que otros que sabían les leían. Posteriormente la invención de la imprenta no supuso la proliferación de escritores sino de lectores, que adquirían los libros impresos que unos pocos sabían escribir. Recientemente, la generalización de los ordenadores personales y los sistemas electrónicos de comunicación nos han convertido por fin en escritores, pero en unos formatos (redes sociales, mensajerías instantáneas, blogs, etc.) que son controlados y dirigidos realmente por quienes saben su programación. En definitiva, que la cadena del progreso en comunicación siempre llega para la mayoría retrasada en un eslabón pues el primero suele ser cosa de unos pocos, los que saben de su ejecución.

Pero, ¿sería válida esta digresión referente al conocimiento para definir en la vida la mejor manera de actuar?. Pues en principio podríamos decir que no pues el gobierno de la vida parece ser otra cosa muy distinta a lo que Rushkoff comprobó, dado que no exige de saberes específicos y restringidos a unos pocos sino de voluntad, algo al alcance supuestamente de cada cual.

Efectivamente, la vida se rige por la voluntad, eso que manda el actuar. Pero el actuar no tiene sentido alguno si no responde a un criterio propio que debiera estar definido con sentido y anterioridad. A esto lo podríamos llamar… “programación vital”, es decir, la determinación del qué, del cómo, del cuándo, del dónde y del porqué de lo que queremos sea nuestra vía hacia la prosperidad.

No obstante, el programar en la vida es una cuestión de decisión personal y así también cabe la posibilidad de vivir al encuentro de lo que sucederá, sin más planteamientos que los de recibir la vida armados de sorpresa a la espera de parabienes con precio de gratuidad. Esta opción reactiva me temo que suele ser la más general y es la que abre la puerta para que sean otros quienes programen la vida de los demás.

Es curioso pues quienes programan su vida para aprovecharla y disfrutar suelen querer siempre más y así embarcan a otros en sus propósitos llegándoles también a programar, dirigiéndoles sus pasos por los caminos del interés propio y personal. Yo no los voy a criticar, pues si hay algunos que tiran y otros que se dejan arrastrar, que cada cual asuma su responsabilidad.

En un momento de mi vida de cambio profesional, antes que dejarme llevar por la inercia que establece la cómoda continuidad, decidí programar mi futuro inminente por el camino apasionante de lo editorial, buscando en Marathon-15% un reto que me permitiese ejemplificar por escrito todo aquello que nos lleva a triunfar por nosotros mismos y sin esperar a que los demás nos vengan a programar.

Saludos de Antonio J. Alonso

Son solo negocios, no es nada personal…

Michael Corleone

Siempre he defendido que lo personal en el ser humano invade por necesidad cualquier área de nuestra vida, quedando en la imposibilidad real cualquier intento de compartimentación vital, pues ninguna actuación puede ser estanca a la idiosincrasia de cada cual. Lo contrario no es más que hipocresía, en un vano intento de falsear la verdad. Verdad que nunca será propia por más que lo creamos pues finalmente siempre la definen los demás.

La frase que titula este artículo la pronuncia Michael Corleone (Al Pacino) en El Padrino y tras ella no puede haber mejor definición del espíritu que anima las actuaciones de los atrabiliarios personajes de la inmortal trilogía de Francis Ford Coppola, todo un monumento cinematográfico a quienes entienden la ética como un pañuelo de usar y tirar, después de sonarse, claro está.

El Padrino es inmortal porque lo que nos cuenta vive hoy en los nombres de otros inefables personajes que con igual catadura se arman de caradura y medran en la España actual. Padrinos algunos de familias tradicionales que enteras se entregan a estafar y que bajo el bondadoso aspecto de bienhechor Yedai rememoran a Brando en su actuar. Padrinos otros de familias políticas, que prestidigitan las contabilidades públicas para financieramente perpetuar sus cuotas de poder hasta más no poder y así prevaricar. Padrinos los demás, de familias bancarias que como nuevos tahúres del engaño y la trampa esconden sus tarjetas negras bajo esas mangas que sabiamente cortan sus sastres expertos en ocultar. Padrinos hasta quienes sin todavía edad, demuestran que pronto todo se puede aprender de sus mayores, incluso a traicionarles con el engaño que facilita un aspecto infantilizado y un seudónimo de pequeño niño a dónde vas. Padrinos en fin, que hasta las familias más coronadas, cuentan en su seno y muy a su pesar.

