Jaroussky y el Lied

Alemania y Portugal, tan distantes en todo, parece que coinciden en un mismo sentimiento musical que impregna parte del estilo de sus géneros canoros más conocidos: el lied y el fado. Ambos no pueden evitar en sus composiciones la manifestación de un tono tan melancólico como triste, ni aun en los momentos de supuesta mayor jovialidad. En fin, que en el lied y en el fado no hay “alegrías de la huerta” en ningún momento y por ningún lugar. En el caso más lírico y poético de los dos, el del lied, las tonalidades vocales que mejor empastan con su singularidad suelen ser las graves y de ellas, por su equilibrio entre altura y agilidad, la de barítono. Prueba de ello es que la mayoría de las más celebradas interpretaciones de este género se atribuyen a cantantes con esta cuerda vocal, siendo quizás su más grande exponente conocido el Schubert del berlinés Dietrich Fischer-Dieskau, todo un referente de hondura y musicalidad.

Philippe Jaroussky es poseedor de un gran talento musical que sobremanera destaca por su delicada expresión emocional, algo que sabe explotar magistralmente en sus celebradas interpretaciones barrocas. Pero es contratenor, lo que en mi opinión es incompatible con el oscuro espíritu del lieder y así lo pude comprobar ayer en su recital de Les Arts (dedicado a Schubert en su integridad). Veinte piezas de programa y dos bises de propina (“La trucha” incluida) que en ningún momento arrancaron en mi aquel arrobo embriagador que esta música germana es capaz de suscitar (¿cómo sonarían las Suites para violonchelo de Bach interpretadas por un violín… aunque este lo empuñase el Paganini más genial?).

El desarrollo de la civilización en los últimos veinte siglos ha ido conquistando parcelas de ecuanimidad en el camino por la igualdad de las personas, pero aun persisten interferencias como la que supone la Fama, que permite a algunos disfrutar de unos privilegios que a la mayoría les son negados sin piedad. La sala llena aplaudió el curriculum del gran cantante francés, su simpatía y sus innegables ganas de agradar…

Valle-Inclán, Calderón de la Barca y Raffaella Carrà

La costumbre no torna aburrida la vida si lo acostumbrado no es impuesto sino elegido y por tanto disfrutado. Así me lo planteo en cada visita navideña a Madrid, donde la música y las artes escénicas suelen acaparar mi atención cultural. Pero este año, un despiste personal y una enfermedad familiar adelgazaron lo que en otros había sido un sin parar.

Algo de lo que hace mucho tiempo ya no es susceptible de mi arrepentimiento es el no poder asistir a un espectáculo por falta de entradas, o lo que es lo mismo, por decidirme a comprarlas al final. Así, acudo cada Navidad a Madrid con las localidades adquiridas en Septiembre y nunca, hasta este año, he desaprovechado la inversión por esos mal llamados imprevistos, que de habitual suelen ser provocados por inconfesables faltas de organización personal. Pero la edad trae sus servidumbres y en esta ocasión la memoria me falló al seleccionar el billete de ida del AVE para una fecha posterior a mi primer compromiso, equivocación que me privó de disfrutar del “Oratorio de Navidad” (J.S. Bach-1734) interpretado por el prestigioso “Collegium Vocale Gent” en el Auditorio Nacional. Equivocación de la que se benefició una lejana amistad, que también visita a su familia madrileña por estas fechas y curiosamente trabaja en Bruselas, muy cerca de la sede de esta formación barroca y que con no poca sorna así me lo vino a significar.

