El austericidio personal

Austericidio

Que no hay que gastar más allá de lo razonablemente disponible, nunca lo cuestionaré. Pero convertir todo el gasto en ahorro y no parte de él en inversión, siempre lo condenaré y precisamente ahora no me faltarán argumentos para ello.

No es mi propósito opinar sobre las políticas macroeconómicas que rigen la actualidad al no tener por costumbre tratar sobre lo que no puedo cambiar (incluso cuando ello me afecta). La vida es tan corta que merece la pena actuarla en lugar de contemplarla.

No obstante, no puedo esconder que lo que en grande ocurre acaba por acontecer también en pequeño y así las políticas de austeridad gubernamental que hoy presiden muchos consejos de ministros del mundo desarrollado (aunque arruinado) se cuelan aun sin quererlo en nuestras empresas y familias. Y todo por lo que en ciencia económica se llama Expectativas Racionales o esa tendencia a proyectar hacia el futuro lo actual, sobredimensionándolo y entendiéndolo como invariante. Sin duda, la epidemia más viral que exista y cuyo caldo de cultivo ideal se llama miedo colectivo.

Creo en la prudencia como consejera ante el disparate gastador compulsivo, pero nunca como un paralizante de la inversión razonada y rentable. Aun hoy, todavía existen empresas y familias con capacidad de inversión que duerme el sueño de los justos en cómodos depósitos bancarios a la espera de un tiempo mejor. No hay mayor equivocación, pues sin duda es este el mejor tiempo para el encuentro de oportunidades a precios de conveniencia. Cuando todo cambie, todo se encarecerá y el retorno de cada inversión caerá.

¿Por qué negarlo?. Somos conservadores por naturaleza. Sobre todo si tenemos algo que conservar, lo que explicaría el transito vital de la mayoría desde el progresismo juvenil al conservadurismo maduro. Cuando no tengo nada lo comparto y cuando lo tengo, lo defiendo y guardo.

El futuro es incierto, eso es cierto. Por tanto, no debiéramos pensar ciertamente que la crisis económica actual permanecerá sino más bien que transitará hacia otro arco del ciclo pendular que por necesidad deberá ser paulatinamente mejor. Quien esto sea capaz de entenderlo, ganará.

Dicen que la austeridad es práctica de sabios que, por serlo, siempre saben hasta donde llegar en su contenido gastar para así evitar desembocar en un absurdo y trágico austericidio personal…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las excusas son siempre causas cómplices

Complice y conciencia

El hombre es el único ser vivo capaz de auto-justificarse en casi todo lo que hace, sea bueno o malo y con razones que siempre llegan a convencerle por más que algunas no resistan la objetividad. Así de hábiles somos y así de engañados vivimos bajo nuestra responsabilidad.

¿Alguien recuerda aquella canción de Lola Flores que decía eso de… ¿cómo me la maravillaría yo? Pues eso, que somos maestros de la maravillación o el arte de reinterpretar sesgadamente las causas pasadas para luego justificar equivocadamente las consecuencias presentes y lo que es peor, así de convencidos llegarlo a firmar.

En la vida de cada cual no todo lo que hace es adecuado o digamos, lo mejor que podría hacer. Identificar esa conveniencia es primordial si lo que pretendemos es mejorar el resultado de nuestras actuaciones futuras. Evidentemente, no tendremos nada que mejorar si todo lo hecho queda suficientemente justificado como lo mejor en cada momento, siendo este precisamente uno de los orígenes del estancamiento personal y profesional que en muchas ocasiones solemos percibir en la vida y en el que no solemos reparar.

Pero, ¿qué explica nuestra obcecación por barrer siempre hacia nuestro hogar? Pues principalmente el auto-aprecio genético con que nacemos, que luego continuadamente nos tenemos y que, por mal entendido, busca una nota siempre superior a la merecida. Aprobar sin saber, tarde o temprano nos llevará al bochorno de ser descubiertos en la incompetencia, lo cual es obvio que nos generará más problemas que los que inicialmente intentábamos tapar.

En otras ocasiones he traído a mis artículos la dualidad existente entre Cómplice y Conciencia como principal determinante de nuestra capacidad para juzgar los actos propios. Ambos consejeros vitales, celosos moradores de nuestro cerebro en lo menos material, pugnan cada cual por abarcar más espacio que el otro y en el resultado de esta contienda territorial el vencedor es quien determinará cuál es el color habitual de nuestras justificaciones. Si es la Conciencia, estaremos más cerca de la huidiza objetividad manejándonos en el mundo de las razones. Pero si es el Cómplice, nadie nos librará de barajar tantas excusas como causas justificativas precisemos en un alarde de habilidad en conseguir decirnos lo que mejor queremos escuchar.

Confieso que en algunas ocasiones yo también pueda ser un ejemplo de esto último, aunque sospecho que solo en esto no debo estar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro