El condicionamiento mental y la Scala de Milán

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Navidades del 2007 y toda mi ilusión melómana y motociclista volcada en el viaje que, en mi BMW R 1200 R, me llevaría a presenciar la apertura de la temporada de la Scala de Milán, con la flamígera y pasional Tristán e Isolda, dirigida por Daniel Baremboin y cantada por Waltaud Meier, la mejor Isolda que en esos momentos se podía soñar.

Toda planificación siempre es poca, en especial cuando se viaja en moto solo y en invierno, por lo que me afané con la minuciosidad de un relojero para preservar cualquier tipo de contingencia que hiciese peligrar la audición de mi venerado y cada vez más cercano Wagner en el templo de la Ópera mundial.

El 31/12/07, de camino hacia Milán y en una de las paradas de repostaje (en Arlés, Francia) perdí inexplicable y trágicamente las llaves de la moto (que pese a mis desesperados intentos no logré encontrar), quedando inmovilizado en esa misma estación de servicio, con toda mi ropa en las maletas (la llave es única para todas las cerraduras) y lo que es peor, la entrada para la ópera que había decidido guardar en su interior por seguridad.

En la gasolinera, tras un políglota viacrucis telefónico de 8 horas, conseguí al final la asistencia de mi compañía de seguros en esa Nochevieja de servicios mínimos y tomé la decisión de proseguir mi viaje hasta Milán en transportes públicos, dejando la moto en un garaje de la población para recogerla a mi vuelta con la llave de repuesto que me enviasen desde Valencia por transporte regular.

Una vez en Milán, no existió reto mayor que hasta entonces en la vida se me hubiera podido presentar: acceder a la Scala, sin la entrada correspondiente y ataviado con un llamativo y poco apropiado a la situación traje de motorista, cuando oficialmente allí se exige rigurosa etiqueta para entrar.

No descubriré nada especial si afirmo que en estos casos siempre hay algo que nos suele frenar el impulso de avance hacia el objetivo propuesto y se llama Condicionamiento Mental. Eso que nos induce a no intentar algo no conseguido en el pasado o cuya extrema dificultad presupone el fracaso anticipado del esfuerzo a realizar. No obstante, quizás sea mi pasión intestinal por la lírica o mi carácter forjado en los más exigentes retos deportivos, lo que me armó de una fuerza y valor singular que pudo con aquello que la razón me aconsejaba como imposible y me invitaba a abandonar.

La mañana del día de la representación la dediqué a porfiar enconadamente con el circunspecto administrativo de las taquillas de la Scala, al objeto de convencerle de que esa noche una butaca se quedaría vacía si yo no la ocupaba (recordaba la ubicación de mi localidad), por más que la ausencia del tique de entrada me lo impidiese demostrar. Tras más de una hora encabezando una cola que por mi causa no hacía sino aumentar y desplegando todo mi mejor repertorio de argumentaciones y solicitudes piadosas de clemencia, algo sobrenatural me vino a ayudar: una mano anónima del interior de las oficinas firmó un salvoconducto (no es broma, pues parecía un legajo medieval con lacre incluido) que presuntamente me franquearía el acceso al teatro sin más.

Así las cosas, faltaba por superar el segundo Tourmalet de la jornada: entrar vestido de Valentino… Rossi en la catedral de la ópera mundial. Sin tiempo suficiente para improvisar un traje de chaqueta mínimamente presentable, con su camisa, corbata y zapatos, me armé de valor para afrontar los controles de entrada, que allí custodian los Carabinieri, con la decisión de quien quiere y cree que puede llegarlo a lograr.

Me planteé una estrategia que minimizase el impacto visual de mi atuendo y para ello consideré que era mejor intentar entrar de los últimos, justo cuando la representación estuviera próxima a comenzar. De esta manera sería más fácil confundirme entre los rezagados, en ese sprint final que todos los conserjes están obligados a facilitar antes de que las puertas se deban cerrar.

Eran las 18:28 h (la ópera comenzaba a la media) y cruzando la plaza de la Scala me dirigí hacia la puerta, siendo reconocido al instante por los Carabinieri, quienes se aprestaron a darme el alto con la intención de no dejarme entrar. Yo, con la cabeza baja, cual ibérico toro nacional y amparado entre el resto de espectadores en retard, logré atravesar el umbral, aunque no pasar inadvertido, pues tres acomodadores me rodearon al instante, pidiendo en un italiano atropellado y gesticulante explicación sobre las intenciones de mi sospechosa irrupción tan anormal. A ello respondí con la única alternativa que me quedaba: el salvoconducto. Y con él, me transformé en majestad.

Desconozco el autor de la firma de aquel documento, pues al momento de su lectura todo el mundo de mi alrededor se cuadró ante mí, al igual que si se tratase de un ministro principal, siendo acompañado (genuflexiones japonesas incluidas) a mi localidad en el patio de butacas para común asombro y crítica de toda la elegante sala que ya permanecía en silencio, atenta a la espera del comienzo de la representación y que no podía anticipar, por supuesto, la irrupción de tan reflectante espectador taconeando como un bailarín del flamenco más racial.

Sin duda, algo especial tuvo que tener esta producción, pues Barenboim dirigió otra función descalzo, al rompérsele uno de sus zapatos de charol y quitarse el otro buscando el necesario equilibrio plantar.

Luchar contra mi Condicionamiento Mental me permitió asistir a una de esas históricas representaciones de ópera que siempre llevaré en mi selecto y querido álbum de recuerdos musicales y al Teatro alla Scala recibir, en sus 130 años de historia ejemplar, al único espectador vestido de aguerrido y muy wagneriano motorista español que por un día quiso ser Tristán…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

¡El Directivo muerto en su despacho!

Algunos dicen que la eficiencia de un Directivo se mide por el tiempo que puede permanecer muerto en su despacho sin que ninguno de sus colaboradores lo advierta.

Aunque excesiva, sin duda esta metáfora nos habla de la competencia principal que debe desarrollar todo Directivo de cualquier tipo de organización (empresa o administración pública): la construcción de equipos eficientes.

Si aceptamos como concisa y precisa definición de Directivo esa de “hacer hacer”, estaremos muy cerca de la fórmula para el éxito de quien tiene la responsabilidad sobre la maximización del rendimiento de una unidad de negocio.

Efectivamente, está demostrado que todo no lo puede hacer uno solo (por muy competente que sea) por lo que deberá conseguir que sus colaboradores empujen también y en la misma dirección hacia la consecución de los objetivos fijados.

Si un Directivo es capaz de construir un Equipo de Alto Rendimiento, él ya no deberá supervisarlo todo y por tanto dispondrá del tiempo necesario para algo que es mucho más productivo que la atención obsesiva al “día a día”: la anticipación del futuro.

Quien considere que ahora es imprescindible para que en todo momento funcione su organización, sin duda tiene un problema y lo que es peor, lo seguirá teniendo de no modificar este rumbo, hipotecando el éxito de su futuro y perjudicando seriamente su salud en un esfuerzo continuado y agotador….

 

Saludos de Antonio J. Alonso sampedro

La Casualidad y la Causalidad

Juana acaba de tener un gran éxito profesional y piensa que se debe a la Causalidad (“Como he hecho bien las cosas, he obtenido el premio a mis esfuerzos. Todo es debido a mis aciertos”).

Enrique se ha enterado que Luisa ha obtenido un gran logro profesional y piensa que es debido a la Casualidad (“Pero, ¿cómo ha podido Luisa conseguir eso si carece de las competencias necesarias? Sin duda, ha tenido mucha suerte”).

Mercedes se enfrenta a uno de los mayores fracasos de su vida profesional y piensa que ha sido debido a la Casualidad (“Yo lo hice bien, pero todo se me puso en contra. Tuve mala suerte”).

Santiago al conocer que Rubén se ha arruinado piensa que ha sido debido a la Causalidad (“Estaba claro, antes o después pasaría. Cuando no se hacen las cosas bien, aparecen los errores y luego…”).

Sin duda, todos los personajes aquí representados tienen algo en común: la indulgencia al analizar el resultado de sus propias acciones frente al rigor en la evaluación de las de los demás.

Esta es una característica que, con diferentes intensidades, se cobija en lo más hondo de todos nosotros y nos lleva a practicar un tipo de parcialidad interesada en lo que es el análisis de la realidad de nuestros actos y de los de los demás. Parcialidad interesada que, una vez más defiendo, no puede ser la mejor compañera para la identificación y generación de propósitos de mejora en nuestra carrera personal y profesional.

¡No hay Casualidad sin Causalidad!.

 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

La Perseverancia y los tambores de Calanda

Calanda

Ayer Viernes Santo salí en moto con mi amigo Carlos hacia tierras aragonesas para presenciar la “Rompida de la hora” de Calanda, una de las manifestaciones más puras y bellas de lo que es la Perseverancia humana.

No puedo ocultar que el espectáculo es de un sobrecogimiento estremecedor, que mueve suelos, cielos y corazones en una fantasía arrebolada de cromatismo percutor donde el puro ritmo, constante y ganador, puede y te puede. Donde ser uno y parte de un todo es lo mismo y la demostración de que Fuenteovejuna, hay más que una.

Tenacidad, empeño, tesón, constancia, firmeza, obstinación, persistencia, insistencia y tantos otros más calificativos son los que definen, en mi opinión, la cualidad más importante para triunfar en la vida. ¡Gana el que resiste!.

La Perseverancia es sin duda una característica mucho más importante que, pongamos por ejemplo, la inteligencia dado que aquella escasea mucho más que esta y en esta vida vale más lo infrecuente que lo abundante. Mi experiencia profesional me indica que hay muchas personas inteligentes pero muy pocas constantes que persiguen sus deseos con denuedo, conscientes de caminar acompañados por el único espíritu que puede llevar al éxito: el de llegar.

En Calanda, durante todo el Viernes Santo, los incesantes encuentros por sus calles entre las cofradías itinerantes devienen en agónicas batallas de ritmos atronadoramente monocordes que deben finalizar con la rendición de uno de los grupos de tamborileros, exhaustos y con las manos sangrantes, pero dispuestos a un nuevo enfrentamiento en la próxima esquina.

Rendición que no es más que la oportunidad de abordar un nuevo combate musical y demostrar, siempre una vez más, una de las señas de identidad más conocidas del pueblo aragonés: su Perseverancia y gran tesón.

 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Re-conocimiento de la Deuda

Por todos nosotros está asumido que es imposible pagar una factura si previamente no re-conocemos que la debemos. Este es el principio elemental que mueve todo pago, ya sea monetario o personal.

Todo aquello que queremos conseguir en la vida, material o inmaterial, requiere un pago o esfuerzo para alcanzarlo. Nada es gratuito y cualquier formulación vital que busque la casualidad como esperanza de éxito está llamada generalmente a fracasar.

Mi anterior entrada hablaba de las imágenes distorsionadas de la realidad que nos reflejan los “Espejos Mágicos” que utilizamos a diario y que nos disuaden de re-conocer las deudas que con nosotros mismos tenemos contraídas, ocultando la percepción de la necesidad de mejora.

En mi trabajo como Coach, el primer e imprescindible paso que debo abordar con mis clientes es el del re-conocimiento de sus áreas de mejora (las deudas) para luego proponernos buscar el camino de solución (el pago). Sin una asunción comprometida y responsable de “el deber” no hay avance hacia “el poder”.

Esta es la razón por la que mantengo desde hace tiempo que es inútil perder el tiempo asistiendo a todos esos cursos tradicionales de liderazgo, habilidades directivas, inteligencia emocional, etc. La formación secular en estos campos del desarrollo profesional y personal siempre fracasa por lo mismo: traslada “lo que se debe hacer” sin considerar que eso nunca se hará sin la asunción previa por los alumnos de su necesidad personal de hacerlo. En definitiva, sin el re-conocimiento por cada cual de su deuda personal a pagar.

Re-conocer es dos veces conocer lo que nos lleva al saber, sin duda el principio del placer…

 

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro

El Espejo de la Madre de Blancanieves

Gato-espejo-leon

Instalados en el siglo XXI, parece que ya todo está estudiado y se sabe del comportamiento del consumidor. El Marketing ha llegado a radiografiar todas nuestras motivaciones e identifica, aun antes que nosotros mismos, aquello que vamos a comprar.

No obstante, he descubierto algo que todos adquirimos al menos una vez en nuestra vida y queda oculto para quienes nos quieren analizar. Lo comercializan en unas tiendas que pertenecen a la conocida franquicia llamada La Tienda de la Madre de Blancanieves, cuyo único producto son los Espejitos Mágicos, eso sí, de todos los tamaños y formas que podamos imaginar.

En un momento determinado de nuestra vida (cada cual el suyo), todos entramos en una de esas tiendas con el deseo de comprarnos nuestro Espejo de la Madre de Blancanieves para transitar por toda nuestra vida mirando cada día la imagen que nos quiere reflejar.

Pero… ¿qué imagen nos refleja? Pues sencillamente aquella que anhelamos ver de nosotros mismos y que nos perfila un retrato de nuestra persona que ni el mejor de los fotoshopes que pudiéramos imaginar. Esa imagen que se ajusta a la idea de la persona que nos gustaría ser y que, casi con seguridad, nunca llegaremos a conquistar. ¿Por qué?. Porque no tiene sentido cambiar si lo que vemos todos los días en nuestro Espejo de la Madre de Blancanieves nos gusta tanto como para asentarnos en la inmovlilidad…

Saludos de Antonio J. Alonso Sampedro