“Rusalka” en el Palau de Les Arts

Para bien o para mal es una evidencia incuestionable que, desde hace décadas, la ópera italiana se ha instalado en las preferencias del público en general. Su carácter mediterráneo, por lo “cantabile” de las melodías y la ligereza de una música vitalista que solo pretende hacer disfrutar, no tiene rival entre los aficionados y tampoco en aquellos que acceden por primera vez al género lírico, tan alejado del tipo de música actual. Todo lo demás en la Ópera, por más que sea de gran calidad, cuesta más de asimilar. Esta realidad queda constatada por la abrumadora mayoría de óperas italianas entre las más representadas en los principales teatros del mundo año tras año, algo que por el momento no parece vaya a cambiar. Solo unos pocos compositores no transalpinos se acercan al reinado de los Verdi, Puccini, Rossini o Donizetti y entre ellos están Mozart, Wagner o Strauss, con estilos muy diferentes, sí, pero necesariamente tocados por la genialidad.

Un caso particular es el de Chaikovski, el segundo compositor (tras Beethoven) más interpretado en las salas de conciertos, con su música instrumental excitante, melodiosa y tan popular. Pues bien, de sus diez óperas, solo “Eugenio Oneguin” se representa con asiduidad. Algo parecido le ocurre a Dvořák, que sin tanto protagonismo en los programas de mano, también luce una obra inspirada y fácil de asimilar. No obstante, de sus nueve óperas, solo “Rusalka” se suele programar. Y es que los contemporáneos Chaikovski y Dvořák son un buen ejemplo de compositores cuyo catálogo lírico no tiene la misma aceptación que el instrumental. La razón quizás provenga de esa inspiración eslava que inunda sus óperas, tan alejada de la italiana mediterraneidad. Sin embargo, “Eugenio Oneguin” y “Rusalka” han logrado calar porque, aun con raíces folclóricas propias, presentan muchas características de la ópera italiana y en especial de esas melodías arrebatadoras que apuntan al centro de la emocionalidad.

“Rusalka” hace honor a un Dvořák deudor de las armonías checas y continuador de los modelos clásicos de composición por su enfoque formal, aunque también fuera admirador de Wagner, a quien no le regateó en sus manifestaciones la etiqueta de autor genial. Su influencia se aprecia en el uso del “leitmotiv” y en el protagonismo de la orquesta más allá del acompañamiento tradicional. Además de la famosísima y evocadora “Canción de la luna”, que en el Primer Acto nos interpreta la protagonista (una ninfa del agua o sirenita, según el cuento de Andersen), esta obra rebosa buena música que, es verdad, no suena del todo a lo que estamos más acostumbrados a escuchar.

Ayer se estrenó en el Palau de Les Arts de Valencia, “Rusalka” (A. Dvořák-1901), una nueva producción propia, junto a la Staatsoper Dresde, el Gran Teatre del Liceu y el Teatro Real.

Si hay algo fruto de controversias en la Ópera actual son sin duda las escenografías, cuya tendencia a la descontextualización resulta mayoritaria, lo que genera opiniones encontradas y el debate según los gustos de cada cual. Ahora bien, ¿qué pensaría el lector de alguien a quien, sin ninguna excepción, le gustasen todas las escenografías presentadas hasta la fecha en el Palau de Les Arts…? ¿Qué tiene un gusto muy especial, que es algo ingenuo o que no es amigo de la sinceridad…? Por ejemplo, el mediático presentador oficial de Les Arts, en cada intervención previa a un estreno, resulta ser el mejor ejemplo de esta comercial singularidad. Así, parece difícil confiar en un criterio esclavo de la superioridad (esto al margen de su probada maestría al comunicar). Y es que la impagable ventaja de opinar sin cobrar es poderlo hacer en completa libertad.

Cristof Loy, afamado regista alemán, firma una desconcertante versión de “Rusalka” bajo la premisa de que… “El mundo propuesto del reino de las hadas está muy alejado del presente”, algo que invariablemente caracteriza a todas las óperas del repertorio lírico internacional. ¿Gana una obra cuando se cambia la intención de su autor en el tiempo, la forma o el lugar? ¿Qué diría Victor Fleming de una revisitación de “Lo que el viento se llevó” protagonizada por encorbatados agentes de bolsa en la Nueva York de la actualidad…? ¿Qué pensaría Velázquez de unas “Meninas” ataviadas al más puro estilo de aquella Madonna con corsé cónico y colgantes ligas sin abrochar…? ¿Cervantes aprobaría un “Quijote” luchando impetuoso contra las chimeneas del Manchester de la Revolución Industrial…? (solo Joyce aplaudiría que su “Ulises” fuera el de la “Odisea” porque, en su encriptada obra, tanto da). Así, el desmedido afán hacia la novedad escenográfica desde un perturbador “más difícil todavía” solo se puede explicar por la urgente necesidad de epatar como camino más rápido para conseguir notoriedad, en un mundo actual que olvida el pasado buscando a toda costa y riesgo cualquier tipo de vana originalidad. Tras más de cuatro décadas de militancia musical y cientos de representaciones operísticas presenciadas aquí y allá, pocas de las escenografías descontextualizadas me han llegado a gustar de verdad. Tengo sesenta y dos años, pero respecto de esto a los veintidós pensaba igual. Y es que aquello que no comprendemos, por mucho que lo alaben los que parecen pero no saben más, casi nunca es por nuestra culpa personal.

Seguir la historia de “Rusalka”, con sus diálogos referidos al mundo subacuático y mirar lo que en la escena terrenal se representaba, me sumergió ayer en una esquizofrenia difícil de soportar. Tanta es la distancia entre las propuestas de Loy y Dvořák que resulta insostenible todo propósito de desencriptación formal. Quien lo haya disfrutado, pero de verdad, tiene todo mi reconocimiento a su aguda perspicacia y lo digo sin maldad. Al final, empeñado en un esfuerzo ímprobo por descifrar las claves de lo que veía, no pude atender bien a lo musical, buena prueba para mí de lo inconveniente de esta puesta en escena y de todas las que de igual manera nos vienen a despistar.

Sin embargo, no puedo ignorar la magnitud de la interpretación de Olesya Golovneva en el papel principal. Gran interpretación vocal (pese a no estar acertada en la “Canción de la luna”), pero sobre todo actoral, tan brillante como original. Desde bailar en puntas (algo imposible para cualquier soprano actual y que no se puede improvisar) hasta su mímica proverbial cuando enmudece en el segundo acto, están a la altura de lo mejor que pueda dar un actor profesional. Como le ocurriera a la Callas, no es necesario tener la mejor voz para inmortalizar a un personaje en la ópera, cuando se es capaz de dotarlo de la más absoluta verdad.

También destacaron las otras dos voces femeninas del elenco principal. La soprano dramática Sinead Campbell-Wallace como la “princesa extranjera”, asimismo buena actriz y de emisión tan temperamental que puede afrontar este papel para mezzo sin pestañear. Enkelejda Shkoza, compone el personaje de “bruja” con la convicción que su dilatada experiencia le garantiza y aunque no sea una contralto como indican muchas de sus referencias, maneja los graves con seguridad.

Los varones quedaron muy atrás en prestaciones vocales e interpretativas, sobre todo el “príncipe” Adam Smith, de quien con reiteración se dice… “el tenor del que habla todo el mundo de la ópera”, un misterio para mí a no ser por confusión con el eminente economista clásico, aunque fuera aquel poco dado a cantar. Su emisión se mostró desequilibrada y hasta se le llegó en un momento a calar, presentando un estilo más propio del verismo que de este tipo de ópera poco dada al manierismo vocal. El “duende” lo interpretó Maxim Kuzmin-Karavaev, un bajo ruso que no lo parece, pues sonó a barítono algo desganado y sin capacidad para traspasar el inevitable muro sonoro de la orquesta en Les Arts.

Y respecto de la Orquesta de la Comunidad Valenciana (ya lo he manifestado en varias ocasiones), con independencia de la batuta que la dirigía, suena a grabación discográfica y este es el mejor elogio que se le pueda regalar.

Aplausos al término, quizás menos apasionados que en otros estrenos, para fracaso de una ceremonia de salutación del elenco que inusualmente repitió la cadena de salidas, quedando la segunda un tanto inconveniente ante el escaso público que, a las casi once, raudo marchaba a cenar.

Supongo que ante el clamor general han vuelto los programas de mano, pero en una versión “low cost”, al reducirse a una diminuta hoja tan fina como el papel de fumar, en donde los caracteres se transparentan y no hay manera de que dure en condiciones óptimas hasta el final. Para sonrojo de Les Arts, ha sido mucho peor el remedio que la enfermedad…

-En estos días también podemos disfrutar de “Salomé” (R. Strauss-1905) en una versión de concierto cuya ausente escenografía seguro no nos distraerá (no hay mal que por bien no venga), interpretada en el Palau de la Música de Valencia por Lise Lindstrom, la que ha sido en la última década una de las referencias de este papel a nivel mundial-


En el mundo de la fonografía (otra vez mi recuerdo a J. L. Pérez de Arteaga), las mejores grabaciones de obras eslavas suelen apuntar hacia orquestas y voces autóctonas, quizás por lo complicado de los idiomas y por su especial musicalidad. El sello checo Supraphon grabó una excelente versión de “Rusalka” en 1961 con la Orquesta Nacional del Teatro de Praga dirigida por Zdeněk Chalabala y las interpretaciones de Milada Šubrtová (Rusalka), Ivo Žídek (Principe), Eduard Haken (Duende) y Marie Ovčačíková (Bruja).

¿Es machista la Orquesta Filarmónica de Viena…?

En la sexta década de mi vida, la distancia sobre la realidad va siendo suficiente como para no dejarme llevar por la subjetividad de las corrientes de opinión que, hace un tiempo ya, gobiernan a los que callan por no quedar mal.

Desde hace 84 años, el mundo occidental festeja cada primero de enero con el Concierto que la Orquesta Filarmónica de Viena (OFV) ofrece desde el Musikverein, su sede habitual, interpretando obras desenfadadas y joviales de la familia Strauss, afines y algún que otro compositor más. Lo que vemos y escuchamos es siempre igual y no por ello nos deja de gustar. A eso se le llama conservadurismo, siendo lo contrario aquello que tiende a olvidar el pasado para quererlo todo cambiar.

A la OFV se la suele acusar de conservadora por muchos motivos, siendo uno de los principales su relación con las mujeres desde tiempo inmemorial. En una orquesta donde las decisiones se toman democráticamente por la totalidad de sus integrantes, algunos argumentos que apoyarían esta catalogación podrían ser los siguientes, según quienes la quieren condenar:

– Hasta 1997 no incluyó una mujer entre sus intérpretes (la arpista Anna Leikes).

– Hasta 2005 no fue dirigida por una mujer (la directora Simone Young).

– Hasta 2011 no tuvo una mujer concertino (Albena Danailova).

– De los 19 directores del Concierto de Año Nuevo, ninguno ha sido mujer.

– De los 145 miembros actuales, solo 24 son mujeres.

– A diferencia de otras orquestas, todas las mujeres visten igual y con el mismo traje pantalón (como los hombres).

Ante todo esto, Albena Danailova se ha querido manifestar:

“Creo que, en la actualidad, la cuestión de género está recibiendo demasiada atención en los medios de comunicación”.

– “En el ámbito de la música clásica no es un asunto primordial”.

– “Nuestra orquesta busca seguir incorporando a su plantilla nuevos miembros, músicos jóvenes, especiales e interesantes, que puedan aportar valor al conjunto con la excelencia y la calidad de su instrumento”.

– “Nadie quiere imponerse en una audición por el mero hecho de cumplir con una determinada cuota de género”.

Daniel Froschauer, violín principal de la OFV y Presidente de su Junta Directiva, recientemente ha venido a precisar:

– “Tendremos una mujer directora cuando llegue el momento. Se necesita a alguien que sea un artista consagrado y con mucha experiencia con nuestra orquesta. Cuando tenemos una relación artística de unos diez años, normalmente los invitamos al Concierto de Año Nuevo”.

En un campo tan competitivo como lo es el de las mejores orquestas sinfónicas… ¿la Orquesta Filarmónica de Viena podría mantener desde hace décadas su hegemonía mundial (junto a la Filarmónica de Berlín) de no contar siempre con los mejores instrumentistas que se puedan contratar?

Un “Canto de la Sibila” valenciano en la Catedral

Llevado por esa inconfesable obligación de conocer lo que musicalmente no suele ser habitual, ayer decidí hacer la cola para presenciar en la Catedral de Valencia la versión autóctona de “El Canto de la Sibila”, un drama litúrgico que desde el siglo XVI se representa en diversas poblaciones españolas por Navidad y es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Digo cola porque, al ser el espectáculo gratuito y programarse en estas fechas de tradicional disponibilidad, cuando llegué (45 minutos antes de comenzar) tuve que incorporarme a la misma cuyo final (en ese momento) se encontraba unos 400 metros lejos de la entrada, muy avanzada la Calle del Mar. Al entrar, en el tique recibido constaba que era el espectador 557, no quedando muchos pacientes interesados por detrás con real posibilidad de entrar.

Lo visto y escuchado es un compendio de varias obras medievales y renacentistas (en las que está incluido “El canto de la Sibila”) cosidas con intención de auto sacramental y por ello el resultado final es muy irregular. A las excepcionales corales se oponen pasajes declamados cuya carga de repetición sin solución de continuidad llegan a cansar. No estuvieron mal las solemnes procesiones a lo largo de los pasillos del templo y el vestuario por su calidad.

La interpretación musical a cargo del prestigioso conjunto valenciano “Capella de Ministrers” que desde hace treinta y cinco años dirige Carlos Magraner, al menos es un seguro de fidelidad a una música tan antigua que, de no ser por estas formaciones, se perdería en un olvido total (parece ser que los instrumentos empleados son réplicas de los que muestran los ángeles músicos de los frescos del altar mayor de la Catedral). Si tocaron bien o mal lo desconozco, pues tras quinientos años… quién sabe como esta música se debe interpretar.

En los pasajes vocales destacó la Coral Catedralicia dirigida por Luis Garrido, en especial sus números gregorianos que, sin la profundidad de los monjes de Silos, defendieron un estilo muy difícil de replicar. A las intervenciones del tenor solista Jorge Morata y del niño tiple Noel López como la Sibila nos les faltó voluntad, pero tan poca variación musical en sus letanías no permitió que los pudiéramos valorar.

Por su componente de arqueología musical y el suntuoso marco de la Catedral es recomendable asistir, al menos una vez en la vida para no dejar sin sitio a tantos valencianos que también hacen cola cada año por Navidad…

“Maria Stuarda” en el Palau de Les Arts

“Maria Stuarda” (G. Donizetti-1835) es la segunda entrega anual programada por el Palau de Les Arts de Valencia correspondiente a esa “Trilogía Tudor”, junto con “Anna Bolena” (1830) y “Roberto Devereux” (1837), compuesta por el maestro belcantista de Bérgamo y a la que la memoria ha arrebatado “Il castello de Kenilworth” (1829), un cuarto título también “Tudor” que es ignorado en la actualidad. En la historia de la Ópera resulta imposible averiguar muchas de las razones por las que se han etiquetado obras o ciclos partiendo de una discutible subjetividad. Pero en la vida ocurre igual, plena de arbitrariedades que asumimos sin rechistar. La mejor enseñanza de mi ciclo educativo escolar me la regaló un profesor de filosofía en BUP, quien me aconsejó que en mí caminar vital… “Siempre me preguntase el porqué de todo”, como único remedio de conservar un criterio propio que la pereza al pensar y la aceptación sin cuestionar se empeñan en silenciar.

La reciente celebración del maratón de Valencia, un año más, ha posicionado a esta capital y en particular a la Ciudad de las Artes y las Ciencias (con el Palau de Les Arts al frente) en un luminoso nivel de notoriedad mundial, por ser principio y fin de una exitosa carrera que tiene mucho de musical. En efecto, la “melodía” mental, el “ritmo” de las zancadas y la “armonía” en la técnica al avanzar, son indispensables para completar los 42,195 km, que el día de la carrera parecen algunos menos cuando todo se ha hecho bien al entrenar. También, como en la música, la práctica en la vida es el único camino que lleva a prosperar.

Así, para tocar un instrumento, dirigir una orquesta, planear una escenografía, cantar o bailar en una ópera y triunfar, hay que consagrar media vida renunciando a mucho de lo demás. Lo que presenciamos en cualquier función, nos agrade o no, es un dechado de dedicación y profesionalidad, pues aquello que diferencia a la Ópera del resto de artes escénicas es su endiablada dificultad para que el resultado final alcance esa excelencia que es condición necesaria a fin de emocionar. No obstante, cuando esto no ocurre, los espectadores estamos en nuestro derecho de poderlo manifestar.

Ayer, prenavideño domingo 10 de diciembre (aunque también noviembre es prenavideño en la actualidad), tuvo lugar el estreno de “Maria Stuarda” en la nueva producción del Palau de Les Arts junto a la Dutch National Opera y al Teatro San Carlo de Nápoles (que se mantiene operativo desde 1737, todo un monumento a la longevidad). Lo que presencié fue excepcional y estoy convencido de que quedará recordado como uno de los hitos principales en la historia de Les Arts. ¿Por qué…?

Todo funcionó a la perfección, pero esto no sería suficiente de no darse un factor novedoso y diferencial: por primera vez en Les Arts las voces se pudieron escuchar como, por ejemplo, en la Scala de Milán. Y es que el azar del destino reservó a esta producción una escenografía que obró el milagro, al componerse de un solo decorado cuya disposición configuraba una gran y perfecta caja de resonancia que, a modo de las bocinas de los gramófonos, ayudó a los cantantes a manifestar sin peleas con la orquesta su arte vocal. Por fin hemos podido escuchar las voces de Buratto, Tro Santafé o Jordi, tal y como las disfrutan en el Liceo o en el Real. Un lujo aquí que no debería ser tal.

La dirección escénica planteada por la holandesa Jetske Mijnssen es un prodigio de elegancia y sobriedad, tanto en los cromatismos (blanco y negro) como en ese tipo de minimalismo estructural que cuando se busca la abstracción histórica es lo que mejor suele funcionar. Todo respira serenidad en una historia crispada como la que más. Y en estos silentes contrastes radica la fuerza de la representación de lo visual. Jetske Mijnssen lo ha vuelto a bordar. El pasado 2/10/22, con motivo del estreno de “Anna Bolena” en Les Arts, escribía: “Lo mejor sin duda fue la escenografía, vestuario, iluminación y coreografía (bajo la dirección general de Jetske Mijnssen), que en modo alguno interfirieron con la obra musical, algo que no suele ser respetado en la actualidad. Elegancia y simplicidad pueden definir lo visto, cuya plasticidad pictórica convertía cada número en una postal de esas en las que ningún color busca destacar y todo se muestra equilibrado para no incomodar” (https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2022/10/02/amor-y-enamoramiento-en-la-nueva-temporada-de-les-arts/).

Como el equipo se repite en esta “Trilogía Tudor”, las voces principales que el año pasado no llegaron a funcionar, este han estado a un nivel magistral, sobresaliendo una Eleonora Buratto (Maria Stuarda) que no ha desmerecido la comparación con las sopranos que mejor han logrado cantar este papel principal. En el otro extremo a la sutileza canora de una Caballé, su poderoso registro dramático compone un personaje de bravura que aporta a la obra mucha personalidad. La valenciana Silvia Tro Santafé (Elisabetta) no es la vacilante mezzo del año pasado, deslumbrante ayer en su protagonismo inicial (aunque parece que llegó cansada al final), ha manejado su partitura con absoluta seguridad. Ismael Jordi (Leicester), cuya voz no es especialmente bella (una rarísima cualidad con la que nacieron solo unos pocos en la historia musical), logra con excelente técnica dotar a su personaje de la suficiente credibilidad como para que resulte muy atractivo en su papel de conde atrapado entre dos reinas que le quieren enamorar. El bajo alicantino Manuel Fuentes (Giorgio Talbot) demostró la razón de tantos premios obtenidos, merecimientos a su magnífica voz grave, que en España no es nada habitual.

Si los solistas tuvieron el viento a favor, el Coro de la Generalitat Valenciana apabulló, llegando en la “Plegaria” (“Deh! Tu di un’ umile preghiera il suono”) a deslumbrar, con una potencia empastada envidia de esas históricas formaciones rusas de corte militar.

La Orquesta de la Comunidad Valenciana, a la que por lo antes mencionado escuchamos en su justa proporcionalidad, fue liderada por Maurizio Benini como solo un director italiano sabe llevar, plena de delicadeza y musicalidad.

Mediada la función y a pocas butacas de mi localidad, pudimos escuchar un… ¡Mari Carmen!, repetido varias veces con esa angustia que suele presagiar lo peor, aunque por fortuna todo quedó en un desmayo que detuvo por unos segundos la representación, sin que el sucedido llegara a más.

Finalizo significando lo que soy consciente será muy impopular: pese a que la representación nos regaló momentos de sublime emocionalidad, Valencia solo aplaudió lo que finalizaba en “chim-pam”, estadio adolescente de un público (que no llenó el estreno, una vez más) tan animoso como pendiente de madurar.

No hay palabras para más. De asistencia obligatoria para quienes buscan la belleza y no la suelen encontrar… 


Para los fans de ese prolífico trío que formaron el matrimonio Bonynge/Sutherland con Pavarotti, su “Maria Stuarda” de 1974 para DECCA, con la Orquesta y Coro del Teatro Comunale de Bolonia, es una excelente opción que destaca sobre todo en lo vocal.

Daniele Gatti y la Mahler Chamber Orchestra en el Palau de la Música de Valencia

En agosto de 2011 asistí al “Parsifal” de mi vida en… Bayreuth, dirigido por Daniele Gatti, a quien toda mi vida estaré agradecido por aquel milagro que varias veces cortó mi respiración. Salí desde España en moto y por una tonta caída en Suiza (al arrancar en un semáforo), me rompí la clavícula al comienzo de aquel viaje de 15 días que me llevaría luego, por Europa, a visitar varios templos míticos de la interpretación (https://www.alonso-businesscoaching.es/blog/2011/09/03/mis-15-dias-en-agosto/). Trece días de dolor me acompañarían, etapa tras etapa, para descubrir que la música tiene un mágico poder sanador, al menos mientras dura la función y la sensibilidad busca caminos distintos a los del dolor.

Justificado el porqué de mi devoción al maestro milanés (con el que comparto edad), ayer no podía faltar a su visita al Palau de la Música de Valencia, con un programa de sinfonías muy atractivo y con una orquesta (“Mahler Chamber Orchestra”) de relumbrón. Fui acompañado por un querido amigo de la infancia y esto, a mis sesenta y dos, supone muchas décadas en las que el tiempo ha forjado ese tipo de relación que resiste cualquier limitación.

La primera parte de la velada se componía de la “Sinfonía nº1, Clásica” de S. Prokófiev (1917) y la “Sinfonía Concertante” de J. Haydn (1792) y en la segunda aparecía la “Sinfonía en do” de I. Stravinski (1940), un contraste que también tuvo eco en el resultado de la dirección.

Pese a la brillantez de la Mahler Chamber Orchestra, el concierto no me agradó y el responsable fue el director. Tras lo manifestado en el encabezamiento de esta opinión, cobra mayor relevancia mi crítica a Gatti, quien propuso una interpretación de las partituras (sobre todo en la primera parte) tan personalista que se alejó kilómetros de lo que estamos acostumbrados a escuchar en las versiones de referencia, las que han sido dignas de la más alta consideración.

Todos los directores de orquesta son conscientes de que un punto determinante del análisis de su interpretación va a ser la atención a los fraseos y punteos de la partitura, es decir, a la acentuación. En este sentido, en la primera parte del concierto asistimos a una inusual fragmentación de la partitura a fin de destacar innumerables momentos musicales, planteando para ello silencios valorativos hasta la exageración. Algo parecido a como si en un texto escrito separásemos todas las frases (constituyendo párrafos independientes para cada una), quedando al final como una lista en la que se ha perdido toda relación. En una obra musical, esto supone la pérdida de esa ligazón que permite que todo fluya tal y como quiso el compositor.

Esto mismo también ocurrió en la segunda parte, pero no se notó, pues la sinfonía de Stravinski carece casi al completo de melodía (al contrario de las de Prokófiev y Haydn), por lo que al estar asentada en el ritmo, disimuló su fragmentación.

La Mahler Chamber Orchestra demostró su valor técnico, pero tuvo que hacer lo que el director le mandó.

Una vez más, pudimos disfrutar de la magnífica sonoridad de la Sala Iturbi del Palau de la Música y eso que presentaba un tercio del aforo vacío (el óptimo se alcanza con el lleno), algo inexplicable dado el cartel de los intérpretes, los precios ajustados a cualquier bolsillo y un programa popular y seductor…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡La música para el cine es la “clásica” actual!

Una vez más visita Valencia la “Film Symphony Orchestra” con un programa centrado en la música para el cine y sin fallar, una vez más agota las entradas, lo que no consigue casi ninguna otra formación del panorama clásico orquestal.

¿Cómo explicar este imparable fenómeno, que sin duda es ajeno al valor de la interpretación musical? Pues es evidente que por el otro componente del atractivo de un concierto y son las obras a programar. La música para el cine apasiona como ninguna otra en la actualidad, llevada por la fama de las películas, sí, pero también por su indiscutible calidad. Nadie podrá negar que las composiciones escritas para las bandas sonoras de “Lo que el viento se llevó” (Steiner), “Cantando bajo la lluvia” (Freed, Brown y Hayton), “Vértigo” (Herrmann), “Lawrence de Arabia” (Jarre), “El Padrino” (Rota), “La guerra de las galaxias” (Williams), “Blade Runner” (Vangelis), “Memorias de África” (Barry), “La misión” (Morricone), “West Side Story” (Bernstein), “El señor de los anillos” (Shore) y muchísimas más, responden tanto al indiscutible talento musical de sus autores como a su orientación al espectador, algo que olvidaron los compositores de la “clásica” del siglo XX y así les va.

El caso que mejor conozco de excelencia musical en el cine es el de la soberbia banda sonora de Bernard Herrmann para “Vértigo” (A. Hitchcock-1958), que aparece en “De entre los vivos” (https://www.amazon.es/entre-vivos-Antonio-Alonso-Sampedro/dp/B0BC6DNFC8/), mi libro sobre el cineasta más universal. De raíces inequívocamente wagnerianas (el tema de amor en especial), la complejidad de esta partitura sinfónica no obsta para que todos sus pasajes se muestren cristalinos y encajen a la perfección en las hipnóticas imágenes de esta cumbre del séptimo arte, consiguiendo lo que pretende y es hacernos partícipes irredentos de una historia de amor fatal. Lo que tiene lugar en la escena circular del beso de Scottie y Judy (en el apartamento de esta cuando aparece convertida en Madeleine), es de una magia tal que siempre (SIEMPRE) me hace llorar y eso es a lo máximo que puede aspirar el arte, según nos mostró Stendhal. Sin la música celestial de Herrmann, “Vértigo” sería una de las mejores películas de la historia del cine, pero con su contribución es la mejor, para quien esto escribe y para tantos otros más.

Soy consciente del rechazo que muchos melómanos muestran hacia estos conciertos de música para el cine (quizás por su extravagante espectacularidad, tan alejada del código habitual), pero desde hace casi cien años, ninguna composición orquestal puede competir en aceptación con la música para el cine, la “clásica” de la contemporánea actualidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Orquesta de la Radio de Berlín y Jurowski: oír no es escuchar

Tras cuatro años de interminables obras, al fin he vuelto a mi añorado Palau de la Música de Valencia, sala de conciertos que llenó mi juventud de incipientes emociones prolongadas hasta la actualidad. La música que se llama “clásica”, pero que debería tener otra denominación más particular, revela hasta donde el ser humano ha conseguido arte a partir de su creatividad. Algo que nunca podrá igualar la Inteligencia Artificial.

El Palau de la Música de Valencia siempre me ha resultado de trato familiar, por cuanto de acogedor tiene en sus atinadas proporciones y amable decoración, que siendo contemporánea no está exenta de la calidez que ofrecen sus componentes de madera, instalados también para atemperar el sonido tridimensional. Y en esto último me gustaría redundar, pues si ya era proverbial la sonoridad de la Sala Iturbi, los reajustes realizados durante esta remodelación casi integral, han elevado sus prestaciones al olimpo de la perfección formal. Cuatro años oyendo sin escuchar a las orquestas en el otro Palau (el de Les Arts, cuya acústica urge mejorar), han finalizado ya con esta reapertura que todos los melómanos valencianos esperábamos con ansiedad.

Ayer nos visitó la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín con su titular Vladimir Jurowski, formación y director ambos de talla internacional. Titulares ilustres también fueron Eugen Jochum, Sergiu Celibidache y nuestro Rafael Frühbeck de Burgos, lo que revela la importancia de esta agrupación, cuyo sonido no puede ser más alemán.

El programa ofrecido era muy atractivo, por el color y la originalidad de las obras: “Scherzo fantástico” (J. Suk-1905), “Concierto para piano y orquesta n.º 2” (S. Prokófiev-1913) y “Sinfonía n.º 3 en la menor” (S. Rajmáninov-1936). Color, pues todas son un banco de pruebas para que una buena orquesta lo pueda demostrar y originalidad, pues son menos conocidas que otras composiciones de sus autores y siempre es de agradecer esta novedad. Además, constituyen buenos ejemplos de música del siglo XX que, pese a su vanguardismo, no atentan contra los oídos de quienes acudimos a un concierto con la única intención de disfrutar.

El solista de piano fue el joven canadiense Jan Lisiecki, que a sus veintiocho años ya lleva veinte de carrera profesional. Su talento quedó justificado en una interpretación tan endiabladamente exigente que al mismo Prokófiev le sorprendió cuando, al frente del piano, la quiso estrenar.

La ejecución de la sinfonía de Rajmáninov fue la demostración de las altas cotas de perfección a que llegan las orquestas alemanas en el repertorio posromántico, densa de sonoridad y brillando en todas sus secciones con empaste sin igual. Jurowski, una estrella mundial, justificó su fama con una dirección tan artística como temperamental.

El Palau de la Música de Valencia no se llenó y ello se debe a la sempiterna falta de relevo generacional. Muchos eran los espectadores cuya avanzada edad ponía en dificultad sus movimientos al acceder renqueantes a su localidad o les obligaba a visitar los aseos sin poder esperar al final. A mí, cada vez me queda menos para llegar.

Aun con todo, en el Palau de la Música de Valencia, oír no es escuchar…


Posdata: A diferencia del Palau de Les Arts, que ha suprimido los programas impresos, mis opiniones desde el Palau de la Música seguirán encabezadas por las fotografías de los mismos, eligiendo cualquier rincón que los venga a adornar.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“La dama de picas” y las obras maestras con ubicuidad

Que cada estreno operístico viene catalogado como obra maestra por el teatro que lo programa, es una realidad que la promoción equívoca y desconsiderada impone a voluntad. Este septiembre de 2023, el Liceo alardea de un “Eugenio Oneguin” que define como la obra maestra de Chaikovski y Les Arts presume de una “Dama de picas” que cataloga como la obra maestra del mismo compositor, en un imposible juego de absurda ubicuidad.

Vaya por delante que, entre estas dos maravillosas obras del compositor ruso, yo prefiero con diferencia “Eugenio Oneguin”, un monumento musical al desencanto, la melancolía y la desesperación vital… todo por haber elegido mal. Guardo en mi memoria la excelsa versión que por dos veces nos ofreció el Palau de Les Arts (disponible en DVD y Blu-ray), un magnífico ejemplo de acierto multidisciplinar. Pero volviendo a la ofensiva promocional por captar el interés del aficionado, no solo esta se queda en los fuegos artificiales de la premiación universal, sino que también incluye acuerdos comerciales como el de Les Arts y el Liceo, que ofrecen un descuento del 50% comprando entradas para los dos títulos de Chaikovski, una iniciativa que no por impracticable hay que reprochar.

Siempre he defendido que la maximización de la venta de localidades es el objetivo principal de los teatros de ópera, pues tras ello vienen asegurados otros logros necesarios, como el acierto en la elección de la programación o la adecuación de precios a un público con diversa capacidad. Para ello la información es esencial, pero siempre en los límites de la sensatez y sin exagerar. El… “Que viene el lobo” constante y falaz, termina por desprestigiar a quien lo proclama sin solución de continuidad. Cada teatro es responsable de su comunicación y en ella le va su credibilidad. No todos los títulos programados son obras maestras, algo exento por obvio de la necesidad de justificar.

Ayer presencié el estreno de la temporada 2023/24 en el Palau de Les Arts con “La dama de picas” (P.I. Chaikovski-1890), que no pasará a la posteridad.

El día anterior tuve la mala idea de volver a visualizar “El espíritu de la colmena”, la que para mi gusto es la mejor película del cine español, si por cine entendemos ese séptimo arte cuyo apellido hace décadas perdió su carta de identidad. La emoción artística que provocan las imágenes y los silencios de esta magnética obra de Víctor Erice es lo que, en otras disciplinas escénicas, busco sin encontrar. La Ópera, para definirse como arte total, debería acompasar a la grandeza de sus músicas, la poesía visual. Cuando esto no ocurre (que es lo normal), el efecto no es neutral, sino que viene a restar, por lo que siempre recomiendo comprar entradas con baja visibilidad.

La propuesta escénica de Richard Jones es para olvidar. Carente de línea argumental, transita por un batiburrillo de ideas sin hilvanar, llegando a solicitar prestada la buhardilla de “La Boheme” para convertirla en lo que fuera menester: habitación de Lisa, habitación de la Condesa o sala de juego al final. Un puzle de ocurrencias inconexas de las que solo se pueden salvar el cuadro de los títeres y el original plano cenital de la cama de Herman, con caída de carta en horizontal. En fin, que así las cosas, yo mismo podría ser Director de Escena sin saber de esta misa ni la mitad.

No son muchas las voces disponibles para el repertorio ruso, tan escaso y difícil de abordar que solo lo visitan los cantantes de aquel país o los que, no siéndolo, a falta de otros papeles buscan así su oportunidad. Por ello, en estos casos nunca me hago muchas ilusiones sobre la calidad vocal de lo que voy a escuchar.

Solo Elena Guseva (Lisa) mereció esos obligados aplausos que el público valenciano siempre viene a regalar (en 17 temporadas, ningún cantante ha dejado de gustar). Quiero pensar que esto se debe a su mediterránea generosidad, en lugar de otras explicaciones no convenientes aquí de señalar. La joven soprano rusa (hoy el límite ya son los 40 años) abordó su personaje con la facilidad que brinda un instrumento de rango superior a las exigencias de la partitura, tanto en estilo como en sonoridad, siendo la única a la que se pudo escuchar. Respecto a esto y aunque solo sea por ciencia estadística, no es nada normal lo que ocurre en Les Arts: que la mayoría de las voces parezcan cantar desde sus camerinos cuando en otros teatros se les escucha con facilidad. Y lo peor es que cuanto más cara es la entrada mayor es la dificultad (hace tiempo dejé de sentarme en un patio de butacas donde la orquesta manda a todos callar).

Arsen Soghomonyan (Herman), no es tenor para esta obra al presentar muchos de los problemas que los barítonos asumen al pretender subir de tonalidad y que se evidencian sobre todo en la falta de agilidad. Si a ello añadimos su evidente engolamiento en la emisión que anula los destellos vocales del metal, nos encontramos ante un sonido plano y carente de emocionalidad.

A Doris Soffel (Condesa) no se le puede reprochar su edad, pues dentro de diez años este papel tan breve todavía lo podrá cantar. Queda su saber estar escénico y ese aroma que una carrera de cincuenta años obliga a juzgarla, ahora sí, con la benevolencia que se ganan quienes nada tienen que demostrar.

Esta vez el Coro de la Generalitat no estuvo tan bien como viene siendo habitual, embarullado en muchos pasajes y sin empastar. El idioma ruso no es fácil y supongo que cada cual lo dicciona a su manera, como el Coro del Ejército Ruso al interpretar cualquiera de nuestras zarzuelas en versión original.

Todas las partituras de Chaikovski ofrecen la oportunidad de lucimiento a una orquesta, si esta tiene capacidad. Los frecuentes contrastes de color, sin renunciar a la melodía del más puro romanticismo finisecular, ponen a disposición del Director material suficiente para brillar. Así, el excelente arranque instrumental de esta obra presagiaba otra demostración de solvencia y calidad de la grandísima Orquesta de la Comunitat Valenciana, pero ayer no fue tal, quizás por un exceso de voluntariedad. No hubo frenadas a tiempo y la masa orquestal (lleno el foso a lo Wagner) se desbocó confundiendo tocino con velocidad. Los profesores no tenían el problema del idioma, que en las partichelas es universal, pero aun así cada cual transitó por su lugar. Solo fue en algunos pasajes, es cierto, pero a esta Orquesta y a su Director, James Gaffigan, ya le pedimos esa excelencia que implica el no fallar.

