Lecciones de Ternura

El lunes pasado, en pleno mayo, amaneció un día fresco y lluvioso en Valencia. De esos que parecen se han equivocado de estación para recordarnos un invierno recién finalizado que todos queremos olvidar pero que, sin pedirlo, en menos de un año nos volverá a visitar.

Es en este tipo de días cuando me resulta más fácil el poder analizar emocionalmente lo que me pasa y rodea, ganando en sentido y sensibilidad (¡Jane Austen solo podía ser británica!).

Caminando bajo la lluvia, recordaba la sesión de Coaching recién finalizada en donde el Gerente de una compañía de servicios me había trasladado su preocupación por el progresivo deterioro que estaba notando en la relación laboral con su esposa (trabajan juntos) debido, según él, a la crispación que estos tiempos problemáticos de dificultad económica genera en quienes tienen responsabilidad en las empresas de liderar.

Instalado en el metro y ya de vuelta a casa, seguía absorto en mis tribulaciones sobre las verdaderas razones que podrían explicar la situación de mi cliente cuando en la parada de una estación entraron dos jóvenes con rasgos físicos de síndrome de Down. Tendrían veintipocos años y no les acompañaba nadie, lo que evidenciaba su autonomía personal. Vestían a la moda y permanecían callados, ajenos a un mundo que no les considera igual.

A hora punta, el vagón lleno no ofrecía muchas posibilidades de asiento y la única plaza a la vista fue cedida galantemente por el muchacho a su acompañante, muy rubia y algo más alta que él. Como no llevaban paraguas, sus ropas y pelos mojados me informaron de un largo trayecto a pié hasta esa estación.

Sin pretender mirar más allá de lo que el decoro impone, me costaba apartar mis ojos de esos jóvenes, distintos sí, pero a la vez tan normales en su comportamiento que todavía me intrigaban más. Y de repente, pasó…

Tuve el privilegio de contemplar una de las escenas más verdaderas y tiernas que en mucho tiempo he podido presenciar y que transcurrió desapercibida para el resto del pasaje, tan ausentes como ignorantes de aquel regalo emocional.

El muchacho, con un delicadísimo cuidado y esa minuciosidad titubeante que solo los síndrome de Down son capaces de mostrar (lo conozco muy bien, pues tengo una adorable primita que nació así), le estaba retirando primorosamente del rostro los despeinados mechones mojados que cubrían sus ojos, dibujando nuevamente ese flequillo perdido, pelo a pelo, ante la dulce y plenamente azul mirada de la joven. ¡No pude contener mi emoción!

Al pronto comprendí que las lecciones no las dan los que quieren sino los que pueden y que mi cliente, de haber estado allí, hubiera descubierto sin más ayuda mía la verdadera razón de su preocupación….

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Paradoja del Trabajo

Mafalda y ganarse la vida

Hoy es 1º de Mayo y festivo: celebramos el Día del Trabajo.

Normalmente las festividades en el calendario vienen a santificar (religiosa o laicamente) a mitos, personas, instituciones o acontecimientos de gran relevancia, conservándolos anualmente en su memoria histórica dada su significación para toda la colectividad, .

Sin duda el Trabajo lo es. Pero, ¿por qué…? ¿Es el Trabajo un bien deseado…? o ¿se trata más bien de una necesidad impuesta…? ¿Qué nos lleva a trabajar…?

Parece evidente que si el Trabajo fuese un bien deseado nadie jugaría a la lotería. Es de sentir popular que a todos nos gustaría vivir sin la obligatoriedad de tener que trabajar para ganarnos la vida y así poder destinar nuestro tiempo a lo que nos apeteciese (incluido el Trabajo, de ser esta nuestra elección vital). Como ya he comentado en otras ocasiones, el Trabajo siempre ha ejercido como condicionante de esa parte de la libertad del hombre referida al uso y disfrute de su tiempo, que solo la puede alcanzar comprándola con dinero y para tenerlo hay que trabajar. Y de aquí nadie sale de no mediar un acontecimiento fuera de lo normal.

El Trabajo no es inherente ni consustancial al ser humano, más bien es una circunstancia coyuntural en la joven historia de la humanidad y la consecuencia del estado actual del paulatino proceso de desarrollo del hombre en la Tierra: lo que precisamos para vivir lo tenemos que producir y en tanto no lleguemos (que llegaremos) a un nivel de desarrollo que permita que las máquinas nos sustituyan, nosotros deberemos trabajar.

¿Alguien se imagina nuestra sociedad en el año 3000 donde las personas repartan paquetes, arreglen coches o tengan que sembrar? ¡Qué penosa expectativa de desarrollo esta que nos sigue esclavizando a la productividad!

La cultura idiosincrática que en cada época ha definido a los pueblos es tan poderosa que llega a programar las mentes de sus miembros, restándoles posibilidad de analizar y reflexionar. Admitir que el Trabajo es un derecho es darle la vuelta a una realidad que más bien lo posiciona como un deber del que no es posible escapar. Los derechos los ejercemos o no a voluntad, pero sobre los deberes no tenemos ninguna capacidad.

Aun es más, el Trabajo cuando lo tenemos, lo odiamos y cuando lo perdemos, lo añoramos, por lo que… ¡no hay mayor paradoja que defina nuestra cotidianeidad!

No obstante, la obligatoriedad del Trabajo no significa que, bien gestionado racional y emocionalmente en nuestra vida, pueda ser fuente de satisfacción y enriquecimiento personal (y no solo material).

El Trabajo, por tanto, tiene fecha segura de caducidad y cuando ello les acontezca a nuestros descendientes con certeza no les preocupará que desaparezca una festividad en su calendario, pues entonces ya todas lo serán…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“La Rueda de la Vida”

Aunque nadie se percate muy bien de ello es muy cierto que, en el mismo momento de nacer, todos recibimos un misterioso regalo de cuyo origen sabemos poco y menos todavía sobre cuál será el uso que le daremos a lo largo de nuestra vida.

Se trata de una invisible bicicleta cuya presumible intangibilidad no desacredita la vital función para la que nos es entregada, pero si nos lleva a pedir indefectiblemente una “de verdad” a los siempre generosos Reyes Magos en algún momento de nuestra primera infancia.

La esotérica y misteriosa bicicleta en cuestión tiene como función el que, montados permanentemente en ella, recorramos el máximo trayecto posible en el largo camino de nuestra vida. Siempre considerando que al recibirla, esta se encuentra en perfecto estado de utilización, pero que con su uso o mal uso normalmente la deterioraremos paulatinamente (unos más que otros, dado que no será cuidada con igual interés por todos).

Pues bien, de todas, la pieza que más va a sufrir con nuestro descuido será la rueda trasera cuya redondez y concentricidad inicial se tornará, a poco que nos despistemos, en la imagen fiel del más chulo “ocho”, dificultando nuestro avance y ralentizando el viaje apasiónate de la vida.

Una de las herramientas más poderosas que solemos utilizar los que nos dedicamos profesionalmente al Coaching es “La Rueda de la Vida”, pues permite a nuestro interlocutor (Coachee) descubrir su estado de equilibrio/desequilibrio vital y por tanto allí donde más y mejor debería enfocar sus esfuerzos para alcanzar la tan deseada armonía existencial.

¿Cómo funciona? Pues muy fácil: consideremos una rueda con tantos ejes como áreas de la vida quieran contemplarse (normalmente de seis a ocho) y dividamos esos radios en diez segmentos cada uno para poder valorarlos (de 0 a 10) según nuestro nivel de satisfacción actual en cada una de esas áreas de la vida. Uniendo los puntos resultantes obtendremos la figura de nuestra Rueda de Vida, que tanto será más armónica cuanto más se acerque a la forma redonda de una circunferencia.

Lo más importante quizás del resultado obtenido es que parte de la valoración que cada persona hace de sí misma y todos sabemos que, para cada cual, no hay voz más autorizada que la propia.

Lo que queda tras esto es bien sencillo y difícil a la par: identificar aquellas actuaciones (metas, acciones, hábitos, tareas, etc.) concretas que deberemos acometer para volver a redondear nuestra Rueda de La Vida y así continuar recorriendo con mayor fluidez y dinamismo el largo y apasionante camino vital que nos tiene reservado nuestro siempre esperado y deseado futuro…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Para no ser infeliz en el trabajo…!

Una vez más, Miguel de Cervantes (1547-1616) nos demuestra su fino y acertado conocimiento de la condición humana que, cuatrocientos años después, sigue inalterable en dichos y hechos.

En el capítulo 49º de la segunda parte del Quijote se cuenta que Sancho, siendo gobernador de la Ínsula Barataria, toma preso a un joven a quien “le condena a dormir en la cárcel”. Este, demostrando gran ingenio, reta al inexperto gobernador al cumplimento de su pena argumentando lo siguiente:

”Prosuponga vuesa merced que me manda llevar a la cárcel y que en ella me echan grillos y cadenas y que me meten en un calabozo y se le ponen al alcaide graves penas si me deja salir, y que él lo cumple como se le manda; con todo esto, si yo no quiero dormir y estarme despierto toda la noche sin pegar pestaña, ¿será vuesa merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?”

Como al mismo protagonista de esta aleccionadora historia, a todos nosotros se nos presentan habitualmente en nuestra vida situaciones de obligado cumplimiento, cuyo desempeño no necesariamente tiene un solo camino de andadura.

Sin duda el trabajo es la ocupación vivencial que, por obligatoria y duradera, es más condicionante en la existencia de la mayoría de los que habitamos este mundo que nos ha tocado vivir. Debemos y tenemos que trabajar para ganarnos el sustento y además no poco, sino ocho o más horas al día, tarea que para muchos puede convertirse en una pena de cárcel difícil de sobrellevar. Efectivamente, tener que pasar un tercio del día en nuestra cárcel laboral y de por vida puede ser la peor condena a asumir, aunque aquí hoy no hablaré de lo terrible que pueda ser lo contrario: no tener trabajo. Ambas situaciones suelen devenir en infelicidad, aunque por motivos bien diferentes.

Trabajar no debería ser sinónimo de condena, pese a que la constatada realidad de la vida nos demuestre que trabajar en lo soñado y deseado es casi siempre una utopía, por mucho que se empeñen equivocadamente esos aprovechados gurús visionarios del “si quieres, siempre puedes”.

Sólo a partir de la asunción consciente de nuestra realidad laboral actual daremos el primer paso en el camino a recorrer para no convertir nuestra actividad profesional en una cárcel que derive en fuente inagotable de infelicidad. Pero entiéndase siempre asunción, nunca como resignación sino como el reconocimiento de una situación presencial que hay que afrontar con compromiso y responsabilidad y que puede ser en el futuro, algo o mucho modificable según nuestros propósitos y esfuerzos.

La asunción serena de nuestra realidad es la primera condición para no ser infeliz en el trabajo, tal y como demostraba el protagonista de aquella historia que, solo aceptando su obligada condena, supo encontrar esa parcela de libertad y autonomía personal que dio sentido a su pena…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

“Azuloscurocasinegro”

En 2006, Daniel Sánchez Arévalo ganó el Goya a la mejor dirección novel por su película “Azuloscurocasinegro”, que también se llevó otros dos galardones (de los seis a los que optaba) de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas Españolas.

El título del film pretende reflejar el estado anímico del protagonista (Jorge) y su visión de la vida, sin duda no muy alejada de la que tienen muchos españoles en la actualidad.

El color con el que observamos nuestra existencia siempre es una elección propia, tal y como escribía Ramón de Campoamor (1817-1901) en sus Humoradas…

“Busqué la ciencia, y me enseñó el vacío.
Logré el amor, y conquisté el hastío.
¡Quién de su pecho desterrar pudiera,
la duda, nuestra eterna compañera!.
¿Qué es preciso tener en la existencia?.
Fuerza en el alma y paz en la conciencia.
No tengáis duda alguna:
felicidad suprema no hay ninguna.
Aunque tú por modestia no lo creas,
las flores en tu sien parecen feas.
Te pintaré en un cantar
la rueda de la existencia:
Pecar, hacer penitencia
y, luego, vuelta a empezar.
En este mundo traidor,
nada es verdad, ni mentira,
todo es según el color
del cristal con que se mira.”

Elegir el cristal con el que ver la vida es potestad de cada cual y de ello dependerá la actitud que exhibamos luego frente a los obstáculos que aparecen en nuestro camino. Optar por mirar a través de colores oscuros dificulta la visión en la marcha, pero escoger la claridad es apostar por facilitar el avance rápido por el camino de la vida.

Ya lo he dicho otras veces con anterioridad y ahora lo vuelvo a repetir: la situación de crisis económica que estamos atravesando se ampara en causas objetivas (reducción drástica del crédito, caída del sector de la construcción, contracción de la actividad exterior, etc.), pero también en otras subjetivas muy relacionadas con el ánimo y las expectativas de los consumidores que, anticipando una especie de apocalipsis económico (”Azuloscurocasinegro”), se han negado drásticamente a invertir/consumir frenando sin ABS su habitual dinámica vivencial, pese a que muchos sigan manteniendo su mismo poder adquisitivo. Al igual que “Estolocausamosentretodos” yo también considero que, de pensar en positivo, “Estoloarreglamosentretodos”.

Debo reconocer que, si bien no me distingo por ser un gran aventurero vital, si es verdad que cuando he impregnado de blanca ilusión mi futuro este me ha correspondido generosamente con muchas más satisfacciones que decepciones, demostrándome a mí mismo que el optimismo siempre es la versión más práctica de la mejor ensoñación.

Y si no, podemos consultar a Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) en “La Vida es Sueño”, cuando puso en boca de Segismundo aquello de…

“¿Qué es la vida?. Un frenesí.
¿Qué es la vida?. Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡El gran poder de la Costumbre y Dios!

Cuando era pequeño, en cierta ocasión mi padre me advirtió que el ser humano es un “animal de costumbres” y a mí me impresionó mucho más eso de que era un “animal”, que lo otro de las “costumbres”.

Ahora ya no me sorprendo de ello y asumo resignadamente mi/nuestra condición de animales, en muchas ocasiones no necesariamente racionales y por tanto equívocos. De aquí que lo que cada vez más me apasiona es el estudio sobre las leyes que marcan el intrincado comportamiento humano y quieren explicarlo con el mayor acierto. La Costumbre es una de ellas y en mi opinión, la más condicionante del actuar de las personas “humanas” (especifico lo de humanas pues considero que los otros animales también son “personas”, pues deberían tener todos los derechos y obligaciones que son acordes con la idiosincrasia de su especie).

La Costumbre se configura en las personas como el modo habitual de hacer las cosas de tal forma que su arraigo en ellas y en la sociedad es hasta considerado como fuente del Derecho (Consuetudinario), derivando en leyes y decretos de obligado cumplimiento. Por tanto no estamos ante un tema menor, sino de gran trascendencia en nuestra vida por cuanto nos condiciona, tácita o expresamente, en los actos que queremos practicar.

Cuando una costumbre se instala en nosotros o en la sociedad donde habitamos no hay quien la mueva, generando un mismo sentimiento de continuidad e inmovilismo que además suele ser incuestionable y que paraliza todo intento de cambio hacia la mejora.

El pasado Jueves Santo viaje a Cuenca para escuchar una “Pasión según San Mateo” que los prestigiosos King´s Consort interpretaban en la noche grande de la 49ª Semana de Música Religiosa de esa localidad. Hoy no hablaré de hasta dónde me elevé emocionalmente, otra vez más, frente a la que quizás pueda ser la obra más honda, sentida y humana de toda la historia de la música universal.

Finalizado el concierto, hacia las 0:30 h. ya del Viernes Santo, me dirigí presto al hotel para descansar lo que pudiese pues nunca había asistido a la procesión de “Las Turbas”, que comienza a las 5:30 h. de esa madrugada y me había sido insistentemente recomendada por tirios y troyanos.

“Las Turbas” es uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar sobre la irresistible fuerza de la Costumbre. Quien haya asistido a esta peculiar procesión ya sabrá que su singularidad parte de un hecho insólito y en cierta manera formalmente cuestionable: unos 2.000 nazarenos, caminando de espaldas, preceden la imagen del Cristo con la Cruz tocando un monocorde soniquete de tambor, soplando desacompasadamente cornetas desafinadas y profiriendo toda suerte de insultos y silbidos hacia el protagonista del cortejo, imitando lo que la historiografía cuenta que le ocurrió a Jesucristo en su camino del calvario.

Desde mi estupefacto asombro alejado de toda vinculación religiosa, no podía dar crédito a lo que veía y lo que es más, no acertaba a explicarme cual sería la verdadera postura del clero conquense ante tamaña demostración anual de “hooligansmanía” hebrea.

¿Cuál es la explicación?. Pues sí: la Costumbre, que ha convertido en tradición inquebrantable una procesión de tan dudoso gusto religioso pero generadora de juerga alcohólica juvenil y pingües beneficios económicos en forma de turismo primaveral a una localidad que no anda nunca sobrada de ellos.

