Líder-tiones… 19

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 18)… Sin solución de continuidad, propuse a nº4 examinar la única coartada presentada por el inculpado y que todos pretendían desautorizar. Al ser interrogado después del crimen por la policía en la cocina de su piso, dijo estar en el cine cuando todo ocurrió pero no recordó ni el titulo ni los protagonistas de la película, que luego si citaría en la vista oral. A ese olvido circunstancial la acusación dio una importancia capital. En aquel momento, preguntando a nº4, logré averiguar que cuatro días atrás había acudido con su esposa a un programa doble y tampoco recordaba bien el título ni la protagonista de una de las películas y ello sin soportar la tensión emocional que el muchacho seguro sufrió durante el interrogatorio policial. Era claro que el olvido del muchacho no era suficiente como para que su coartada se debiera invalidar.

Más tarde, nº2 formuló una duda sobre la manera en que había sido apuñalada la víctima, pues en la vista se informó que fue en ángulo descendente, algo antinatural para un procesado que medía 15 centímetros menos que su padre. Sin embargo a nº3 le pareció este proceder normal y propuso recrear el momento del delito, interpretando él a un agresor de altura menor y yo a la víctima virtual. Me acuerdo que en el momento en que alzó la navaja sobre mi pecho los demás se levantaron alarmados por lo que pudiera pasar, pero yo mantuve una deliberada calma amparada en la seguridad de que nº3 no era un asesino, como tampoco el muchacho a quien teníamos que juzgar. Fue nº5 quien, llevado por sus vivencias juveniles, al instante nos vino a explicar que las navajas automáticas se clavan siempre hacia arriba por aquellos que las manejan con práctica y asiduidad, como era el caso del imputado, lo que le hacía dudar de que pudiera ser el autor material.

A esas alturas de la deliberación, yo era conocedor de que cada minuto de más para nº7 acrecentaba la posibilidad de renunciar al partido de beisbol que tanto ansiaba presenciar y por tanto me dirigí a él con la intención de volverle a preguntar. Sin pestañear me dijo que estaba “harto”, por lo que cambiaba su voto para desempatar y acabar. Yo, que  fui consciente al instante de esta aberrante inmoralidad, me abstuve de censurárselo poniendo por delante algo que entendía valía más y es la vida de una persona a la que, sin ninguna prueba evidente ya, se pretendía condenar. No obstante recuerdo la valentía de nº11, el relojero suizo, al reprobar la conducta de nº7 quien, en otra demostración de prejuicio racial, no le permitió un trato de igualdad y no quiso o no fue capaz de llegársela a justificar… (continuará en Líder-tiones… 20).

Líder-tiones… 18

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 17)… La deliberación continuó luego sin mucho progreso hasta que nº6 nos propuso realizar otra votación, iniciativa que no esperaba y que me llenó de satisfacción, tanto por sentirme descargado de esta constante responsabilidad como por sospechar una posible variación en su intención hacia la no culpabilidad. Fue nº10 quien solicitó se procediese a voz alzada, a lo  que nadie tuvo nada que objetar. Mi feliz sorpresa vino cuando, además de nº6, nº2 votó a favor de una inocencia que al fin igualaba las fuerzas en este Tribunal.

Tras ello, recuerdo que comenzó a diluviar, lo que condensó mucho más el ambiente ya cargado de una pegajosa humedad que, aliándose con el molesto calor, a todos nos agobiaba hasta asfixiar. Esta sofocante contrariedad propició un receso espontáneo en la deliberación, aprovechado por nº1 para confiarme algunos curiosos aspectos de su vida personal escuchados por mí con paciente interés y sin sospechar que, más tarde, esta atención derivaría en otra incorporación al criterio de la duda razonable por el que seguía apostando sin flaquear.

Era evidente que aquella incómoda situación a la que se unía el cansancio acumulado por el pesado avanzar de unas deliberaciones marcadas por los prejuicios e intereses particulares cuyo resultado solo había llevado a empatar, a algunos empujaría a estallar y así aconteció cuando nº10 propuso hablar con el juez para declarar nulo el jurado, a lo que nº7 se sumó planteando el cambio de sus miembros por otros que ofrecieran al muchacho una nueva oportunidad. Por fortuna no solo yo manifesté mi desacuerdo sino que otros más optaron por continuar, comprometidos con una responsabilidad personal que ya no estaban dispuestos a abandonar… (continuará en Líder-tiones… 19).

Líder-tiones… 17

Capitulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 16)… Después fue nº11, un emigrante suizo cuyo marcado acento no podía ocultar, quien hizo honor a su profesión de relojero al documentar con detalle su opinión en las precisas notas que durante la vista del juicio debió tomar. Nos preguntó por lo extraño de que el procesado, en caso de culpabilidad, volviese a casa tres horas después del asesinato con gran riesgo de ser detenido (como así vino a pasar). Esto provocó una interesante discusión entre él, nº4 y nº12 sobre la supuesta necesidad del muchacho por recobrar la navaja, pero en esa controversia no quise participar hasta el final, porque había descubierto que ya no estaba solo al plantear la duda razonable como argumento válido para deliberar. Había conseguido adeptos a una forma de pensar que primaba la prudencia valorativa sobre las ansias de acabar.

Sin duda aquel era el momento de plantear otra votación para la que mi intuición, trenzada con el análisis racional sobre lo sucedido, me decía que nº11 podría modificar su opinión, en ese lento desmoronamiento de una convicción que comenzó siendo general para ahora ser motivo para muchos de punzante inseguridad. Así aconteció y nº11 se convirtió en el cuarto jurado que no se conformaba con la obviedad, que también quería buscar la verdad. Tanto que, a continuación, a una insolente pregunta que le formuló nº3 sobre las razones de su cambio de voto, vino a contestar que… “ahora tenía una duda razonable”, haciendo suya y verbal mi propuesta inicial.

Más tarde nº7 quiso comenzar un debate sobre otra, para mí, controvertida prueba al afirmar que el anciano del piso inferior, además de escuchar, corrió hasta la puerta de su casa para ver bajar por las escaleras al procesado, lo que pusimos en duda algunos, en especial porque tras el infarto que sufrió el año anterior y su edad, parecía poco probable esa vitalista manifestación de juvenil velocidad. Para defenderlo, convenía realizar una comprobación que no fue practicada durante la vista del juicio y para tal solicité la información del plano del apartamento donde vivía el testigo, con la intención de recrear su desplazamiento desde el dormitorio hasta alcanzar la puerta de la escalera para abrir y mirar. Pese a las constantes protestas de algunos jurados que pretendían boicotear mi verificación, reuniendo toda mi determinación logré practicarla y así demostrar al final que el anciano no pudo llegar a la puerta de su casa en menos de 41 segundos, muchos más de los 15 que en su testimonio aseguró emplear. En mi opinión (que manifesté dirigiéndome con toda intención a nº4 como representante ya formal de los que seguían creyendo en la culpabilidad), el testigo del piso inferior dio por sentado que quien escapaba por las escaleras abajo era el mismo enjuiciado sin llegarlo del todo a comprobar, llevado solo por la lógica tras la fuerte discusión mantenida con su padre que no sin dificultad pudo escuchar. Esta reflexión, junto con otras que con anterioridad pude formular, de nuevo no agradó nada a nº3 y ya no se pudo dominar, estallando en un tropel de ofensas que derivaron en una grave amenaza verbal: vociferó que me iba a matar. Entonces aproveché para recordarle sus palabras, pronunciadas en un momento anterior cuando aseguró que si el culpado gritó a su padre un… “te voy a matar” es porque lo iba a consumar, preguntándole yo entonces si en verdad él me quería asesinar. De nuevo, por escuchar y razonar, otra supuesta evidencia quedó cuestionada con respecto a su contundencia inicial… (continuará en Líder-tiones… 18).

Líder-tiones… 16

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 15)… Otra de las pruebas que había convencido a la mayoría de los presentes en la Sala de Vistas se basaba en el testimonio del anciano vecino del piso inferior, que manifestó haber escuchado al inculpado gritar a su padre que le iba a matar, lo que unido a la declaración de la mujer que aseguró haber visto el crimen a través de las ventanas de un tren circulando en ese momento, me condujo a intentar demostrar que con el intenso ruido producido por el convoy era muy improbable cualquier audición con garantías de fiabilidad. No fue fácil, en especial ante la presión que tuve que soportar por las múltiples interrupciones que los demás se empeñaron en provocar, más por boicotear mi razonamiento que por cualquier deseo constructivo de aportar. De todos, nº3 fue quien menos quiso aceptar mi argumentación, entre otras razones por no encontrar ninguna explicación válida que pudiera justificar el interés del testigo por falsear su declaración ante el Tribunal. Pero fue nº9 quien, desde su empatía con aquel declarante al compartir más o menos su edad, le contestó que las personas mayores a quienes nadie presta atención necesitan del protagonismo que situaciones como esta les pueden proporcionar, sin ser muy conscientes de las peligrosas consecuencias que sus actos lleguen a causar. Pese a que nº3 no lo quiso aceptar, esa prueba testifical quedo tan debilitada que ya no se volvió a mencionar.

En aquel instante, por sorpresa y sin que nadie lo tuviese que solicitar, nº5 cambió su voto a la no culpabilidad, lo que interpreté como una inesperada victoria de la asertividad, esa facultad que lleva a convencer sin confundir ni presionar. Mis reflexiones le habían movido a dudar y con él ya éramos tres, abriéndose las puertas para que otros también se lo quisieran cuestionar. Reconozco que, de nuevo, necesitaba algo como esto para continuar planteando con fuerza mis dudas a los demás, que ahora ya eran nueve, un número que confiaba en poder bajar.

Esta variación de voto y la incómoda perspectiva de que otros la pudieran continuar provocó que nº7 volviera a estallar. Creo recordar que hasta me tildó de embaucador exclamando que… “si nuestro amigo escribiese novelas policiacas se forraría” lo cual, tras dos publicadas y con los datos de mi contabilidad, le podría asegurar que no es verdad… (continuará en Lider-tiones… 17).

 


 [P1]A valorar

Líder-tiones… 15

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 14)… Pese a los improcedentes intentos de algunos por desenmascarar al que calificaban como “traidor”, nadie lo descubrió hasta que él mismo nos lo quiso comunicar. Fue nº9 y a mí no me extrañó, pues no olvidaba aquella intervención en la que no quiso aceptar los reiterados prejuicios manifestados por nº10 como criterio válido para juzgar. Era muy posible que no considerase al incriminado inocente pero, como yo, admitía la duda razonable y ello le impulsaba a demorar este juicio a la espera de otros argumentos que le acercasen a la verdad. Como él mismo dijo: “quería oír más”. Además, se sentaba en la mesa a mi lado y creo que esta cercanía, física y también emocional, en algo tuvo que afectar. Nº9, con su valentía y su integridad, impidió una ejecución segura a la vez que de manera tácita me alentó para proseguir y no cejar. Por todo ello y por su anciana debilidad, durante el resto del proceso traté de apoyarlo protegiéndolo de los demás.

Creo recordar que tras esta votación accedí a los lavabos en donde me encontré, uno tras otro, con nº7 y nº6, lo que nos facilitó charlar con ese tipo de franqueza que se ampara en la privacidad. Consciente del peligro que suponía para la estabilidad del jurado aquella pueril obsesión de nº7 por acudir a su partido de béisbol se me ocurrió razonarle en términos de prioridad, en un intento de que alcanzase a diferenciar la trascendencia dispar de los dos compromisos entre los que tenía que optar, aunque me temo que no lo llegó a captar. Tras salir él entró nº6, quien me vino a preguntar a cerca de mi aparente seguridad en la inocencia del muchacho, a lo que solo pude responder desde una indefinida posibilidad. Posibilidad cuyo signo me quiso virar para trasladarme la responsabilidad sobre las consecuencias derivadas de que, siendo culpable, lo llegáramos a liberar. En aquel momento, una vez más, el riesgo asumido en forma de angustiosa duda me vino a visitar.

Al volver a la sala pude constatar, estupefacto, en lo que estaba degenerando aquel jurado popular: algunos, entre los que se encontraba el propio Presidente, sonreían despreocupados jugando al “tres en raya” y entonces no me pude dominar, arrebatándoles con firmeza el papel de la vergüenza en que se había convertido aquel Tribunal. Por no ser el Presidente, una vez más tuve que sobrellevar con templanza algún que otro insulto de quien no quiso aceptar este correctivo de alguien sin atribuciones administrativas para gobernar… (continuará en Líder-tiones… 16).

Líder-tiones… 14

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 13)… Pese a lo concluyente de mi comprobación, está no logró mudar la opinión de cuantos jurados persistían en considerar culpable al acusado. Instalados en la cerrazón y la inmovilidad, llegamos a otro punto muerto en el avance de nuestra misión, cuyo resultado final amenazaba la integridad del muchacho si no encontrábamos una salida a aquella desesperante ausencia de vocación por dialogar. Entonces, se me ocurrió una manera de desatascar la situación eludiendo un enfrentamiento que no deseaba continuar. Tomé la iniciativa y propuse votar, pero esta vez en secreto y con el compromiso de modificar mi voto si el resultado resultaba ser igual al inicial. De esta manera buscaba asegurar que mi iniciativa se fuera a aceptar, al considerar muchos de los jurados que con esta votación todo finalizaría ya. Pero además quería ofrecer una oportunidad a los indecisos para enmendar su criterio sin tener que mostrar su identidad. La suerte estaba echada y no puedo ocultar que el riesgo que tomaba me llevó por unos momentos a vacilar. Sin embargo, lo asumí en el convencimiento de que hay situaciones cuya querencia por la seguridad solo lleva a fracasar.

El momento de la votación, registrada en papeletas dobladas por la mitad, me llevó a los confines últimos de mi capacidad para sostener la entereza de ánimo a que obligaba aquella apuesta extrema en la que había embarcado al imputado, indolente a toda la farsa de intereses y arbitrariedad en que se había convertido ese Tribunal que no era capaz de juzgar. Pero sin saberlo bien cómo explicar, un presentimiento me decía que alguien podría rectificar tras lo acontecido desde que entramos a deliberar. Es cierto que, aunque nada de lo dicho podía demostrar la ausencia de culpabilidad, estaba seguro de que al menos invitaría a pensar. Y pensar siempre es el comienzo de cualquier posibilidad.

El Presidente, sentado en su lugar, leyó las papeletas con el “culpable” escrito en cada una hasta que casi al final, una diferente, de puro asombro le hizo levantar. Alguien había garabateado lo que yo más deseaba escuchar. El procesado tendría otra oportunidad… (continuará en Líder-tiones… 15).

Lider-tiones… 13

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 12)… Tras ello, fue nº3 quien propuso abordar la solidez de otra de las evidencias incriminatorias que mejor y más parecían demostrar la culpabilidad: la navaja automática encontrada en el lugar del crimen. Como cada vez que había que precisar y defender uno de estos razonamientos, nº4 tomó la palabra recordando que aquella navaja era igual a la comprada por el acusado unas horas antes del asesinato en un comercio del barrio, cuyo tendero declaró que era especial y no disponía de otra similar. En aquel momento, al fin, mi paciente espera encontró la oportunidad idónea para descansar y descubrir lo que llevaba oculto en el bolsillo derecho, aguardando durante horas la situación más propicia para darle entidad. Escondía una navaja idéntica a la del crimen, que el día anterior había comprado en una casa de empeño situada en el barrio del muchacho. Navaja que en el juicio se había asegurado no tener par. Así pues, era evidente que cabía otra posibilidad.

Todos quedaron suspensos y sin pestañear frente a esa contundente demostración cuya efectividad sería menor si al comienzo hubiera mostrado la navaja al escuchar a alguien mencionarla en lugar de esperar a esta ocasión, pues la información tanto vale cuanto más a punto y mejor se sabe comunicar.

No obstante mi satisfacción y por no traicionar a la verdad, ante todos quise reconocer sin ambages haber cometido un error, pues comprar navajas automáticas en USA es ilegal. Aun así, mi conciencia descansaba en la privada impunidad de anhelar que ese delito menor una vida pudiera salvar… (continuará en Líder-tiones… 14).

Líder-tiones… 12

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 11)… A la manifestación de prejuicios de nº3 siguieron luego las de nº4 y nº10 en un carrusel segregacionista que no parecía querer parar, hasta que nº5 intervino para manifestar lo que yo ya sospechaba y era su pertenencia, como el acusado, a la misma clase social. Aquella comprometida y valiente confesión pública, tan poco usual en una sociedad como la norteamericana en donde las apariencias se crean y mantienen aun no respondiendo a la verdad, me pareció de una humildad tal que, a partir de ese momento, supe que en nº5 podría confiar pese a su evidente susceptibilidad hacia todo lo que significase cualquier alusión personal.

Pero en aquel momento, algo muy especial ocurrió que llegó a modificar el posterior acontecer de unas discusiones que se hilvanarían sin guía alguna y a la espera de quien tuviera la suficiente resolución para presentar su tácita candidatura como líder de un grupo carente de dirección formal. En efecto, nº1, que desde el comienzo había ejercido con suficiente acierto como Presidente, no pudo aguantar más la presión del cargo y estalló ante otra insidiosa burla de nº10, hasta el punto de llegar a renunciar. A todos nos lo notificó con un… “hagan lo que se les antoje” que, más que una dimisión, a mí me pareció una anticipada sentencia de muerte para aquel muchacho hundido en la más indefensa orfandad legal a manos de una manada de lobos que solo buscaban la manera más rápida de finalizar.

En esta situación, recuerdo que de nuevo tuve que empatizar, poniéndome en el lugar del acusado como única manera de contrarrestar tanta distancia hostil creada hacia su persona y que sin ningún disimulo era mostrada por los demás. Aun así, era consciente de que poco valdría mi apelación al contexto vivencial del chico si no era capaz de desmontar las pruebas y testimonios circunstanciales mostrados en un juicio que, hasta su abogado, demostró no saber llevar. Por ello intenté cuestionar los testimonios de algunos de los testigos, cuya veracidad inobjetable defendió nº12 con una aparente seguridad que no me resultó difícil desmontar apelando a lo habitual del error humano en la vida, algo que nunca debemos olvidar… (continuará en Líder-tiones… 13).

Líder-tiones… 11

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 10)… A continuación intervino nº6, un pintor industrial con trazas de honesto y de esos acostumbrados a no destacar, quien basó su opinión en los testimonios de los vecinos del acusado que coincidían en manifestar las frecuentes peleas entre padre e hijo, lo que apuntaba hacia el móvil de la venganza filial. Pero a mí no me pareció suficiente motivo para matar el de aquellas riñas y así se lo vine a significar: en entornos de conflictividad social las personas se acostumbran a esa bronca manera de actuar haciendo de ello un comportamiento normal. No obstante tuve que aceptar, por su racionalidad, la posibilidad que apuntó nº4 al indicar que la agresión pudiera corresponder a esa gota que colma un vaso y lo hace derramar. Era evidente que nº4 ejercía ya, sin proponérselo, el papel de líder natural del voto acusador y no me iba a facilitar ninguno de mis intentos por desbaratar las pruebas manejadas en el juicio, lo que me exigiría un esfuerzo de atención y reflexión mayor de lo que presumía al comenzar.

A nº6 le siguió nº7, quien se reafirmó en la culpabilidad del acusado, pero más por su historial delictivo desde niño que por las pruebas aportadas en el juicio, que ni llegó a mencionar. El muchacho pasó por el Tribunal de Menores por golpear a su maestra, a los quince años fue a un correccional por robar un coche y luego fue detenido por atraco y por usar navaja para pelear. Todo ello verdad, pero una vez más intenté contextualizar su vida juvenil marcada por la dificultad de sufrir a un padre que le golpeaba casi a diario con total impunidad. De nuevo y sin pretensión alguna de justificar, mi única intención fue que el acusado no fuese juzgado por su condición social. Quizás por mi alusión al padre del muchacho intervino nº3 para contarnos la decepción sufrida con su propio hijo de veintidós años, a quien de niño descubrió huir de una reyerta, con el que se peleó cuando tenía quince y al que no ve desde hace dos, lo que expresó con resignado pesar. Escuché con mucha atención aquella sorpresiva manifestación tan dolida y personal, alertándome, pues al ya conocido prejuicio de clase social de nº3 se unía el de una fracasada paternidad. Aun así tuve la impresión de que, tras su aparente desencanto, se escondía el lamento callado de un padre que pese a todo no podía dejar de querer a su hijo y algo me dijo que aquello, en algún momento, jugaría un papel sustancial… (continuará en Líder-tiones… 12).

Líder-tiones… 10

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 9)… Pero en aquel momento y pese a los tímidos intentos del Presidente por continuar con el turno de opiniones, nº10, tan acatarrado como empeñado en hostigar, sin atender a lo acordado lo vino a quebrantar para significar como determinante el testimonio de una mujer que dijo haber visto como el acusado mataba a su padre. Testimonio que al instante me encargué de debilitar, pues la mujer habitaba al otro lado de las vías de un ferrocarril y en el momento del homicidio cruzaba un tren a través de cuyas ventanillas no parecía fuera nada fácil precisar lo que ocurría detrás. Pero no siendo esto suficiente para doblegar la opinión de nº10, quise buscar lo que podría apagar su convencimiento aprovechando su propio razonar y así me acordé de los prejuicios varias veces manifestados por él hacia la clase menos favorecida, de quien aseguraba no se podía confiar. A partir de aquello, solo tuve que recordarle que la mujer que aseguraba haber reconocido al muchacho pertenecía también a esa misma clase social. Como era de esperar, mi argumentación no fue bien recibida por nº10, quien buscó en la ofensa lavar una herida que no pretendí causar. Mi reacción no pudo ser otra que la de ignorar su provocación, pues la templanza en estos casos conviene anteponerla a cualquier deseo de batallar por un honor personal que luego el razonamiento lógico podrá tener mejor oportunidad de reparar.

Tras esta contrariedad, recuerdo que el Presidente nos invitó de nuevo a retomar el orden de intervenciones y siendo nº5 el siguiente, a todos extrañó que declinase hablar. Se trataba de un hombre reservado cuya indumentaria marcaba con claridad su humilde extracción social dado que, en aquel asfixiante verano del ´57, vestía americana de invierno, quizás la única que su economía le permitió comprar. Al instante quise interpretar aquel silencio como un síntoma de inseguridad a la vez que una manera de no traicionar ese espíritu de clase que en los Estados Unidos parece solo es privativo de quienes llegan a triunfar. Desde entonces, tuve la certeza de que su voto no tardaría en cambiar… (continuará en Líder-tiones… 11).