No me explico el pobre aforo registrado para ser el día de los estrenos de la obra y de la temporada, un domingo además. Así como en otras ocasiones he manifestado mi contrariedad a la programación de óperas tan vanguardistas como indigeribles, “La dama de picas” no lo es, formando parte merecidamente del repertorio habitual.

Finalmente, significar que Les Arts ya no imprime programas de mano, otro signo del cambio de los tiempos que nos priva de pasearlos con elegancia en los entreactos y luego poderlos coleccionar. Ahora los códigos “QR” contribuirán a que la contaminación lumínica de los teléfonos en cualquier momento y lugar se haga general, perdiéndose del todo el respeto a los demás. Si esta medida tiene alguna argumentación presupuestaria, no debemos olvidar que los nuevos gastos de gestión en la adquisición de localidades por cualquier canal podrían compensar. ¿Llegará un día en que al comprar en El Corte Inglés debamos pagar al dependiente un sobrecoste por su atención personal…?


Una buena opción, por estilo y sonoridad, es la grabación ADD de 1977 para Deutsche Grammophon que Mstislav Rostropovich dirigió a la Orquesta Nacional de Francia, el Coro Chaikovski, Peter Gougaloff, Regina Resnik y la gran Galina Vishnevskaya, legendaria Lisa y esposa vitalicia de Mstislav.

El “feminismo radical” llega al Real, pero no al Liceo ni a Les Arts

Que… “es peor el remedio que la enfermedad” lo constata la kafkiana situación a que hemos llegado en la defensa de los derechos de igualdad entre mujeres y hombres, algo que es aceptado mayoritariamente en esta sociedad, pero cuyas tortuosas vías de acceso reclaman con urgencia sensatez y un golpe de racionalidad.

Muchos son los ejemplos que podrían ilustrar el desbocado integrismo del “feminismo radical”, que invade de condicionamientos desproporcionados a todos los estamentos, tanto públicos como privados y lo que es peor, también a la mente de cada cual. El terror a “quedar mal” se ha instalado en nuestra sociedad, circunscribiendo la manifestación del libre pensar al silencio preventivo o a la repetición resignada del discurso oficial.

Pero aún es más, esta atravesada realidad genera despropósitos como el que Paco Azorín (director de escena) manifestó en declaraciones a Radio Nacional de España con motivo del estreno en el Teatro Real de Madrid de “Medea” (L. Cherubini-1797). En el programa “Por tres razones” del pasado 18/09/23 (https://www.rtve.es/play/audios/por-tres-razones/medea-opera-teatro-real-madrid/6970746/), respecto del asesinato a sus dos hijos cometido por Medea para vengarse del padre Jasón, Azorín expresaba esto de manera textual:

“…No podemos justificar esa solución, la violencia no tiene sentido en ningún caso, PERO HAY QUE ADENTRARSE EN EL CORAZÓN DE MEDEA E INTENTAR ENTENDER SU FUNCIONAMIENTO, EL PORQUÉ LA VIOLENCIA CONTRA SU DESCENDENCIA PUEDE SER LA SOLUCIÓN…”

Es evidente la flagrante contradicción entre el cabal preámbulo (en minúsculas) y la inquietante reflexión (en mayúsculas), algo que al propio director le escuché ese mismo día en otro programa de RNE, por lo que no se trata de una equivocación, sino más bien el reflejo de una disparatada actualidad que extrema hasta lo improcedente una reivindicación feminista que se ha llegado a desnaturalizar.

La casualidad ha propiciado que el Gran Teatro del Liceo y el Palau de Les Arts arranquen sus temporadas con sendas obras de P. I. Chaikovski… “Eugenio Oneguin” (1879) y “La dama de picas” (1890) respectivamente, lo que no es habitual. En la primera hay un duelo entre Oneguin y Lenski que propicia la muerte de este, algo que no dará que hablar al “feminismo radical”, pues solo las muertes de mujeres despiertan su belicosidad. En “La dama de picas”, Hermann y Lisa se suicidan, un empate mortuorio e individual que parece alejar la violencia machista del punto de mira de quienes solo defienden a una mitad de la humanidad.

¿En qué patíbulo estaría ahora Paco Azorín de haber sido Jasón el asesino filial…?

“Ernani” o como programar…

“Ernani” (G. Verdi-1844) se configura, para cualquier teatro de ópera actual, como uno de los mejores ejemplos sobre como programar títulos muy poco conocidos sin atentar contra el gusto mayoritario del público y lo principal, sin enmascarar la verdadera calidad por consideraciones esnobistas y ajenas al arte musical.

No pudiéndolo demostrar, me atrevería a afirmar que nueve de cada diez veteranos aficionados a la ópera no han asistido nunca a una representación de esta obra verdiana, muy popular cuando se estrenó, pero alejada hoy del circuito habitual. Como tampoco a “Oberto” (1839), “Un giorno di regno” (1840), “I Lombardi alla prima crociata” (1843), “Giovanna D´arco” (1845), “Alcira” y “Attila” (1846), “Jerusalem” (1847), “La battaglia di Legnano” (1849), “Stiffelio” (1850) o “Aroldo” (1857), todas del genial maestro italiano y olvidadas en la actualidad. Y del mismo modo, podríamos citar otras tantas composiciones de Puccini, Rossini, Mozart, Donizetti, Bellini, Chaikovski y muchos más, que duermen el sueño de los justos porque las extravagantes e impopulares cuotas regaladas al siglo XX imponen su voluntad. Por consiguiente, no cabe el gastado argumento de ofrecer nuevos títulos para justificar a esas minoritarias obras vanguardistas del siglo pasado cuando hay tantas, de probada aceptación general, que tienen que esperar su parva oportunidad.

En este orden de cosas, el pasado 23 de mayo asistí a la actuación de Anne-Sophie Mutter (formando trío con el violonchelista Maximilian Hornung y con Lambert Orkis, su pianista habitual) en el Teatro Principal de Valencia, cuyo programa incluía obras de Beethoven, Clara Schumann, Brahms y Sebastian Currier, un desconocido compositor actual que presentó “Ghost Trio for piano trio”, indigerible partitura de 2018 cuyo recorrido sería nulo de no ser patrocinada por la gran violinista alemana de fama mundial. El autor, que se encontraba presente, recibió ese tipo de aplausos que solo la obligada urbanidad impone en un recital. Su visita debió ser inesperada, pues a última hora hubo que cambiar el orden de las piezas programadas en la primera parte, pasando la suya al final para que el pretendido agasajo se pudiera facilitar. Imposturas que no logran tergiversar una demostrada realidad: el absoluto divorcio existente desde hace un siglo entre quien compone y el público en general.

Sobre todo esto, los medios de comunicación no se atreven a decir la verdad, esclavos de intereses comerciales y a la sombra del sempiterno discurso institucional. Así, en el artículo de Valencia Plaza publicado el pasado día 3 de junio y referido a la próxima temporada de Les Arts, se indica como uno de los deberes del teatro valenciano: “…que los abonados acojan a las nuevas narrativas para que no haya contrastes de público tan amplios, por ejemplo, entre Jenůfa y La Boheme“. Pues bien, es precisamente ese ejemplo el que a la perfección autodefine la realidad del gusto del espectador habitual, cuyos intentos de ser modificado en los últimos cien años no han tenido ningún éxito y nadie lo dude, ya no lo tendrán. Si la soberanía popular no se discute en la democracia actual… ¿por qué sí la de los aficionados en su preferencia musical? Aficionados, en su mayoría melómanos, con dilatada experiencia asistiendo a conciertos y óperas, que son poseedores de una discoteca particular en la que será muy difícil encontrar ese tipo de composiciones tan indescifrables en su concepción como impenetrables en su emoción y que nadie escucha en el hogar.

Además, la casualidad ha propiciado que, en el programa de Radio Clásica “Maestros Cantores” del pasado sábado 27 de mayo, se retransmitiera desde Munich una representación de “I Lombardi alla prima crociata”, algo que muchos agradecimos, como también el que en esta temporada haya sido incluida “Ernani” por el Palau de les Arts.

Bienvenidos sean aquellos títulos de nuevo repertorio que ensanchan nuestro saber musical, siempre que los podamos disfrutar.

El estreno, ayer, de esta coproducción entre el mismo Palau de les Arts de Valencia y el Teatro La Fenice de Venecia (donde por primera vez se vino a representar), fue excelente en lo musical y deficiente en lo visual. Cerrando los ojos, esta versión no desmerece a lo mejor que hoy se pueda escuchar.

Y lo mejor fue el sobresaliente cuarteto de voces protagonistas, todas en estilo verdiano y con bellos instrumentos que rivalizaron en afinación, armonía, poder, color y sensibilidad.

Piero Pretti (Ernani), mostró lo que hoy falta en los tenores verdianos y es la seda de su voz, siempre controlada aun en los pasajes que la llevan a forzar (similar a un Francesco Meli, que nos visitará la próxima temporada y también con éxito interpreta este papel en la actualidad). Cierto es que pueda faltarle algo de proyección sonora, pero yo prefiero la clase a esos decibelios que enmascaran con fuegos de artificio el saber cantar.

Angela Meade (Elvira), triunfó pese a que hoy la ópera exige, además de voz, presencia acorde con los papeles a interpretar. Desde mi independencia de opinión, alejado de cualquier condicionante enmarcado por la discutible “corrección política” actual, no puedo ocultar que la generosa morfología física de Meade encaja mal con su personaje, pretendido simultáneamente por tres varones (récord en la ópera, quizás) que matan y mueren arrobados de pasión carnal. La Caballé fue una Traviata-Violetta que moría tísica pese a esa desbordante humanidad. Su extraordinaria voz se lo permitía, como a Meade ser estrella del “Met”, el teatro del mundo que más cuida la correspondencia actoral. Con una inusitada amplitud de registro, desde los agudos de coloratura hasta los graves dramáticos propios de una mezzo, la soprano estadounidense pudo con todo el arsenal que Verdi exige a este endiablado papel que pocas cantantes son capaces de afrontar.

El barítono milanés Franco Vassallo (Don Carlo) deslumbró con su línea de canto, limpia, homogénea y sin atisbos de fatiga en ningún momento de sus comprometidas intervenciones, que no desmerecieron a las mejores que podamos recordar.

Evgeny Stavinsky (Ruy Gómez de Silva), se alejó de la tradición de bajos rusos al no presentar una gran voz, si bien sus matices en la interpretación compensaron y defendió un personaje cuya tesitura camina por la cuerda floja de la confusión con la de Don Carlo, algo que ayer en muchos momentos pudimos notar.

Coro y Orquesta de la Comunitat Valenciana, dirigidos en esta ocasión por el joven Michele Spotti, nos ofrecieron lo que ya es costumbre y motivo de satisfacción general: el sólido armazón que requiere todo teatro de ópera de división de honor para afrontar los diversos títulos de cada temporada con la garantía de una sobresaliente calidad musical.

La dirección escénica a cargo de Andrea Bernard fue la nota discordante con respecto a lo demás, insulsa en su transcripción, aburrida por falta de dinamicidad y hasta barata sin disimular. El público así lo entendió, siendo abucheada al final.

Y con respecto a la expresión del público, es evidente que me encuentro en otro lugar. Durante la función se aplaudió muy poco, a pesar de la brillantez de varias intervenciones que lo merecían sin dudar. Esto contrasta con anteriores representaciones en las que esa gratificación se regaló sin merecimientos y por pura reacción ante los aplausos de los demás. Y es que, en este “Ernani” no parece haber esa “clac” de las primeras filas a la izquierda (parece que reservadas a la producción) que tira de un público tímido en manifestar su opinión por temor a quedar mal. Alguien anónimo lo intentó en un par de ocasiones con un solo golpe de aplauso y ante su soledad opto por parar. Es evidente que diecisiete temporadas son pocas para crear un auditorio autóctono con suficiente personalidad a la hora de demostrar su parecer sin que se lo tengan que indicar.

Finaliza con esta magnífica obra de Verdi la presente temporada operística del Palau de Les Arts y tras varias publicando mi opinión justo el día siguiente a los estrenos, quizás en la próxima me tome ese descanso que algunos de mis lectores menos coincidentes agradecerán…


Una estupenda opción para escuchar esta ópera es la histórica grabación de 1956 (en vivo desde el Metropolitan Opera House), dirigida por Dimitri Mitropoulos y con Mario Del Monaco, Zinca Milanov, Leonard Warren y Cesare Siepi. Se encuentra disponible a la venta en CD (Bongiovanni), aunque yo tengo la versión en vinilo editada por el sello italiano Cetra en su serie Opera Live.