Por otra parte, la enfermedad de un familiar me aconsejó restringir mi atención a solo dos espectáculos (tres, contando el anterior) y como siempre buscados en el Centro Dramático Nacional y la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Del primero presencié el montaje que José Carlos Plaza ha realizado de “Divinas Palabras” (R.M. Valle-Inclán-1919) en el centenario de su estreno. El mismo Director la califica como… “una de las dos o tres obras más universales de nuestra historia literaria” lo cual y sin ánimo de quitar mérito a ese particular texto, me parece que es exagerar. En mi opinión, el teatro de hace cien años ha envejecido peor que el de cuatro siglos atrás, sobretodo si falta novedad en su tratamiento tal y como luego tendré la oportunidad de comentar. No obstante y pese a todo, quiero destacar las admirables interpretaciones de María Adánez en el papel de Mari Gaila y Ana Marzoa como Rosa de Tatula, ambas dueñas plenipotenciarias de la escena en cada ocasión que les tocaba hablar. Como curiosidad, significar que toda la activación de la tramoya (un gran telón que adquiría múltiples formas) tenía lugar desde unos resortes con forma de perchas, a la vista del público y por los mismos actores a excepción de un solo operador un poco perdido y fuera de lugar. Esta singularidad y su relación con la obra todavía es para mí un misterio que no he acertado a despejar.

Al comprar la entrada, me extrañó que “La señora y la criada “, una obra poco conocida de Pedro Calderón de la Barca e interpretada por “La Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico” (la segunda unidad de la institución), estuviera a punto de agotar la venta a tres meses vista de la función. La explicación la encontré al presenciar la maravilla que Miguel del Arco ha logrado montar. Pese al ingenio sin igual de los autores del Siglo de Oro español al diseñar tramas de relojera precisión y textos rimados de extrema dificultad que radiografían el alma humana con un acierto proverbial, los tiempos actuales no les favorecen al exigir al espectador esfuerzo y atención, algo que nadie está ya dispuesto a dar. Pero… ¿y si convertimos “La señora y la criada” en una opereta musical?. Quizás entonces pueda gustar, sobretodo si la música (no la letra) pertenece a lo más conocido del repertorio de la imparable Raffaella Carrà, santo y seña de una recordada época tan desinhibida como jovial. La Carrà sí, que tan señora como criada nos parecía por su atractiva naturalidad. El teatro a reventar y los encendidos aplausos al finalizar (curiosamente también del público con más edad) prueban que, con creatividad, todavía hay margen para hacer triunfar algo que ya cautivaba 400 años atrás.

Al igual que siempre, al finalizar mi participación en la San Silvestre Vallecana, una vez más confirmé que en esta vida la salud como prioridad no tiene igual…

De nuevo, aquí, Music-tiones…

El ya muy lejano 21/06/2016 anunciaba en este Blog que mis nuevos escritos relacionados con esta Categoría podrían consultarse a partir de ese momento en la página de Facebook… FORO OPERA VALENCIA, cuya dirección general es… https://www.facebook.com/forooperavalencia/ y cuya dirección específica de publicaciones es… https://www.facebook.com/forooperavalencia/?sk=allactivity&privacy_source=activity_log&log_filter=cluster_11&category_key=statuscluster.

Este comienzo de 2020 me lleva a volver a publicar los que escriba a partir de ahora directamente aquí, reivindicando la singularidad de un espacio propio frente al imperio de las grandes plataformas sociales en su afán de pretendernos numerar y controlar. No reniego de ellas (seguiré usándolas) pero mis publicaciones primero aparecerán en este Blog, el “Personal”, el que contiene mucho de lo que soy como individualidad…

La Florencia de “Pélleas et Mélisande”

Ante el Palazzo Vecchio

Es Junio y tras concluir con éxito la parte deportiva de mi proyecto Marathon-15%, no me he podido resistir a regalarme el pago a una deuda pendiente que tenía con uno de los principales festivales musicales del mundo: El “Maggio Musicale Fiorentino” (desde 1933, esta es su 78º edición), que aunque por nombre tiene el del mes de las flores, también se extiende al siguiente.

