Relacionarse con los demás… ¿para pedir o para dar?

Dar o pedir

Recientemente he tenido oportunidad de ver por televisión unas declaraciones rosas de una famosa modelo internacional española a quien preguntaban sobre aquello que pedía en una relación sentimental. La respuesta me dejó estupefacto: no suelo pedir mucho a un hombre, sencillamente que para él yo sea su prioridad.

La señorita, en la frontera de los cuarenta, hace honor a su tratamiento pues se encuentra en estado civil de soltería pese a no ser ese su propósito, según lo que nos vino a declarar.

Es evidente que mal comienzo es aquel que en asuntos sentimentales se presenta la petición explícita de necesidad antes del ofrecimiento implícito de nuestra generosidad. Pedir siempre antes de dar, en cualquier relación de tipo personal o profesional, lleva a condicionar y esto normalmente conduce a dificultar aquello que en un principio y en un después también debe intentar ser relativa facilidad.

No obstante, también es cierto que en las transacciones de pedir y de dar en la pareja no es posible lograr un orden sistemático en el tiempo que anteponga unas a otras, pues de forma simultánea se suelen agolpar en el devenir de las interactuaciones de la cotidianeidad. En este caso, lo principal será avizorar que pesa más, si lo ofrecido o lo reclamado, buscando para no errar esa sobrecompensación que lleve a ser un poco más ganador del dar, aunque esto en ocasiones sea difícil de interpretar.

Pero volviendo al ejemplo que nos ocupa, este va mucho más allá en su error conceptual pues su inconsciente petición reclama ser para el otro prioridad, con esa ingenuidad de quien no es capaz de entender que eso nunca verdaderamente sucederá, ya que sería tanto como aspirar a protagonizar la vida de los demás. Una injerencia egoísta en alguien que, siempre que valore positivamente su vida, nunca permitirá.

En mi opinión, los comportamientos que se orientan y buscan el protagonismo propio en la vida ajena son vivencialmente poco prácticos y reflejan en aquellas personas que los practican su escaso desarrollo emocional, sin duda todavía deudor de una infancia que se resisten a abandonar. La madurez relacional, si por algo se distingue, es por su independencia generosa en lugar de la dependencia medicinal, pues mientras las personas maduras enfocan sus relaciones para elevar su nota vivencial, las inmaduras buscan simplemente en los demás un motivo para conseguir aprobar.

Ser modelo y famosa puede abrir muchas puertas pero nunca las de un franco corazón que no quiera ser subsidiario de otro que siempre le pida rendida e insultante resignación a perpetuidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Re-flexiones… 618

“Algunas de las hazañas más grandes de la humanidad han sido obra de personas que no eran lo bastante listas para comprender que eran imposibles”

Doug Larson

Doug Larson

Re-flexiones… 617

“Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de una manera perfecta a una persona imperfecta”

Sam Keen

Sam Keen

El tenis, el trabajo y nuestra equivocación

El tenis, el trabajo y nuestra equivocación

Quien haya empuñado una raqueta en alguna ocasión conoce del insondable misterio por el que unos días casi todas las bolas entran y otros no… aun cuando pueda parecer que siempre las golpeamos con la misma intención.

Quien vive su trabajo con la aspiración de cada día ser mejor también encuentra difícil explicación a esa pertinaz ambivalencia que sucesivamente determina los buenos y malos resultados de los que parece no encontrar fin nunca la voluntad y el tesón.

Entonces… ¿dónde está la explicación?

Pues simplemente en solo considerar del orteguiano… yo soy yo y mis circunstancias, las segundas sin apenas reparar en el primero. No es más, pero tampoco menos, como veremos a continuación.

Es evidente que un día de viento puede condicionar negativamente en la cancha el resultado de nuestros golpes, así como una crisis económica elevar alpinamente el camino de nuestras ansias de progreso profesional o empresarial. Esto es indudable aunque no determinante, pues hay otro factor en juego: YO.

Si ante los repetidos fallos cometidos por la molesta y sorpresiva injerencia de un viento racheado no somos capaces de entender que el mismo también forma parte del partido de tenis al igual que las bolas, la red y nuestro contrincante, entonces caeremos por el peligroso tobogán del balsámico reproche justificativo, cuyas consecuencias siempre adversas apuntarán directamente a nuestra autoconfianza y motivación.

Si los muchas veces infructuosos esfuerzos por mejorar nuestra situación laboral no nos trasladan el retorno esperado llevándonos frecuentemente al desanimo y hasta la inacción, entonces seremos nosotros mismos quienes estemos contribuyendo significativamente al alimento de esa decepción por no entender que lo que de nuestra parte hay que poner nunca (pero nunca) deberá faltar, escapándonos así irresponsablemente de esa necesaria contribución.

Las personas de éxito se distinguen, entre otros méritos, por saber siempre cuál es su responsabilidad en aquello que no están consiguiendo, para entonces acometer sin ambages su resolución, olvidándose de ese viento molesto que al fin y al cabo solo es aire en movimiento de ajena resolución…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro