¿La vida es sueño…?

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“…yo sueño que estoy aquí

destas prisiones cargado,

y soñé que en otro estado

más lisonjero me vi.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.”

Con estos versos finales concluye el inmortal monologo que Segismundo recita al final del segundo acto de ”La vida es sueño” (1.635) de Pedro Calderón de la Barca.

Por estas fechas, la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) está representando con apabullante éxito en Madrid esta cima de la tragicomedia barroca española que fue estrenada en el pasado Festival de Almagro y cuenta, entre otras, con una desbordante interpretación de Blanca Portillo en el bipolar papel de Segismundo.

Desde hace años vengo defendiendo la supremacía de la Ópera frente al resto de artes escénicas por contenerlas en una a todas ellas. La música, el texto, la interpretación, la escenografía y la danza se aúnan para configurar arrebolados espectáculos de emociones que desbordan las pasiones de los espectadores sensibles al imperecedero arte de la representación lírica.

Así las cosas, debo reconocer que en contadas ocasiones ocurre que una obra de teatro me consiga conmover al estilo de una ópera, siendo esto lo que me ocurrió el pasado domingo en el Teatro Pavón de Madrid.

El porqué, además de la respetuosa versión de Juan Mayorga y la contemporánea dirección de Helena Pimenta que consiguen (junto al maravilloso reparto de actores y los músicos en directo) un espectáculo redondo en todas sus facetas, sin duda se encuentra en el genio del autor que en fondo y forma creó una obra de arte imperecedera para la eternidad.

Y digo en fondo y forma pues me parece tan insuperable lo que la obra cuenta cuanto como lo cuenta, empleando magistralmente la métrica de un verso radiante en ingenio y ritmo musical. Quizás por ello es por lo que esta obra teatral se acerca a la ópera, pues su música es la de su texto siendo este pura melodía hablada instrumental.

Detrás de “La vida es sueño”, no lo descubro yo, se esconde uno de los más acertados retratos filosóficos de la existencia humana que jamás hayan sido pintados y que, tomando como modelo argumental el del mito de la caverna de Platón (también lo utiliza Beethoven en su Fidelio), nos presenta la dualidad entre la realidad y la ficción como una suerte de escapatoria de otra disquisición consustancial al ser humano como lo es la del destino y el libre albedrio.

Y en esto vengo a defender que santo y seña de mi actuación profesional como Business Coach es no dar por determinado el destino, atribuyendo al libre albedrio la consideración de llave que puede abrir muchas de nuestras puertas, si tenemos el coraje de llamar a ellas. Segismundo, presa de mil engaños, se debate en la hamletiana duda acerca de su ser, fijado o decidido y en ello transita durante toda la obra sin resolver su misterio.

Si bien es cierto que todo no puede ser fijado yo afirmo que todo si puede ser decidido y en ello, a pesar de los posibles errores a cometer, está el secreto del gobierno de nuestra vida que más que ensoñación debería percibirse como decidida realidad.

Rendido ante la maestría literaria del genio del Siglo de Oro Español, siento vergüenza al seguir escribiendo torpemente estas líneas por lo que será más prudente por mi parte el ir terminando ya y ceder el espacio restante de este artículo a quien sincera envidia me da…

“Sueña el rey que es rey, y vive

con este engaño mandando,

disponiendo y gobernando;

y este aplauso, que recibe

prestado, en el viento escribe,

y en cenizas le convierte

la muerte, ¡desdicha fuerte!

¿Qué hay quien intente reinar,

viendo que ha de despertar

en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,

que más cuidados le ofrece;

sueña el pobre que padece

su miseria y su pobreza;

sueña el que a medrar empieza,

sueña el que afana y pretende,

sueña el que agravia y ofende,

y en el mundo, en conclusión,

todos sueñan lo que son,

aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí

destas prisiones cargado,

y soñé que en otro estado

más lisonjero me vi.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.”

Saludos de Antonio J. Alonso

El San Carlo, entre la Ópera y el Futbol

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Primavera clara y juvenil la que nos sorprende cada Mayo, como si no supiéramos de su puntual llegada tras el reciente frio e inevitable partida hacia el temido calor.

Por ello, este esperado Mayo del 2.012 me propuse no dejar que otra vez se me fuera y para garantía de perennidad en mi recuerdo que mejor que la que asegura la emoción de la música. Escuchar una “Boheme” en el Teatro San Carlo de Nápoles, el más antiguo en activo del mundo (1.737), fue mi segura elección.

imag0129.jpgAsistir por primera vez a una representación lírica en uno de los teatros de Ópera que han escrito la historia del género me sumerge siempre en un atropellado ramo de sensaciones contrapuestas que se enroscan en esa que más siento en mi corazón: la rendida admiración por un histórico continente que tantos contenidos históricos albergó.

Como siempre es mi costumbre, visité el Teatro San Carlo en la mañana de la representación, compartiendo explicaciones y fotografías con el inefable grupo de turistas de mi turno. Si hay algo que me sigue sorprendiendo es que, normalmente todavía, sigo siendo el más joven componente de estas improvisadas cuadrillas y ello, cuando ya he cumplido los cincuenta, sin duda es tremendamente preocupante para el futuro de uno de los legados artísticos más importantes de la humanidad.

Un Teatro de Ópera vacio es como un Stradivarius sin violinista, tan bello pero tan mudo que al verlo callado siempre creemos percibir su sonido. Pasear por las solitarias dependencias del viejo teatro napolitano y no sentir atmosféricamente sus casi trescientos años de aplausos es la mejor traición que se le podría ocurrir a un alma sin sentimiento. Y desde luego esa no es la mía, pues confieso que alguna lágrima se me escapó sentado en ese Palco Real de trasnochada decoración, pero que tantos hombres ilustres acogió.

p1010609.JPGUno de los detalles curiosos del Teatro es su singular reloj situado sobre el escenario, pues lo que giran son las horas manteniéndose quieta la manecilla que las indica, en este caso representada por el brazo de una figura mitológica alada a la que acompaña otras más. No puede haber una alegoría mayor sobre el tiempo en el Teatro que más lo tiene, al decirnos que aquel es quien transcurre, quedando el hombre como estático testigo de su pasar.

También merece significar la presencia repetitiva de espejos en cada palco cuya disposición varía, no tanto para el uso de los ocupantes, sino porque se encuentran diferencialmente orientados de forma que desde el Palco Real puedan ser divisados todos los asistentes.

p1010621.JPGAdemás, algunos de esos palcos (los del proscenio), fueron ocupados nominal y vitaliciamente por grandes figuras de la Ópera italiana que dirigieron el Teatro como Verdi, Donizetti o Rossini, cuya residencia en la Vía Toledo me detuve absorto a contemplar.

El resto de dependencias en estos coliseos, como es preceptivo, sirven para ver y ser vistos, destacando el sereno Foyer como sala principal de reunión en los entreactos.

La tienda, lugar de paso obligado en mis todas mis nuevas visitas para completar mi colección de tazas recuerdo, no se encuentra en el Teatro sino en el Palacio Real anexo. Su principal atractivo es el de la magnífica exposición permanente sobre el mundo de la Ópera que ofrece, cuya mezcla de propuestas audiovisuales e interactivas, la configuran como la mejor propuesta de todas la que yo haya visto.

imag0156.jpgPese a los aplausos finales, de la representación vista de “La Boheme” no hablaré, testimoniando así la intrascendencia de esta producción que con seguridad no formará parte de las antologías del Teatro San Carlo.

De lo que no puede existir duda alguna es del profundo enraizamiento que el canto lírico tiene con el pueblo italiano. Mi estancia en Nápoles estuvo salpicada de ejemplos de ello, que transitan desde los inmejorables intérpretes ambulantes de “napolitanas” en cualquier trattoria de barrio hasta las numerosas promesas “belcantistas” que como girasoles persiguen la dorada gloria del triunfo internacional. Con alguna de ellas, presentada por el recepcionista de mi hotel, pude mantener una animada conversación que nunca olvidaré.

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Y si Italia es el país más musical, no es menos uno de los más amantes del futbol y así me lo demostró la última noche de mi estancia en la ciudad creadora de la pizza Margarita, cuando el equipo local ganó la Copa de Italia y lo festejó sin discreción precisamente a los pies de mi hotel (donde se encontraba la fuente de Neptuno), recordándome durante toda esa madrugada (yo me levantaba a las 4:30 h. para coger el avión de regreso) que si la lírica es su pasión, el futbol es su devoción, en una suerte de amalgama de sentimientos bipolares que solo los mediterráneos sabemos, en ocasiones demasiado ruidosamente, combinar.

Saludos de Antonio J. Alonso

Mis 15 días en agosto

p1000935.JPGEl pasado 30 de julio publicaba “15 días de agosto”, una “Coach-tión” que aludía al famoso video naif de Edu Glez y en donde también anunciaba mi ya tradicional viaje en moto por algunos de los festivales más afamados de la Europa musical. En aquel momento, no podía ni sospechar lo que acontecería y demostraría una vez más que, para lograr nuestros propósitos, solo la perseverancia garantiza la posibilidad de vencer a la adversidad.

Antes y con el dulce precedente de mi ascenso anual en carrera individual desde la Plaza Mayor de Segovia hasta el Puerto de Navacerrada, este año coincidí con la “Marcha Cicloturista Pedro Delgado”, por lo que tuve que “rivalizar” (yo a pie) con algunos ciclistas en las empinadas 7 revueltas finales de esos 30 kms. de pendiente constante que sube hasta los casi 2.000 metros de cota y que, en mi 50 cumpleaños, he vuelto con éxito a desafiar.

Tras el dulce sabor que solo las victorias sobre uno mismo nos pueden regalar, por fin llegó el esperado día de la partida motera que me llevaría, en 11 etapas durante 15 días, desde Segovia (residencia veraniega familiar), primero a Toulouse (con su famosa Orquesta del Capitolio, tantos años dirigida por el prolífico Michel Plasson) y luego a Lyon (cuya singular Ópera, rediseñada por Jean Nouvel, desconcierta por su evidente contraste de estilos), para llegar el tercer día a Lucerna (Suiza), sede de su famoso Festival.

p1000909-copia.JPGEn esta edición, el motivo conductor de todos los conciertos ha sido La Noche y fue allí donde pude escuchar, en el impactante edificio del KKL (Kultur und Kongresszentrum Luzern), a la Lucerne Festival Orchestra dirigida por el mítico Claudio Abbado, interpretando la única “Quinta” de Bruckner que hasta la fecha no me ha ocasionado dolor craneal. Tras el concierto, un ensimismado paseo nocturno por el famoso puente de madera cubierto del siglo XIV que atraviesa el río Reuss, me sugirió que el arte siempre es capaz de cruzar el tiempo para traer, a quien la busque, esa belleza que llega a emocionar.

A la mañana siguiente, cumplidas sobradamente las expectativas de la primera de las tres citas musicales planificadas, afronté con optimismo la reanudación del camino que me llevaría por la Romantische Strasse a la medieval Wüzburg (Alemania), antesala del motivo más deseado de mi gira europea: el Festival de Bayreuth, en su edición número 100 (efeméride que no fui a buscar).

Transcurridos apaciblemente los primeros kilómetros por una Suiza que en agosto presenta un contrastado tono bicolor de cielos azules y suelos verdes, parado en un semáforo, al arrancar se me desequilibró la motocicleta y ambos caímos hacia el costado izquierdo, en donde note un dolor muy agudo: me había roto la clavícula (según constataron las radiografías que me practicaron seguidamente en un cercano hospital).

Asistir al Bayreuther Festpiele supone 15 años en lista de espera para conseguir una entrada oficial o pagarla en reventa a importe fuera de lo normal. En septiembre del 2010 elegí la segunda opción como única viable, pese a esa penalización económica que no pude evitar.

Debo reconocer que la perspectiva de renunciar a uno de los sueños musicales de mi vida me atormentó en los instantes posteriores a conocer el desfavorable diagnóstico de mi estúpida caída, fruto de un despiste de manual. Tras consultar con los facultativos suizos, a regañadientes me facilitaron un aparataje de inmovilización clavicular para después de las conducciones diarias y una buena dosis de calmantes, que nunca pudieron con un dolor infernal. Así, decidí proseguir los 5.000 kilómetros que me restaban, armado de un valor que no tengo, pero que solo ante la extrema dificultad suele aflorar.

Para colmo de infortunios, al salir del hospital la fatalidad (o realmente yo mismo en mi estado de perplejidad) provocó que me resbalase el teléfono móvil cuando terminaba de hacer una llamada y al caer al suelo se inutilizase totalmente, añadiendo a la complicada situación de mi viaje el silencio comunicacional.

Al llegar a Wüzburg, la cara del recepcionista del hotel al verme fue el mejor espejo para constatar el estado lamentable en el que debía encontrarme, circunstancia que me aconsejó acostarme pronto para afrontar la etapa siguiente hasta a mi destino principal. Antes, tener que sacar el equipaje de la moto, deshacerlo, desvestirme, ducharme, volverme a vestir, cenar y al día siguiente lo mismo, pero a la inversa y todo con el hombro quebrado y quejándose sin parar. Esta penalidad me advirtió que cada jornada supondría un reto más para mi capacidad de perseverancia, en donde el dolor sería el protagonista principal y al que debería atender para conocer sus avisos, pero sin mayores familiaridades que le indujesen a mantener su presencia como un invitado más.

p1010020.JPGBayreuth me recibió con el calor de su wagneriana historia y el de su climatología que, como es costumbre muy comentada, invade en cada representación estival el Festspielhaus, teatro que Richard Wagner diseñó y construyo en lo alto de una verde colina con el mecenazgo de Luis II de Baviera, pues el antiguo y todavía hoy existente no reunía las condiciones suficientes para representar sus monumentales obras, como así pude comprobar en visita personal. Con lleno siempre hasta los topes, los esmóquines se siguen empapando de un sudor inevitable, que todavía hoy la técnica se niega a subsanar para no traicionar los 100 años de vida y tradición del Festival.

El “Parsifal” que dirigió a la mejor orquesta y coros wagnerianos que yo haya oído nunca un Daniele Gatti en estado de gracia, escenografiado brillantemente por Stefan Herheim y cantado (pese a la evidente crisis actual de voces wagnerianas) sin ningún reproche por Simon O´Neill, Detlef Roth y Susan MacLean, bien valió lo que me costó llegar hasta allí y lo que me costaría continuar. Sin duda, el “Parsifal de mi vida”, en el propio Teatro para el que fue compuesto y estrenado y al que mi entusiasmo no pudo asociar un deseado aplauso por razones obvias de impedimento físico, pues me negué a patalear como por allí es costumbre cuando algo apasiona de verdad.

p1010006.JPGDel “Tristán e Isolda” de la jornada siguiente, nada merece decirse ni aplaudirse (también en las catedrales pueden oficiarse malas misas) a excepción de la extraordinaria casualidad de encontrarme con mis vecinos de abono operístico del Palau de les Arts de Valencia y de la emocionante visita que hice por la mañana a Wahnfried, la casa donde vivió Wagner y reposan sus restos mortales rodeados de una eterna y verde hierba primaveral.

Abandonando Bayreuth, sentí que nada de lo próximo en el viaje podría igualar lo vivido y nuevamente me vine a equivocar.

p1010049.JPGVivir la pasión de las motos y llegar a Múnich en mi BMW 1200 RT me obligaba a visitar el espectacular museo que la marca bávara tiene en su ciudad natal y allí pude sentir bien de cerca la apasionante historia de una leyenda que ha hecho de los motores “Bóxer” la seña de identidad de esta motoingeniería germana con casi un siglo de antigüedad. Nada hay que identifique más a un hombre y una máquina como la relación de cada motorista con su vehículo, noble unión que también lleva asociada una música, la del dulce sonido de un motor que en el viaje siempre parece querer animar a continuar.

Después, la visita a la neoclásica Bayerische Staatsoper (Opera Estatal de Baviera) me recordó que Wagner seguía acompañándome en mi viaje, pues en este teatro fueron estrenadas “Tristán e Isolda”, “Los maestros cantores de Núremberg”, “El oro del Rin” y “La Valquiria”, algo que le significa para la posteridad

p1010247.JPGTras Múnich vendría Florencia, de la que todo se ha dicho y yo no añadiré nada más que el profundo respeto sentido ante la tumba de Gioachino Rossini en la Basílica de la Santa Croce, que junto a las de Miguel Ángel, Galileo Galilei, Dante Alighieri y Nicolás Maquiavelo rivaliza en personajes ilustres enterrados con la mismísima Abadía de Westminster en el Londres más tradicional.

p1010514.JPGEn Venecia me esperaba la tercera cita musical del periplo, con el estreno de “La Traviata” en La Fenice, precisamente el teatro en donde por primera vez se vino a representar. La Fenice es uno de esos cuatro o cinco templos históricos de la ópera mundial y se merecía una atención especial que quise dispensarle, la noche anterior, cenando reposadamente en una de las terrazas que adornan la plaza de su entrada peatonal (pues hay otra fluvial para góndolas) y al día siguiente en mi visita turístico-peregrina matinal donde tuve acceso al palco real. El interior, de un rococó muy veneciano-carnavalesco, seguro fue testigo de grandes veladas líricas a lo largo de su historia, que yo no tuve la suerte de rememorar, pues durante la representación presenciada y a tenor del escaso acierto de la producción en general, mi interés estuvo puesto más en el continente que en el contenido musical. Esta vez tampoco pude aplaudir, un impedimento que asumí sin pesar, anticipando la deliciosa copa de helado italiano que después tomaría en San Marcos y su Florián.

De regreso, ya con los deberes casi cumplidos, Grenoble y Roses fueron mis últimas y sosegadas etapas, que constataron una vez más la sensación conocida por mí de éxito sobre la adversidad. Defender un viaje de la fatalidad de un destino en el que no creo, con la determinación y la constancia que otorga la ilusión por alcanzar el propósito que me llevó a comenzar, ha sido un premio que no podré olvidar…

 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Coaching y la Ópera

curso-opera.jpgTres meses después de su esperado comienzo, acabo de finalizar con gran satisfacción “Historia y Apreciación de la Ópera”, el emocionante y revelador curso impartido con sentido y sensibilidad por el erudito profesor Gabriel Menéndez Torrellas que me ha permitido, sobre todo, abrir de nuevo mis perspectivas musicales hacia los desacostumbrados e inexplorados terrenos del a-condicionamiento mental y el des-prejuicio estético.

Si muchos eran los aspectos interesantes que inicialmente planteaba esta propuesta formativa, uno de los principales sin duda para mí radicaba en el hecho de que el musical paseo histórico propuesto irremediablemente abocaría al siglo XX, centuria a la que operísticamente todavía no he llegado pues confieso públicamente que apenas he logrado rebasar conceptualmente el XIX. Mi venerado Wagner y poco más se ha configurado en mí caso como barrera infranqueable desde hace ya algunos años, realidad de la que sinceramente no puedo enorgullecerme si lo que pretendo es evolucionar estilísticamente para no desaprovechar lo que me resta por disfrutar de lo que me queda por conocer.

Si hay un principio que respeto, albergo y defiendo de los hechos artísticos (música, pintura, escultura, literatura, danza, cinematografía, etc.) desde hace muchos años es aquel que proclama que la calidad de toda obra de arte no puede medirse sólo y simplemente en función del agrado que nos produzca, pues el buen gusto requiere siempre de la comprensión y esta del conocimiento a partir de su formación. Llegados aquí es cuando entonces podrá reinar soberanamente la capacidad de juicio, interpretación y elección, prevaleciendo por tanto así la sabia humildad del ilustrado frente a la analfabeta soberbia del ignorante (asegurar que un cuadro de Miró podría ser pintado por cualquier niño es la mayor demostración de arrogancia y miopía cultural que pueda exhibirse).

Los más de 400 años transcurridos desde el nacimiento de la Ópera con L´Euridice (1.600) de Jacobo Peri y L´Orfeo (1.607) de Claudio Monteverdi no deberíamos permitir se reduzcan solo a 300, por mucho que nos empeñemos en condenar los últimos y evidentemente más exigentes 100. Siglo sin duda formalmente inclasificable por su empeño en romper con todas las reglas y condicionamientos musicales precedentes en beneficio de una total libertad creativa, aun a disgusto de la mayoría de su escéptico público contemporáneo.

¿Por qué me sigue apasionando visceralmente la Ópera tras 30 años de rendida afición…? (ver… Music-tiones). Pues, entre tantas otras profundas emociones por ella provocadas, porque esconde sorpresas que todavía no he logrado descubrir y que me plantean un futuro pleno de estimuladores retos sensoriales hacia la superación. Superación que solo conseguiré si soy capaz de movilizar sin prejuicios mis propios paradigmas, desposicionándome musicalmente de mi actual y con seguridad falsamente confortable ubicación.

interrogante.jpgAbordar nuestra presente realidad desde la sincera asunción de la posible caducidad de muchos de nuestros planteamientos vitales es el punto de partida del Coaching, que huye de los maximalismos inmovilistas para buscar la inteligente agilidad de quienes apuestan por la aventura del cambio como frontera hacia lo mejor.

El Coaching como herramienta de desarrollo humano integral es imbatible frente a otras disciplinas de mejoramiento personal y profesional si no es traicionado uno de sus predicamentos troncales: el “desposicionamiento”. O lo que es lo mismo, el necesario ejercicio de movimiento continuo para lograr salir de la muchas veces narcotizante y equívoca zona de comodidad vital que fácilmente nos construimos y en la que nos solemos instalar.

Si admitimos que las soluciones a nuestros problemas se encuentran preferentemente en cada cual y no necesariamente en los demás o lo demás, cada uno podrá optar a ellas solo si es capaz de no renunciar a observar su vida desde todas las perspectivas posibles, aquellas que le permitan llegar a descubrir las caras más ocultas de su Razón y de su Emoción.

Razón en la que se apoya el Coaching para también contribuir a facilitar, a quien con valentía e ilusión se lo proponga, recorrer el apasionante camino para encontrar en la Ópera Contemporánea toda su Emoción…

 

Saludos de Antonio J. Alonso

La Humildad y Erwin Schrott

erwin-schrott.jpgErwin Schrott es sin lugar a dudas uno de los barítonos más solicitados actualmente en el panorama operístico internacional. A sus notables cualidades vocales se une su atlética apostura y una facilidad actoral que tradicionalmente es inusual en los cantantes líricos, más preocupados por la voz que por la imagen y el gesto.

anna-netrebko.jpgAdemás es el flamante esposo de Anna Netrebko, la extraordinaria y bella soprano rusa que en los últimos años triunfa apoteósicamente por doquier, levantando encendidas pasiones y a la que se disputan enconadamente todos los principales coliseos de la Ópera mundial.

Podríamos decir que ellos son ahora a la Ópera lo que Brad Pitt y Angelina Jolie al Cine, es decir, el glamur canoro de “Erwinanna” frente al cinematográfico de “Brangelina”.

Aprovechando que el Sr. Schrott se encuentra estos días en Valencia cantando el Dulcamara de “L´elisir d´amore” (Donizetti), el pasado sábado me lo presentaron y tuve la oportunidad de charlar personalmente con él unos minutos en la cafetería del Palau de les Arts Reina Sofía. Lo primero que le comenté es que el verano anterior pude aplaudirle, una vez más, escuchándolo interpretar al resignado y guasón Leporello de “Don Giovanni” (Mozart) en el Festival de Salzburgo y a su mujer, al día siguiente, en un “Romeo y Julieta” (Gounod) que puso a la Felsenreitschule patas arriba.

Dicho esto, semejante confesión de rendida y moto-viajera admiración podía hacer presagiar la más excelsa demostración de divismo por parte de alguien que parece pudiera tener “licencia para levitar” sobre el resto de los mortales, entre los que por supuesto me encuentro yo mismo. ¡Pues no!: conversamos tan sencilla y coloquialmente como lo pueda yo hacer a diario con cualquiera de mis amigos, también mortales ellos.

Siempre he admirado la contención de quien, poseedor de un talento especial y reconocimiento en algo, no se vanagloria públicamente del mismo dejando al criterio de los demás la consideración del premio a su valía. Sin duda, el único testigo imparcial del éxito.

Saberse competente en el desempeño de una tarea o actividad y no publicitarlo en cada oportunidad encontrada (o incluso buscada) es labor poco menos que imposible, de no atesorar la cualidad que distingue a todos los grandes hombres y mujeres que han sido merecedores de un recuerdo en la historia de la humanidad: ”La Humildad”.

Pero Humildad entendida no como una pose de falsa modestia encubridora de verdadera soberbia, sino como la constatación de que la notoriedad en algún área de la vida no puede presuponer superioridad análoga en las demás y ante los demás, por lo que nadie podrá ser mejor que alguien por muy bien que logre, por ejemplo, entonar las dulces e inmortales notas de una deliciosa partitura mozartiana.

Por todo esto y ahora, soy doblemente admirador de quien luce como gran cantante y brilla como mejor persona… Erwin Schrott.

 

Saludos de Antonio J. Alonso

Salzburgo, Verona y el Amor

Decía en mi anterior entrada que cada Agosto siempre tiene fecha de caducidad y el presente, ya la va teniendo. Pronto comenzaremos un nuevo Septiembre con esos añorados recuerdos vividos de unos días que, en mi caso, han sido intensamente inolvidables.

Asistir a los Festivales de Música de Salzburgo y Verona y hacerlo viajando en moto es una de las experiencias más sugestivas que yo pueda desear y que me ha permitido descubrir la personalidad de algunas de las más apasionantes ciudades europeas y el bucólico encanto de esos verticales paisajes alpinos que rivalizan para convertirse en la más bella postal. Y todo ello enmarcando la inolvidable experiencia de asistir a algunas de las mejores jornadas operísticas por mi vividas en la cuna mundial de la música clásica estival.

Mi ruta de pernoctaciones fue: Valencia-Segovia-Burdeos-Ginebra-Como-Innsbruck-Salzburgo (“Don Giovanni” de Mozart, “Romeo y Julieta” de Gounod, “Norma” de Bellini, “Iván el Terrible” de Prokofiev)-Cortina D´Ampezzo-Verona (“Aida” de Verdi)-Cannes-Cadaqués-Sitges-Valencia.

El Salzburger Festspiele sin duda es el Festival de Música más importante del mundo, tanto por su glorioso pasado (celebra la 90ª edición) como por su excepcional presente en donde concurren las producciones, las orquestas, los directores y los intérpretes más prestigiosos y afamados de la actualidad. Pero además, su elitista público (venido de todas las partes del mundo) es el más entendido y versado con el que yo haya compartido patio de butacas nunca y esa, sin duda, es la mayor garantía de posible calidad.

Me asombró el inquietante bosque giratorio ideado por Claus Guth para el varonil “Don Giovanni” interpretado por Christopher Maltman representado en la Haus Für Mozart, la capacidad dramática de la bella Anna Netrebko protagonizando una juvenil Juliette de “Romeo y Julieta” en la Felsenreitschule, la lección de sabiduría y sutileza belcantista de la grandísima Edita Gruberova como una “Norma” que puso al público en pié con su inigualable Casta Diva en el Grosses Festspielhaus (también la presentación de Joyce DiDonato como Adalgisa) y la fuerza dramática de un veterano Gerard Depardieu narrando en ruso un “Iván el Terrible” que magistralmente dirigió Riccardo Muti a la Wiener Philharmoniker.

Entre espectáculo y espectáculo mis deseadas peregrinaciones a los lugares en donde nació, habitó, compuso e interpretó Mozart se convirtieron de nuevo en la constatación de que algunos hombres siempre vivieron para nunca morir.

Luego en la Arena de Verona (88º Festival), la monumental “Aida” decorada por el maestro Franco Zeffirelli, popular y veraniega, hay que escucharla con la indulgencia de asistir a un espectáculo en donde las estrellas del cielo abierto y la fresca brisa que desciende de los Dolomitas rivalizan con los permitidos flashes y el carrito de los helados en los entreactos. Italia también es así.

Dicen que Verona es la ciudad del Amor, el mismo que en sus paseadas calles y románticos balcones se juraron para siempre Romeo y Julieta y yo pude disfrutar también en la excelente versión operística de Salzburgo, para constatar una vez más que el verdadero arte sólo es eso: Amor vestido de música, pintura, escultura, arquitectura, literatura… Altas expresiones del talento humano que nos han permitido lograr el milagro de interpretar aquello que siempre ha sido más inefable: el irresistible poder de los sentimientos como motor de nuestras acciones y definidor del sentido de la vida más personal.

 

Saludos de Antonio J. Alonso

El Alma Enamorada

Acabo de llegar del Palau de les Arts de Valencia y me siento con el Alma Enamorada.

Debo confesar que mi vida, pese a los irregulares esfuerzos durante las últimas décadas por conseguir un equilibrio normalizante, sigue férreamente gobernada por una racionalidad germánica con la que sospecho que nací y posiblemente moriré y que hoy por hoy, solo es turbada intermitentemente por el poder arrollador e irresistible que la música ejerce en mí.

Cada vez es más difícil emocionarse en esta vida llena de practicidad mercantilista y no resulta extraño que muchos de los que amamos con pasión adolescente la música, lo hagamos porque es uno de los pocos reductos de generación espontánea de profundos y compartidos sentimientos, aunque deban ser de pago.

“El Alma Enamorada” es el aria que, cantada por el hoy insuperable tenor Francesco Meli en el papel del joven y enamorado Edgardo, ha cerrado con melancólica brillantez la excepcional ópera bel cantista de Gaetano Donizetti “Lucia di Lammermoor”, que fue estrenada en el Teatro San Carlo de Nápoles el 26 de Septiembre de 1.835.

Esta tarde, una vez más he vuelto a llorar en una sala de ópera, viviendo esa rara ambivalencia que se produce entre el galope desbocado de los sentimientos encendidos y el pudor forzadamente masculino por ser descubierto. Cuando los ojos se inundan y desbordan en ríos verticales de pasión, las matemáticas pierden su fría y deliberada exactitud para ganarla el pulso turbado de los corazones escondidos como el mío.

 

Saludos de Antonio J. Alonso

Comenzar cada año, emocionado…

Cada primero de Enero siempre cumplo mi compromiso sagrado con el Concierto de Año Nuevo que retransmite RTVE desde el Wiener Musikverein, con esa misteriosa predisposición que solo uno tiene cuando espera que su corazón se arremoline sin atropello cuando los sentimientos llaman a su puerta.

Los “Neujahrskonzerts” son para mí la mejor forma de recibir con buen pié el año entrante, dejando muy atrás el compulsivo ritual de las 12 uvas televisadas desde la Puerta del Sol y los obligados besos y achuchones posteriores, muchas veces perpetrados a y por desconocidos que nunca antes hemos visto. Siempre preferiré mi propia emoción a la que intentan calzarme Anne Igartiburu y sus compañeros televisivos, en un alarde de democratización de una felicitación navideña para la que paradójicamente cada 31 de Diciembre se reservan la mejor vista del Reloj.

Comenzar el año con música es la mejor alternativa para estrenar un nuevo calendario en ese remanso de paz que son las desérticas mañanas de primero de año, cuyo desperdicio por la ya más que institucionalizada indigestión etílica de la noche anterior no tiene pena suficiente ante cualquier tribunal de buenas costumbres.

En esta edición he vuelto a emocionarme por todo lo que siempre me asombra de un concierto que por sabido, para mí siempre es nuevo. La eclesial sala dorada, sus elegantes adornos florales tan apabullantes y tan discretos a la vez, el público que parece escogido para una de aquellas películas lujosas de la Metro Goldwin Mayer, la prima ballerina vestida de rojo Valentino que nos demuestra que lo de la gravedad no es para todos, las idílicas imágenes de un Danubio que aunque no sea azul yo me lo creo, la precisa y musical realización televisiva de Brian Large (ausente en esta edición, pero presente en un estilo que ya es marca de la casa) y los siempre atinados comentarios de José Luis Pérez de Arteaga a quien admiro rendidamente por su poliglotía y su sabiduría musical, también George Petre el octogenario director que mas juvenilmente ha dirigido a la, mas que Filarmónica yo diría metronómica, orquesta de Viena que interpreta como ninguna otra el festival de alegría y vitalidad que destilan los valses, polkas y mazurcas de los Strauss, incluyendo ese “aplaudido al son” himno de bienvenida a la ilusión y la esperanza que es la Marcha Radetzky.

Y como no voy a emocionarme si todavía guardo tan vivo y presente el recuerdo de aquel inolvidable año nuevo del 2.007 en Viena, cuando transmutado por el fervor de la ciudad más musical que nunca ha existido peregriné extasiado por su principales salas (“Barbero de Sevilla” y “Murcielago” en la Wienner Staatsoper, “Viuda Alegre” en la Volksoper, “9ª de Beethoven” en la Konzerthaus, Niños Cantores y su insuperable “Adeste Fideles” en la Hofmusikkapelle) hasta llegar a la mañana del 1º de Enero y poder entrar al Musikverein para aplaudir a un elegante Zubin Mehta que dirigió flamígeramente a la Wiener Philharmoiker en ese Concierto de Año Nuevo que nunca olvidaré y cada año volveré a vivir emocionado en zapatillas y ante el televisor…

 

Saludos de Antonio J. Alonso

Lo importante en la vida para Simon Rattle

Simon Rattle, de 54 años, es desde 1.999 el flamante director titular de la Filarmónica de Berlín, probablemente la mejor formación orquestal del mundo.

El pasado 30 de Septiembre, recibía en el Alcázar de Segovia y de manos del Príncipe de Asturias, el Premio Juan de Borbón de la Música 2.008. Su breve estancia en España, fue aprovechada por muchos medios de comunicación para dejar constancia de su personalidad en múltiples entrevistas que han sido publicadas recientemente.

En varias de ellas, he podido leer lo que para él es su definición de lo importante de la vida y que, en resumen, se concreta en la siguiente frase:

“Lo importante es el Proceso siendo el Camino, la Meta”

Esto dicho por un reconocido triunfador tiene un significado muy especial, sobre todo si apreciamos que no nombra en absoluto la palabra Éxito (para muchos, el verdadero motor del deseo humano). Para el Sr. Rattle, el cómo desarrollamos nuestras actuaciones (Procesos) es lo verdaderamente importante y la sucesión de las mismas (el Camino) es en sí la Meta, el fin último de la vida.

¿Esta definición vale para todos?. Yo creo que no, pues aun comulgando con el valor que el presente debe tener en nuestra vida, no es posible vivir intensamente solo de él sin la expectativa futura y en ocasiones consecución de pequeños o grandes éxitos personales.

Simon Rattle ya ha conseguido el mayor Éxito al que puede aspirar un director de orquesta y todos sabemos que cuando algo se alcanza suele perder mucho de su valor para quien lo disfruta. Sigo pensando que A. Maslow tenía mucha razón al explicar las motivaciones humanas como una sucesión de niveles piramidales que, al ser alcanzados, hacían olvidar los anteriores.

¿Pensaría igual el Sr. Rattel cuando todavía era un estudiante de la Royal Academy of Music de Londres?.

 

Saludos de Antonio J. Alonso

¡El sobrecogedor final de “Tristán e Isolda”!

De nuevo la Ópera protagoniza una de mis entradas a este Blog y en este caso las mayúsculas empleadas son poco reconocimiento a una de las cimas del arte universal: “Tristán e Isolda” de Richard Wagner, estrenada en Munich el 1 de junio de 1865, es la apoteosis convulsa del amor pasional.

El próximo 9 de octubre tendré la oportunidad, una vez más, de presenciar una representación de la ópera más ardiente que se ha escrito jamás, con mi alma entreverada de admiración wagneriana y devoción por los escenarios que han elevado la lírica a arte universal.

Será desde una butaca de la primera fila del Grand Tier Left del “Royal Opera House Covent Garden” de Londres, santuario de míticas e históricas noches, en donde el regalo apasionado de los cerrados aplausos y los bravos desaforados ha quedado grabado en sus centenarias paredes para siempre y que yo, volveré a escuchar. Hiervo por dentro mientras espero lo que acontecerá.

“Tristán e Isolda” es todo pasión desbordada y especialmente su sobrecogedor final “Mild und leise” (“Tranquilo y sereno”) que, cantado por una Isolda presta a morir por amor, se configura como una de las manifestaciones de la emocionalidad humana más hondas que el paso de la civilización ha podido dejar.

¿Se puede morir de amor?. No lo sé, pero el solo hecho de admitir esa posibilidad nos abre las puertas de la evidente complejidad del ser humano y su gran capacidad para sentir profundas emociones, hasta límites peligrosamente fronterizos a las leyes que la naturaleza dicta en su empeño por preservar la vida como bien principal.

Emociones que, en otra magnitud, presiden todas nuestras actuaciones y condicionan las actitudes que nos llevan a presentarnos ante nosotros y ante los demás. Emociones que también son las responsables de nuestros éxitos y fracasos y que, por abstractas, no acabamos de visualizar, siendo conocedores inconscientes de su protagonismo en nuestro devenir existencial.

Isolda se deja morir por amor, finalizando lo que hasta ese momento ha sido una partitura sísmica, desbordante y atronadora, en un hilo de silencio que resume todo lo que queda en el alma cuando el alma se hace silencio musical…

 

Saludos de Antonio J. Alonso