Florencia es tanta Florencia que posiblemente es la única gran ciudad italiana donde no se percibe la civilización romana. Todo es puro renacimiento, el que fue auspiciado a partir del siglo XIV por la dinastía de los Médici en una de las cunas mundiales de las artes plásticas y la arquitectura, donde el incomparable Miguel Angel brilló con una cegadora luz que hoy en día no ha dejado de alumbrar las sensibilidades de cuantos admiramos su grandiosas obras realizadas en todas las disciplinas entonces disponibles. El David, quizás la escultura más perfecta jamás cincelada, nos habla de la extrema dificultad de la creación de belleza en tres dimensiones y sin posibilidad alguna de error, lo que en mi opinión es la demostración de que el autentico genio humano es tan escaso que solo se manifiesta raramente cada varias centurias.

En este “marco incomparable”, podría parecer que asistir a una opera como “Pelléas et Mélisande” de C. Debussy (1902) corresponde a la quintaesencia de la exquisitez artística si no fuera porque Florencia (como tantas otras grandes ciudades del arte, entre ellas Pisa que también visité) aparece a los ojos del visitante sensible totalmente desnaturalizada por un turismo de chanclas, selfies y hamburguesas que ejerce de oscuro velo sobre esta fastuosa realidad gravemente adulterada por el contraste insultante de unos visitantes bostezados, pero que democráticamente debemos aceptar. Siempre defenderé el derecho de cada cual a manifestarse como le plazca siempre que no importune a los demás, aunque la frontera de la ofensa sea difícil de dibujar.

Tampoco ayuda a la inmersión ambiental florentina el nuevo recinto de la Opera di Firenze, construido en 2011 y que sustituyó al decimonónico Teatro Comunale, más acorde con la estética ciudadana aunque sin las posibilidades técnicas del nuevo. Su frialdad exterior e interior en algunos momentos me recordó la de nuestro Palau de les Arts, monumentos funcionales a la mayor gloria de la estética nórdica a lo Ikea, pero muy alejados del confort sensorial.

A “Pelléas y Mélisande” no se debe asistir cansado, lo cual se puede pagar. Tras todo el día callejeando, haciendo colas y deshaciendo pasos en un tórrido día adelantado de verano, me senté en donde me indicaron los acomodadores, que no era mi localidad, pues parece es costumbre allí reubicar al público en mejores lugares si estos se encuentran disponibles. Esto solo pasa en Italia, como también el retraso de casi veinte minutos sobre la hora anunciada de comienzo de la representación o la permisibilidad dejando entrar al público una vez comenzada la función (me acordé entonces de las recias acomodadoras de Bayreuth que, en militar disposición, cierran al unísono y con llave las puertas de la sala para que nadie pueda salir ni entrar), o las averías como la que nos anunciaron a media representación con un lacónico… “la función continuará cuando pueda ser”. No obstante, Italia en su caos (mayor sin duda que el hispano) funciona y una respuesta de ello la encontré en una señora pisana que me confesó su ilusión juvenil por casarse con un español debido a nuestro optimismo y jovialidad pues según ella los italianos, aunque mediterráneos también, tienen una concepción trágica de la vida que les lleva a esperar siempre lo peor y en ese trance suelen dar de sí mismos lo mejor.

“Pelléas y Mélisande” no es una ópera apreciada por el gran público y por tanto es raro verla en las programaciones de las temporadas regulares de los principales teatros líricos del mundo. En su estreno fue abucheada y hoy no lo es por quien es su compositor, una figura consagrada de la historia de la música universal, cuyo respeto se antepone a la dificultad de comprensión de esta obra impresionista que en nada se parece al gran repertorio operístico de los dieciocho y diecinueve. El impresionismo, como corriente artística, no define sino que sugiere para que sea el propio espectador quien construya su propia imagen de lo contemplado, lo que sin duda requiere un mayor esfuerzo de digestión pero a la vez una gran satisfacción al lograr encontrar el quid de su cuestión.

Así como las óperas clásicas, románticas y veristas se definen porque son las voces las que con su canto protagonizan el desarrollo y la explicación de la trama quedando la orquesta como acompañante (con la excepción quizás de Wagner), en el impresionismo es el foso quien conduce la historia y es a quien hay que prestar mayor atención, a lo cual no estamos acostumbrados y de ahí su dificultad de acceso. Todo esto acertadamente nos lo sugirió el Director de Escena Daniele Abbado (hijo del mítico maestro Claudio) cuando en diferentes pasajes (de casi un tercio de duración de la obra) decidió que el telón permaneciese bajado en clara alusión a que lo importante entonces era la música y no lo que pudiera ocurrir en escena.

Como he confesado en otras ocasiones, al Maestro Daniele Gatti que dirigió la obra le debo el “Parsifal” (R. Wagner-1878) de mi vida en Bayreuth, por lo que mi juicio sobre sus intervenciones escuchadas no es objetivo pues soy agradecido. En esta ocasión, diré lo que en las demás: ¡Excelente!

Al salir, los vatios del estruendo de una verbena juvenil me recordaron que era noche mágica de San Juan y que en el interior del nuevo teatro florentino solo tuvimos conocimiento de una música, quizás más difícil pero absolutamente genial…

Saludos de Antonio J. Alonso

¿Hay que estar muerto para ser superior…?

Don Giovanni

Cada primero de Noviembre, en el Día de Difuntos (Halloween nunca será para mí su denominación), tengo por costumbre escuchar el Don Giovanni (1787) de Mozart para celebrar su excelsa música y que yo estoy vivo mientras que el burlador no. ¿Quién de los dos es superior…?

El libreto de Lorenzo Da Ponte presenta la paradoja de la muerte en forma de misteriosa transmutación hacia lo superior. Al comienzo de la obra, Don Giovanni, experto espadachín y gran conquistador, da muerte fácil en duelo a Don Pedro (El Comendador). Al final, es Don Pedro (ahora El Convidado de Piedra) quien venido del más allá para cenar forcejea con Don Giovanni y logra fácilmente vencerlo arrastrándolo en vida hacia la muerte, su destino peor.

Yo no sé muy bien por qué razón cada vivo cuando muere adquiere poderes de superhéroe convirtiéndose en un ser superior. Quizás porque, de no ser así, el argumentario de toda la literatura y cinematografía universal de terror no tendría sentido al tener que presentar a los fantasmas huyendo cobardemente de los vivientes, como almas que lleva el diablo, presas de su temor. Pero, más en serio, es muy posible que el influjo de nuestra cultura judeocristiana basada en la eterna promesa de otra vida mejor nos lleve a asociar eso con llegar a ser superior. Por supuesto que esta reflexión es una pura entelequia, pues ningún muerto ha vuelto nunca para contarnos de todo esto su impresión.

Para mí el concepto vital de ser superior es el de quien es capaz de afrontar y resolver cotidianamente la difícil problemática que la existencia le presenta ajeno a la frustración, el desanimo y mucho menos a la resignación. Quienes de esta manera en su vida actúan son capaces de hacérsela a sí mismos y a los demás mucho mejor. Ser superior pasa por ser un luchador en este mundo nuestro implacable y retador, posiblemente muy distinto al limbo que habitan las ánimas en caso de que estas todavía tengan ánimos de superación.

Desconozco si cuando fallezca me convertiré en un ser superior y este puro desconocimiento, unido al de una indemostrable existencia posterior, me invita a no dejar para luego lo que creo que debo hacer hoy. Si de algo estoy seguro es de que ahora y hasta que me muera sigo siendo yo y el tiempo que me reste lo quiero emplear en ser mejor, en ser cada día por mí mismo un poco superior.

Por ello me embarco en proyectos como Marathon-15%, que me hagan sentir el paso acelerado de la sangre por mis venas en una suerte de coronaria reivindicación de que la vida es para escalarla en lugar de esperarla pacientemente y sin ilusión. Sí, en momentos como los de hoy me siento ser superior al plantarle cara a un complicadísimo reto que seguro me enseñará a resolver mejor los siguientes con denuedo y buena aplicación, pues yo no acepto bien estar sin propósitos ni ocupación.

