La “Midorexia”

Dicen que los 40 son ahora… los nuevos joviales 20, los 50… los dinámicos 30, los 60… los interesantes 40 y los 70… los atractivos 50. Veinte años ganados a unas contemporáneas vidas cuyo carácter no tanto debería ser biológico (que lo es) como cabal, algo todavía por demostrar. Y esto, ¿para bien o para mal…?

Para bien porque afrontar la segunda parte de nuestra biografía con posibilidades y aspiraciones de desarrollo personal es la mejor terapia para retrasar la vejez y vivir más. Para mal porque, muy a pesar de la publicidad, no siempre seguir el modelo juvenil es lo que corresponde con una etapa vivencial que debería mirar más hacia la constructiva serenidad que a la atropellada búsqueda adolescente de una nueva identidad personal.

La Midorexia, esa obsesión por disfrazar la última mitad de la vida, parece que invade la actualidad de muchos de los maduros y maduras que intentan falsificar su carnet de identidad. Personas a las que la sociedad actual les ha regalado una peligrosa (por lo a veces ridícula) segunda oportunidad con patente para desvariar. Individuos que aprovechan una supuesta vitalidad primaveral conseguida por el bisturí y las nuevas costumbres de cuidado personal para replicar los gustos de sus hijos en la moda, la música, las películas y hasta en la pareja sentimental. Todo por un imposible continuar siendo jóvenes a la manera de los jóvenes, instalados en una ajena mocedad de Instagram pero sin Photoshop mental.

Además, la Midorexia no es algo que solo afecta a quien se encuentra en esa edad pues sus gustos, en forma de consumos, han generado lo que hoy se llama la economía de la longevidad, cuyos ávidos intereses comerciales están tejiendo tantas redes de sugestión comunicacional que casi con seguridad a todos los maduros nos lleguen a atrapar.

Por el momento, a menos de un par de meses para cumplir los 56, mi reciente consecución de un récord mundial (Marathon-15%) parece que me abre de par en par las puertas del reino de una Midorexia personal de manual, aunque proclamo que no las traspasaré pues no deseo revivir mi insustancial juventud y por ello hace años ya me vacuné de esta enfermedad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Deportear”… un verbo todavía sin conjugar

Deportear

Hace muchos años que en silencio abandoné el proselitismo deportivo, cabizbajo y desilusionado ante lo que yo siempre he creído una causa justa, pero que los demás parecen ignorar. Ejercitarse físicamente a nadie le parece mal, aunque luego su práctica deje bastante que desear. Me dicen que la vida está para gozar y yo me pregunto si todos coincidimos en lo que realmente significa disfrutar.

No, no nos engañemos con estadísticas basadas en respuestas repletas de propósitos encubiertos de buena voluntad y poca sinceridad por vergüenza a decir la verdad: mayoritariamente, la práctica deportiva regular ha sido y sigue siendo cosa de pocos y marcada por la edad, por la poca edad. Cuando en la vida sobran las energías, gastar no cuesta igual que más tarde, donde el esfuerzo supone un inconveniente tal que cualquier razón peregrina nos basta para tratarlo de obviar. Practicamos deporte al son de nuestra curva hormonal, alentados por la juventud y su facilidad. Somos capaces de administrar el ejercicio físico, la más natural medicina de la salud corporal, cuando mejor nos encontramos y esconderla después, en el momento que es necesaria de verdad.

Es una evidencia que el cuidado de la salud no conjuga con la comodidad actual y así los tiempos que vivimos parece que ejercen de sordina para todo aquello que suponga esfuerzo basado en la voluntad. Nunca se han inventado tantos aparatos milagrosos de teletienda, ni se han diseñado tantas nuevas disciplinas seudogimnásticas que prometan resultados instantáneos, por supuesto, sin sudar. El engaño es aceptado sin cuestionar y en caso de duda siempre quedará el sofá. Qué mundo de celofán este que simplemente relaciona salud con estética corporal, convirtiendo en famosos a imitar a quienes más han falseado su cuerpo en el quirófano de un hospital.

Pero además, mientras nuestra mente siga fisiológicamente vinculada a un cuerpo, el mal funcionamiento de este a aquella la hará fallar. Las emociones y las razones no son una cuestión esotérica e inmaterial, pues se forjan en nuestro cerebro que es parte somática de nuestra entidad corporal, siendo esta, por tanto, de quien dependerán. Nuestras capacidades de sentir y pensar plenamente no son ajenas a nuestro estado de salud general. Quien defienda con orgullo la superioridad de la mente frente al cuerpo como signo distintivo de evolución de nuestra especie y por ello recomiende cultivar aquella sin necesidad de más, no debe olvidar que la vida es equilibrio y sin él no hay intelecto que pueda funcionar.

En Marathon-15% y con honesta sinceridad, no pretendo trasladar a nadie nada que no esté dispuesto a libremente aceptar, pues cada cual tiene el derecho a obrar en su vida como prefiera, siempre sin molestar a los demás. En Marathon-15% de nuevo quiero volver a usar mi voz para manifestar que el deporte es fuente de salud física, pero también mental, pues se configura como la mejor escuela de superación personal. Yo no albergo duda alguna de que sus enseñanzas nos preparan constantemente para afrontar la vida con mayores garantías de éxito y por consiguiente de felicidad. Créanme, “deportear” lleva a “felicidar”, dos verbos inexistentes, pero que habría que inventar para poderlos conjugar….

Saludos de Antonio J. Alonso

El Cuerpo: algo de lo que nunca te podrás divorciar

Cuerpo

Si lo racional y lo emocional constituyen los dos sustentos más intangibles y libres del trípode que conforma en el hombre su compendio vital, el cuerpo se configura como la tercera extremidad, cuyo carácter eminentemente material nos condena a una esclavitud dependiente de las leyes de la física y la química y por consiguiente de nuestro atento cuidado personal.

El Coaching, además de otras también, es una disciplina que preconiza el cambio como la herramienta principal de desarrollo personal. Yo mismo defiendo convencidamente el cambio enarbolando esta popular declaración de principios, incuestionable y de aplicación universal: si siempre hacemos lo mismo, siempre obtendremos lo mismo. Pues bien, si hay algo en nuestra biografía sin posibilidad evidente de intercambiar ese es nuestro cuerpo, fiel compañero existencial que nunca nos abandonará hasta llegar al final.

Así las cosas, parece difícil de explicar que lo único que en nosotros no tiene sustitución sea aquello que no protejamos con más ahínco y fervor, que aquello que puede condicionar realmente el plazo de nuestro transito por este mundo (tan difícil pero tan cautivador) no sea prioridad y si indolente olvido que esperanzadamente viene a confíar en un aleatorio destino que a nadie asegura la salud ni la longevidad. ¿Cabe mayor despropósito vital…?

Hace cinco años, en El Plan de Pensiones Físico, defendía la conveniencia y posiblemente necesidad de emparejar la prevención económica con la corporal para lograr llegar a nuestro último tercio de vida (25 años o más) en condiciones suficientes de disfrutar en lugar de por falta de previsión, mal vivir y penar. Si todos los que percibimos ingresos somos capaces de realizar hoy un esfuerzo económico por ahorrar (por vía privada y/o cotizando a la seguridad social) con el objetivo de más tarde podernos financiar, ¿qué razón explica que no observemos la misma intención para tratar de asegurarnos una mejor calidad de vida corporal? Parece no haber explicación lógica o… ¿si la hay?

Claro que la hay, pues todo logro en esta vida se mide por esfuerzo y este ejerce como moneda de cambio de lo que queremos y podemos comprar, de lo que aspiramos a alcanzar. En definitiva, cuánto me cuesta conseguir algo y cuanto estoy dispuesto a por ello pagar. Pues bien, todo lo relacionado con el cuidado físico parece que nos supone una cuenta difícil de aceptar, tan cara que llega a no importarnos él como por dentro o por fuera podamos llegar a estar. El mientras el cuerpo aguante o que me quiten lo bailao no parece forma de interpretar una vida que más que gastada debiera ser protegida para ahora y luego poderla realmente disfrutar.

En La Vida en 3D pretendí definir geométricamente nuestra existencia en formato real, tridimensionándola en coordenadas de longitud, anchura y altura, todas susceptibles y convenientes de estirar, siendo la primera esa que corresponde al tiempo por vivir y de quien nuestro cuerpo es el principal guardián. Una vida ancha y alta pero corta, poco volumen nos reportará, pues necesitamos del tiempo para todo y de todo para probar, valorar y finalmente decidir con que nos queremos quedar.

Porque de mi cuerpo no me puedo divorciar, no me avergüenza confesar que desde muy joven llevo cuidándolo con esfuerzos y renuncias pues mi salud es, de todo, lo que más valoro y a la postre siento que ello me revertirá en un horizonte vital todavía pleno de posibilidades de disfrutar de una energética realidad que hoy, a mis cincuenta y dos años de edad, pretendo alargar en cantidad y calidad. Esto mismo, por mí comprobado, recomiendo de todo corazón a los demás…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

75.000 kilómetros…

Recientemente, un amigo y compañero motorista me trasladaba su evidente y natural orgullo por haber logrado cabalgar sobre su fiel montura mecánica hasta llegar alcanzar los 75.000 kilómetros conducidos. Escuchando esto, secretamente me albergaba la misma emoción, pues yo también he podido llegar a ese registro, pero con la sola ayuda de mis piernas.