Todos, pero todos, convencidos de que los negocios no tienen nada que ver con lo personal. Que su vida tiene dos caras para así salvar una en caso de que la otra llegue a peligrar. Todos siempre autodeclarados inocentes de cualesquiera cargos se les pretenda imputar. Todos aferrados a su doble moral, aprendida de esa historia que Mario Puzo escribió sin adivinar que se convertiría en manual básico de la Universidad del perfecto criminal.

La historia nos demuestra que los Padrinos se constituyen en una especie dominante que tiende a proliferar llegando a considerarse una plaga en la actualidad. Yo no sé si nos lograrán extinguir a los demás y si así lo fuera ese será evidentemente el comienzo canibalizante de su final. Por de pronto el bochorno es público y nacional, aunque no descarto que las realidades de otros países se asemejen al nuestro convirtiéndolo en un asunto universal.

En Marathon-15% también pretendo demostrar que en esta vida no se alcanza ningún destino final atajando por caminos prohibidos pese a que algún oscuro GPS nos prometa así antes llegar. Para mejorar nunca recurriré a ninguna ayuda al margen de lo natural. Avanzar paso a paso por la senda del autocumplimiento y la honestidad es la mejor garantía para lograr nuestras metas sin reprocharnos nunca nada que nos pueda sonrojar.

Mi negocio ahora es retar mi capacidad de correr y escalar más que nadie y lo he convertido en un asunto personal. Por eso lo escribo, porque quiero hacerlo público y para ayudar…

Saludos de Antonio J. Alonso

¿Hay que estar muerto para ser superior…?

Don Giovanni

Cada primero de Noviembre, en el Día de Difuntos (Halloween nunca será para mí su denominación), tengo por costumbre escuchar el Don Giovanni (1787) de Mozart para celebrar su excelsa música y que yo estoy vivo mientras que el burlador no. ¿Quién de los dos es superior…?

El libreto de Lorenzo Da Ponte presenta la paradoja de la muerte en forma de misteriosa transmutación hacia lo superior. Al comienzo de la obra, Don Giovanni, experto espadachín y gran conquistador, da muerte fácil en duelo a Don Pedro (El Comendador). Al final, es Don Pedro (ahora El Convidado de Piedra) quien venido del más allá para cenar forcejea con Don Giovanni y logra fácilmente vencerlo arrastrándolo en vida hacia la muerte, su destino peor.

Yo no sé muy bien por qué razón cada vivo cuando muere adquiere poderes de superhéroe convirtiéndose en un ser superior. Quizás porque, de no ser así, el argumentario de toda la literatura y cinematografía universal de terror no tendría sentido al tener que presentar a los fantasmas huyendo cobardemente de los vivientes, como almas que lleva el diablo, presas de su temor. Pero, más en serio, es muy posible que el influjo de nuestra cultura judeocristiana basada en la eterna promesa de otra vida mejor nos lleve a asociar eso con llegar a ser superior. Por supuesto que esta reflexión es una pura entelequia, pues ningún muerto ha vuelto nunca para contarnos de todo esto su impresión.

Para mí el concepto vital de ser superior es el de quien es capaz de afrontar y resolver cotidianamente la difícil problemática que la existencia le presenta ajeno a la frustración, el desanimo y mucho menos a la resignación. Quienes de esta manera en su vida actúan son capaces de hacérsela a sí mismos y a los demás mucho mejor. Ser superior pasa por ser un luchador en este mundo nuestro implacable y retador, posiblemente muy distinto al limbo que habitan las ánimas en caso de que estas todavía tengan ánimos de superación.

Desconozco si cuando fallezca me convertiré en un ser superior y este puro desconocimiento, unido al de una indemostrable existencia posterior, me invita a no dejar para luego lo que creo que debo hacer hoy. Si de algo estoy seguro es de que ahora y hasta que me muera sigo siendo yo y el tiempo que me reste lo quiero emplear en ser mejor, en ser cada día por mí mismo un poco superior.

Por ello me embarco en proyectos como Marathon-15%, que me hagan sentir el paso acelerado de la sangre por mis venas en una suerte de coronaria reivindicación de que la vida es para escalarla en lugar de esperarla pacientemente y sin ilusión. Sí, en momentos como los de hoy me siento ser superior al plantarle cara a un complicadísimo reto que seguro me enseñará a resolver mejor los siguientes con denuedo y buena aplicación, pues yo no acepto bien estar sin propósitos ni ocupación.

Estar vivo nos ofrece a cada cual la oportunidad de ser superior pues el concepto no lo es frente a los demás sino aplicado a uno mismo, el verdadero destinatario de ese compromiso personal con su superación. Estoy convencido de que esto nunca lo entenderían los muertos y menos todavía un convidado de piedra a la vida llamado El Comendador…

Saludos de Antonio J. Alonso

“Deportear”… un verbo todavía sin conjugar

Deportear

Hace muchos años que en silencio abandoné el proselitismo deportivo, cabizbajo y desilusionado ante lo que yo siempre he creído una causa justa, pero que los demás parecen ignorar. Ejercitarse físicamente a nadie le parece mal, aunque luego su práctica deje bastante que desear. Me dicen que la vida está para gozar y yo me pregunto si todos coincidimos en lo que realmente significa disfrutar.

No, no nos engañemos con estadísticas basadas en respuestas repletas de propósitos encubiertos de buena voluntad y poca sinceridad por vergüenza a decir la verdad: mayoritariamente, la práctica deportiva regular ha sido y sigue siendo cosa de pocos y marcada por la edad, por la poca edad. Cuando en la vida sobran las energías, gastar no cuesta igual que más tarde, donde el esfuerzo supone un inconveniente tal que cualquier razón peregrina nos basta para tratarlo de obviar. Practicamos deporte al son de nuestra curva hormonal, alentados por la juventud y su facilidad. Somos capaces de administrar el ejercicio físico, la más natural medicina de la salud corporal, cuando mejor nos encontramos y esconderla después, en el momento que es necesaria de verdad.

Es una evidencia que el cuidado de la salud no conjuga con la comodidad actual y así los tiempos que vivimos parece que ejercen de sordina para todo aquello que suponga esfuerzo basado en la voluntad. Nunca se han inventado tantos aparatos milagrosos de teletienda, ni se han diseñado tantas nuevas disciplinas seudogimnásticas que prometan resultados instantáneos, por supuesto, sin sudar. El engaño es aceptado sin cuestionar y en caso de duda siempre quedará el sofá. Qué mundo de celofán este que simplemente relaciona salud con estética corporal, convirtiendo en famosos a imitar a quienes más han falseado su cuerpo en el quirófano de un hospital.

Pero además, mientras nuestra mente siga fisiológicamente vinculada a un cuerpo, el mal funcionamiento de este a aquella la hará fallar. Las emociones y las razones no son una cuestión esotérica e inmaterial, pues se forjan en nuestro cerebro que es parte somática de nuestra entidad corporal, siendo esta, por tanto, de quien dependerán. Nuestras capacidades de sentir y pensar plenamente no son ajenas a nuestro estado de salud general. Quien defienda con orgullo la superioridad de la mente frente al cuerpo como signo distintivo de evolución de nuestra especie y por ello recomiende cultivar aquella sin necesidad de más, no debe olvidar que la vida es equilibrio y sin él no hay intelecto que pueda funcionar.

En Marathon-15% y con honesta sinceridad, no pretendo trasladar a nadie nada que no esté dispuesto a libremente aceptar, pues cada cual tiene el derecho a obrar en su vida como prefiera, siempre sin molestar a los demás. En Marathon-15% de nuevo quiero volver a usar mi voz para manifestar que el deporte es fuente de salud física, pero también mental, pues se configura como la mejor escuela de superación personal. Yo no albergo duda alguna de que sus enseñanzas nos preparan constantemente para afrontar la vida con mayores garantías de éxito y por consiguiente de felicidad. Créanme, “deportear” lleva a “felicidar”, dos verbos inexistentes, pero que habría que inventar para poderlos conjugar….

Saludos de Antonio J. Alonso

Solo si dejas una marca… tendrás una Marca Personal

Marca Personal

En este mundo entretejido por una cabalgante interacción comunicacional todos corremos el riesgo de convertirnos en uno más, lo que deriva en invisibilidad personal y profesional, el principal inconveniente para progresar. Nadie compra lo que desconoce, no comprende o es muy igual. Destacarse o resignarse a esperar.

Cuando un perro levanta su pata todo presagia que con su mecánico gesto pronto se procurará aliviar, aunque a la par de ello también ambicionará dejarse notar marcando un territorio que sistemáticamente sueña con hacer suyo a fin de encontrar una compañera con quien procrear. Nadie le ha contado que los parques de nuestras ciudades, por buena vecindad, deberá compartirlos con sus demás. Aun así, su atávica persistencia le llevará una y mil veces a dejar su marca canina que para él sin duda tiene carácter muy personal (¿tienen los perros marca personal…?).

Afortunadamente, los humanos podemos separar nuestras necesidades fisiológicas de nuestras aspiraciones vitales de progresar (que no de procrear), lo que en el mundo actual nos llevará irremediablemente a tener que buscar nuestra identificación propia con la suficiente particularidad de que sea tan reconocible por los demás que les deje una señal o marca, nuestra Marca Personal. Por tanto toda Marca Personal se sustentará en la singularidad, que cada cual deberá en sí mismo encontrar o de carecer de ella, crear.

Mi proyecto Marathon-15% podría ser un ejemplo de esto pues supone una nueva inflexión de la línea comunicacional que hasta ahora dibujaba mi personalidad profesional. Pero una inflexión con voluntad de marcar y así el desafío que supone un récord mundial como experiencia ejemplificadora de las claves que determinan los procesos de superación personal, ya por sí cuenta con la suficiente fuerza argumental para destacar, sin duda el fin último de la Marca Personal.

Pero… ¿para quién es la Marca Personal?. En 2009, mi artículo “La Marca Personal” defendía la conveniencia de encontrar y presentar a los demás nuestra Marca Personal con independencia de nuestra situación laboral (trabajador por cuenta propia, ajena o en situación de buscar), pues la venta de toda fuerza de trabajo o servicio profesional requiere su escaparate, precio y disponibilidad, todo bien claro y listo para atraer y gustar. Además, la Marca Personal tampoco es asunto solo de quienes se encuentran muy arriba en la escala profesional, pues casi más justificado es mejorar para quien sus ingresos no le llegan para pagar su sustento que los que ya gozan de una situación de estatus y bienestar. Hoy la Marca Personal es como ayer lo fue la pertenencia familiar (¿y tú… de quien eres?), con la distinción de que la primera la podemos configurar mientras que la segunda la debemos aceptar.

Y… ¿cómo conocer si la gestión de nuestra Marca Personal está siendo eficaz?. Bastará constatar si los atributos que a partir de ella queremos destacar de nuestra personalidad son los que realmente nos definen en la opinión de los demás. Para ello nada mejor que preguntar, pues es muy habitual el pretender ser algo o incluso creer serlo ya y todo ello quedar muy distante de la verdadera realidad. De nada vale engañarnos y peor aún, engañar.

Para finalizar, quien todavía no le encuentre utilidad a lo de la Marca Personal y disponga en su vida el ignorarla deberá saber que todos la tenemos impresa aun sin querer, siendo peor dejarla vagar sin criterio pues entonces la marca equívoca que pueda dejar será aún más honda y por tanto más perjudicial…

Saludos de Antonio J. Alonso

El Tiempo en plural

El Tiempo en plural

Considerar que el Tiempo solo es una cuestión de longitud vital constituye un pobre reduccionismo a la hora de lograr su mejor aprovechamiento, especialmente cuando pretendemos gestionarlo exitosamente sin contemplar el resto de sus facetas, que son las que lo convierten en plural.

El Tiempo es en singular cuando lo medimos en años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos, pues todos representan fracciones de una dimensión igual. Desde esta visión, la singularidad del tiempo solo es gramatical pues lo medido es todo similar y por tanto genérico, al no distinguir ningún tipo de calidad.

Pero si aceptamos que el Tiempo es algo más que lo que medimos cuantitativamente y llegamos a valorarlo también por su calidad, entonces comenzaremos a cualificarlo distinguiendo unos de otros momentos y no en función de su duración sino de su aportación a nuestra felicidad, lo que nos llevará a considerarlo como plural. No será el Tiempo sino los Tiempos, que vendrán determinados cada cual por su cualidad.

Cuando somos capaces de apreciar que no vale por igual un momento de aburrimiento que otro mismo de goce y bienestar, entonces estamos en disposición de gestionar nuestro Tiempo manejando un reloj que además de las horas incluya la satisfacción en su dial. Satisfacción no entendida en su acepción exclusivamente lúdica, sino como resultado de todo aquello que hacemos y contribuye a conseguir lo que queremos lograr. En este sentido, podríamos decir que hay Tiempos de sacrificio que también nos pueden generar bienestar.

En particular, yo vivo ahora muchos de estos Tiempos determinados por mi proyecto vital Marathon-15% cuando, al entrenar intensamente, sufro como el que más pero a la par disfruto por hacer lo que debo hacer para intentar lograr mi récord particular, detrás del cual no dudo que se encontrará el esfuerzo pero nunca la casualidad.

Además, percibo que ahora mis Tiempos son muy diversos y pese a la necesidad que sigo teniendo de programar todas las partes del día para lograrme organizar, tengo la percepción de que no todas me valen igual. Por ejemplo, ese segundo primero tras finalizar dos horas de carrera en pendiente tiene un sabor muy especial, pues libera a mi corazón de la exigencia militar de latir desenfrenadamente hasta ese final. Algunos tiempos vienen marcados por la dualidad que enfrenta el esfuerzo con el relax y así detrás de cada esfuerzo intenso aparece la sensación de calmada serenidad para compensar.

Tratar el Tiempo en forma singular puede llevarnos a una equivocación existencial pues, si nuestra orientación vital es la de solo disfrutar, todo él tenderá a llenarse de momentos placenteros sin buscar los otros que necesariamente debemos abordar en compensación de aquellos cuyo cariz habitualmente no nos suele gustar.

Ser feliz no es una cuestión de continuidad, sino de alternancia en el Tiempo plural de una vida que siempre debemos esforzarnos en equilibrar…

Saludos de Antonio J. Alonso

Vender tranqulidad…

Perdición

Cuando en la inmortal “Perdición” (Double Indemnity/Billy Wilder-1944), Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck) pregunta a Walter Neff (Fred MacMurray) a que se dedica, este le contesta sugestivamente que vende tranquilidad: Ella al punto queda fascinada por su atractiva personalidad sin todavía adivinar que se trata de un agente de seguros en busca de una nueva oportunidad comercial.

No hay mejor manera de suscitar el interés de alguien que asegurarle su tranquilidad, ese tesoro que todos buscamos sin cesar desde nuestro nacimiento hasta el final. Ahora bien, si a alguien aprecias, no le ayudes a fracasar.

Antes de continuar quiero precisar que nunca aseguraré que es mala la tranquilidad o buena la intranquilidad sin llegarlo a matizar. La vida no se puede categorizar en simples palabras que generalicen un actuar, sobre todo cuando cada cual las entiende de manera que puede no coincidir con la de los demás.

¿Qué conseguimos al buscar la tranquilidad vivencial…?. La respuesta podemos encontrarla en el momento de la jornada que para la mayoría es de máxima serenidad: El sueño. Ese estado ajeno a la realidad en el que, al margen de alguna pesadilla, parece que nada malo nos pueda pasar. Y… ¿qué pasa en nuestra vida cuando dormimos?: Nada y nada es sinónimo de tranquilidad.

Aspirar a llevar una vida tranquila es tanto como determinar vivir sin problemas, lo que seguro nos llevará a evitarlos de la manera más eficiente que hay y es dejando de explorar nuevos caminos cuyo tránsito nos pueda incomodar, pues somos naturalmente cómodos y en muchas ocasiones yo me confieso como tal aun a mi pesar (afortunadamente no siempre… Marathon-15%).

Entonces… ¿habría que buscar la intranquilidad como estado vivencial?. Si lo preguntásemos a la pareja protagonista de Perdición con seguridad nos invitarían a visualizar la película para contestar, pues en su historia huyen de la comodidad porque tienen necesidad de salpimentar su vida aun a pesar de su desventurado final. Si me lo preguntan a mí, primero distinguiré las películas de la vida real y luego contestaré que la cuestión no se encuentra en buscar nuestro propio mal, sino siempre aquello que nos pueda beneficiar pero asumiendo la incomodidad como parte del precio que por ello debamos pagar.

La trampa de la tranquilidad limita el desarrollo de nuestra capacidad personal llevándose esto al extremo en aquellas doctrinas que proclaman la vida contemplativa como signo de evolución humana, todo un contrasentido pues para evolucionar hay que moverse e interactuar. Parar el péndulo de un reloj para evitar la molestia de su sonido regular nos lleva a empeorar la situación inicial, al quedarnos sin saber la hora por preservar el silencio y nuestra tranquilidad.

Lo paradójico de Perdición es que Barbara Stanwyck estuvo a punto de rechazar la película pues le generaba intranquilidad interpretar un papel distinto a los que acostumbraba a aceptar. Ella misma llegaría a confesar que fue el propio Billy Wilder quien la convenció al preguntar… ¿eres una actriz o un ratón?, todo lo contrario a quererle vender tranquilidad…

Saludos de Antonio J. Alonso