Estar vivo nos ofrece a cada cual la oportunidad de ser superior pues el concepto no lo es frente a los demás sino aplicado a uno mismo, el verdadero destinatario de ese compromiso personal con su superación. Estoy convencido de que esto nunca lo entenderían los muertos y menos todavía un convidado de piedra a la vida llamado El Comendador…

Saludos de Antonio J. Alonso

Viajar buscando la Belleza

Viajar buscando la Belleza-1

Hace años tomé una decisión que marcaría la orientación de mis viajes futuros: la búsqueda de la Belleza. La Belleza de lo creado por el Hombre y por la Naturaleza en un intento de encontrar lo que mi cotidianeidad raras veces me ofrece, más por ser conocida y por tanto ya descubierta. Es evidente que lo sabido nunca tiene el valor subyugante de lo inédito, pese a que pueda contar en ocasiones con el mismo o mayor merecimiento y esto vale tanto para la Belleza que nos ofrecen las manifestaciones artísticas o naturales como para la que esconden los asuntos del amor.

Es por ello que viajo sin intención de repetir destinos, siempre en motocicleta para poder ver todo mejor y siempre a ciudades musicales para poder escuchar en distintos escenarios la mejor música de los últimos cuatrocientos años.

Arte y paisaje británicos-1

Este verano mis inquietudes apuntaron a uno de los países que mejor ofrecen, en un admirable equilibrio de fuerzas, la belleza de sus paisajes con el tesoro de una tradición cultural a la altura de las mejores. Reino Unido fue el destino que desde Santander y en etapas diarias me llevarían a Plymouth, Bude, Bath, Cardigan, Liverpool, Glasgow, Ullapool, Inverness, Edimburgo (y su Festival), York, Oxford, Londres (y sus BBC Proms), para retornar deteniendome en Rouen y Montpellier hasta Valencia. Unos 6.500 kms. de exigente esfuerzo físico y agradecida recompensación sensorial.

Estoy convencido de que no tiene sentido tratar de relatar en crónica todo lo mucho acontecido pues siempre me ha parecido que los viajes realizados con el sentimiento de ser intensamente vividos son tan personales e intransferibles que cualquier intento por reproducirlos con palabras llevan al más puro fracaso narrativo y por consiguiente al desinterés de quien lo tiene que leer o escuchar. Por tanto solo voy a destacar aquello que, por encontrarse fuera de categoría, no admite silencio alguno.

¿Puede un paisaje sonar como la más bella melodía?. ¿Puede la música percibirse como el paisaje más cautivador?. Las Highlands de Escocia y el Concierto para violín y orquesta de Brahms, si.

Festival de Edimburgo-1

El Festival de Edimburgo no hay duda representa la manifestación creativa más múltiple, libre y rompedora de las que de primer nivel existen en Europa. La misteriosa bruma que convierte en mágicos todos los rincones de la capital de Escocia se transmuta cada año durante Agosto en luz cegadora de pura expresión artística en todas sus manifestaciones, dentro de las cuales las músicas clásica sinfónica y operística destacan en particular. Pasear por la Royal Mile y sus closes sin sentir que algo a tu alrededor está ocurriendo y aun sin poder verlo, solo corresponde a quienes logran igualar en sensibilidad a un semáforo.

Edimburgo Festival Theatre-1

Tanto “Dido y Eneas” de Henry Purcell (siglo XVII) como “El castillo de Barbazul” de Béla Bartók” (siglo XX), óperas que fueron programadas en una misma y original sesión conjunta en el Festival Theatre, me produjeron tal impresión que los tres siglos que las separan al instante comprendí que son solo la medida de un tiempo que para la música cambia a otra magnitud, pues no puede haber dimensión en lo que es eterno.

Dido y Eneas-1

Con puestas en escena absolutamente minimalistas (hasta el extremo de presentarnos muy acertadamente la segunda obra mencionada solo con el escenario de los propios bastidores del teatro) y dirigidas ambas con admirable maestría en la exigente diferencia de estilos por Constantinos Carydis (el titular de la Opera de Frankfurt), el éxito fue apoteósico y esto en la vieja Europa significa el retumbar atronador del taconeo del público sobre el parqué del patio de butacas.

Edimburgo Usher Hall-1

Un día antes asistí al concierto que la Tonhalle Orchesta de Zurich ofreció en el Usher Hall y cuyo programa presentaba una tercera de Bruckner que nunca pudo competir en ejecución con la inigualable versión del genial violinista alemán Frank Peter Zimmermann del conocidísimo Concierto de Brahms, mil veces escuchado y mil veces descubierto. Interpretación que pude constatar no fue una casualidad pues dos días después la escucharía nuevamente ejecutada por el mismo músico desde el Royal Albert Hall de Londres en el Prom número 61 que aceptablemente dirigió nuestro compatriota Josep Pons a la BBC  Symphony Orchestra. Sin duda, Zimmermann es uno de los tres solistas de violín más importantes de nuestro tiempo y ejemplo de lo que el talento y la dedicación pueden llegar a alcanzar.

Proms-1

Los Proms de Londres tienen en común con el Festival de Edimburgo su carácter festivo y desencorsertado. Los variopintos espectadores abarrotan cada tarde de Agosto el bello auditorio decimonónico que promoviese el Príncipe Alberto y cuya forma circular rinde tributo a la universalidad de las artes. Para estos conciertos su patio de butacas se libera de las mismas para acoger a los londinenses apasionados por la música que lo pueblan a su gusto (de pie, sentados o tumbados en el suelo). En el último anillo de anfiteatros, también libre de asientos, se improvisan escenas al puro estilo del picnic británico con toda suerte de mantas cuadriculadas sobre las que extender las meriendas preparadas (cenas para ellos) y pisar descalzos.

Highlands-3

Con anterioridad a todo ello, mi paso por las tierras altas de Escocia llegó a emocionarme en tal manera que desde entonces se han convertido para mí en un lugar de referencia comparativa mundial. Explicar la poesía es imposible y por eso también lo es describir ese estremecedor norte escocés que más parece el fruto inventado del capricho del mejor escenógrafo de cuentos medievales que haya existido. Sentir que lo invisible gana a lo evidente es la mejor constatación de la magia que esconden unos parajes que en su verde desnudez ofrecen la clave del sentido de las cosas. Nunca la Tierra ha podido ser más austera y generosa a la vez. Nunca quien vaya no estará obligado a volver.

Ahora, serenamente tras mi vuelta, llego nuevamente a comprender que el lenguaje de las emociones pone música a la naturaleza y naturaleza a la música, sintiendo a Brahms y a Escocia como manifestaciones gemelas de un solo propósito tan simple como lo es el amor por la Belleza y mi viajera búsqueda de ella…

Saludos de Antonio J. Alonso

A dos metros de un breve amor

20130228_221833.jpg

En todo arte escénico y audiovisual ocurre un hecho muy singular y es que los honores del éxito casi siempre se los llevan los intérpretes y en raras ocasiones el autor de las obras. Nuestra necesidad de personificar las emociones nos lleva a buscarlas en quienes directamente nos las ofrecen, identificándolas con ellos aun cuando no sean sus originarios creadores.

Esto ocurre en el cine o el teatro cuando, al confundir persona con personaje, mitificamos a los actores asumiendo tácitamente el engaño de los papeles que han interpretado (Elizabeth Taylor siempre será Cleopatra y Marlon Brando el Padrino). En la opera ocurre igual o aun más pues las emociones que destila llegan a ser tan intensas que la farsa aceptada puede tener proporciones esperpénticas (Caballé como Violeta falleciendo famélica de tuberculosis en La Traviata o Pavarotti como Rodolfo pasando penalidades alimenticias en La Boheme).

Debo reconocer que recientemente he sido presa una vez más de esta dulce confusión emocional asistiendo al recital que Joyce DiDonato nos ofreció en el Palau de la Música de Valencia en su gira mundial de presentación de su última grabación discográfica, “Drama Queens”. La música barroca italiana para voz de los siglos XVII y XVIII constituye la quintaesencia del sentimiento y la delicadeza llevadas al paroxismo. Autores como Scarlatti, Monteverdi o Vivaldi fueron capaces de trasladar a sonidos cuidadosamente hilvanados lo más profundo del sentir humano y con este material el instrumento aterciopelado de la gran mezzosoprano americana tenía que enamorar.

firma-de-discos.jpgEn primera fila y a dos metros de ella, embelesado por un torbellino de canto sentidamente interpretado, mi atención se dividía entre la belleza de lo que oía y el encanto de lo que veía, apuntándome todo hacia el centro de mi corazón. El hecho irremediablemente se había consumado y una vez más, uno de mis enamoramientos exprés me arrebolaba en mi sillón. De aquí a pedirle un recuerdo suyo en forma de dedicatoria, todo transcurrió sin querer mirar el reloj.

dedicatoria-de-drama-queens.jpg

Mientras paseaba extasiado por las calles aun mojadas de vuelta hacia mi casa disfruté calladamente el placer de mi nuevo amor que, como todos los que también lo han sido, se convertiría serenamente en fiel cariño al salir el próximo sol…

Saludos de Antonio J. Alonso

“Soñé un sueño”

fantine-anne-hathaway.jpg

Hace muchos años que dejé de acudir con regularidad a las salas de cine. Tras décadas de convencida militancia cinéfila perdí mi interés por un arte que cada vez lo viene siendo menos, orientándome hacia otro que todavía lo es y con esfuerzo resiste los embates del mercantilismo más descerebrado y voraz: la Música.

Mis habituales visitas a los entrañables cines de antaño fueron sustituyéndose paulatinamente por las actuales a las salas de conciertos y teatros de ópera de todo el mundo, encontrando allí la profunda emoción que las películas de hoy ya no me ofrecen.

Con menor frecuencia y aprovechando mis viajes acudo a presenciar algún teatro musical, quedando en mi retina grabado de por vida aquel fantástico “Los Miserables” protagonizado por Pedro Ruy-Blas y que abrió definitivamente en 1992 este género para la “broadwayana” Gran Vía madrileña.

El reciente estreno de la última versión cinematográfica de la magistral adaptación musical que Schönberg/Boubil/Natel crearon de la inmortal obra de Victor Hugo me animó a comprar una entrada, con la esperanza de reencontrarme con mi pasión perdida y que quizás podría ser facilitada por la felizmente encontrada.

Sin la pretensión de escribir una crítica de esta notable (que no sobresaliente) película que cada cual deberá valorar, no puedo resistirme a destacar vivamente unos gloriosos 4:39 segundos rodados en un primer plano sobrecogedor y que solos ya la justifican. Se deben a Anne Hathaway/Fantine cantando descarnada y arrebatadora el “I dreamed a dream” (Soñé un sueño), sin duda la más emocionante interpretación cinematográfica que he visto en muchísimos años y que sin más la define como una actriz portentosa y descomunal que ya tiene reservado su lugar de privilegio en la historia del cine universal.

Para saber de lo que hablo (no incluyo el video original de la secuencia por respeto a la propiedad intelectual), solo bastaría compararla con la versión de la televisiva Susan Boyle y así entender la diferencia entre una gran voz y una gran actriz, entre la emoción de una canción muy bien cantada y la pasión de una canción desbordantemente interpretada.

I dreamed a dream” habla de los sueños de juventud rotos, de cómo entonces “se usaban y se desperdiciaban” pues “no había rescates que pagar”. “Soñé un sueño” no es una oda a la resignación sino a la decepción de los “sueños que no pueden ser” y de esos “temporales que no podemos capear” y que para nuestro bien, en la vida también deberemos saber aceptar.

Fantine en Los Miserables soñó un sueño que se le murió y mi corazón todavía se encoge arrebolado al recordarla y sentir que los míos todavía viven y miran al sol…

Saludos de Antonio J. Alonso

Roma y Verdi no son eternos…

simon-boccanegra-roma-12-programa.jpg

La cuestión de la Eternidad o ese pervivir hacia el infinito es algo que siempre ha interesado al hombre, precisamente porque es el único ser en la Tierra que es consciente de su necesaria finitud. Ser eterno es el mayor anhelo al que se pueda aspirar, quedando en la memoria de los tiempos el recuerdo vivo de un Nombre, ya sea de persona o cosa.

El pasado 6 de Diciembre asistí a una de las representaciones de “Simón Bocanegra”, la oscura obra de Verdi que ha inaugurado la temporada 2012/13 del Teatro dell´Opera di Roma. Antes, recorriendo los inabarcables vestigios del histórico pasado de la capital italiana me preguntaba si Roma es eterna, tal y como lo asegura su lema. Yo creo que no.

Nada en Roma es como fue. Ni tan siquiera el Panteón de Agripa, la obra romana mejor conservada, pues su visión se enrarece y desnaturaliza al contraste de los acontemporáneos edificios colindantes. La Roma clásica murió fruto de los intereses de tantas y tantas generaciones que especularon con su suelo y sus riquezas. Hoy solo es pieza de museo, eso sí, del museo urbano más rico de la civilización occidental. No obstante, siendo consciente de la imposibilidad de conservarlo todo pues algunas obras mayores requieren de la destrucción de lo menor para su nacimiento (Miguel Ángel debió borrar la pared cabecera de la Capilla Sixtina para crear su Juicio Final), considero que han sido más las equivocaciones que los aciertos.

No soy un experto en historia romana pero no creo equivocarme si aseguro que aquella civilización tan rica en artes contaba también con la de la música, ahora tras dos mil años, desconocida para casi todos. Giuseppe Verdi, el más insigne compositor italiano que tantas óperas estrenó en Roma, solo hace poco más de cien años que murió, tiempo insuficiente para caer en el mismo olvido de sus compatriotas y antecesores músicos romanos, pero todo llegará.

Sin duda, una de las muestras de soberbia más evidentes en el ser humano es considerar que lo que le es coetáneo lo será igualmente y siempre para todos los descendientes de sus descendientes, sin considerar que los gustos y las modas mudan, olvidándose antes o después de lo antiguo.

No nos equivoquemos: Simón Bocanegra no será representada en el 4.012, ni el resto de la obra de Verdi o de Wagner, Bach, Mozart , Beethoven o tantos otros nombres que ahora consideramos eternamente inmortales. Quien lo dude solo estará replicando lo que pensaron los ciudadanos romanos cuando asistían, henchidos de orgullo hacia su civilización, a sus conciertos musicales en el Teatro de Marcelo, a las orillas del Tiber.

Otro teatro romano, el de la Ópera de Roma o Teatro Costanzi solo tiene unos ciento treinta años de vida, juventud relativa que lo mantiene en activo y que me brindó una notable representación de la tortuosa historia del corsario genovés dirigida por un Riccardo Muti que físicamente si parece eterno y cantada, en el único papel destacable, por Francesco Meli (Gabriele Adorno), sin duda la voz de tenor más sedosa de la actualidad.

También aproveché mi viaje para escuchar a los virtuosísimos “The King´s Singers” en el Auditorio Parco della Musica (la sede de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia) obra firmada en 2002 por Renzo Piano que constata una vez más lo sostenido con anterioridad, pues se enclava en lo que fueron las instalaciones de los Juegos Olímpicos de Roma-60, que ya no conocerán nuestros hijos.

Por todo ello creo que la Historia no puede ser el relato de la eternidad, si esta nos empeñamos en borrarla tan persistente como interesadamente…

Saludos de Antonio J. Alonso