Efectivamente, en 2006 cumplí mis 30 años como corredor aficionado y sobre la celebración de ese aniversario quise escribir un descriptivo relato (¡30 años corriendo!) que, cuatro años después, todavía recuerdo con el dulce estremecimiento que regalan los más difíciles retos alcanzados.

Hoy, a menos de dos meses para cumplir los 49, son ya 34 años de inquebrantable y constante militancia deportiva que, en una fiable aproximación kilométrica, me instalan en los 75.000 kilómetros corridos o lo que es lo mismo, casi dos vueltas completas alrededor del perímetro terrestre y con muchas ganas todavía de conseguir las míticas seis cifras antes de llegar a la sesentena.

Yo no soy un superhombre. Soy una persona corriente que nació con unas facultades físicas bien normales o quizás aun menos que eso (en el colegio, casi todos mis compañeros me adelantaban cuando había que correr), pero que se obstinó desde adolescente en cambiar el curso de unos acontecimientos tan predecibles como poco deseados en el fondo de mi corazón. Por tanto, mi aceptable estado de forma física actual no se debe a un amable regalo de la naturaleza, si no al constante y determinado esfuerzo desarrollado diariamente en los últimos dos tercios de mi vida.

Aceptar que lo valioso (a todos los niveles) nunca es ni será gratuito constituye el principio fundamental para instaurar la cultura del esfuerzo y su recompensa. Considerar por contra que el destino nos tiene reservados atractivos y gratuitos regalos porque sí, es sin duda el final de todo camino hacia la superación personal y el principio de la más aburrida y vital resignación…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Plan de Pensiones Físico

Plan de pensiones fisico

Los que ya estamos instalados en la cuarentena de nuestra vida sabemos lo recomendable de crearse un plan de pensiones que complemente económicamente las prestaciones de jubilación pública, cuando accedamos a ella.

En definitiva, aceptamos sacrificar renta disponible actual por futura al ahorrar para un plan de pensiones, considerando que este esfuerzo se encamina hacia la obtención de un bienestar futuro.

Además, el nivel de desarrollo socioeconómico actual está permitiendo que nuestra esperanza de vida se alargue hasta edades inimaginables años atrás: cuando los cuarentones de hoy tengamos más de sesenta años, todavía nos quedarán otros veinte o treinta de expectativa vital asegurada.

Pues bien, ¿cómo nos gustaría vivir esos años? Pues seguro que con una cobertura económica que permita disfrutar sin apreturas de un merecido retiro.

Pero, ¿de qué valdría esa disponibilidad económica si nuestra salud no nos acompaña entonces? Cuantos viajes, excursiones, desplazamientos y actividades varias con nuestros seres queridos no podremos emprender si el deterioro físico ya se ha apoderado de nosotros y nos tiene limitada nuestra capacidad de actuación.

Por tanto, al igual que todos buscamos preservar nuestra seguridad económica para un futuro, yo recomiendo también asegurar la salud abriendo un Plan de Pensiones Físico, cuyos componentes no será necesario explicar (ejercico continuado, alimentación equilibrada y descanso reparador).

El Plan de Pensiones Físico, en su vertiente de ejercicio, tiene las mismas características que el económico…

–      Hay que renunciar a algo de ahora por algo de luego, es decir, destinar tiempo actual al ejercicio físico para ralentizar el proceso de envejecimiento.

–      Hay que asumir el esfuerzo que ello supone.

–      Hay que comenzar ahora pues, de aplazarlo para el momento de la jubilación, no habrá rentabilidad suficiente sobre esfuerzo realizado.

–      Hay que elegir el mejor rendimiento para el esfuerzo, seleccionado el tipo de ejercicio que se ajusta mejor a cada idiosincrasia.

–      Hay que dejarse asesorar por especialistas acreditados.

…pero una distinta y muy ventajosa…

–      Además el esfuerzo actual repercute positivamente en la vida presente al mejorar el estado de salud general, sin duda, plataforma de despegue del resto de aspectos de la vida que importan y hay que mejorar.

¡Comienza ya…!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡30 años corriendo!

Pongo el dedo en el botón del timbre de mi casa y aprieto con suavidad.

Miro al suelo mientras espero que me abran y el recuerdo de lo sucedido me llena de una extraña sensación difícil de explicar. Sensación que debo compartir con algo más que un cansancio agotador.

Ocho días atrás llegaba a Segovia entre ilusionado y comprometido a desafiar la resistencia de mis piernas y mi corazón. Agosto del 2.006 y 30 aniversario como corredor aficionado. Había que celebrarlo con un reto a la altura del cumpleaños y de mi espíritu batallador. La decisión la tomé en Junio, cuando me propuse correr Segovia-Navacerrada-Segovia (60 kms. con un desnivel total de 1.800 mts.), solo y sin apoyo.

Cuando era pequeño y me llevaban en nuestro Simca 1.000, siempre me pareció todo un triunfo para ese coche ascender por aquellas desafiantes rampas que coleccionaban en sus arcenes vehículos detenidos a la espera de un reparador descanso térmico. Eran los años sesenta.

Tras dos meses de entrenamiento veraniego intenso en el infierno caluroso y húmedo de Valencia, mis primeros días en Segovia estuvieron marcados por la inseguridad de conseguir el reto. A las 8:15 h., después de un copioso desayuno de hidratos, todos los días enfilaba las cuestas de Zamarramala que me regalaban una de las mejores vistas de la ermita templaria de la Vera Cruz. Luego hasta La Lastrilla para volver por San Lorenzo a llegar a la Alameda. Unos duros 14 kms. de acostumbramiento a la altura y a los desniveles propios de la meseta castellana. Después, algunos ejercicios de estiramiento y abdominales compartiendo la mañana con los patos del rio Eresma.

Todo fue desarrollándose según la planificación elegida hasta el último día de entrenamiento cuando, finalizando ya, un terrible pinchazo en los gemelos de mi pierna izquierda me recordó la corta distancia que algunas veces media entre lo óptimo y lo peor (como si de una rueda pasada de rosca se tratase). Sin otro remedio, había que retrasar la prueba un par de días para tratar de mejorar la situación con algo de descanso.

Por fin llegó el día: martes, 8 de Agosto de 2.006. Son las 8:15 y abro la puerta de mi casa con la seguridad de que me esperaran varias horas de martirio, el temor de no estar curado y la esperanza de poder regresar por mis propios medios al punto de partida. En estas condiciones, por lo menos pretendo asegurar los 30 kms. de ascensión continua hasta la estación de Navacerrada y luego ya veremos. Por tanto, ¡adelante!.

Salgo tranquilo e ilusionado, contándoles calladamente a las piedras milenarias que me encuentro por las calles de Segovia que los retos nos definen y sus logros nos redimen. Sin apenas cruzarme con nadie salgo del núcleo urbano y a los 20 min. ocurre lo que ni aquí quería nombrar: los gemelos se rebelan y me obligan a parar. En estos momentos todo se me viene abajo al considerar la más que probable opción de abandonar.

¿Qué hago?. Paro a ver y noto que me duele mucho. Desde luego, andando no puedo realizar la prueba pues tardaría demasiado tiempo. ¿Abandono?. No de momento, sigo un poco andando y pruebo a correr modificando algo el gesto de apoyo. Me duele menos y despacio, parece que aguanto. ¡Ánimo, solo quedan unos 55 kms.!. Sigo vacilante, física y mentalmente hasta que llego a La Granja de San Ildefonso.

Con prudencia acorto la extensión de mi zancada para minimizar al máximo el impacto de mis pisadas contra el suelo. Por ahora resisto. Bebo cada media hora agua isotónica y glucosa, que llevo en un cinturón de carrera que más parece una mochila de lo lleno que está.

Tras hora y media, se acercan los montes madereros de Valsaín con los aserraderos a ambos lados de la carretera, que ya comienza a endurecerse anunciando la llegada del puerto especial de 1ª Categoría de la Vuelta Ciclista a España. Pocos coches por ser Agosto y bastantes ciclistas emulando a Perico Delgado con el que compartí infancia durante aquellos largos veranos de vacaciones en Segovia. Me animo porque el dolor lo soporto.

Llego a Los Asientos y no pienso en lo que queda. Es la mejor terapia contra el sufrimiento. A los quince minutos ya estoy en La Boca del Asno. En otros quince llegaré al comienzo de las famosas “7 revueltas” del Puerto de Navacerrada, allí donde pone a prueba las piernas de los esforzados deportistas que se atreven a tutearlo. Todavía no hace mucho calor y ya comienzo con las pendientes de hasta el 18%. Me he bebido toda el agua y pido a unos operarios de la carretera que me ofrecen de una botella todavía con hielo. Bebo poco, por preservar el estómago y no dejarles sin refresco en su trabajo.

Centrado en los momentos de mayor esfuerzo, se hace difícil pensar cuando toda la sangre se dirige a mis piernas. Solo hay una sucesión de palabras que me repito constantemente: ¡Sigo, sigo, sigo!. ¡Arriba, arriba, arriba!.  Estoy a mitad del puerto y un ciclista me dice que ya nos veremos en la cumbre y le contesto muy convencido que yo seré quien le espere cuando llegue.

Sigo subiendo sin un solo metro de descanso. Mi pulsómetro no cesa de elevar el ritmo de revoluciones. Estoy en más de 150 y subiendo. A 2.000 mts. de altura la falta de oxigeno ya se nota y el corazón debe hacer horas extras para ganar lo mismo.

Salgo de las curvas cerradas (las revueltas) y ya diviso a lo lejos la cumbre, con el repetidor de Televisión Española y los telesillas. Quedarán unos 4 kms. también muy duros para coronar y se acrecientan mis ánimos de llegar. Luego ya veremos. Intento pensar en mis sensaciones corporales más que en la distancia que falta para llegar. ¡Adelante, adelante, adelante!. Cada zancada es un pequeño triunfo que me acerca a mi destino. Cada zancada es una menos que ya no volveré a trazar.

Cada vez más cerca y casi por sorpresa enfilo la última recta que lleva a la estación de esquí. ¿Por qué los últimos metros nunca duelen como los anteriores?. Sin duda la respuesta está más en nuestra cabeza que en las piernas. Por fin he llegado a la cumbre y no dejo de respirar aceleradamente. No estoy tan mal como preveía y esto me llena de estímulo para plantear la vuelta, pese a que mi amigo el ciclista ya estaba allí. Primer asalto conseguido.

Muevo los brazos y las piernas para relajar y sin perder tiempo entro en un bar a comprar una botella de 1,5 litros de agua que relleno con polvos de Isostar. Voy al aseo y pese a toda el agua bebida no evacuo casi nada. Me como 3 barritas energéticas y algunos sobres de glucosa y tras rellenar las botellitas que llevo en el cinturón, me lanzo con optimismo hacia abajo, de vuelta a Segovia.

Casi cuesta más esfuerzo correr en descenso que al revés. Los cuádriceps, no acostumbrados a un trabajo inverso al habitual, comienzan a dolerme y cada vez bebo agua con mayor asiduidad. Me paro en alguna fuente para no gastar toda la bebida isotónica que llevo. La sensación de cansancio es ya una realidad. Comienza a hacer calor y cada pisada en asfalto me sacude el cuerpo como un puñetazo. Miro el podómetro y me marca 38 kms. Acuerdo conmigo mismo aguantar corriendo hasta la maratón. Justo esa distancia (42,195 mts.) se cumple en La Pradera donde, desde una cabina, telefoneo a mi madre para tranquilizarla.

Todo va bien, dentro de lo asumible. Ya hay más de 30º de sol en la carretera y las piernas comienzan a delatar la presencia del ácido láctico que pincha como un cuchillo. Paro y ando. Corro y ando y cada vez corro menos y ando más. Llego nuevamente a La Granja y compro más agua. Casi me he comido todas las barras energéticas que llevaba y solo me queda algún sobre de glucosa.

Desde allí las rectas interminables que llevan a Segovia nunca acaban. Al terminar una comienza otra que, en la ida, no me parecieron tan largas. Bajo mi gorra y las gafas de sol intento pensar en que esto no va conmigo. Llevo unos 55 Kms. y ya puedo divisar la ciudad al fondo. ¿Hasta dónde llega el fondo?.

El final se hace raro, con una mezcla de sufrimiento insensibilizado por el vacío calórico y la alegría por la certeza de acabar una prueba que había comenzado con malos augurios. Ya estoy por las calles de Segovia. La gente me mira como si nada (¡solo llevo 59 Kms.!). Eso me llena de mayor satisfacción. El anonimato siempre guarda mejor el secreto de nuestras ilusiones.

Transitando por las calles por donde habitualmente entreno, ahora disfruto mucho más de la sensación de victoria sobre ellas. Curva aquí, repecho allá, algún que otro turista y aparezco en la plaza de San Esteban, a 50 metros de mi casa. Miro a mi alrededor y al cielo. ¡Lo he conseguido!.

Pongo el dedo en el botón del timbre de mi casa y aprieto con suavidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro