Líder-tiones… 11

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 10)… A continuación intervino nº6, un pintor industrial con trazas de honesto y de esos acostumbrados a no destacar, quien basó su opinión en los testimonios de los vecinos del acusado que coincidían en manifestar las frecuentes peleas entre padre e hijo, lo que apuntaba hacia el móvil de la venganza filial. Pero a mí no me pareció suficiente motivo para matar el de aquellas riñas y así se lo vine a significar: en entornos de conflictividad social las personas se acostumbran a esa bronca manera de actuar haciendo de ello un comportamiento normal. No obstante tuve que aceptar, por su racionalidad, la posibilidad que apuntó nº4 al indicar que la agresión pudiera corresponder a esa gota que colma un vaso y lo hace derramar. Era evidente que nº4 ejercía ya, sin proponérselo, el papel de líder natural del voto acusador y no me iba a facilitar ninguno de mis intentos por desbaratar las pruebas manejadas en el juicio, lo que me exigiría un esfuerzo de atención y reflexión mayor de lo que presumía al comenzar.

A nº6 le siguió nº7, quien se reafirmó en la culpabilidad del acusado, pero más por su historial delictivo desde niño que por las pruebas aportadas en el juicio, que ni llegó a mencionar. El muchacho pasó por el Tribunal de Menores por golpear a su maestra, a los quince años fue a un correccional por robar un coche y luego fue detenido por atraco y por usar navaja para pelear. Todo ello verdad, pero una vez más intenté contextualizar su vida juvenil marcada por la dificultad de sufrir a un padre que le golpeaba casi a diario con total impunidad. De nuevo y sin pretensión alguna de justificar, mi única intención fue que el acusado no fuese juzgado por su condición social. Quizás por mi alusión al padre del muchacho intervino nº3 para contarnos la decepción sufrida con su propio hijo de veintidós años, a quien de niño descubrió huir de una reyerta, con el que se peleó cuando tenía quince y al que no ve desde hace dos, lo que expresó con resignado pesar. Escuché con mucha atención aquella sorpresiva manifestación tan dolida y personal, alertándome, pues al ya conocido prejuicio de clase social de nº3 se unía el de una fracasada paternidad. Aun así tuve la impresión de que, tras su aparente desencanto, se escondía el lamento callado de un padre que pese a todo no podía dejar de querer a su hijo y algo me dijo que aquello, en algún momento, jugaría un papel sustancial… (continuará en Líder-tiones… 12).

Líder-tiones… 10

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 9)… Pero en aquel momento y pese a los tímidos intentos del Presidente por continuar con el turno de opiniones, nº10, tan acatarrado como empeñado en hostigar, sin atender a lo acordado lo vino a quebrantar para significar como determinante el testimonio de una mujer que dijo haber visto como el acusado mataba a su padre. Testimonio que al instante me encargué de debilitar, pues la mujer habitaba al otro lado de las vías de un ferrocarril y en el momento del homicidio cruzaba un tren a través de cuyas ventanillas no parecía fuera nada fácil precisar lo que ocurría detrás. Pero no siendo esto suficiente para doblegar la opinión de nº10, quise buscar lo que podría apagar su convencimiento aprovechando su propio razonar y así me acordé de los prejuicios varias veces manifestados por él hacia la clase menos favorecida, de quien aseguraba no se podía confiar. A partir de aquello, solo tuve que recordarle que la mujer que aseguraba haber reconocido al muchacho pertenecía también a esa misma clase social. Como era de esperar, mi argumentación no fue bien recibida por nº10, quien buscó en la ofensa lavar una herida que no pretendí causar. Mi reacción no pudo ser otra que la de ignorar su provocación, pues la templanza en estos casos conviene anteponerla a cualquier deseo de batallar por un honor personal que luego el razonamiento lógico podrá tener mejor oportunidad de reparar.

Tras esta contrariedad, recuerdo que el Presidente nos invitó de nuevo a retomar el orden de intervenciones y siendo nº5 el siguiente, a todos extrañó que declinase hablar. Se trataba de un hombre reservado cuya indumentaria marcaba con claridad su humilde extracción social dado que, en aquel asfixiante verano del ´57, vestía americana de invierno, quizás la única que su economía le permitió comprar. Al instante quise interpretar aquel silencio como un síntoma de inseguridad a la vez que una manera de no traicionar ese espíritu de clase que en los Estados Unidos parece solo es privativo de quienes llegan a triunfar. Desde entonces, tuve la certeza de que su voto no tardaría en cambiar… (continuará en Líder-tiones… 11).

Líder-tiones… 9

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 8)… Así las cosas, algo estancada la situación y tras varias opiniones sobre como continuar, al fin conseguimos acordar que cada uno de los once jurados explicase las razones que le llevaron a votar culpable para que yo las pudiera objetar y de esta manera contrastar y analizar todas las opiniones sobre las pruebas presentadas, lo que hasta ahora todavía no conocíamos de cada cual.

Comenzamos las intervenciones con nº2, un joven empleado en un banco, bajito, delgado y apocado que basó su decisión en un error de manual: nadie había podido demostrar la no culpabilidad del acusado. De inmediato, a ello tuve que contestar que nuestra Constitución dice todo lo contrario, pues la inocencia se presupone siendo la culpa lo que hay que probar. Pues bien, no salí de mi asombro cuando nº2 aceptó de buen grado mi rectificación a su argumento pero mantuvo su voto, toda una contradicción que a ojos de los allí presentes en ese momento le hizo perder su cuestionable credibilidad. A nº2 nadie le volvió a preguntar y sus opiniones navegaron perdidas en un mar de insinuaciones a su falta de personalidad.

Después habló nº3, un tipo de fisonomía pétrea y aparente gran seguridad, de esos a los que el enfado en la cara nunca les parece abandonar y que basó su convicción en el testimonio del anciano vecino del piso inferior, quien dijo haber escuchado al acusado gritar que iba a matar a su padre, luego oír un cuerpo desplomarse y al salir a la escalera, ver al muchacho bajar tras lo cual llamó a la policía que encontró el cadáver con el pecho atravesado por un puñal. Sin duda esa era una de las pruebas que más parecían apuntar hacia la culpabilidad, quizás por su supuesta objetividad. Por ello me extrañó que nº3 mencionase, sin necesidad, que no le movían sentimentalismos personales al juzgar. Declaración que escondía un secreto que más tarde sería trascendental para que este proceso tuviera final.

Tras nº3 fue nº4, un caballero circunspecto y discreto, quien comenzó a hablar desde su aséptica frialdad, manifestando desconfianza total en la coartada del acusado, que dijo haber estado en un cine mientras su padre fue asesinado pero no llegó a recordar el titulo de la película, además de que ningún espectador le pudo identificar. Desde el comienzo noté que nº4 no era como los demás por su vestimenta pulcra, su educación manifiesta y esa meditada serenidad que otorga a las personas un halo de autoridad. Si pretendía salvar a ese muchacho, que ya parecía apoyar un pie en el cadalso, nº4 se configuraba como el obstáculo principal, tanto por él como por su creciente influencia en los demás… (continuará en Líder-tiones… 10).

Líder-tiones… 8

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 7)… Más tarde, tuve que recriminar a nº3 cuando quiso contar un chiste ante la abstención del Presidente, que ya comenzaba a mostrar síntomas de pasividad. Es posible que mi intervención invadiera las competencias de nº1, pero me fue imposible callar ante la perspectiva de que llegásemos a olvidar que en nuestras manos se encontraba la vida de una persona cuya angustia no podíamos olvidar con bromas y chistes propios de otro tipo de situación más festiva y jovial.

También me sentí en la obligación de recordar que el acusado era huérfano de madre y con un padre encarcelado durante toda su infancia y ello por ningún afán de justificar, sino para entender mejor las circunstancias que forjaron su personalidad. Pese a ello, nº10 de nuevo se dejó llevar por sus prejuicios hacia el chaval y sin darme tiempo a reaccionar, fue nº9 quien se interpuso con la intención de poderle replicar. No me extrañó que fuera él quien por primera vez rompiese aquella unicidad de un grupo cuyos integrantes, estaba seguro ya, no compartían sobre su voto la misma seguridad. Sin embargo, quizás por su avanzada edad, no supo mantener con entereza aquel reproche pues a la primera contestación se vino a callar. Aunque sintiéndolo cercano a mí pensar, comprendí entonces que quizás más tarde pudiera contar con el valor de su voto pero no con su firme apoyo como negociador eficaz. Pero, como tantas veces en mi vida, otra vez me equivoqué y sería al final cuando nº9 me lo vendría a demostrar… (continuará en Líder-tiones… 9).

Líder-tiones… 7

Capitulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 6)… Tras la votación, era evidente que mi solitaria elección me obligaría a tener que explicar su motivo y así resultó cuando nº3 (el primero que significó su prejuicio hacia el acusado) me lo vino a preguntar, a lo que tuve que responder que no lo sabía, pues esa era la realidad. Desconocimiento convertido en paradoja, ya que el no saber era lo que me aconsejaba utilizar la duda como argumento para averiguar. Pero la duda “razonable”, aquella que el juez nos quiso señalar como vehículo reflexivo para la búsqueda de la claridad y antídoto prudente contra cualquier equivocada decisión penal. Sin solución de continuidad, tuve que contestar igual a otras dos mismas cuestiones ante la insistencia absurda de quienes buscaban en mí argumentar algo que en ese momento yo no les podía dar, porque conjeturar sin ninguna seguridad sobre lo dicho conduce directo al descrédito y a fracasar en todo intento de defender cualquier posición personal.

Así, fue mi pertinaz defensa sobre la duda como elemento de prudencia al enjuiciar lo que llevó a nº7 a manifestarme su seguridad sobre la culpabilidad del muchacho, opinión que aseguró nunca le haría cambiar. Demasiado pronto, porque aquel era el punto al que yo no quería llegar, ni con nº7 ni con los demás. Considerar que yo pretendía hacerles rectificar llevaría a negar el dialogo y por tanto a frenar cualquier posibilidad de caminar hacia la unanimidad. Por eso tuve que esquivar un enfrentamiento directo y me empeñé en destacar que yo no intentaba convencerle, sino evitar cualquier precipitación que nos llevase a cometer un error fatal.

Era muy evidente que nº7 tenía prisa por acabar y apagar el fuego de una entrada que le quemaba en el bolsillo y que no parecía dispuesto a desaprovechar. Desde luego me pareció una gran insensatez el comprar una localidad sin considerar que en algo más importante tenía comprometida, durante ese día, toda su responsabilidad. Por todo, era indudable que nº7 votaría lo que primero le ofreciese la libertad y en ese sentido su decisión semejaba a una mina que podría estallar en cualquier instante, aun sin llegarla a tocar. Por ello, quise hacerle notar que todavía disponíamos de tiempo suficiente para dialogar sin comprometer su asistencia al evento deportivo que ansiaba presenciar… (continuará en Líder-tiones… 8).

Líder-tiones… 6

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 5)… El Presidente de un jurado es un cargo elegido para el que no se precisa una titulación especial, por lo que su cometido puede o no ser desarrollado con efectividad en función de la idiosincrasia y las competencias de cada cual. Es verdad que yo no conocía a nº1, pero hay detalles que retratan a las personas aun antes de que estas se pongan a hablar. El aspecto es uno de ellos y que sea apropiado al momento y la situación, no siendo determinante, si es conveniente pues hace encajar sin innecesarias especulaciones a la persona con lo que de ella se espera, ahorrando explicaciones previas sobre su adecuación y capacidad. En nuestro caso, me pareció que un Presidente no se debía presentar ataviado con un polo deportivo de piqué al que acompañaba una corbata mal anudada que pretendía aparentar formalidad. No obstante, tampoco podía traicionar mi criterio sobre la prudencia que debe acompañar a una primera impresión y a este prejuicio (y al Presidente) le tendría que conceder la oportunidad de poderlo contrastar.

La votación se celebró a mano alzada y tras ella pude confirmar que se habían cumplido mis peores temores, al ser el único en levantar la mía para apoyar un “no culpable” en cuya esforzada defensa ya no albergaba duda que pronto me debería ocupar. Además nadie dio crédito a lo sucedido al votar, pues todos parece estaban convencidos de que triunfaría una unanimidad que finiquiraría el juicio y por tanto nos posibilitaría marchar. Así las cosas ya me había granjeado la enemistad popular y nº10, cuestionando sin ningún derecho ni razón el signo de mi votación, fue el primer encargado en hacérmelo notar.

Bajo aquella situación de suspensa confusión, nº7, un tipo extravagante y maleducado que solo estaba pendiente de llegar a un partido de beisbol, me preguntó con cierta ironía sobre como continuar, a lo que no pude por menos que contestar con el principal motivo que nos había congregado en aquella sala del Tribunal: tendríamos que hablar. Si, dialogar como principal herramienta para contrastar opiniones, analizarlas y tratar de llegar a un consenso, algo que además en nuestro caso era pura necesidad. Dialogar para encontrar la verdad. Dialogar para absolver o condenar. Dialogar porque una vida pendía del fino hilván de nuestra voluntad… (continuará en Líder-tiones… 7).

Líder-tiones… 5

Cápítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 4)… Al fin nº1, que era el Presidente, comenzó a ejercer su función como organizador y nos convocó a sentar en el orden que marcaba el número asignado a cada cual en el juicio y que, al desconocer nuestros nombres, era el que habíamos usado desde el inicio para podernos citar. Esta aséptica regla pretendía eludir innecesarias familiaridades y garantizar un anonimato que alejase cualquier tentación irrespetuosa de alusión personal. Pues bien, ante lo adecuado de ocupar la mesa siguiendo la numeración establecida, nº10, el mismo jurado que antes se quiso burlar, ahora se manifestaba contrario y sin más, algo por otra parte muy habitual y propio de quienes ejercen una oposición sistemática a cualquier propuesta o directriz con independencia de su idoneidad, por el solo hecho de enfrentarse a la autoridad y sin otro criterio que el de significarse ante los demás.

Tan ensimismado me encontraba en analizar aquello que debíamos juzgar y a quienes lo debían enjuiciar que el Presidente tuvo que reclamarme a la mesa, que se hallaba ya ocupada para comenzar. Nada más sentarme, de nuevo fue nº10 quien quiso hablar, pronunciando un comentario acusador dirigido a la supuesta baja clase social del procesado, lo que me advirtió que los prejuicios condicionantes podrían estar instalados en más jurados de los que al principio llegué a sospechar. Era evidente que, en aquella peligrosa situación, no sería nada fácil encontrar la ecuanimidad.

En tanto, salió del aseo el jurado que faltaba, por lo que ya pudimos empezar. Se trataba de un hombre enjuto y de avanzada edad que mostró gran amabilidad al excusarse por su tardanza ante la recriminación poco afortunada de aquel singular Presidente que a sus canas no quiso respetar. Al instante y por un golpe de intuición que ahora no sabría bien explicar, me pareció que quizás no todos comulgasen de un mismo ideal, aunque para saberlo es claro que primero deberíamos votar. Y esto mismo es lo que propuso el Presidente, quien de nuevo y con espíritu moderador nos vino a recordar las normas y en especial que la vida de una persona pendía de nuestra voluntad y que la decisión final debería alcanzarse por unanimidad. Este punto tranquilizaba mi responsabilidad, pues no votaría culpable aun no estando seguro de la inocencia del muchacho, quizás lo contrario del criterio de los demás… (continuará en Líder-tiones…6)

Líder-tiones… 4

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 3)… Aun ajeno, por propia voluntad, a lo que en esos primeros instantes acontecía tras de mí, pude escuchar a uno de los jurados un comentario jocoso referido a algo que me pareció muy cabal y era la preparación por parte del Presidente de unos recortes de papel para votar. Una burla sobre algo que suponía el mecanismo básico de nuestra actividad no me pareció la mejor manera de comenzar y me advirtió que no todos coincidiríamos en la manera de actuar para llevar a buen término nuestra responsabilidad.

Sin solución de continuidad, también escuché de lejos a otro de los jurados manifestar unos firmes prejuicios hacia el supuesto colectivo social del acusado, en un intento por establecer una relación de causa y efecto que trataba de explicar lo que su opinión sobre este caso ya no podía ocultar. Nunca fui enemigo de ese tipo de pre-juicios “a primera vista” que nos llevan a configurar una opinión provisional cuando todavía no contamos con la suficiente información para juzgar, pero sí de aquellos que se instalan en la obcecación de ignorar cualquier nuevo dato que los cuestione o incluso los llegue a negar. En ese momento, tuve la sensación de que aquel muchacho iba a ser juzgado con parte de su culpa explicada por defecto de su procedencia social, lo que me temía y todavía no sabía cómo desmontar.

A la espera de uno de los miembros de aquel tribunal popular que se encontraba en los lavabos, la mesa todavía no se había constituido y quise cambiar de ventana pero no de actitud mental. En esto, otro jurado se me acercó con suma cordialidad y sin disimular la inteción de conocer mi opinión sobre el caso, manifestando primero la suya que se inclinaba hacia la culpabilidad. Su previsible valoración en nada me sorprendió pero si el hecho de dar el primer paso, lo que agradecí como un sincero gesto de generosidad, si bien en ese momento preferí no contestar y continuar meditando sobre las pruebas incriminatorias, una de las cuales alguien mencionó captando por primera vez mi curiosidad. Se trataba de la presunta navaja que utilizó el criminal y sobre la que yo sabía algo más que los demás, pero intuí que aquella no era la situación idónea para mencionar lo que con posterioridad pudiera tener una mejor oportunidad. Tendría por tanto que esperar… (continuará en Líder-tiones… 5)

Líder-tiones… 3

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 2)… Cuando el juez nos invitó a salir de la sala para dirigirnos a deliberar, quise mirar por última vez al acusado, un muchacho moreno y delgado cuya etnia no pude bien identificar y que temblando se mostraba asustado o quizás peor, resignado a un destino que percibía inevitable pero que yo no estaba dispuesto a aceptar. En ese momento consideré, desde mi natural racionalidad, que sería mejor un criminal suelto que un inocente ajusticiado en la silla eléctrica, pues tanta evidencia de supuesta culpabilidad me resultaba sospechosa de irreal. Poco después y hasta hoy, de todo aquello y de algo más mi parte emocional se ha empeñado en dudar.

Al entrar en la sala del jurado, pequeña y funcional, con su armario a la izquierda y unidas en el centro dos viejas mesas de madera rodeadas de sillas dispuestas en un desorden tal como si otro jurado acabase de marchar, me dirigí instintivamente hacia una de las ventanas para mirar al exterior mientras me encendía un cigarrillo que me procurase algo de tiempo para reflexionar. En ese momento desconocía la opinión de los demás, pero podía apostar sin temor a errar que la mayoría se habría dejado llevar por aquella cadena de supuestas evidencias que, aunque no sabía cómo rebatir, no podía admitir sin llegar a contrastar. Quizás por ello me mantuve un buen rato absorto y de espaldas al grupo, soportando aquel calor sofocante que el ventilador averiado no podía remediar y aceptando la imposibilidad normativa de salir de la estancia hasta finalizar. Todo parecía se confabulaba para estorbar nuestra tarea, aunque en verdad nada era distinto a lo que en la vida viene siendo habitual… (continuará en Líder-tiones… 4)

Líder-tiones… 2

Capítulo III – El relato de Davis

(viene de Líder-tiones… 1)… El primer día quise acudir al Palacio de Justicia de Nueva York caminando toda la avenida Broadway hacia el bajo Manhattan, justo hasta un poco más allá de la calle Canal. Algunos kilómetros que me sirvieron para reflexionar por última vez sobre cuál sería la mejor actitud que debería adoptar durante todo el proceso judicial para afrontar la que, en mi vida quizás, fuera la mayor prueba de responsabilidad. Al llegar, pude leer… “UNA VERDADERA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA ES EL PILAR MÁS FIRME DE UN BUEN GOBIERNO”, que solemne lucía grabado en el frontispicio de la fachada neoclásica de aquel imponente edificio de granito hexagonal. Por supuesto, no tuve nada que objetar, excepto que en ese momento y junto a otros ciudadanos más, sería yo quien la debería administrar sin ser un juez profesional, lo que podía condicionar su acertada imparcialidad.

Los días que duró la vista, sentado en un lado de la sala 228 junto a los otros once jurados, tuve la oportunidad de comprobar cómo la vida se puede mirar desde una sola perspectiva con independencia de su veracidad y llegar a parecer muy real. No me resultó difícil constatar que unos hechos desconocidos se querían presentar como ciertos en un encadenamiento sorprendente de pruebas que apuntaban todas hacia la culpabilidad poco más que indiscutible, pues ni el abogado defensor fue capaz de cuestionar su autenticidad. En aquellas largas jornadas y por más que en mi intención estaba el no precipitar un juicio anticipado hasta discutirlo luego en la sala del jurado con los demás, no era capaz y en mi mente centelleaba la palabra “culpable” sin que yo lo pudiera evitar. Me encontraba preso de unas supuestas evidencias detrás de las cuales no era fácil mirar y por eso mismo, ante aquella obligada dificultad, algo en mí se comenzó a rebelar.

Y así hasta llegar al final, cuando el juez nos recordó que el homicidio con premeditación es la acusación más grave contemplada en la legislación y que bajo nuestra responsabilidad quedaba el separar lo falso de lo real, tras lo cual y siempre por unanimidad cualquier duda razonable sobre la culpabilidad del acusado nos obligaría a emitir un veredicto de inocencia o en caso contrario de culpabilidad. Culpabilidad a la que correspondería una sentencia de pena de muerte que, sin posible piedad, tarde o temprano se llegaría a ejecutar.

Oculto para mí hasta entonces, tuve que esperar a esas escalofriantes últimas palabras del juez, recitadas desde la aséptica y cansina rutina de quien cientos de veces las había llegado a pronunciar, para encontrar aquel firme pilar en el que debería apoyar mi angustiosa responsabilidad: la duda razonable sería mi guía para valorar, dialogar y votar cuantas veces fuera necesario o al menos, siempre que la conciencia me lo viniese a demandar… (continuará en Líder-tiones… 3)