Sin duda, es el gran poder de la Costumbre que ni Dios ha podido cambiar…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Capital Conversacional

En los últimos tiempos está adquiriendo especial relevancia un nuevo concepto relacionado con el desarrollo y la promoción de productos, servicios o personas que se llama Capital Conversacional.

El Capital Conversacional, por resumirlo de alguna manera sencilla, podríamos decir que es el arte de reunir todos los requisitos necesarios para generar un rumor positivo en la calle, tanto a favor de nuestros productos o servicios como también cabe la posibilidad de que sea a favor de nosotros mismos, según el caso que deseemos impulsar.

El factor distintivo y ventajoso del Capital Conversacional es que, a diferencia de otros conceptos de actuación promocional (publicidad, relaciones públicas, etc.), este genera intereses de abajo hacia arriba y no al contrario. Por tanto, se crea Capital Conversacional cuando los demás hablan bien de nuestro producto, servicio o de nosotros mismos en todos sus entornos relacionales. Podríamos decir que se trata de una forma indirecta de conseguir relevancia y protagonismo allí y para lo que se desee, sin acudir para ello a la solicitud directa.

El Capital Conversacional se impulsa a partir de ocho motores, que voy a definir resumidamente con una orientación hacia su aplicación sobre la promoción de las personas en sus vertientes profesional y personal (más que a la de productos o servicios):

1- El Ritual o comportamiento habitual que se instala en los demás hacia nosotros como pueda ser el que lean periódicamente nuestro Blog, siempre se acuerden de felicitarnos por nuestro cumpleaños o nos inviten a todos los eventos de interés que promuevan.

2- La Exclusividad, que instala en la percepción de los demás una consideración de singularidad al poder compartir con nosotros una conversación, un viaje o la asistencia a un acto público.

3- El Mito, que se construye desde aquellas actuaciones y logros singulares de nuestro pasado o presente que gozan de una cierta significación como lo puedan ser los buenos resultados deportivos, la consecución de éxitos académicos o la conquista de elevados objetivos profesionales reconocidos. No obstante, el misterio también puede ser fuente de mitología pues suele ser más rica la imaginación que la percepción.

4- La Distinción Sensorial se alcanza desarrollando mucho todos los conceptos vinculados con nuestra Inteligencia Emocional, que propicia el establecimiento de lazos de unión con los demás mucho más consistentes que los derivados de otro tipo de relaciones más caracterizadas por la formalidad educacional y la transacción de intereses.

5- El Icono, como representación de aquella que pueda ser nuestra fortaleza más desarrollada (ser perseverante, buen comunicador, emocionalmente empático, etc.) y que nos imprime un sello o marca personal muy reconocible y admirada por los demás.

6- El Tribalismo o fenómeno que determina la configuración de grupos de personas que se sienten orgullosamente afines (tribales) por compartir nuestra amistad o alguna de las actividades en las que participamos, siendo seguidores nuestros tal y como les ocurre a los novelistas, músicos, deportistas, etc.

7- El Apoyo, que se consigue cuando los demás hablan bien de uno mismo sin más interés que el de defender la evidencia de nuestra valía, convirtiéndose en prescriptores espontáneos de nuestros propósitos profesionales o personales.

8-   La Credibilidad o creación de una coherente reputación personal amparada en la necesaria coincidencia de cuatro manifestaciones:

A. Lo que creo que soy

B. Lo que digo a los demás que soy

C. Lo que creen los demás que soy

D. Lo que dicen los demás que soy

Los resultados de nuestro esfuerzo por activar una mayor o menor generación de Capital Conversacional a nuestro favor pueden dar lugar a cinco niveles del mismo:

1- Punto Activo: Cuando gustamos a los demás y ellos hablan bien de nosotros siempre que tienen la oportunidad y por generación espontánea (sin ser preguntados al respecto).

2- Punto Neutro: Gustamos a los demás pero no lo suficiente como para que se manifiesten a nuestro favor espontáneamente, necesitando ser preguntados para ello.

3- Punto Pasivo: Los demás, no estando disconformes con nosotros, no se manifiestan en ningún sentido, callando su opinión.

4- Punto Silencioso: Los demás, en disconformidad con nosotros, no hablan de ello ante otros.

5- Punto Negativo: Los demás, en disconformidad con nosotros, así lo manifiestan a los otros.

Ni que decir tiene que a todos nos gustaría estar en el Punto Activo y como todo en la vida esto no se presenta gratuitamente, sino a partir de nuestro esfuerzo en arrancar e impulsar convenientemente los motores antes mencionados…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Elogio del Silencio!

Nunca encuentro las palabras adecuadas para describir con precisión lo que es el Silencio, por lo que hoy dejaré que sea él mismo quien se presente mejor: …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …  …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …  …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   …   .

Dicho esto, o quizás, sentido esto (pues el Silencio se siente más que se oye), quiero defender su gran importancia y mayor trascendencia en todas las comunicaciones cotidianas (tanto verbales como escritas) en nuestros entornos profesional y personal.

Es muy habitual confundir el comunicarse con el hablar, entendiendo equivocadamente que el objetivo principal de la comunicación es la traslación de una información que solo es patrimonio del habla en forma de lenguaje verbal. Por de pronto, ya ha quedado suficientemente demostrado por los estudiosos de esta cuestión que lo que siempre entiende el receptor viene condicionado en más de un cincuenta por ciento, no por lo que dice el emisor, sino por ese lenguaje gestual que inevitablemente acompaña sus palabras.

No obstante, yo quiero ir más lejos todavía y reivindicar sonoramente el Silencio como el mejor gesto callado de sabia comunicación. ¿Alguien lo duda…? Para ilustrarlo solo tenemos que recordar una situación que a todos nos es muy habitual y está relacionada con su gran carga de significado: ¡el Silencio compartido en un ascensor…! Sin duda se trata de uno de esos momentos cotidianos en donde el no decir nada (cuando es deliberado), dice más que cualquier conversación.

O más, cuando ante una pregunta inconveniente aguardamos unos serenos instantes antes de responder. O al contrario, cuando al preguntar nosotros somos quienes dividimos la interpelación en dos partes unidas por un significativo Silencio. O el Silencio que preside esos momentos de íntima comunión entre los enamorados. O el de un bebe durmiendo plácidamente en su cuna. O el de un estadio de fútbol abarrotado, recordando por un minuto el fallecimiento de un ser significado. O el del público en un estreno teatral, cuando la obra no es de su agrado y no se pronuncia con el aplauso deseado. O el propio de la Tierra misma, cuando quiere que la oigamos sin nuestra ruidosa intervención.

Callar en lugar de hablar, paradójicamente se torna en muchas ocasiones como el gesto de comunicación proactiva más contundente que pueda elegirse, pues su resultado suele ser mucho más efectivo que el derivado de la frecuente incontinencia escrita o verbal que no siempre tiene justificacón.

Y como no, la escritura también se beneficia del Silencio, no porque este se manifieste como tal en el papel sino por que quien usa del mismo para hablar también es capaz de escribir no diciendo más de lo debido y con la suficiente concisión y propiedad, cualidades estilísticas tan convenientes para el tipo de las comunicaciones escritas que hoy se estilan en este mundo de electrónica interacción.

El Silencio, nunca suficientemente utilizado, sin duda puede convertirse en nuestra mejor herramienta de comunicación pese a que…

…tardemos dos años en aprender a hablar y toda una vida en saber callar.

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡Adiós, milana bonita!

Dicen que el verdadero conocimiento del paso del tiempo nos lo revelan las personas y las cosas que formaron parte intima de nuestra vida y que poco a poco van desapareciendo de ella, dejándonos huérfanos de referencias y vivos recuerdos. Así, al final de una vida, lo único que nos queda es eso nuevo que ahora hay a nuestro alrededor, que ya no es aquello que verdaderamente nos acompañó durante ella, convirtiéndose por tanto en casi siempre ajeno.

Los personajes ilustres tienen eso: que forman una parte de nuestra intima vida y cuando se van, van dejándonos cada vez más solos. Nos ocurre con los actores, con los deportistas, con los músicos, con los escritores y con tantos otros a los que agradecer lo que hicieron.

La verdadera sensación de soledad solo la tienen los viejos, cuyo mundo se lo han cambiado por otro que siempre les dicen es mejor, pero que nunca será igual al que vivieron. Todo cambia, es verdad, pero lo que no cambian son los recuerdos, el verdadero carnet de identidad de cada cual.

Otro grande que se nos va y otro nuevo atropello a la dignidad humana en forma de póstumo reconocimiento de los valores profesionales y artísticos que algunos nos legan como gratuita herencia nunca bien compensada.

Miguel Delibes y le cito por ser el fallecido más reciente, no se merece esta tan habitual desconsideración. Y como él, todos los que en vida destacaron de los demás en una u otra disciplina y tuvieron que aguardar pacientemente a su muerte para recibir el gran homenaje que siempre se les escamoteó en vida.

Ningún galardón conseguido por Delibes (el Nadal, los Nacionales de Narrativa, el Príncipe de Asturias, el Cervantes, los doctorados Honoris Causa, las Medallas de Oro, etc.) se ha acercado nunca a la impresionante cobertura mediática de su reciente fallecimiento en forma de merecidas loas y sentidos agradecimientos.

¿Por qué? ¿Por qué aquí parece que siempre es obligado esperar al obituario para ofrecer el mayor premio a toda una vida que es el reconocimiento de los demás? Y digo aquí pues es bien sabido que en las tribus indígenas de los rincones menos contaminados culturalmente del mundo, rinden consideración y elogio permanente a sus sabios (los mayores, generalmente) invistiéndoles de la estima más alta de todos sus congéneres.

Miguel Delibes finalizó formalmente su camino como novelista en 1998 con “El Hereje” y además lo anunció, diciendo aquella famosa frase: “Ha muerto el escritor antes que la persona”. ¡Han pasado 12 años!

¿Por qué nos cuesta tanto reconocer los méritos de los demás?

Por ya sabido, yo no quiero responder por todos a esta pregunta. Yo solo quiero decirle a Miguel Delibes…

…¡adiós, milana bonita!

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

Las Actividades de Alta Rentabilidad

Quizás el consenso más unánime que preside el sentir vital de todos nosotros se ampara en la sensación generalizada de falta de tiempo para desarrollar todo lo que queremos hacer en nuestra cotidianidad, de forma que la frase más oída aquí y allá sea esa de: mi gran problema es el tiempo. Grave error, de percepción y de medición. Grave error, pues nada en la vida puede ser un problema si es una constante, es decir, algo definido y previsto (los problemas en la vida se caracterizan habitualmente por ser variables, lo indefinido e imprevisto). Lo constante es analizable y tratable si tiene solución o intratable en caso contrario, por lo que ya no es problema sino aceptación.

Una constante evidente es nuestro tiempo: todos disponemos de 24 horas cada día, si bien es verdad que no todos las usamos con la misma efectividad.

La vida no es una cuestión de tiempo en sí pues este, siendo fijo y cierto, no lo podemos alargar o acortar a nuestro capricho, ni almacenar para usarlo después, constituyendo un dato exógeno e invariante a nuestra voluntad. Por tanto, podemos asegurar que la vida es una cuestión de uso eficiente de ese tiempo definido que tenemos a nuestra disponibilidad. Uso eficiente que nunca podremos alcanzar si olvidamos la única herramienta que nos lo puede garantizar: Priorizar.

Priorizar no es otra cosa que elegir de entre varias alternativas, primando, anteponiendo, prefiriendo o favoreciendo a la que más convenga. Así, la vida no es una cuestión de tiempo:

¡La vida es una cuestión de Prioridad!

Pero, ¿qué priorizar…? Como antes he mencionado, lo que más convenga a cada cual, aunque hay algo común que a todos debería interesar por encima de lo demás: las Actividades de Alta Rentabilidad.

Las Actividades de Alta Rentabilidad son aquellas que, referidas a cualquier área de nuestra vida, contribuyen de manera decisiva a la consecución de nuestros deseos. Así, cada cual tiene las suyas como suyos son los deseos. En definitiva, es todo aquello en lo que verdaderamente merece la pena ocuparse, constituyendo la verdadera aportación de valor a nuestros propósitos y por tanto la esencia misma de la priorización.

Para su buena administración, tres son los pasos que hay que andar:

1-   Su Identificación, que nos permita descubrir cuáles son.

2-   Su Jerarquización, con objeto de establecer un orden de prelación que aconseje mayor atención a las que aporten en cada momento mayor contribución.

3-   Su Protección, para defenderlas de todas aquellas otras (Actividades de Baja Rentabilidad) que nada tienen que ver con nuestros verdaderos intereses y actuan como un ladrón.

Identificar, Jerarquizar y Proteger nuestras Actividades de Alta Rentabilidad es requisito necesario y suficiente para resguardarnos de todo aquello que realmente sin querer hacemos, destinando gran parte de un tiempo que luego aseguramos con gran angustia existencial a todos (y lo que es peor, también a nosotros mismos), no disponer…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro